Filosofía, Metapolítica, Aforismo, Poesía.

lunes, 24 de agosto de 2015

"EL MIEDO A LA LIBERTAD" (III)

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1- Autoridad, credo, o independencia.

«Aun cuando aquellos que ejercen la autoridad fueran malos o desprovistos de fe, la autoridad y el poder que ésta posee son buenos y vienen de Dios. Por lo tanto, donde existe el poder y donde éste florece, su existencia y su permanencia se deben a las órdenes de Dios. (....) Dios preferiría la subsistencia del gobierno, no importa cuán malo fuere, antes que permitir los motines de la chusma, no importa cuán justificada pudiera estar en sublevarse. (...) El príncipe debe permanecer príncipe, no interesa todo lo tiránico que pueda ser. Tan sólo puede decapitar a unos pocos, pues ha de tener súbditos para ser gobernante.» 

(Martín Lutero .. cabrón con pintas.)
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Hoy por hoy, a casi nadie se le ocurre proponer que las religiones ya no se escojan libremente  y que vuelvan a ser impuestas desde las élites gobernantes. Sin embargo, vemos por completo legítimo que se nos impongan modelos económicos o políticos. Y no hablo de regímenes dictatoriales. En las democracias de Occidente se asume sin menor problema que el 51% de los votantes (que no tiene porque ser siquiera el 51% de la población) pueda decidir sobre el resto de la ciudadanía. Quizá en un futuro resulte esto tan indefendible como lo es hoy que se nos imponga una religión desde fuera.

Y durante cierto tiempo, en torno a los siglos XVIII y XIX, esto pareció entenderse, pareció respetarse, y pareció avanzarse decididamente en ello. Aunque hay que decir que, como siempre en la historia humana, no se trató de un progreso, ni de una evolución en sentido estricto, pues no vemos constante alguna, temporal o espacial. Por eso tampoco la hay ahora. Y por eso podemos confirmar, de hecho, un franco retroceso en todo el pasado siglo respecto a esos avances que, no hay duda, se hicieron en los dos que le precedieron. Y obvio que, como hoy tampoco existen constantes geográficas, los retrocesos constatados no se han producido en la misma medida en todos los países.

Se califica al XIX como "el siglo del liberalismo". Como lo fue el XX el de los totalitarismos y las democracias progresivamente desvirtuadas y reincidentes "víctimas" de tentaciones liberticidas. Por ello en aquel siglo, en el mapa general, vemos como triunfó por doquier la idea de los derechos del individuo y las libertades civiles, al menos en nuestro contexto cultural, y siempre en distinta medida según las geografías. Y por ello en el que clausuramos hace década y media se deshizo gran parte de ese camino que se había iniciado tan decidida y exitosamente en etapas anteriores.


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2- Dependencia, bienestar y atomismo.

«La gente que se ha acostumbrado a contar con el Estado nunca aprende el arte de la 
confianza en uno mismo ni adquiere los hábitos de la acción cívica.»

(Anthony de Jasay.)

¿Anarco-capitalismo? ¿Neo-liberalismo? Nada de eso. Yo prefiero siempre hablar de ´anarquismo` sin aditivos ni adjetivos. Los anarquistas "de izquierda", igual que los "de derecha", siempre han rechazado claramente el concepto "estado de bienestar" (al menos hasta hace poco, pues los primeros, hoy por hoy, casi se han rendido del todo a esa golosina envenenada, traicionando así sus más elementales principios. Pero ese pleito lo dejamos para mejor ocasión.)

La cosa es que, hace un tiempo, todo anarquista tenía claro que, tanto en una sociedad capitalista como en una comunal, mutualista.. cual sea, el acostumbrarte a que cada vez más cosas te sean provistas desde el estado, necesariamente te vuelve perezoso, inmaduro y egoísta.

Sí, ya sé que la idea más extendida es la contraria, que el egoísta es el que se opone al estado benefactor. (Pero sucede que la opinión mayoritaria no tiene por qué ser la acertada, y de hecho, rara vez lo es). Lo hechos más bien muestran que es en la ausencia de cualquier ente benefactor cuando uno se ve obligado a colaborar socialmente, ya que, en caso de no ayudar a los demás, ellos tampoco te ayudarán en el futuro.

