Filosofía, Metapolítica, Aforismo, Poesía.

miércoles, 29 de julio de 2015

"La acción humana".

¿Quienes han estafado realmente a los ciudadanos,
"los mercados" o los propios gobernantes griegos?
¿Y no es justamente porque hay cierta democracia que se 
puede responsabilizar también en parte a los ciudadanos?
El siempre conveniente
enemigo lejano: la banca,
 la judería, el comunismo...
internacional.

Hay un consenso creciente sobre que los gobiernos están sometidos al poder financiero. En el mejor de los casos es una verdad a medias. Pero lo más reseñable radica en ser una muy conveniente desde cierto punto de vista; desde el particular prisma de quienes ansían mayor control sobre nuestras vidas.

Tal relato a menudo presenta al político como un elemento pasivo, casi como si estuviese atado de pies y manos. Esto es una imagen por completo engañosa, y como hemos dicho, sospechosamente conveniente. Todos los indicios apuntan en otra dirección: Nuestros gobernantes actúan del modo en que actúan porque están igual de interesados en medrar que sus "allegados" en las altas finanzas, la industria o los medios. 

Una vez constatado eso, la diatriba suele estar entre pensar que quienes marcan el rumbo son los bancos o que, por el contrario, son los políticos. Lo que ocurre en realidad se acercaría más a una alianza donde ambas partes, como digo, tienen mucho que ofrecer y mucho que ganar. 

Otra cosa que se debería aclarar es que no pueden ser nunca TODOS los banqueros, industriales, etc. quienes tienen el control en TODOS los paises. Resultaría ciertamente estúpido que unos tipos que tienen privilegios monopolísticos, fiscales o de otra clase, decidiesen compartir esas ventajas COMPETITIVAS precisamente con sus COMPETIDORES.

«Una misma disposición cabe favorezca a unos y perjudique a otros. (...) Pueden, desde luego, los privilegios que el Estado otorga favorecer los intereses de específicas empresas y establecimientos. Ahora bien, si tales privilegios se conceden igualmente a todas las demás instalaciones, entonces cada empresario pierde, por un lado (...) lo mismo que, por el otro, puede ganar. El mezquino interés personal tal vez induzca a determinados sujetos a reclamar protección para sus propias industrias. Pero lo que indudablemente tales personas nunca harán es pedir privilegios para todas las empresas, a no ser que esperen verse favorecidos en mayor grado que los demás.»

(Ludwig Von Mises, ´La acción humana`.)


Creo que hay una cosa que debería empezar a quedarnos clara. Y es que, mientras apostemos por darle más poder al Estado, o tan sólo por mantener el que ya tiene, podrá privilegiar a unos o a otros, pero no podremos nunca escapar a esa fatal diatriba; no podremos nunca ofrecer al ciudadano más posibilidad de elección que la existente entre males de distinta clase; ni tan siquiera males mayores o menores: el baremo será cualitativo, pero difícilmente cuantitativo.

Ahí es cuando se nos revela, al menos para algunos, la naturaleza intrínsecamente perversa de intentar orientar la acción humana en un sentido o en otro. Debiéramos hacernos la pregunta que entraña el verdadero núcleo de todos estos conflictos éticos que tanto se resisten a resolverse, o a lograr un consenso general: 

¿Puede ser la libertad, por sí misma, culpable de algo?
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La máxima expresión de aquella fatal arrogancia de buscar orientar la acción humana, no cabe duda, la encarnaron el totalitarismo soviético y el totalitarismo nacional-socialista.
Y por más que los historiadores e intelectuales de izquierda se empeñen en vincular el segundo de estos regímenes "al capital", o incluso los más lanzados de ellos hablen del nazismo como de "una estrategia desesperada" del mismo -como si éste fuese un ente con personalidad propia que toma unilateralmente decisiones-, lo cierto es que todo cuanto podemos decir es que algunas empresas, incluso importantes, llegaron a acuerdos con el gobierno nazi. Pero constituiría monumental falacia responsabilizar a un sistema, económico o político, de lo que decidan hacer unos cuantos de los actores que intervienen en, o se atienen a, tal sistema.

Una vez mostrada la conveniencia de esa tergiversación, podemos volver a centrarnos en todo aquello que de común tenían las dos cosmovisiones -siempre mucho más de lo que estarán dispuestos a reconocer sus respectivos herederos-. Lo que sabemos bien es que, tanto una como otra, se declaraban enemigas del modelo liberal, lo que venía a significar, en realidad, que eran enemigos declarados de la sensatez, de la racionalidad, de la historia, del progreso humano, y de la civilización (de esa misma gloriosa civilización europea que, al menos uno de ellos, venía a "salvar").

Parejos impulsos negadores y destructores, de parejas raíces plebeyas, fueron los manifestados por estos nuevos bárbaros de Occidente. La barbarie mostrada no podía ser otra cosa que plebeya, pues se instituyó en poderoso vehículo de las más bajas pasiones surgidas de los más bajos estratos de la sociedad, tanto en el sentido económico como en el cultural o intelectual.

Y por mucho que los nazis dijeran reivindicar lo aristocrático y tradicional, y algunos de ellos hasta pretendieran que se les viese como aristócratas, cuando ayer mismo eran plebeyos de la peor clase, no puede llevarnos ello a engaño, como no lo hizo con aquellos auténticamente imbuidos de la mentalidad tradicional y aristocrática que tenían un proyecto de III Reich bien distinto, en que sí primaba la grandeza de las auténticas élites y no la bajeza de las turbas furiosas. (Recordar, a este respecto, la opinión manifestada por los representantes de la Konservative Revolution o por Julius Evola sobre la naturaleza obrerista y plebeya del Régimen de Hitler.)

