Filosofía, Metapolítica, Aforismo, Poesía.

jueves, 31 de diciembre de 2015

"TODO ES CULTURAL".

«Hay razones convincentes para deducir que el modelo estándar de las ciencias sociales, es decir, el determinismo cultural, es imposible que se haya desarrollado por selección natural sin la apelación a una instancia mágica superior.» (*1)  

Algunos intentan combatir el llamado “marxismo cultural” con ideas teológicas o apelando a “la tradición”. 

¿Vencer a la pseudociencia con religión y moral? No les auguro un gran éxito. La forma de oponerse a la idea en boga de que “todo es cultural” es mediante la psicología evolucionista: Ciencia contra pseudo-ciencia.

¿Por qué afirmo que estas “tesis culturalistas” son pseudo-ciencia? Por una sencilla razón: Cualquiera que se esfuerce un poco en observar las afirmaciones del determinismo cultural situándose por encima de la obsesión igualitaria -por encima del bien y del mal- se percata de que es precisamente esta obsesión la que explica por qué esta ideología con barniz científico tiene en cuenta ciertos factores y ciertos datos mientras obvia sistemáticamente el resto (todos aquellos que pondrían en tela de juicio el axioma de la igualdad y del carácter intrínsecamente “benévolo y justo” del ser humano). No le importa la verdad. Le importa únicamente justificar mediante todas las “pruebas” que encuentre esa patología de su pensamiento: la enfermedad del igualitarismo; un auténtico trastorno obsesivo-compulsivo. Y uno especialmente molesto, por cuanto aquel que lo padece, lejos de conformarse con sufrirlo en silencio, procura contagiarlo por todos los medios al resto, llegando a adoptar las actitudes más beligerantes, y poco menos que a exigir que se expulse de la Humanidad a quienes no compartimos sus especiales manías.


Cabría pensar que las actitudes se tornan más duras cuanto más blando es el pensamiento que las motiva. No parece ser otra cosa, en efecto, lo que le sucede a este igualitarismo ramplón, a esta lógica de la lucha de clases aplicada acríticamente a todas las oposiciones imaginables: hombre y mujer, europeo y africano, cristiano y musulmán, vencedor o derrotado. ¡Fíjense bien en que el derrotado es siempre “bueno” por el mero hecho de serlo, y el vencedor “malo” por el mismo motivo! (sin importar en absoluto aquello que mostraron ser antes y durante aquella batalla de la que uno salió ganador y el otro perdedor). Los musulmanes de Al-Andalus eran “los buenos” porque fueron derrotados y gran parte de ellos expulsados. Pero es propio de quien pretende llevarte a engaño ocultarte la otra cara de la moneda. En este caso, esa otra cara nos revela que, de ser al revés, en efecto los musulmanes no nos hubieran expulsado de sus tierras: nos habrían decapitado y tomado a nuestras mujeres e hijos como esclavos. 

Quizá, por ello, no sea tan fácil repartir las condecoraciones de “víctima” y “verdugo”. Quizá no sea posible dividir a la humanidad en “justos” e “injustos”, y la historia de las civilizaciones y de los grupos humanos no se preste en todos los casos a estas veleidades moralistas, a estos juicios categóricos.


Pero insistiré las veces que haga falta en que el peligro de este pensamiento blando no sería tal si careciese de esa voluntad de imponerse por las buenas, de esa superioridad moral que se arroga. No supondría problema alguno que gran parte de la sociedad sintonizara con esas ideas mientras se nos permitiera a los demás pensar y obrar de modo distinto al igual que se les permite a ellos. Pero no: su objetivo ya casi plenamente alcanzado es educar a las próximas generaciones, aprovechando el momento en que sus cerebros son más dúctiles, para conjurar la posibilidad de que de ellas surjan “mentalidades in-igualitarias” como las que todavía hoy tienen que soportar conviviendo junto a la suya.


Si ellos tienen razón, fabricarán un mundo de paz y armonía tan idílico como el que pintó John Lennon.



.........
Si nosotros tenemos razón, nos conducirán a un infierno de máxima desarmonía, máxima desazón y máxima insatisfacción, a un interminable combate de todos contra todos (el supuesto “estado de naturaleza” de Hobbes, sólo que provocado por el estado en vez de resuelto por él).