¡Ah! Pero en la "sociedad del bienestar", todos esos lazos sociales que costó generaciones y generaciones construir ya no tienen ningún incentivo para mantenerse -ya que "el estado provee"- con lo que, con mayor o menor rapidez, van disolviéndose atendiendo a una lógica que nos incentiva a desarrollar un individualismo, o atomismo, cada vez más acusado.

mmmm ...Entonces llega la crisis, la burbuja del gasto público..
¡El "régimen benefactor" es insostenible! 
Pero todos nosotros nos hemos acostumbrado a que esté ahí, y nos hemos vuelto casi unos inútiles funcionales a falta de él. 
Desconocemos en absoluto como proveernos nosotros mismos de los servicios de los que él nos proveía, y en el camino hemos destruido toda alternativa que una vez hubo a ese monopolio asistencial.

HE AHÍ, PUES, LA TRAMPA. 
Y sobre todo, HE AHÍ LA TRAGEDIA.
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El Estado del Bienestar, lejos de lo que reza la mitología que lo sustenta, no se construyó desde abajo, sino que se impuso desde arriba. No fue una "conquista social" sino la conquista del Estado sobre la sociedad.

Lo que en verdad fue construcción laboriosa de muchas generaciones son las sociedades de ayuda mutua, los vínculos que fueron creándose en las comunidades vecinales sin ayuda del estado.

Al crear los políticos una red de servicios públicos centralizada, lo que buscaban no era atender mejor a los ciudadanos (quizá sí lo creyeran los más cándidos de ellos) sino que buscaban meterlos a todos en el redil de la política, y así, controlar la sociedad civil desde arriba. 
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3- Atomismo, hedonismo y prohibicionismo.

«Si nos limitamos a considerar solamente las necesidades económicas, en lo que respecta a las personas "normales", si no alcanzamos a ver el sufrimiento del individuo automatizado, entonces no nos habremos dado cuenta del peligro que amenaza a nuestra cultura desde su base humana: la disposición a aceptar cualquier ideología o cualquier "líder", siempre que prometan una excitación emocional y sean capaces de ofrecer una estructura política, y aquellos símbolos que aparentemente dan significado y orden a la vida del individuo.»

(Erich Fromm, ´El miedo a la libertad`.)


Me he referido en otras ocasiones a la acusada tendencia al "modo de vida adicto" en nuestras sociedades modernas. Tal vez buscamos, o tal vez "nos muevan" a abrazar un modelo de existencia basado en la búsqueda del placer a cualquier precio. Gran parte de la actividad comercial y de la publicidad están orientados a ofrecernos aquellos productos (de la clase que sean) que tienen cierta capacidad de "engancharnos". Nos enganchamos a un producto de bolleria, nos enganchamos a un refresco, nos enganchamos a un programa de televisión o a un videojuego, nos enganchamos al tabaco, al alcohol o al café.
Las dos opciones (las dos únicas opciones) frente a esta situación son:
1) Considerarte un individuo libre que debe asumir la responsabilidad por sus acciones. Y..
2) Considerarte una víctima, en mayor o menor grado, de un sistema que busca convertirte en adicto a cualquier cosa, y a cualquier precio.
Muchas veces asumimos la segunda de las premisas incluso inconscientemente, de tal forma que acabamos hablando de un "sistema de dominación" casi como lo haría un marxista. Pero esto no es casual. Es propio de nuestra educación judeo-cristiana el buscar, primero de todo, un culpable. 

¡Y ahí está el error fatal!, porque, si no salimos de él, nos embarcaremos en una carrera de prohibicionismos que no tendrá fin; iniciaremos una cruzada que difícilmente ganaremos, porque ésta siempre tiene una todavía más difícil conclusión.

Primero vendrá el alcohol (está claro que me estoy refiriendo a hechos consumados y hace unas cuantas décadas). La Ley Seca engendrará su "antítesis", su consecuencia necesaria, que es el gangsterismo (los gangsters ya existían, pero es con el tráfico de alcohol cuando multiplican por cien su poder y su actividad). Una vez restablecida la normalidad -es la normalidad que el alcohol sea corriente y aceptado en toda cultura europea-, los traficantes se resistieron a perder su poder y, finalmente, encontraron una salida en el tráfico de otras sustancias más extrañas al contexto cultural de Occidente. (Pero eso es un asunto, a la vez fascinante y terrible, que nos llevaría demasiadas líneas abordar ahora.)
Decía, para sintetizar, que primero viene la tentación de prohibir el alcohol, porque se aprecian problemas derivados de su abuso. Luego (o antes, da igual) vienen otras sustancias, como hemos visto recíentemente con la demonización del tabaco y hasta de los propios fumadores. Pero en torno a los 60 se impulsa desde USA la prohibición a nivel mundial de numerosos estupefacientes que, en primer lugar, no habrían aparecido con esa virulencia de no ser por el mercado negro que originó la Ley Seca (aunque sé, desde luego, que no es ni mucho menos tan sencilla la explicación del fenómeno; y además, dijimos que no íbamos a abordar tan compleja problemática en estas lineas.)