Tan sólo doy una muestra más de la intrínseca relación entre una cosa y la otra: ¿Puede existir siquiera una "barbarie aristocrática"? A lo sumo, podríamos observar en la historia la barbarie practicada por algunas noblezas por completo degradadas. Pero nunca veremos que la practice ni la aliente ninguna genuina aristocracia. De ella -de quién si no- es de donde proceden todas las que hoy tenemos por buenas formas.

«Es digno de notar que quienes más se exaltaron en ensalzar los salvajes impulsos de nuestros bárbaros antepasados fueron gentes tan enclenques que nunca habrían podido adaptarse a las exigencias de aquella "vida arriesgada". Nietzsche, aun antes de su colapso mental, era tan enfermizo que sólo resistía el clima de Engadin y el de algunos valles italianos. No hubiese podido escribir si la sociedad civilizada no hubiera protegido sus delicados nervios de la rudeza natural de la vida. Los defensores de la violencia editaron sus libros precisamente al amparo de aquella "seguridad burguesa" que tanto vilipendiaban y despreciaban. Gozaron de libertad para publicar sus incendiarias prédicas porque el propio liberalismo que ridiculizaban salvaguardaba la libertad de prensa.»

(Ludwig Von Mises, ´La acción humana`.)
Ludwig Von Mises, economista y filósofo
de la Escuela Austriaca.

Esa oposición virulenta al mundo que han alumbrado la Ilustración y el liberalismo, con la burguesía a la cabeza, tiene sentido hasta cierto punto. Yo me opongo con pareja vehemencia a muchos de los frutos de esa Modernidad; lo que no hago es reclamar que se subvierta por completo, que se arrojen todos sus frutos -buenos y malos- al basurero de la historia.

Durante mucho tiempo también me dejé seducir por esos fantasmas de insatisfacción crónica, ese fatalismo histriónico, esa pose de desprecio hacia todo y hacia todos.

Si uno los busca, desde luego, siempre va a encontrar motivos de desagrado en el mundo que le rodea. Muchos, de hecho, solemos tener los ojos más abiertos para todo lo negativo que hay en él que para todo lo que pueda haber también de positivo. Por eso dije antes que quienes se rebelaron del modo que lo hicieron contra CIERTO liberalismo y CIERTA modernidad, se rebelaban en el fondo contra la misma historia, contra la misma evolución cultural humana. Por ello acusé también a esos "rectificadores del rumbo de la historia", y acuso ya sin rubor a las ideas anti-capitalistas en general, de ser todas hijas del alma plebeya -en el sentido nietzschiano, aun enmendando a Nietzsche-, esto es: del rencor, del revanchismo, de la estrechez de miras, del moralismo empeñado en buscar culpables y víctimas. 
Y digo "en el sentido nietzschiano, aun enmendando a -o polemizando con- Nietzsche" porque sin salirme de su lógica, veo incongruencia en aquella parte de sus condenas (suyas o de sus seguidores) que se dirigen al mundo burgués en conjunto, cuando en todo caso debieran estar dirigidas a aquella parte más vulgar, más plana, más dócil, de lo que entendemos por "burgués". No guarda coherencia alguna el odio que muestran muchos de quienes se hacen eco de sus ideas hacia la riqueza en sí misma, por poner un ejemplo harto frecuente; como no la guarda tampoco la apelación al instinto primitivo de las clases bajas "enfrentadas" al "mundo de las finanzas" o a la "clase empresarial", como expresión de una cierta élite -en esto, los "nazi-nietzschianos" están hechos unos plebeyos y unos cristianos de cuidado-; siendo además éstas élites financieras y empresariales parte vital de la civilización que, bien que mal, ha posibilitado que estemos todos aquí, la mayoría de nosotros con las necesidades suficientemente cubiertas como para haber leído a incendiarios filósofos y poner en nuestra boca sus poco medidos -y en ocasiones, poco meditados- ataques contra esa misma civilización.

«A diario cabe trastocar las escalas valorativas y preferir la barbarie a la civilización o, como dicen algunos, anteponer el alma a la inteligencia, los mitos a la razón y la violencia a la paz. Pero preciso es optar. No cabe disfrutar, a un tiempo, de cosas incompatibles entre sí.»

(Ludwig Von Mises, ´La acción humana`.)

Errar el tiro es nuestra especialidad desde tiempos inmemoriales. Dirigimos nuestra ira hacia el libremercado, hacia los principios liberales y hacia las bases que sostienen eso que hemos llamado capitalismo, cuando quizá aquellos males de que somos conscientes se deben a otros factores más dispersos y menos identificables a simple vista. Pero claro, es mucho más fácil clamar contra las ideas que constituyen la base del mundo en que vivimos, las cuales son simples y diáfanas, que hacerlo contra hechos concretos, complejos, y que se pierden en el gran escenario del tapiz que llamamos realidad. Lo que primero percibimos es el marco de dicho tapiz, por eso buscamos culpar a esa sustancia primera in-formadora antes que a cualquier otra circunstancia más contingente. 
Es muy común, por ejemplo, meter en un mismo saco al sistema capitalista y a la política exterior estadounidense, cuando esto no resiste un somero análisis en sus más básicos silogismos. No se puede aducir como argumento el que algunas corporaciones con sede en USA hagan negocio con, y tras, muchas de las guerras llevadas a cabo por su gobierno. Del mismo modo que aquellas otras, algunas también norteamericanas, no vieron problema en hacer negocios con el Régimen Nazi; y del mismo modo que, como vimos en el comienzo de estas líneas, empresarios de diverso ramo se acercan al Estado, y éste consiente tal cercanía y el trato privilegiado que suele ir unido a ella. Para ubicar correctamente las situaciones o los procesos a los que nos estamos refiriendo es necesario ubicar primero el significado de los términos que para tal uso empleamos: "Capitalismo" es, en estricto rigor, un conjunto de costumbres, modos de producción, organización y cálculo económico que lleva implícitas unas normas consensuadas, como son el respeto a la propiedad, a la competencia, y por tanto a la libertad de mercado y al cumplimiento de los contratos. Todas las figuras fantasmales que le adherimos, todo el conjunto de connotaciones que ha ido arrastrando como un imán lo haría con las esquirlas de hierro que se encuentra a su paso, o como un Mr. Potato al que cada uno le va añadiendo los rasgos que le viene en gana, sólo alegan en su defensa la torpe excusa de que "forman parte de la lógica del sistema". 