Educaremos a los niños para que olviden su sexo, su etnia, su cultura y su religión; y les reprenderemos sin fin cada vez que se alejen de la senda marcada; grabaremos LA CULPA en su conciencia vinculándola a actitudes tan naturales (al menos para algunos) como que los niños jueguen con los niños a juegos de niños y que las niñas jueguen con las niñas a juegos de niñas.. o que los hijos de cristianos y ateos occidentales se relacionen más con los que tienen su mismo origen que con los hijos de musulmanes, orientales, o sudamericanos.


Además, se nos dirá que justamente en los niños es donde observamos que “nuestros prejuicios no están fundados”, dado que “los niños siempre tienen menos problema en aceptar en su grupo a miembros de otras culturas” (no se dice también “de otro sexo” habida cuenta de que, casi desde la más tierna infancia, la separación entre sexos se hace más que palpable). Pero esa primera afirmación, que sin duda tiene mucho de cierta, tiene a su vez una explicación que no es la escogida por los defensores del determinismo cultural. El hecho de que los niños tengan menos reservas a conformar grupos multiculturales cuando socializan y que, a medida que crecen, tiendan a reducir, por así decirlo, su nivel de tolerancia, no se debe a que “les hemos inoculado prejuicios sobre otras etnias” sino a que ya forman parte, con mucha mayor conciencia, de su etno-cultura particular, y por tanto, es ese acervo cultural el que les distingue (o les aleja) naturalmente de quienes han crecido con otras referencias.


Mediante la psicología evolucionista, tanto las diferencias en los patrones mentales y emocionales de hombres y mujeres como el instinto arraigado de rechazo al extranjero hallan explicación. Una explicación, a mi juicio, mucho más satisfactoria, mucho más objetiva que la que proporciona el determinismo cultural.
«Nuestros circuitos neurales son el resultado de un proceso evolutivo, han sido diseñados por la selección natural para resolver los problemas a los que nuestros ancestros se han enfrentado a lo largo de nuestra historia. Generación tras generación, durante más de 10 millones de años, la selección natural ha ido lentamente esculpiendo el cerebro humano, favoreciendo aquellos circuitos que permitían resolver de forma apropiada los problemas a los que se enfrentaban nuestros ancestros: encontrar pareja, conseguir alimento, buscar aliados, defenderse de los enemigos, criar a los hijos... Esto supone que, para entender nuestro comportamiento en el presente, hemos de tener en cuenta que está generado por mecanismos de procesado de información que existen porque resolvieron problemas adaptativos en el pasado, es decir, en los ambientes ancestrales en los que los humanos evolucionaron.» (*2)

Partiendo de la paranoia de que “toda norma o costumbre es una herramienta de dominio” y de la obsesión por hallar una “igualdad natural o primigenia” es previsible que se llegue a la conclusión de que las distintas maneras en que hombres y mujeres enfocan la reproducción, la familia, el hogar, la crianza de los niños y el resto de hábitos sociales sean una construcción cultural impuesta por la mentalidad masculina para autolegitimarse. Pero el problema es el siguiente: No podemos hacer depender todo nuestro razonamiento de un axioma que, no sólo no está probado, sino que resulta imposible de probar por cuanto no se trata más que de una elucubración, una teoría que se lanza al aire, tan válida como puedan ser muchas otras que se nos ocurran: Esto es pseudociencia.

Por el contrario, partiendo de hechos probados o apodícticos –necesarios-, la psicología evolucionista nos ofrece un relato infinitamente más congruente: El reparto de roles sociales y familiares entre los dos sexos responde por entero a sus respectivas estrategias reproductivas. La idiosincrasia del óvulo exige de la mujer una extremada selección: se prima la calidad muy por encima de la cantidad. El carácter del espermatozoide imprime en el hombre justo el incentivo opuesto. Esto se acentúa mucho más en nuestra especie debido al tan largo periodo que requieren nuestras crías para alcanzar la madurez. Las hembras de otras especies seguramente se distinguen menos de los machos en este aspecto por cuanto carecen de este problema (y quizá es esta observación la que también se les ha escapado a los deterministas culturales cuando han querido basar sus tesis en esa mayor igualdad entre sexos que puede apreciarse en otros animales). En la siguiente ocasión que abordemos este asunto procuraremos desarrollar los argumentos evolucionistas que explican este largo y complejo proceso que acaba por conformar el también complejo entramado cultural en torno al papel asumido por varones y hembras. No nos es posible ahora por el espacio que exigiría tal relato.