Pero aquí viene el punto de inflexión más peligroso. Pues hoy comprobamos fácilmente que no sólo existen adicciones relacionadas con sustancias extrañas a nuestro cuerpo. Los videojuegos, las redes sociales, la pornografía, las revistas y programas de chismes (que son otra clase de pornografia de menor valor estético) son tanto o más adictivos que muchas sustancias calificadas de "estupefaciente". Al comprobar, asimismo, que con todo ello se hace negocio, inmediatamente pensamos en soluciones fáciles para remediarlo (que, lejos de serlo, finalmente nos llevan a la desastrosa inercia que ya describiéramos antes).

4. Crisis existenciales, hipocresías comerciales y memes liberticidas.

El ser humano se ha convertido en las sociedades postmodernas en un buscador compulsivo de ´vías de escape`. Y la industria del entretenimiento y otras lo han aprovechado; y gracias a herramientas como la publicidad, podemos pensar que incluso lo fomentan. ¿Pero es culpa de la actividad comercial en sí o de la naturaleza humana?.
La violencia callejera, las bandas, también causan adicción, tanta como la cocaína. Pero ya sobre eso es difícil orientar una actividad comercial. Sin embargo, no deja de ser uno de los vicios más destructivos, y en este caso, no lo es únicamente para sus usuarios.
Probablemente haya más cosas en este mundo susceptibles de convertirse en adicción que aquellas que no lo son: La misma comida. Casi cualquier alimento puede ser adictivo en un momento dado, según para quién. ¿Qué hacemos entonces?, ¿ lo prohibimos?, ¿o prohibimos tan sólo que se comercie con él? Nos quedarían muy pocos bienes con los que poder comerciar en ese caso. Y lo más peligroso, en todo caso, no es que prohibamos ciertos productos. Lo verdaderamente peligroso es que, siguiendo tal lógica, veamos en la propia actividad comercial (y así lo hemos visto muchos) una perversidad inherente. Ya que, constatado el interés de la industria del entretenimiento (entendida en sentido amplio) por alimentar nuestras adicciones potenciales, obtenemos la conclusión de que es la industria, y no nuestra naturaleza, la responsable de nuestro modo de vida crecíentemente hedonista y crecíentemente atomista. 
¿Y a qué nos va a llevar esto? Pues nos va a llevar a disparar furiosamente contra los objetivos equivocados. Y nos podría conducir fácilmente a destruir gran parte de nuestro entorno, a cargarnos sin pestañear gran parte de los avances sociales, culturales, y tecnológicos. Y éste sería un acto cobarde e hipócrita como pocos, dado que contra lo que en verdad nos estaríamos rebelando es contra NUESTRA PROPIA NATURALEZA, la cual preferimos muchas veces negar antes que aceptar tal como es, con sus cimas y sus valles.. pero también con sus abismos.
Y el desentenderse de los feos abismos no hace que estos desaparezcan, sino que, por el contrario, les otorga más poder sobre nosotros.

La cuestión aquí consistiría en empezar a ser lo suficientemente inteligentes para, en vez de prohibir aquello que puede hacernos daño, procurar en lo sucesivo educar en el buen uso de los productos, de los hábitos y de los placeres.

Hoy vuelve a resurgir aquella tendencia a la prohibición como remedio. Lo que quiero hacer ver, por tanto, es que en cualquier ámbito, ¡el que sea!, se trata de una opción treméndamente inmadura, y treméndamente contraproducente. La historia lo muestra una y otra...y otra vez. La realidad es tozuda, y casi podemos establecer relacion de causa y efecto cuando se trata de prohibicionismo, cazas de brujas, y cruzadas de lo más variopinto. El efecto es agravar el mal que se combate, y en última instancia, que éste engulla al propio cazador (o cruzado, o perseguidor).

Dijimos que ante este problema sólo caben dos opciones.
¿Cual es entonces la salida apropiada?