Esta frecuente confusión en la asignación de culpas, a ideas abstractas en vez de a hechos concretos, la ilustra con acierto uno de los liberales más honestos y respetables con los que yo me he topado, el argentino Alberto Benegas Lynch:

«Las llamadas "liberalizaciones", o "privatizaciones" -que se tradujeron en monopolios que pasaron de ser públicos a privados-, poseyendo los segundos mayores incentivos, han hecho más daño que los primeros (...) Claro, poniéndonos en la piel de los intelectuales de izquierda honestos, cuando ven que, bajo la etiqueta de "liberalismo", están todos esos pseudo-empresarios haciendo tratos con los gobernantes, abusando de los ciudadanos, y beneficiándose de favores de diverso tipo, exenciones fiscales incluidas, es normal que digan: "si esto es el liberalismo, quiero cualquier cosa menos el liberalismo".»

[Es un resumen redactado de manera libre para hacerlo lo más conciso y explicativo posible. Pero soy muy fiel a sus palabras -las que, como mucho, he reordenado-.]

¿No es éste el gran problema de entendimiento, que en algún punto es puramente semántico, sobre el famoso liberalismo "real"? (Curiosamente, los liberales muchas veces identifican el socialismo "real" con el que se llevó a cabo de facto con esa etiqueta, y no con el que puedan plantear los que niegan, exactamente igual que ellos frente al liberalismo actual, que eso fuese socialismo.)

Parecen no salir nunca unos y otros de esta especie de círculo vicioso. El juzgarte a tí según tus ideales y al otro según sus resultados no puede ser la norma, porque tarde o temprano se percatan muchos de que todo ello no es sino una tomadura de pelo. 
Pero el problema adquiere otra naturaleza cuando alguien con más altura de miras pone las cartas sobre la mesa. Se pone entonces fin a ese diálogo de besugos, o al menos se sientan las bases para ir más allá de él. Y para tal propósito se requiere una sencilla fórmula. Ésta es la que usa otro intelectual liberal-libertario que merece todo mi respeto, el gallego Miguel Anxo Bastos, cuando dice: «Debe compararse siempre el socialismo real con el liberalismo real, y el socialismo utópico con el liberalismo utópico». 
Otra cosa está por completo falta de rigor, y fuera de lugar. 
Y haciéndolo es cuando podemos advertir claramente que, incluso quienes hemos sido y somos muy críticos con las ideas liberales, tanto en el plano concreto como en el ideal, salta a la vista que resultan ser las "menos malas".

Pero como son las menos malas -no, por tanto, perfectas- y como seguimos poníendoles unas cuantas pegas, nos siguen llamando la atención algunas omisiones en las mismas. Sin ir más lejos, cuando quienes hablan del capitalismo de manera tan "neutra" y "aséptica" nos presentan al empresario como alguien que "no tiene más remedio, para triunfar, que atender las necesidades de los demás" nos preguntamos inmediatamente: ¿qué ocurre, entonces, con todo aquello de que se nos convence que "necesitamos", cuando hasta hace muy poco no parecíamos hacerlo? Creo verán lícito admitir quienes intentan "vendernos" la imagen anterior que, cuando menos, puede ser algo engañosa. Y de hecho, otros como el chileno Axel Kaiser nos recuerdan la visión de Adam Smith, bastante menos idealizada, y que corrobora esto que digo: 

«El interés de los dealers en cualquier rama del comercio o las manufacturas es siempre distinto e incluso opuesto al del público. Ampliar los mercados es cerrar la competencia siempre en interés del empresario, y cualquier regulación que venga de este orden de hombres vendrá de un orden de hombres que tiene el interés de engañar al público». 
Adam Smith, economista que se
asocia al "liberalismo clásico".
Kaiser tan sólo añade a las palabras de Smith que la condición humana es invariable, pero que al menos, bajo estas normas es como podemos comportarnos lo más "civilizadamente" posible. Y en ese sentido 
-siguiendo tal lógica, no digo que yo lo suscriba- lo único que debiera preocuparnos es que los empresarios, cuales sea, no logren tener influencia sobre quienes hacen las leyes.

Ha quedado claro durante todos estos párrafos, por tanto, que ya no soy de aquellos que andan buscando el origen de todos los males en el capitalismo. Ahora, existe una diferencia entre ver las cosas lo más aséptica y néutramente que se pueda (esta vez sin comillas) y otra querer obviar las realidades que chocan con la idea que queremos presentar, y quizá hasta sin ser uno consciente, "vender" ese evidente sesgo como "pura objetividad", como aún pienso que hacen muy a menudo los liberales, tal como acabamos de ver en la idealización cuestionada por Kaiser y Smith (que constituyen honrosa excepción en este caso). Pero sobra mencionar que lo mismo hará todo aquel que intenta persuadirte de una idea cuando la juzga acertada, lo cual es del todo lícito, pero no desde luego inocente ni carente de artimañas.

Lo que sí debo reconocer es que la acusación de "mercadolatría" que frecuentemente he lanzado contra teóricos liberales y libertarios es algo que mi honestidad me obliga hoy a plantearme desde otra perspectiva. Tras empaparme de los ineludibles argumentos de Hayek sobre los "órdenes extensos", y también de los no menos ineludibles de Von Mises sobre la Acción Humana, empiezo a ver que no hay razón para presuponer que se trate de una "adoración a un ente abstracto y necesariamente benéfico", y que es más lícito entenderlo como mera defensa de esa ACCIÓN HUMANA ESPONTÁNEA, ya sea en el ámbito del Mercado O EN OTROS. 
Rodaje del film clásico ´Star Wars`.