«La cría del Ser Humano necesita muchísimos recursos que en el ambiente primitivo una hembra sola no podía brindar. Por eso los hijos de aquellos machos que ayudaban a sus hembras que heredaron ese comportamiento, son los que perpetuaron esa conducta. A su vez, el que la cría humana necesitara más cuidados era por su infancia prolongada, y eso a su vez, por el aumento de tamaño del cerebro.» (*1) 
«Nuestra experiencia cotidiana nos muestra que hombres y mujeres afrontan la sexualidad de forma muy diferente. Esto tiene sentido desde una perspectiva evolutiva, ya que como ocurre en otras especies animales, las mujeres realizan una mayor inversión parental y tienen un potencial reproductor mucho menor que los hombres. Un hombre puede engendrar muchos más hijos de lo que la monogamia le permite. Por tanto, ha habido un conflicto de intereses que ha llevado a que hombres y mujeres hayan evolucionado hacia estrategias sexuales diferentes.» (*2)

Respecto a los instintos xenófobos ya hemos adelantado algo sobre los motivos que los explican. Por un lado, la historia ha dado lugar a cientos de entes culturales diferenciados; y a través de los siglos, estos entes han tendido a cerrarse en gran medida sobre sí mismos porque sólo los que así lo hicieron (regla básica de la selección natural) sobrevivieron como tales culturas diferenciadas. Por el otro, el rechazo instintivo al extranjero tiene como primer origen la organización del clan (en la que no cabe sino concebir como amigo al miembro del clan y como enemigo al que no lo es); pero luego sigue fortaleciéndose y evolucionando paralelamente a los sucesivos modos de organización social (la ciudad-estado, el reino medieval, el estado-nación). La comunidad siempre debe estar razonablemente delimitada. No cualquiera puede formar parte de ella; no se puede justificar una idea de comunidad donde todo cabe o nada es ajeno; es preciso establecer una frontera, no sólo geográfica, sino también intelectual y moral (de ahí que “La Humanidad” como grupo de pertenencia sea en exceso abstracto y, por tanto, inoperativo más allá de las grandes palabras; y de ahí que la identidad que ha pretendido crear el moderno estado-nación –ni que decir ya la Unión Europea- se halle también peligrosamente cerca de devenir vacua abstracción). Me permito aquí autocitarme, puesto que creo haber resuelto ya esta falsa diatriba que se plantean algunos entre "luchar contra el racismo" o "ampararlo por omisión" cuando en otra ocasión expuse claramente mi posición al respecto: No se puede culpabilizar (o demonizar) a un sujeto o un grupo de ellos por tener reacciones tribales; porque resulta que todos las tenemos, sólo que quizá en otros ámbitos que ahora andan menos vigilados por el tipo particular de moralismo que hoy nos ha tocado sufrir. Pero no es tampoco ético ni constructivo dar aliento a esas reacciones para inflamarlas. Si lo uno es arrogante, lo otro es irresponsable.
«En los enfoques aplicados por los investigadores, el etnocentrismo ha sido evaluado en dos vertientes, según se considere su función social y cultural. El enfoque positivo del etnocentrismo destaca que mantiene la cohesión social y la lealtad a los principios en el grupo. Según autores como Caruana o Luque–Martínez, el etnocentrismo constituye una pauta de referencia para conservar la cultura, la solidaridad, la lealtad, la cooperación, la defensa y la supervivencia del grupo. La visión negativa enfatiza como el etnocentrismo radical puede conducir a actitudes y fenómenos como el nacionalismo violento o el racismo. (...) Jones y Smith sugieren, en un estudio que remarca la distinción entre identidad étnica e identidad cívica nacional, que la primera sigue siendo sólida a pesar de la globalización, las migraciones masivas y el pluralismo cultural.» (*3)
Quede, para finalizar, la recomendación de algunos textos sobre psicología evolucionista (los mismos que hemos citado a lo largo de estos párrafos), y que espero les sirvan para abrir sus horizontes o hallar nuevas respuestas.

(1) Introducción a la psicología evolucionista.