LA EDUCACIÓN, Y NO LA PROHIBICIÓN.
LA EDUCACIÓN, Y NO LA IMPOSICIÓN.
LA EDUCACIÓN, Y NO EL PALO O LA ZANAHORIA.
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No crean, sin embargo, que no me siguen persiguiendo las dudas sobre la actividad comercial e industrial en nuestra época. Es cierto que últimamente he logrado, o creo que he logrado, alcanzar una visión más objetiva y más coherente sobre el famoso "mercado". Pero en reflexiones como éstas me doy cuenta de que está lejos de ser una cuestión sencilla el sentenciar, sin más: "el mercado es beneficioso", o al contrario: "el mercado es perjudicial". Lo que resulta innegable es que gran parte de su actividad se nutre de nuestras miserias y nuestras derrotas, como es nuestra falta de voluntad en tantos ámbitos de nuestras vidas. Pero como el buscar culpables, hemos constatado, es inmaduro, improductivo y engañoso, será siempre más conveniente, y productivo, el buscar los....factores, circunstancias, inercias.. que confluyen en la situación descrita y procurar enmendarlos, llevarlos por mejor camino en orden a auto-construirnos mejor en el futuro, como diría Félix Rodrigo Mora.

Pero aquí quiero retomar aquella diatriba que se plantea todo ser pensante cuando constata cómo la actividad comercial se nutre, quiera o no, del atomismo, el vacío existencial de nuestra era, y la búsqueda de placeres en cadena a que nos aboca.

Nuestra vida parece convertirse a veces en eso. En las sociedades sin dios, sin tradición, y sin arraigo, por momentos parecemos buscar un sustituto de ese significado con el que contaban nuestros ancestros en el encadenamiento sucesivo de pequeños placeres; de tal forma que podamos dirigirnos sin demasiado ruido a cumplir nuestro papel final en otra cadena, la alimenticia; es decir, a concluir nuestro ciclo vital entregándonos por entero a los gusanos, como toda amada se entrega a quién está destinada.

Cuando pensamos en esto, es difícil no proyectar la imagen a que nos referimos antes, la de "un sistema que busca convertirte en adicto a cualquier cosa, y a cualquier precio"..
Debo admitir que muchas veces he asumido ese ideologema, ese meme, por llamarlo de alguna manera. (Al fin y al cabo, los memes son a la cultura lo que los genes a la biología, así que imagino que resulta útil para el análisis.) Y como tal ideologema -sea o no memético-, uno no sabe hasta qué punto es una acertada conclusión por deducción empírica o si lo que nuestra percepción está mostrando ya está condicionado por esa idea que estaba previamente alojada en nuestra cabeza.(1)
Pero quizá lo resolvamos de la siguiente manera. Fijémonos que antes dijimos que "la actividad comercial se nutre, quiera o no, del atomismo, el vacío existencial de nuestra era, y la búsqueda de placeres en cadena a que nos aboca." Quizá la clave esté en el "quiera o no". Probablemente hallemos ahí la solución al enigma que nos perseguía: si fue primero el huevo o la gallina. O dicho de otro modo: si es nuestra flaqueza, nuestra falta de voluntad, nuestra clara indefensión frente a las bajas pasiones, todo ello originado en un contexto de crisis axiológica y existencial de interregno (2) , la que precede en su aparición al inevitable, por otra parte, aprovechamiento de estas debilidades por las industrias dedicadas a proporcionarnos tantas dosis de placer y en tantas formas como ansíe el más hedonista y atomizado de los seres que pueblan esta confusa postmodernidad. Aunque surja sólo por un estado de enajenación transitoria. Aunque sólo arribe a tal deseo en medio del más profundo de los abismos autodestructivos...

(*1) Lo cual se explica, por cierto, también en base a los genes. Pero esta vez no se trata de una analogía. Los especialistas en psicología evolucionista los han llamado "sesgos de confirmación" o "sesgos de auto-afirmación". Imagino que incluso se pueden entender como dos fuerzas, en muchos casos, análogas y complementarias. La explicación de los mismos es bastante simple: Uno no puede andar siempre dudando "socráticamente" de todo, pues no es buena estrategia de supervivencia. Conviene, además de autoafirmarse para mantener el tipo ante la adversidad, poseer un sesgo semi-consciente que tienda a confirmar las opiniones que anteriormente expresamos sobre los más diversos asuntos. No se culpen, pues, por autoengañarse con tanta frecuencia y en tan diversos modos. Ya que estas mentiras piadosas contadas a nosotros mismos parecen ser, en origen, exitosas estrategias de supervivencia (porque de no ser así, no habrían llegado hasta nuestros días).