El acierto de Hayek en "la fatal arrogancia" está en hacernos ver claramente esto y desmontar gran parte de las "metáforas que nos piensan" cada vez que nos referimos a tal "ente". El fallo sería el de aludir tan a menudo a esos otros "órdenes extensos análogos" y no especificar nunca de cuales se trata. Yo creo haber identificado algunos de ellos: 
Bien podrían estar los ejemplos que buscamos en la colaboración multi-disciplinar que encontramos en el mundo del cine, el teatro o la música. 
Me explico. Tanto en la actividad empresarial como en la artística se precisa de gran cantidad de individuos ultra-especializados -de reunir "conocimientos dispersos"- que colaboran en la consecución de un mismo fin. De igual manera, pues, que en lo que conocemos como "capitalismo" se dan cita publicistas, empresarios, industrias de infraestructura, contables, banqueros, maquinistas, obreros manuales, etc... en la música se requieren de guitarristas, percusionistas, bajistas, vocalistas, arreglistas, productores, ingenieros de sonido, roadies, de nuevo publicistas, y de nuevo empresarios, en este caso discográficos. Y en el cine y el teatro, tres cuartos de lo mismo, pero de forma aun más diversa y EXTENSA: directores, productores, actores, fotógrafos, camarógrafos, iluminadores, tramoyistas, escenógrafos, encargados de vestuario, distribuidores, proyeccionistas, etc etc...
Los órdenes extensos conjugan multitud de talentos individuales
sin requerir inter-disciplinariedad ni apenas colaboración directa 
entre los mismos. Sólo mediante ellos el individualismo logra
transmutarse en obra cooperativa, o dicho de otro modo, 
en "bien común".

Creo que, en el empeño por alcanzar una visión más completa y objetiva de nuestras sociedades modernas, esta analogía entre "diversos órdenes extensos" resultaría muy pedagógica y ayudaría a quitarnos de encima unas cuantas ideas preconcebidas y del todo infundadas, las cuales no ayudan sino a la incomunicación, a la incomprensión, y a las actitudes irracionales.


martes, 21 de julio de 2015

"La fatal arrogancia".


Fredrik A. Hayek, filósofo y economista. 
Autor de La fatal arrogancia..
Hay una perspectiva desde la que podemos ver al Mercado como un ente amorfo, una maquina movida por el egoísmo ilimitado, una fuerza que lo arrasa todo.. y así, una serie de connotaciones tan larga como dé de sí nuestra imaginación, o nuestro odio a dicho ente.

Hay otra perspectiva desde la que podemos entenderlo como una colaboración espontánea que no para de crecer en extensión y complejidad, y mediante la cual cada vez más individuos acceden a un número cada vez mayor de bienes y oportunidades de negocio.

Mientras que a la segunda se le acusa frecuentemente de ingenua e idealista, a la primera se lo hace de recelosa y retorcida. Quizá ambas acusaciones tienen motivos fundados.

Sea como fuere, lo que hemos venido llamando capitalismo y librecambismo lleva varios siglos de recorrido y de perfeccionamiento. En estos siglos, tanto las restricciones a esa libertad de comercio como las situaciones sociales generadas en torno suyo fueron variadas. Y digo "generadas en torno suyo" y no "a causa de" porque nunca es tan fácil adjudicar responsabilidades como tanto les gusta hacer a todos los moralistas, ya sean "progresistas" o "reaccionarios".

Fredrik A. Hayek impartiendo clase.
En cualquier caso, estos nuevos modos de organización que en su momento acordamos llamar capitalismo supusieron un innegable avance para Europa, y después, para gran parte del Globo. Unidos a la revolución científica y a la industrial, consiguieron elevar el nivel de vida general de la población y permitir una explosión demográfica sin precedentes, la cual aumentó el potencial del proceso en sí mismo, al contar con más mano de obra y más cabezas pensantes (si fue este "reparto de bienestar" más o menos extendido a todas las capas sociales sería un asunto que excedería los límites de estas reflexiones, aparte de, también, los límites de mis propios conocimientos.)


***
Lo que nos aporta Hayek en el texto que da título también a esta entrada es una tesis evolucionista de la cultura, y esto es, sin ninguna duda, la dimensión más valiosa de la obra. Se usa repetidamente el término "tradición", algo que sorprenderá, como me ha sorprendido a mi, a todo aquel que tuviera una imagen del liberalismo esencialmente anti-tradicionalista. Y puede que sí exista tal vertiente, porque existen tantas escuelas autodenominadas liberales, y tan alejadas entre sí en sus postulados, que el mismo vocablo "liberal" empieza a significar más bien poco.

¿Cabe decir, entonces, que el autor austriaco al que le hemos dedicado estos párrafos es un tradicionalista? 

Sería difícil negarlo.

También sería difícil negar que es liberal. 

No parecen ser, pues, términos excluyentes. 

Podríamos decir de él que es un liberal con mentalidad tradicionalista (quizá al modo de Ortega). O podríamos emplear una fórmula opuesta, y que abriría un muy fértil campo para el análisis metapolítico. Así, podriamos afirmar que se trata de un tradicionalista que no coloca un muro de contención entre la tradición antigua y la moderna; cosa que sí hacen la mayoría de los que así se califican, pues parecen decretar finalizada la "época de los tradicionalismos" una vez nacida la Revolución Industrial, como si el mundo capitalista, racionalista e ilustrado no hubiese creado también su tradición propia.