(2) La elección de pareja en humanos.
(3) Etnocentrismo, xenofobia, y migraciones internacionales.
(4) Entrevista a Francisco Capella.

miércoles, 23 de diciembre de 2015

"GUERRA!"

[^]
*

Guerra allá fuera y guerra aquí dentro.
Guerra contra el Islam o guerra contra la islamofobia. 
Guerra contra los insurgentes e insurgencia contra la guerra. 
Pacifismo aguerrido y ´no habrá paz para los malvados`..

Polarización: apartar lo accesorio y centrarse en lo esencial.
Cuantos más frentes se abren, más trincheras se abandonan… 
Batallas menos urgentes se aparcan en pos de la victoria principal.

..Y tanto tiempo en esa coyuntura hacen a muchos olvidar
la importancia y el significado que aquellas tuvieron, y aún tienen.

Pero andan tan enfrascados apuñalándose mutuamente
que acabamos arrastrados a su fango a nuestro pesar. 













Palabras altisonantes.
Ánimos enardecidos.

No dejan apenas aire.. 
No hay espacio. No ha lugar para actitudes más edificantes.

Nos quieren soliviantados.
Nos quieren embrutecidos.
Ofuscados..
¡al primer desencuentro, comiéndonos a bocados!

¡No habrá paz para los malvados, no habrá paz para los traidores! 
Y nunca dejará de haber traiciones que observar: 
Todos tienen sus vacas sagradas y sus tótems. 

¡Pues claro que nunca habrá paz! ..
.. ni alivio, ni tregua, ni cordialidad.
Mientras tantos se indignen en nombre..
EN NOMBRE..
DE TANTOS NOMBRES..

Que olvidan que, tras ellos, sólo hay hombres.
[[ ,, ]]
 

lunes, 21 de diciembre de 2015

"Proudhon y Tocqueville: Hacia la libertad. Contra la utopía." (I)


Así abandonamos lo que el Estado antiguo podía tener de bueno, 
sin comprender lo que el Estado actual nos puede ofrecer de útil. 
(Alexis de Tocqueville, ´Sobre la democracia en América`.)

La Constitución española de 1812, como muchas otras constituciones liberales, reconocía únicamente dos sujetos políticos: El estado y el individuo.
De ahí parten muchos de nuestros problemas actuales.

Quienes estamos más cerca del liberalismo y del anarquismo que de otras posiciones ideológicas, pero intentamos asimismo no conformarnos con ninguna respuesta excesivamente simple o idealista frente a algo tan complejo como es la ciencia política, advertimos los errores históricos de ambas doctrinas. “Un liberal es un libertario que aún cree en los Reyes Magos”: esta frase que acuñé con mayor o menor acierto viene a sintetizar las reservas de los llamados post-liberales, o de los libertarios, frente a viejas creencias que hoy a muchos resultan algo “cándidas”. 
Que el estado sea el garante de las libertades, que el individualismo sea la última respuesta social y política, o que se pueda crear una sociedad sana contando con esos dos únicos sujetos –estado e individuo- son muestras de un idealismo que, a pesar de seguir contando con unos cuantos adeptos, se muestra a cada vez más estudiosos como una teoría política insuficiente, como un dietario con severas lagunas.

Pero aún hay otra idea que nos ofrecería una mejor síntesis del problema, desde donde yo lo veo. Tal tesis concebiría el alejamiento por parte de los anarquistas de sus raíces liberales como un síntoma de extravío intelectual, pero no menos que la moderación -domesticación- del liberalismo al alejarse del radicalismo anarquista.

Alexis Henri Charles de Clérel, Vizconde
de Tocqueville (1805-1859) Pensador, jurista, 
político e historiador francés.
De una cosa no nos cabe duda: Para lograr una mayor libertad es preciso tener en cuenta demasiados factores. Y lo que en un principio puede parecer la receta idónea para instaurarla, puede con el paso del tiempo constituir el caldo de cultivo de múltiples tiranías y despotismos. Así lo vieron mentes tan despiertas, tan preclaras, como los franceses Tocqueville y Proudhon, que, a pesar de haber nacido en la tierra del idealismo y el utopismo por excelencia, representaron esa, por fortuna, no tan rara salvedad que ´confirma la regla`. 
~
Por eso han resultado siempre, ambos, pensadores tan difíciles de clasificar. 