(*2) Fin de ciclo civilizatorio. Período entre dos etapas históricas.

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5- Comercio, comunitarismo, y respeto mutuo.

Quiero que sepan esto: ¡Yo también defiendo el socialismo! Ahora, siempre que quienes se sometan a él lo hagan voluntariamente, y que voluntario sea también el salirse del mismo si uno lo piensa mejor. Lo mismo con el capitalismo, el tradicionalismo, el ruralismo y el cosmopolitismo, el decrecimiento y el consumismo... ¡Y hasta el fascismo y el feudalismo!

Siempre que dependa de la libre elección de cada cual someterse a las normas que sean, cualquiera que sea su rigidez o laxitud, no me parece legítimo oponerme a ello. Como tampoco me parece legítimo que esto mismo se haga sin el consentimiento expreso de cada-uno-de-los-ciudadanos.

Esto no es exactamente una utopía. 
De hecho, se la ha denominado Metautopía.
La diferencia entre ambas consiste, primero, en que ésta última es bastante más realizable; y segundo, en que al ser su pilar central el respeto por las utopías de los demás, no exige el titánico, quimérico reto de aplicarla a todos por igual -cosa que, dicho sea de paso, es inmensamente arrogante, puerilmente egoísta, e implica una clara injusticia de fondo.-
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Oímos con frecuencia reflexiones como la siguiente: 
"Casi todos quieren un mundo a su manera donde impere la idea que propone. Nada mas imposible que eso." .. ¿Ah sí? ¿Estamos tan seguros de ello? Porque yo les voy a nombrar una razón, una sóla razón, por la que es imposible. Y es que, tanto fascistas, como comunistas, postfascistas, socialistas del s. XXI, conservadores, tradicionalistas, mercantilistas, y demócratas en cualquiera de los imaginativas acepciones que existen hoy de esa palabra.. siguen pretendiendo IMPONERLES A LOS DEMÁS sus valores y formas organizativas. 
Si se respetase un principio tan simple y tan inatacable como es el de la voluntariedad.. nada habría de imposible en que cada cual pudiese desarrollar sus ideas y sus modelos de sociedad.
Pero claro, renunciar a imponerles a los demás las propias ideas es un paso en nuestra evolución cultural que no se dará de un día para otro. Se requiere una madurez que no todos, ni mucho menos, han alcanzado aún.

«Los hombres se debaten impotentes frente a una masa caótica de datos y esperan con paciencia patética que el especialista halle lo que debe hacer y a dónde debe dirigirse. Este tipo de influencia produce un doble resultado: por un lado, escepticismo y cinismo frente a todo lo que se diga o escriba, y, por el otro, aceptación infantil de lo que se afirme con autoridad. Esta combinación de cinismo y de ingenuidad es muy típica del individuo moderno. Su consecuencia esencial es la de desalentar su propio pensamiento y decisión.»

(Erich Fromm, ´El miedo a la libertad`.)


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Quiero retomar, para poner fin a este alegato -y al tiempo, reflexión- lo que mencioné en el apartado dedicado al Estado del Bienestar, justo tras la cita de Anthony de Jassay. 
La gente escucha defender ciertas posiciones sin conocer el contexto ideológico, o axiológico, en que se enmarcan. Por eso cuando te quieren colgar el estigma, y dicen que "tu discurso huele a anarco-capitalismo", o peor aún,  a "neo-liberalismo", yo siempre insisto en que no hablo de otra cosa que de ´anarquismo`, sin aditivos ni adjetivos. 
¿Qué culpa tendré yo de que quienes apenas conocen la historia del pensamiento libertario -que va desde Bakunin hasta Ron Paul, pasando por los confederados norteamericanos- "oigan campanas" de "mensaje neoliberal" en algunas de las posiciones que defiendo?

Si el tan mentado y tan instrumentalizado "neoliberalismo" existe, pueden estar seguros de que tiene muy poco de libertario. 