En este sentido, visto desde esta nueva perspectiva, no parece haber razón alguna (razón de peso) para colocar un límite a lo que consideramos o no tradición "legítima". Entendida la tradición en su acepción más amplia -desde luego no en la evoliana-, el mismo papel cumplen las normas morales sobre la jerarquía, la familia, la sexualidad o la urbanidad que las normas más recientes sobre la propiedad privada, los contratos, el ahorro o la inversión.
Otra de las claves, y otra idea que merece toda nuestra atención, sobre la que se insiste durante todo el libro, es el caracter a-racional o meta-racional (esta terminología la añado yo) de toda forma tradicional, es decir, de toda norma que se ha impuesto "por selección cultural" (haciendo una analogía con la selección natural. De nuevo, el término es de mi cosecha). A este respecto, la lucha que se establece entre tradicionalistas y modernos, una vez más, no se distingue en absoluto ya hablemos de tradiciones pre- o post-capitalistas; pues en ambos casos radica en la incomprensión de los modernos sobre los fundamentos de todas esas normas; normas que, al no estar basadas en la razón, sino en algo más complejo y difícil de ubicar, son rechazadas de plano por los que precisamente vienen a entronizar a La Razón con mayúscula.

La mejor síntesis de todo esto nos la da el propio Hayek cuando dice que «en este sentido, cabe considerar a las normas tradicionales "más inteligentes" que nuestra propia razón».

Y he ahí, pues, la fatal arrogancia: 
La arrogancia de considerar nuestra razón más capaz que la acumulación de saberes llevada a cabo por ensayo y error a través de las generaciones, ¡más eficiente que toda esa selección natural! -ya que en cierto momento, quienes crearon formas culturales se jugaron su propia existencia, pues aquellas que junto a ellos perecieron ya no se propagaron.- 

Y de esa arrogancia es de la que se derivan todas las demás: 
La de pretender saber lo que la gente necesita mejor que ellos mismos. 
¡La de todos esos que se alzan en nombre del Pueblo!  
La de pretender organizar la vida social desde fuera de la misma y a golpe de decreto. 
O querer mejorar el mundo mediante la razón de unos cuantos, o hasta la de uno solo. 
¡La fatal arrogancia de orientar la Acción Humana en un sentido o en otro!

Pero es más que eso. Para Hayek, el mero rebelarse contra este "orden espontáneo" es casi comparable a rebelarse contra las leyes de la evolución biológica. Y en realidad sería mucho más grave que eso, puesto que, por mucho que alguien niegue las leyes de la evolución en la Naturaleza, no por ello van a cambiar esas leyes. Sin embargo, cuestionar, condenar las leyes de la "evolución cultural", y finalmente subvertirlas en mayor o menor medida, supondría poner en riesgo las condiciones que han permitido nuestro actual nivel de vida y nuestro actual volumen demográfico.

Y del mismo modo que en la evolución darwiniana no podemos calificar los procesos como justos o injustos, Hayek afirma que «insistir en que todo cambio futuro sea justo equivale a paralizar la evolución», en este caso, la cultural y la económica.

Pero no se equivoquen, que no tiene esto nada que ver con el darwinismo social. Es algo que se deja claro ya en el comienzo de la obra. ¡Son las formas culturales, los modos de organización, quienes viven o mueren, y son seleccionados o descartados, en ningún caso los individuos! (aunque sí pudo ocurrir esto, incluso con frecuencia, en tiempos que ya dejamos hace mucho atrás, como hemos mencionado antes).

Aquí, obviamente, se nos plantearía el problema de averiguar cuales de estas formas de organización que hoy se imponen son producto de la verdadera selección incondicionada, y cuales de la intromisión de entes como el Estado u otros organismos análogos pero de carácter supra-nacional. Probablemente será imposible el acuerdo entre los que ven con mayor recelo todo aquello que parte del modelo capitalista y quienes procuran buscar, ya que su celo es inverso, las formas más "puras" de este gran invento (esto último ya no lo entrecomillo, porque cualquiera reconoce que efectivamente lo fue, empezando por toda la escuela marxista). Podemos adelantar sin temor a equivocarnos que los primeros dificilmente reconocerán algo de "natural" en el sistema que tanto enojo les suscita, mientras que los segundos serán bastante más generosos con la "niña de sus ojos".


***
Pero vamos a analizar, hasta donde podamos, una contradicción aun mayor que podría implicar la tesis del autor austriaco, al menos en un punto muy concreto, pero muy vital.

Hayek corrobora algo en lo que yo también insistí con una vehemencia que creí necesaria en estos tiempos que vivimos de "pensamiento blando": «La diversidad de habilidades personales -que da origen a una división del trabajo cada vez más amplia y articulada- deriva, en un orden extenso, fundamentalmente de la diversidad de formas tradicionales.»


La gran paradoja que deberíamos analizar aquí es la que nos plantea el problema de la aculturación, atribuido hoy, con más o menos razón, precisamente al libre mercado.

Habría que recordar antes que el mayor proceso conocido de aculturación fue el practicado por los viejos imperios coloniales. Y aun previamente, por esa suerte de imperio de la moral, ya se llamara musulmán, católico, o protestante.

Ahora, el error estaría, primeramente, en tomar esas tres etapas como entes separados, cuando forman parte de un continuum, de una ininterrumpida evolución cultural, una vez más. 

El imperialismo practicó su particular forma de aculturación sin que hubiese finalizado todavía la vieja forma del otro imperio, el del monoteísmo. Los curas y monjas viajaban junto a los colonos. Por tanto, ambas formas coexistieron en el tiempo; aunque la proporción entre una y otra fuese variable; y asimismo, debemos tener presente que una era la evolución de la anterior, esto es, que el racionalismo iluminista era heredero, como tantas veces hemos recordado, del monoteísmo en cualquiera de sus versiones.

De igual modo, pues, ese libre mercado (hasta donde fuese realmente libre) fue otra de las imposiciones de los mismos imperios coloniales, de esa misma mentalidad europea e ilustrada.

Por tanto, ¿cómo saber donde acaban las formas impuestas por los imperios europeos (incluido el libre-cambismo, fuese absoluto o no) y donde empiezan los procesos en favor de esa liberalización asumidos por decisión genuína de los gobiernos ya independientes políticamente de la metrópoli? 