Por eso a Tocqueville se le ha encuadrado tan a menudo dentro del conservadurismo como del liberalismo, o incluso del aristocratismo. Y por motivos similares, encontramos fragmentos de Proudhon que podría firmar cualquier liberal al lado de otros en sintonía con los socialismos de su época.

Espero poder hallar algunas respuestas (siempre provisorias) en este ensayo que me he propuesto escribir en torno a estas dos figuras; pero no sólo en torno a ellas, sino usándolas como expresión de algo que las trasciende: la convicción sobre las bondades que trae inequívocamente la libertad unida siempre a una desconfianza hacia las “recetas mágicas” y a todo tipo de idealismos alejados de la, por más que nos empeñemos, inmutable naturaleza humana. 
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Porque, sobre esto último, el mismo Proudhon se expresa con total claridad: 
«Los hombres no serán jamás mejores ni peores de lo que los veis y fueron siempre. Desde el momento en que los aguijonea su bien particular, abandonan el bien público; en lo cual, si no los encuentro dignos de gran honor, los encuentro por lo menos dignos de excusa. Vuestra es la culpa si tan pronto les exigís más de lo que os deben, como excitáis su codicia con recompensas que no merecen. El hombre no tiene nada más precioso que él mismo, ni por consiguiente, más ley que su responsabilidad.»
(Pierre Joseph Proudhon, ´Filosofía de la miseria`.) 
Pierre-Joseph Proudhon (1809-1865)
Filósofo político y revolucionario francés

Otra poderosa vacuna contra la utopía. Otro pildorazo de realidad que nos desalienta de seguir persiguiendo “hombres nuevos” y grandes proyectos iluministas de “educar en nuevos valores”. El hombre cambia, sí. Pero no de un día para otro. Ni tampoco han cambiado por igual los hombres de todas las latitudes; y ni siquiera todos los que han ocupado un mismo espacio y un mismo tiempo. El cambio en la condición humana, diríamos con gran cautela que puede existir. Mejor dicho: la lucha contra esa condición eterna se produce; y se fraguan lentos, muy lentos avances de las sociedades en direcciones deseables. Pero mucho me temo que esta condición, esta naturaleza, si tiene algo objetivamente mutable, apenas logramos percibirlo, o estas mutaciones se han producido en un lapso de tiempo tan extenso que escapa a nuestro análisis.

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«La vida del hombre es una guerra permanente, guerra con la necesidad, guerra con la naturaleza, guerra con sus semejantes, y por consiguiente, guerra consigo mismo. La teoría de una igualdad pacífica fundada en la fraternidad y la abnegación no es más que una falsificación de la doctrina católica, que nos manda renunciar a los bienes y placeres de este mundo; no es más que el principio de la indigencia, el panegírico de la miseria. El hombre puede amar a su semejante hasta morir por él; no le ama hasta el punto de trabajar por él.» 

¿Queda aún alguna duda de a qué llamaba Proudhon “filosofía de la miseria”?

Sí. A muchos sorprenderá que un pensador que se ha asociado siempre a "la izquierda" se refiera al ideal comunista con palabras similares a las que usan hoy para definirlo conservadores y liberales. Pero es que el mutualista veía claro lo que hoy es evidente pero ayer no lo era tanto (aunque quizá no lo sea aún para todos; dado que todavía resisten los últimos creyentes, se entiende que los más fervorosos, o los más desesperados, quizá desamparados.. huérfanos de idearios que les presenten alternativas ilusionantes. De lo cual cabría responsabilizar a la inoperancia de esos otros pensamientos que, con su abandono de la contienda cultural cotidiana, le dieron la victoria al enemigo sin apenas ofrecer batalla.)

Proudhon era muy consciente de que la única manera en que se puede lograr algún “bien común” es primeramente -aunque no sólo- atendiendo cada uno a sus intereses particulares. En eso, nada tenía que oponer a Adam Smith y sus discípulos. Si tenía que oponerles otras cosas, pero a eso ya tendremos tiempo de referirnos en siguientes capítulos. En cualquier caso, sus palabras a este respecto son tan inequívocas como las anteriores:
«¿Cómo sustituir el objeto inmediato de la emulación, que en la industria es el bienestar personal, por ese motivo lejano y casi metafísico que se llama bienestar público, sobre todo, cuando no existe el uno sin el otro, cuando el uno al otro se engendran?» 
 (Pierre Joseph Proudhon, ´Filosofía de la miseria`.)
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Pero ahora atendamos a una cuestión distinta. Parémonos a reflexionar un momento acerca de las distintas formas de gobierno de las que siempre nos han hablado y preguntémonos hasta qué punto son incompatibles, o si pueden incluso darse circunstancias en que unas y otras coexistan.