El llamado "neoliberalismo triunfante" no permite la libre tenencia de drogas y armas, invade países extranjeros, restringe libertades civiles (incluída la de expresión), favorece que el poder empresarial se concentre en corporaciones o círculos de empresarios que se erigen en oligarquía, centraliza el poder político en estados que nada tienen de "micro" -como sería la opción libertaria-, ¡y sí!, coarta en mayor o menor medida el libre desarrollo de los mercados.

Si usted es de aquellos que suelen acudir a esos ´estigmas arrojadizos`, por favor, en lo sucesivo, cuando contraponga ideas con el resto de la gente, hable-con-un-poquito-más-de-propiedad. Tan sólo reclamo eso, y no creo que se trate de una exigencia caprichosa. ¿O sí lo creen ustedes?

miércoles, 5 de agosto de 2015

"EL MIEDO A LA LIBERTAD" (II)

El capitalismo "salvaje"
O de cómo superé el último anatema, y eso me liberó de insalvables conflictos y contradicciones.

Creí que el gran tabú de esta sociedad era la desigualdad de sexos, de culturas, de razas....
Creí luego que lo que más asustaba al biempensante medio era la llamada "cuestión judía"...
También creí que la "última frontera" de lo aceptable era negar el materialismo, cuestionar la infalibilidad de la ciencia y abrazar los mundos del espíritu, lo sobrenatural y lo eterno.
Pero no, todos esos eran tabúes menores; todos eran, al final, más digeribles para el conjunto de nuestros coetáneos que el GRAN TABÚ, EL GRAN MOLOC QUE A TODOS ASUSTA, Y DEL QUE TODOS RECELAN, POCO MÁS O MENOS, POR IGUAL.

.... ¡SÍ! Es en el que todos están pensando: ¡EL CAPITAL! ¡LA CODICIA! ¡LOS EXPLOTADORES DEL TRABAJADOR! ¡LA BANCA! ¡EL PERVERSO... PERVERSO LIBREMERCADO!

Y en este punto, me toca sincerarme con ustedes. Creo que una confesión de las trabas que puse a mi propio razonar antes de reconocer que eran en efecto trabas, más que lícitas críticas, puede ser de utilidad a muchos que se hayan encontrado ante el mismo conflicto, en el fondo, puramente filosófico. 

Es un problema filosófico porque, al final, de lo que hablamos no es de si la restricción al mercado es buena o mala, sino de si es legítimo o ilegítimo el cuestionamiento de las elecciones individuales que acaban traduciéndose en grandes tendencias sociales, siempre que éstas no sean condicionadas o dirigidas por un rey, un señor feudal o un cacique. Es indiferente que nos gusten más o menos estas nuevas costumbres que se han generalizado, pues mientras respondan a la persecución del bienestar de tantos y tantos individuos a lo largo del mundo, nosotros podemos rasgarnos las vestiduras, clamar contra la inmoralidad del beneficio a cualquier precio -que no es "a cualquier precio", primer sesgo erróneo-, ¡nosotros podemos decir misa!, que todos ellos ya han decidido por sí mismos, y no por un capricho, sino porque los resultados obtenidos les han corroborado que habían escogido la senda correcta.

Pues así es. Paradójicamente, aquella apología que resulta ser el anatema de los anatemas es la que compete al sistema de organización económico-social que a todos nosotros, anatemizadores, nos sostiene y nos mantiene con un nivel de vida bastante aceptable (no quepa duda de que mucho más aceptable que si lo cambiáramos de repente por cualquier otro: feudalismo, mutualismo, socialismo, imperialismo.)

Se dirá que no es éste el máximo tabú porque existen muchos más apologistas del libremercado que disidentes del pensamiento progresista o revisionistas de la cuestión judía. Lo cierto es que no. Lo sería si incluimos entre los defensores del capitalismo "salvaje" -connotación maliciosa por excelencia- a aquellos que concurren a elecciones calificándose de "liberales". Pero la verdad es que muchos de ellos, por no decir todos, de "defensores del libremercado" sólo tienen el nombre; pues las políticas que practican cuando han alcanzado el poder únicamente son calificadas de "liberales" por todos aquellos que abjuran del liberalismo, pero jamás por los filósofos y economistas que realmente defienden en coherencia tales ideas. Llamar liberalización del mercado a regalar empresas públicas a sus amigotes en régimen de monopolio u oligopolio, como digo, sólo puede calificarse de favorable al libremercado por quién ni sabe lo que esto es, ni sabe en absoluto lo que defiende la ideología liberal.