¿Hasta donde cabe hablar de imperialismo económico y cultural, y hasta donde de mera influencia de unas culturas sobre otras, e incluso de asunción por parte de algunas de ellas de los modelos de otras en razón del convencimiento sobre su conveniencia y sobre sus beneficios?

Bien compleja es la respuesta a esta pregunta, por no decir imposible. Pero sí será más factible (que no sencillo) si dejamos a un lado lo cultural y nos centramos en lo económico. Si nos centramos en las empresas que, fundadas en época colonial, siguen operando en tal colonia una vez ésta se ha independizado. Aquí, el problema ético es evidente. No se trata de conflictos casi metafísicos e irresolubles como aquel de la influencia cultural. Aquí hablamos de instituciones que deben su existencia al uso del monopolio de la fuerza en un pasado. Por ello, si queremos que el tan celebrado modelo global capitalista -sea lo que diantres sea eso- gane legitimidad, o algo más llano y de trascendencia más inmediata, como es lo que llamamos "buena prensa", cabría contemplar la posibilidad de someter a proceso penal todos esos casos de colonialismo económico que resultan más indiscutibles.

lunes, 6 de julio de 2015

LA ÉTICA, LA LEY, Y LA EXCEPCIÓN (Anexo)



Tras la publicación de la anterior entrada, titulada "La ética, la ley y la excepción", se ha iniciado un debate sobre "qué es y qué no es el liberalismo". Es cierto que debí, seguramente, haber delimitado con más detalle mi postura ante esa cuestión, pero creí que eso supondría alargar el texto en exceso. Por ello he redactado este anexo.

Ante mi afirmación de que la definición de liberalismo que hace Juan Ramón Rallo es algo conveniente, o por lo menos, no del todo honesta, liberales de pro me afirman a su vez que "por supuesto que el liberalismo es eso. ¿Qué iba a ser si no?". Mi respuesta a esto es llanamente que Rallo puede decir lo que le venga en gana. Y que justo porque dice lo que le viene en gana, elige hacer mayor hincapié que otros en los principios libertarios como "marco en el que desarrollarse distintas tendencias", y por eso le valoro más que a esos otros. (No sólo por eso, pero principalmente.)

Ahora, por más que diga él o quién sea, los liberales siempre han hablado de "libertad en abstracto" buscando, en realidad, persuadirnos de las bondades de UNA MUY CONCRETA; y así, hacernos pasar a todos por el aro del sacrosanto mercado, la sacrosanta propiedad y los sacrosantos contratos. No digo que nos pretendan engañar necesariamente (habrá de todo). Yo estoy seguro de que la mayoría de ellos lo hacen de buena fe, y porque están firmemente convencidos de que ese es el mejor modo de solucionar nuestros problemas. Pero lo cierto es que eso es lo que ha sido el liberalismo hasta ahora, y no otra cosa. (Yo estaría encantado de que empezara a ser aquello tan "neutro" que predican). 

Y lo mismo ocurre con el economicismo, el atomismo, etc...Pueden negar cuantas veces quieran esas acusaciones, pero tan pronto las niegan se ponen otra vez a parlotear cuatro horas seguidas de economía.. y más economía.. como si en esa dimensión del quehacer humano se hallasen todas las claves y todas las soluciones. 

El liberalismo es economicista, por más que se quiera negar. Su obsesión por supeditarlo todo a la economía, de hecho, roza lo patológico, al menos a mi humilde entender. Muestra de ello es que el Instituto Juan de Mariana se precia de cumplir la misma regla que la Academia de Platón, sólo que poniendo en el lugar de la geometría a la economía.

En resumen, que si los liberales realmente apuestan por la diversidad y la voluntariedad antes que por un sistema político-económico concreto, ¿por qué ninguno, absolutamente ninguno de ellos propone otro modelo que no sea el del laissez faire, laissez passer? ¿Por qué insisten tanto en las bondades del librecomercio y del emprendedurismo (individualismo) si, supuestamente, lo que defienden no es un modelo sino "un marco para modelos de lo más diverso"?
(Al parecer, sí hay uno de ellos por el que se inclinan más que claramente.)

Y ya, para terminar mi alegato: ¿Como puede resultar válido el término "liberalismo" para definir esos principios de escrupulosa voluntariedad cuando anarco-capitalistas de renombre señalan a esa escuela (la clásica, se entiende) como el mayor enemigo de todo libertario?

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Una vez concluido el alegato, vuelvo al terreno que más me preocupa: la transversalidad en la lucha libertaria.

¡Y es que se supone que miramos todos en una misma dirección, y por ello nos calificamos de libertarios! 
...Mutualistas, capitalistas, ruralistas, urbanitas, modernos y reaccionarios. Todos libertarios.
No es esa la única dirección en que miramos, lo que se desprende de los nombres adjudicados a esas "familias". Padecemos bizqueras distintas, por tanto. Pero un ojo debe estar mirando siempre en la misma dirección que el resto, o al menos, eso es lo lógico y lo deseable. 

¡Ya tenemos, pues, más en común que otros clanes con disputas familiares internas!

¿Pero como fiarse, aun así, de que verdaderamente estamos persiguiendo el mismo objetivo? 

Ese es nuestro principal escollo en el tan buscado y necesario diálogo trans-libertario: Desconfiamos todavía de la sinceridad del resto de las "familias". Los mutualistas no ven que los capitalistas estén tan comprometidos como ellos contra la opresión. Ambos tienen distintas manera de entender su naturaleza y sus grados. Y los capitalistas tampoco están nada convencidos de que los mutualistas proclamen una genuína libertad. Estas reservas son perfectamente entendibles. Por eso mismo quiero hacer esta crítica constructiva, no exenta de cierta mala leche, pero en todo caso, con la mira puesta siempre en el acercamiento de posturas, presidida -creo que esto es necesario- por la racionalidad, y huyendo como de la peste del ad hominem, del argumento moralizante, y de la descontextualización tramposa que degenera en chantaje emocional (y en esto sí debo señalar principalmente a la izquierda), porque todo eso no hará sino embarrar y empobrecer enormemente cualquier debate que pudiera llevarse a cabo en un futuro.

domingo, 5 de julio de 2015

LA ÉTICA, LA LEY, Y LA EXCEPCIÓN.