Esto es algo que gran parte de la ciencia política ha ignorado por completo, cuando no se ha lanzado a apologías un tanto engañosas, partiendo de modelos ideales descritos con muy pocos trazos (pues lo ideal siempre es simple, mientras que lo real es infinitamente complejo, como acertadamente insiste siempre otro amante y estudioso de las libertades, el filósofo español Antonio Escohotado.)
«No pudiendo realizarse en toda la pureza de su ideal ni la monarquía, ni la democracia, ni el comunismo, ni la anarquía, están condenadas a completarse prestándose la una a la otra sus diversos elementos.»
(Pierre Joseph Proudhon, ´El principio federativo`.)

¡No hay ni ha habido formas políticas químicamente puras
Pocas premisas hay más realistas, y pocas que nos bauticen mejor contra la utopía. Porque si partimos de esta convicción (de ahí que hable de “bautismo”), empezamos a juzgar los distintos modelos de gobierno con una mirada mucho más incisiva. Nuestro ojo se vuelve clínico (o cínico, pensarán algunos). Pero no hablamos de descreimiento o misantropía. En absoluto. No debe confundirse la asunción de la complejidad y el polimorfismo de las unidades políticas con un desprecio o una desautorización de las mismas.
Reconocer las cosas tal como son no puede ser sino constructivo, no puede ser sino enriquecedor. Pero antes que todo: útil.
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Como conclusión a este capítulo, retomaremos un caballo de batalla que ya viene siendo habitual en este espacio. No es otro que el de la, para muchos, incuestionable superioridad de los pequeños estados frente a los grandes, al menos desde el punto de vista del ciudadano o súbdito (que viene a ser en éste, como en tantos casos, el contrario al del soberano). Quienes entendemos el ideal secesionista como columna vertebral del principio de libre asociación, y por ende, de la libertad política, apenas dudamos de que es siempre deseable un estado o unidad gubernativa del menor tamaño concebible, ya hablemos de territorio o de población.
«Todas las pasiones fatales a las Repúblicas crecen con la extensión del territorio, en tanto que las virtudes que les sirven de apoyo no se acrecientan siguiendo la misma medida.»
(Alexis de Tocqueville, ´Sobre la democracia en América`.)
Muchas razones hemos dado ya en favor de las unidades políticas mínimas, de la ciudad-estado, de la pequeña comunidad auto-gobernada; pero aún nos reservábamos una de las más poderosas.

¿Hay asunto que mueva mayor preocupación en las reflexiones políticas de hoy que las situaciones de exclusión social o de extrema (o menos extrema) necesidad?

Pues bien, el modelo de la micro-nación también tiene una respuesta muy satisfactoria que ofrecer ante este problema. O dónde se cree que serán mejor visibilizados, mejor comprendidos, y mejor solucionados los problemas por los que atraviesen aquellas personas que han resultado más desfavorecidas: ¿En una gran unidad política de varios millones de habitantes y varios miles de localidades donde no queda más remedio que reducir los sujetos y los grupos a números, y por tanto, “prestarles asistencia” de modo impersonal, lejano y en gran medida arbitrario? ¿O, por el contrario, en una ciudad pequeña o gran barrio donde las personas sean de carne y hueso; y sus problemas, así como sus periplos vitales, sean del conocimiento cotidiano de todos cuantos allí habitan?
«Un poder central, por ilustrado y sabio que se le imagine, no puede abarcar por sí solo todos los detalles de la vida de un gran pueblo. No lo puede, porque tal trabajo excede las fuerzas humanas. Cuando él quiere, por su solo cuidado, crear y hacer funcionar tantos resortes diversos, se contenta con un resultado muy incompleto, o se agota en inútiles esfuerzos.»
(Alexis de Tocqueville, ´Sobre la democracia en América`.)
La solidaridad sólo es auténtica –y más diré- sólo puede producirse cuando es directa y personal. Aquella abstracción del gran estado redistribuidor sólo puede ser defendida por un iluminado de tres al cuarto o por un demagogo consciente de la trampa aprovechándose de aquellos que no lo son tanto. 

