Filosofía, Metapolítica, Aforismo, Poesía.

lunes, 5 de octubre de 2015

"El enemigo de TODOS."

El Papa Francisco y el dictador Raúl Castro
coinciden en su recelo hacia el sistema capitalista.
El capitalismo es el hombre de paja perfecto, la mejor diana contra la que lanzar nuestros dardos de rabia inconcreta, nuestra indignación contra todo y contra nada.

Muchas veces nos pareció que ese pelele era hoy, más que ningún otro, el fascismo. Sólo que incluso el fascismo, olvidado el rigor politológico, no sería igual de odiado por gran parte de la gente si no fuese por el estrecho vínculo que desde ciertos idearios se le supone, precisamente, con el capitalismo. Borren ustedes esa vinculación (esté más o menos fundada), y el primer puesto de los inventos humanos más odiados pasa en un santiamén a manos de este último.

El capitalismo es ese pelele, esa diana perfecta, por una razón principal. Y es que se le han ido añadiendo con el tiempo tantas connotaciones, se le han ido vinculando tantas realidades en mayor o menor medida ajenas, que a casi cualquier cosa en la qué podamos pensar como algo que nos disgusta se le puede hallar una relación, real o mítica, con este, en principio, mero sistema de producción e intercambio. No hablemos ya del fascismo. Hablemos del imperialismo, el esclavismo, el racismo, el autoritarismo, la política exterior de EEUU, la destrucción del ecosistema... 

El nacional-socialismo, así como el resto de movimientos
fascistas, también comparten enemigo con los socialistas.
¡El capitalismo mató a la madre de Bambi!

Puestos en esta coyuntura, y en un mundo donde los aludidos procesos, por más que se los mire con recelo, se han expandido por todo el Globo, podemos percatarnos de las trampas que nos juega nuestra mente (trampas que hacen más efectivas la propaganda de cientos y cientos de insatisfechos y resentidos crónicos). ¿Cuántas de nuestras quejas, muchas veces legítimas, contra este sistema económico no son, si las analizamos más rigurosamente, contra realidades ajenas por completo a dicho sistema? A mi, por ejemplo, siempre me preocupó especialmente que las lógicas mercantiles se extendiesen a muchos otros ámbitos. Hoy me doy cuenta, sin embargo, de que culpar de ello al capitalismo es como culpar a la antropología de que existan los odios raciales. Antes nos referimos también al imperialismo. ¿Por qué tantos vinculan uno y otro fenómeno, cuando para que el capitalismo sea tal se requiere justamente de la independencia de los actores? Incluso se puede afirmar, desde cierta perspectiva, que imperialismo y capitalismo son, por principio, opuestos. 

Einstein, como tantos otros, hubiera hecho bien en
limitarse a opinar sobre aquello que realmente entendía.
También dijimos antes que éste es un sistema económico que, aún odiado, o, cuando menos, visto con amplias reservas, se ha extendido por todo el mundo (habría que preguntarse asimismo el por qué). Y es el hecho de estar tan imbricado en nuestras vidas lo que explica, al menos parcialmente, la razón por la que encontramos a menudo tan convenientes pretextos para adjudicarle la causa de todos los males. 

Si hay empresarios que untan a los políticos, esto es una consecuencia del capitalismo. Si hay empresas que se saltan las normativas y abusan de los trabajadores o del medio ambiente, esto es una consecuencia directa del capitalismo. Si hay corrupción política vinculada asimismo a empresas puntuales, esto es de nuevo un efecto del sistema capitalista. Lo mismo cuando hablamos de caciquismo, de golpes militares de derechas, de guerras por petroleo, o de la sucia guerra contra la droga. Sin embargo, mucho antes de la generalización de este sistema de producción e intercambio, ya había corrupción política, ya había caciques, ya había tiranos, ya había cruzadas contra esto y contra aquello, así como gentes que abusaban de sus semejantes o del entorno natural. Del mismo modo, en los sistemas socialistas se han dado la mayoría, si no la totalidad, de los males descritos; y en lo que a los más graves se refiere, puede afirmarse que se han dado incluso en mayor medida (pensemos, sin ir más lejos, en la guerra y el imperialismo, sin olvidar los desastres ecológicos).

Y son justo aquellos dos los que se vuelven necesariamente menos frecuentes cuanta más actividad comercial exista entre los pueblos. No digo, como algunos liberales un tanto candorosos afirman, que "dos países que comercian nunca guerrean". Por supuesto que el comercio no garantiza tal cosa. Pero sí puede demostrarse, tanto lógica como empíricamente, que a mayor y más extendido intercambio pacífico de bienes y servicios entre las naciones, menor es la posibilidad de que algunos de estos países invadan o declaren la guerra a otros.
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¿Capitalismo salvaje? ¿Competencia inhumana? ¿Mercado sin control? 
Fíjense hasta qué punto el lenguaje distorsiona, ¡traiciona la realidad!
¿Acaso no eran más salvajes, con toda propiedad, los métodos que se usaban 
anteriormente para el enriquecimiento? (A saber: la conquista, la confiscación, el expolio). 
¡Y qué decir de la competencia! ¡¿Pero es qué existe una forma más humana y civilizada 
de competir que aquella en la que uno sólo cuenta con su inventiva y su sagacidad 
para los negocios, y en donde nada va a conseguir por la fuerza bruta?! ... 
"Mercado sin control": Esto dicen quienes quisieran someterlo 
a un mucho mayor control; pero bajo ningún concepto se puede decir 
que carezca del mismo. El mercado está sometido, ya no al control de los 
diversos gobiernos (mucho mayor del que comúnmente se nos dice), 
sino al control constante y riguroso del resto de actores que 
en él desarrollan su actividad. Si usted decide inflar de repente los precios 
o bajar los salarios que paga a sus trabajadores, a no ser que goce de un 
monopolio otorgado por el estado, tanto sus compradores 
como sus trabajadores se marcharán 
de inmediato a la competencia.
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