Hace tiempo alguien escribió en este mismo blog, comentando aquel llamamiento algo provocador a acercar las posturas de anarquistas y fascistas. Me dijo que eso era irrealizable porque "la izquierda, a diferencia del fascismo, se distingue por colocar la ética sobre todas las demás cosas". Francamente, no quise contestarle por no burlarme de él o preguntarle directamente por la ética del gulag o de la revolución cultural (es un topicazo, lo sé. Pero no por ello deja de ser una muestra sangrante -nunca mejor dicho- de la nula legitimidad de la izquierda para hablar de "ética" con mayúsculas y no de UNA muy particular forma de entender la misma. Como también lo es la del fascismo, dicho sea de paso. Otro asunto es que se comparta.)

El problema de como entender la ética en política hoy se halla polarizado en dos grandes grupos (al menos en Occidente). Estas dos concepciones podrían sintetizarse de la siguiente manera:

a) La ética meramente aplicada en el corto plazo. La ética expresada a través de excepciones a la legalidad vigente. (Ambas tendencias están relacionadas, como luego veremos.)

b) La ética pensando ante todo en el largo plazo. La ética expresada en la igualdad jurídica, y por tanto, en la aplicación impecablemente rigurosa de esa ley (sin excepción alguna.)

La forma "a" suele estar representada por la izquierda, el socialismo, la social-democracia, y muchas veces los nacionalismos y neo-fascismos. Se basa en solucionar los problemas de la gente HOY sin importar -o esa impresión da- si de esa manera pueden crear mayores problemas en el largo plazo de los que van a resolver en el corto (incluso si van a perjudicar en ese futuro a los mismos que hoy pretenden ayudar.)
Ejemplo: Impedir desahucios de personas en régimen de alquiler que no puedan pagar el importe del mismo. Por lo pronto, les ayuda a no perder el techo bajo el que habitan; pero si esa política se mantiene, los dueños de pisos destinados al alquiler se mostrarán cada vez más reticentes a sacarlos al mercado, sabiendo que podrían no pagarles, y por si fuera poco, que en tal caso ni siquiera podrían echar al moroso y buscar otro inquilino. Con lo que, en poco tiempo, será más difícil que nunca encontrar un piso que alquilar; y en consecuencia, todos perderán por igual mucho más de lo que pudieron ganar aquellos "elegidos" a quienes se ayudó. Tambien habría que mencionar la posibilidad que verá inmediatmente el caradura de turno (especialmente en la tierra cuna de la Picaresca) de destinar sus ingresos a cualquier cosa antes que al alquiler, sabiendo que sus "tan éticos gobernantes" ni siquiera se van a molestar en averiguar quién paga porque no puede y quién porque no le da la gana, dado que son tan "éticos" y "confian en el ser humano".
Vemos como se cumplen en ese ejemplo concreto ambas tendencias: El observar tan sólo el corto plazo, y el basar la acción política en la excepción a la ley. Vemos también, por tanto, como hacer salvedades puntuales a las leyes, sea en nombre de la justicia o de lo que sea, provoca que cada vez menos gente se fie de ellas (o, por lo menos, de aquellas que más a menudo están sujetas a excepciones). ¿Alguien cree que esto puede dar lugar, bajo cualquier punto de vista, a una sociedad más ética?
La forma "b" de afrontar esta diatriba quedaría, de alguna manera, mostrada por defecto. Sería la forma que, en principio, evitaría todas esas contradicciones y todos esos círculos viciosos. Se distinguiría, pues, por estar vigilante para no caer en esas trampas.
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Y sí: La defensa más firme de esta postura, hoy, procede del liberalismo. ¿Qué ocurre? Que todos los demás han renunciado a defender unos principios que no debieran pertenecer en régimen de exclusividad a ninguna escuela, sino ser moneda común entre todo DEMÓCRATA que se precie (pretendo hacer un guiño con este subrayado a cierta "neolengua" que corre por ahí, y que pretende asimilar tal palabra nada menos que a "socialista". Pero que no les engañen: Si la democracia no está en LAS FORMAS, es decir, en las REGLAS DE JUEGO -como bien diría un demócrata de pro como Trevijano-, no está EN NINGÚN SITIO.)
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Retornando un momento al texto que nombré hace un rato -y que probablemente hoy no firmaría-, aclararé que ahora mismo me inclino a pensar que esa estrategia del "anarco-fascismo" habría que ampliarla a "anarco-socialismo", "anarco-catolicismo", "anarco-carlismo", y a todos los demás ismos sin excepción (de nuevo, fieles a esa norma básica de cordura). Lo que juzgo más necesario a dia de hoy es, pues, imbuir de los principios libertarios más básicos a toda ideología socio-política. Como dice Rallo, "el liberalismo (aunque yo cambiaria la palabra, desde luego) es un marco de principios éticos en el que pueden desarrollarse luego doctrinas de todo tipo, siempre que estén presididas por la idea de voluntariedad".  Si de verdad fuese eso el liberalismo, yo me declararía liberal sin pestañear. Pero como ocurre que eso responde más bien a "qué es el liberalismo según Juan Ramón Rallo", y según ese relato puntual pensado de cara a transmitir lo que es PARA ÉL la idea esencial, deberíamos quizá buscarle otro nombre como "marco político de libertad" o "consenso previo de voluntariedad". Por falta de términos que no quede.
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Pero sigamos atendiendo a lo que tiene que decirnos este "gramsciano de derechas" (los que conozcan bien sus ideas sabrán por qué lo califico de esta manera). Insisto en que, por encima de "peleas entre bandos", se trata de un intelectual que dará mucho que hablar, y que nos moverá a cuestionar infinidad de ideas asumidas hasta hoy, en lo que resta de esta etapa histórica presidida por la crisis de valores (que aun podría abarcar unas cuantas décadas.)
Y para mostrarles que hay, cuando menos, algo de verdad en esto que digo, yo de ustedes no me perdería por nada del mundo este debate: 
Verán que, al comienzo, parece hasta nivelado, pero conforme avanza, Rallo se "merienda" a Raventós. Y no se puede expresar con mayor amabilidad, porque así es como ocurre. El primero se crece, y la convicción que inspira entra a su vez en un crescendo paralelo, desembocando en el más glorioso de los triunfos (y confieso que se me hace cuesta arriba  reconocerlo, por aquello de estar "mojándome con el liberal"). 
Pero si tienen la deferencia de escuchar ahora esos últimos 4 minutos, podrán comprobar que es, si me permiten la licencia, el final propio de una obra épica. El último en formular una pregunta resulta ser alguien que va "a cuchillo" a por el mentado -se ve que se le ha atragantado la posición defendida por éste- y acude, ya sin rubor, a las más manidas demagogias, al más rastrero chantaje moral disfrazado de argumento. Al verse blanco de semejantes acusaciones injuriosas, la defensa que esgrime Rallo es dificilmente superable en contundencia. Un diez. Chapeau!