Y no se equivoquen, yo soy el primer crítico del consumismo, del individualismo atomista, del relativismo, de la adoración de cualquiera de los totems modernos, y de la imposición de modelos occidentales disfrazados de "universalidad". Pero de lo que ya no soy enemigo, desde luego, es del capitalismo como tal (sin añadidos convenientes ni connotaciones arbitrarias de las que tanto abundan). Ya que, una vez entendido el concepto desnudo, liberado de todas esas "figuras fantasmales" que le han ido adhiriendo unos y otros, yo también me uno a los que hace tiempo se vienen haciendo las siguientes preguntas:

¿Por qué nos suscita tanta suspicacia, tanta inquietud, un sistema basado en el intercambio y los contratos voluntarios? ¿Por qué le adherimos tantas de esas connotaciones, y tan imaginativas (por momentos, delirantes) cuando todo lo que suponga imposición -y todo lo que no lo sea no es legítimo criticarlo-, por propia definición no puede tener origen en el capitalismo como tal?

La competencia "inhumana". El mercado "sin control".
Este problema ha sido estudiado largamente por intelectuales como Huerta de Soto, Hayek, Von Mises, o Escohotado. Ellos apuntan a varios motivos, a cada cual más curioso. Por un lado, está el hecho de que los modos de organización basados en el ahorro y el intercambio no dejan ver todos los complejos mecanismos con los que funcionan y nunca pueden ser reducidos a fórmulas racionales-matemáticas, con lo que, aquellos empeñados en explicarlo todo mediante la razón pura se desesperan y buscan causas y efectos, responsables y víctimas, al precio que sea. Son justo los intelectuales 
-¡mucho más que los supuestos "explotados"!- quienes especialmente han fomentado esa desconfianza y esos juicios morales sobre "el capital"; y en ello tiene mucho que ver el hecho de dedicarse a las labores que se dedican, pues ven frecuentemente como personas con mucho menos nivel académico o cultural hacen fortunas con actividades "muy poco honorables", tales como una nueva forma de vender utensilios de cocina o de hacer la vida más cómoda al transportista, al fontanero o al conserje de nuestro portal. Pero el intelectual, que sí se dedica a tareas "nobles y de altura", no concibe que él perciba tan pocos ingresos mientras ese "paleto con una ocurrencia" se haya forrado de una sola vez, aunque nunca más vuelva a tener otra idea de valor en su vida. Nuestro entendimiento, además, tampoco acaba de asumir el hecho, aun siendo evidente, de que esa "avaricia y competencia descarnada" es la que posibilita que tengamos el mejor acceso posible a los mejores bienes posibles (aunque nada es tan perfecto. No hay que olvidar las artimañas publicitarias destinadas a hacernos desear infinidad de cosas de las que antes ni teníamos noticia, lo que es el pan de cada día en un "régimen de mercado".) En cualquier caso, habida cuenta de esas "fallas del sistema", ningún otro podría haber logrado que tuviéramos tan buen acceso a tan deseables bienes como lo tenemos hoy día. Sin embargo, todos esos intelectuales, críticos, condenadores, e insatisfechos crónicos únicamente centran su mirada en los presupuestos "egoistas, descarnados e inhumanos" pero nunca en los resultados que dan esos mismos presupuestos, sean más o menos "humanos". Y de la humanidad de los resultados (SUBRAYEN BIEN ESTO) sólo se puede dudar cuando no se contraponen debidamente con los resultados arrojados por el modelo anterior, o con los modelos alternativos y contemporaneos.

Nuestras persistentes e innumerables reservas con un modelo que, indudablemente, nos ha beneficiado mucho más de lo que nos ha perjudicado, y en el que seguimos mal que bien inmersos (aunque le pongamos freno aquí y allá con unas cuantas restricciones) se explica por un choque cognitivo entre nuestra percepción ancestral, incluso evolutiva -que requería circunscribirse al pequeño grupo, al clan, en orden a sobrevivir-, y la percepción que nos exige el mundo moderno, globalizado, donde los presupuestos y los razonamientos que servían para explicar el ORDEN RESTRINGIDO -el del clan o el poblado-, ya no sirven para los ÓRDENES EXTENSOS e hiper-complejizados que hemos desarrollado en los últimos siglos.