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Es evidente que tengo muchas muchas reservar con el liberalismo como sistema de pensamiento (probablemente más en el terreno filosófico que en el político). Pero siempre hay que discriminar claramente, primero: entre la validez (o solidez) de los argumentos concretos y la validez (o solidez) de la filosofía en que se encuadran. Y segundo: entre el sistema de pensamiento (político, filosófico) tomado como un ente homogéneo y diferenciado; y por otro lado, LOS pensadores, LOS filósofos, LOS enfoques, LAS perspectivas PAR-TI-CU-LA-RES; las cuales debieran ser, seguramente, más valuables por sí mismas que atendiendo a la "escuela" a que "pertenecen".

Es obvio, por otra parte -y esto hay que dejarlo claro- que cuando hago notar que, con frecuencia, los argumentos liberales superan en objetividad a los socialistas, ello no implica en absoluto que sean también superiores a otras muchas perspectivas políticas a las que se alude menos. (Hay mundo más allá del binomio socio-liberal). En el contexto de las ideas que allí se enfrentan, "el liberal" supera "al socialista". Pero asimismo, resultan enfrentarse, hay que recordarlo, dos paradigmas que son igualmente materialistas, economicistas y universalistas; y todo ello está, por causa directa o indirecta, en el centro de mi crítica a esa filosofía; amén del famoso individuo-átomo y el famoso mercado-libre que nadie ha visto, al menos en este Manvántara.

Por decirlo en pocas palabras: mis reservas con el liberalismo son, seguramente, más filosóficas que políticas. Aquello que defiendo en este contexto, por tanto, es la postura PARTICULAR de Rallo antes que "la postura liberal". Ya aclaré que me parece más constructivo valorar los pensamientos de los individuos al margen de la etiqueta con la que se identifiquen (los pensadores son uno de los pocos grupos que alcanzan la categoría de individuo, aunque no se excluye que se comporten como masa en otros ámbitos de la vida, pero ese sería ya tema de otro escrito). Decía que yo opto por valorar los pensamientos individuales por si mismos más que como pertenecientes a "un club". Porque ocurre que, frecúentemente, encuentro más distancia entre el valor que le otorgo a dos ideólogos de una misma escuela que la que veo entre dos de escuelas distintas. Por acudir a dos ejemplos que estarían notablemente alejados entre sí, y que efectivamente, valoro por diferentes motivos, podría nombrar al mismo Juan Ramón Rallo y al también libertario, pero anticapitalista, Félix Rodrigo Mora.
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Se me confirma, por todo esto que he intentado transmitirles, aquello que ya manifesté en otro texto dedicado a la libertad, la ética y el Estado: Los principios liberales son para mí un faro, nunca una doctrina que, desde mi perspectiva, merezca asumirse por entero. Una referencia moral en el horizonte y no, como para otros, una serie de preceptos que deban bastarse por sí mismos y presidir toda reflexión socio-política como si no existieran otras perspectivas que pueden complementar, y hasta poner en cuestión, algunos puntos de esa ética que se pretende autosuficiente. 

Y si el liberalismo es un faro, ¿el socialismo, entonces?
Más bien se asemejaría a las luces de neón de una wiskheria.


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«He aquí el estado del proceso. El socialismo denuncia sin tregua las maldades de la civilización, consigna día por día la impotencia de la economía política para satisfacer las atracciones armónicas del hombre, y presenta querella sobre querella; la economía política llena sus autos con los sistemas socialistas que pasan unos tras otros, y mueren desdeñados por el sentido común. La perseverancia del mal alimenta las quejas de los unos, y los constantes descalabros de los reformistas dan materia a la maligna ironía de los otros. ¿Cuándo llegará el día del fallo?»

(Pierre Joseph Proudhon, ´Filosofía de la miseria`.)


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«Con la excepción de Holanda y Suiza, el Estado reina triunfante en todos los países de Europa. En nuestra "nueva" civilización existe la esclavitud obligatoria de las masas y, por razones de beneficio económico, la lealtad más o menos voluntaria a las clases económicamente privilegiadas al Estado. Y las llamadas revoluciones del pasado -incluyendo la gran Revolución Francesa, pese a los magníficos conceptos que la inspiraron-, todas estas revoluciones no han sido otra cosa que las luchas entre las clases explotadoras rivales por el disfrute exclusivo de los privilegios que les brinda el Estado. No expresan otra cosa que la lucha por el dominio y la explotación de las masas.»

(Mijail Bakunin, ´Crítica del determinismo económico y el materialismo histórico.`)

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