La teoría de la explotación, una falacia que ha dado pretexto
a todas las revoluciones marxistas. El valor no procede
del trabajo, sino de lo que el público esté dispuesto a pagar.
Si todo el mundo dejara de fumar, ¿qué valor  creen ustedes
que tendrían los cigarrillos, los puros y las pipas?
La solidaridad del clan era exigencia de nuestro modo de vida ancestral. Estos instintos, pues, estas respuestas emocionales que sentimos frente al interés monetario, la competencia y la propiedad privada son completamente naturales -otra cosa es que sean favorables en nuestro actual contexto-. 
La velocidad con la que ha cambiado el mundo nos asusta; y la eficiencia con la que los procesos de mercado se han extendido por ese mismo mundo, haciendo de él algo mucho más complejo, y por ello, difícil de analizar en orden a extraer conclusiones, nos asusta todavía más. 

Porque si a nuestro instinto atávico de clan le cuesta muchísimo adaptarse a estas nuevas realidades, a nuestro instinto moderno racionalista no le resulta menos arduo el aceptar que esa razón que, hasta hace poco, debía ser capaz de explicar prácticamente todo, no se basta para explicar, y sobre todo, PARA JUSTIFICAR -éste es el gran escollo- el orden de mercado. Pero no de modo distinto a como tampoco se basta para explicar y justificar el orden en que se han basado para su construcción los idiomas, las formas culturales y las innovaciones e invenciones de todo tipo. No se pueden reducir a fórmulas matemáticas ni a teoremas como los de la física todas aquellas realidades que evolucionan por la acción de incontables individuos, empleando cada uno sus conocimientos particulares a los que nadie más tiene acceso, y colaborando entre ellos, incluso SIN SABERLO, a dar a luz nuevos modos de inter-relación, de colaboración, de intercambio, de organización espontánea.

En efecto, por más que me costara reconocerlo (es tremendo tabú el del beneficio y la privacidad), no hay realmente un problema de mercadolatría, como creí en su momento. El único problema es la ESTATOLATRÍA. Porque es el Estado la gran abstracción, la verdadera imposición arbitraria que actúa también arbitraria y torpemente. Por el contrario, el mercado no es más que la acción humana libre y espontánea. Y por ello es tan ridículo querer "enmendar sus errores" como lo sería pretender dirigir o planificar centralizadamente la evolución de la lengua, la cultura, el arte o la tecnología.

La gran pregunta entonces es: ¿por qué la creatividad humana suele respetarse, y hasta venerarse, siempre que no sea en el ámbito de la empresarialidad? Porque para más inri, resulta ser ésta una de las clases de creatividad que necesariamente crean consigo oportunidades para otras personas. Visto desde esa perspectiva, no podría ser más contraproducente la actitud que mantenemos tan a menudo frente al empresario.

A ésta pregunta hay que añadir dos razonamientos básicos para completar nuestro replanteamiento del "problema del mercado". Y en ellos, ningún papel tienen los juicios morales, tan sólo la más pura y fría lógica. Tras digerirlos, les advierto que es probable que se abra un nuevo mundo ante sus recelosos ojos. (Los conceptos transforman la realidad. Las metáforas piensan por nosotros.)

El primero es aquel al que hice alusión antes: Todo cuanto suponga imposición es legítimo criticarlo, todo cuanto sea voluntario ya lo es bastante menos. Pero por propia definición, todo lo que no sea voluntario no puede tener origen en el capitalismo como tal, pues éste se basa justamente en contratos entre ciudadanos libres (además de en el ahorro, la inversión, la competencia y el cálculo económico). Por lo tanto, sólo nos quedan dos opciones: o buscamos un nuevo significante para contener lo que clásicamente se aceptó como significado de "capitalismo", o aceptamos que la definición era correcta pero nosotros nos empeñamos en "adornar" el concepto con algunas que otras imaginativas y recelosas connotaciones.

El segundo vendría a plantear también algo muy sencillo: Cuando se piensa que la economia, la riqueza, es una constante, es normal que se llegue a la conclusión de que "la tarta debe repartirse mejor". Por el contrario, si se piensa que la economía, la riqueza, es algo que crece, parecerá lo más lógico el fomentar que siga creciendo. 

Estas tres coordenadas conforman una nueva perspectiva sobre las realidades que tanta sospecha y desconfianza motivan, y quizá ayuden a caminar hacia una cierta objetividad (una completa sería imposible), librándonos al mismo tiempo de unas cuantas subjetividades que, aun sin tener razón de ser, han estado impidiendo que podamos enfocar correctamente los problemas a los que se enfrentan nuestras sociedades modernas.