La “solidaridad a través del estado” es una ficción monumental. Una hipocresía que nos une a todos en un sucedáneo prefabricado y homologado de civismo.

Uno no es solidario cuando su "solidaridad" depende de los im-pues-tos. 
Lo es cuando depende de su vo-lun-tad.
Por eso el llamado estado benefactor, redistribuidor, ¡por más nombres que se ponga!.. no fomentará jamás la solidaridad sino el egoísmo. Sólo la responsabilidad cívica ejercida sobre la comunidad en la que uno habita y conoce puede engendrar, incentivar y fortalecer los vínculos solidarios entre vecinos (porque nunca hay verdadera solidaridad, sino limosna, donativo, o “lavado de conciencia”, cuando ésta se ejerce hacia quién no se conoce y con quién no se convive.)

Si quieren ustedes construir sociedades menos egoístas, menos atomizadas, más dignas de habitarse… ¡dejen que gobernantes y gobernados convivan en un mismo espacio reducido de modo que no les quede más remedio que organizarse en comunidad para lo bueno y para lo malo!
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Exponer las ventajas de las unidades gubernativas mínimas, como ven, es un mero ejercicio de racionalidad y sensatez. Nada que ver con utopías irrealizables o voluntarismos prometéicos. De hecho, desde nuestra perspectiva más bien parecen utopías y ocurrencias perentorias muchas de las ideas hoy mayoritariamente aceptadas como “sensatas y cabales”; algunas de las cuales nos hemos ocupado ya de destripar aquí como corresponde.
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«La libertad forma, a decir verdad, la condición natural de las sociedades pequeñas. El gobierno ofrece allí poco cebo a la ambición y los recursos de los particulares son demasiado limitados para que el poder soberano se concentre fácilmente en manos de uno solo. Llegando a darse el caso, no es difícil a los gobernados unirse y (...) derribar al mismo tiempo tiranía y tirano. 
Las pequeñas naciones han sido, pues, en todo tiempo, la cuna de la libertad política. Ha sucedido que la mayor parte de ellas han perdido esa libertad al crecer, lo que hace ver claramente que consistía en la pequeñez del pueblo y no en el pueblo mismo.» 
(Alexis de Tocqueville, ´Sobre la democracia en América`.)
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viernes, 11 de diciembre de 2015

¿UN VISTAZO A UN FUTURO CERCANO? ...

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Racionalización y eficiencia. 
Convierta a los sujetos en números en orden a extender el bienestar lo más homogenea y exitosamente posible. 
En vez de redes de apoyo y agrupaciones filantrópicas de ámbito localista y descoordinadas, no sujetas a inspección ni control, un único ente máximamente coordinado, máximamente unificado, máximamente eficiente. ¿Quién requiere trato humano y cercano cuando tiene acceso a un dispensador de ayudas homologado, automatizado y centralizado? ¿Quién va a perseguir, como se hacía en otros tiempos, el apoyo mutuo con sus vecinos cuando puede acudir a profesionales expertos en asistencia, dedicados a hacernos la vida más fácil y librarnos de todo escollo de un modo eficiente, racional, impersonal?...

El Gran Benefactor constituye todo un hito en el progreso humano, pues viene a sustituir los caducos y siempre imperfectos vínculos que forjaban antes las personas por sí mismas como único recurso para no quedar desamparadas ante el tan incierto futuro y la tan poco confiable espontaneidad con que se organizan las sociedades dejadas a su suerte.

Nuestra era ha acabado con tales incertidumbres, ha librado finalmente al hombre de la tortura de enfrentarse a un horizonte que ofrece infinitas alternativas pero ninguna seguridad; de ese vértigo abismal que otrora padeciera todo aquel a quien se ponía en el brete de elegir entre tantas vías de acción sin garantizarle, como nos honramos hoy de haber logrado, un camino de baldosas amarillas que recorrer, liberados ya de ese dichoso temor a no haber hecho la elección correcta. 

Todo ello gracias a la fuerte inversión realizada en formar un cuerpo de expertos que le evitan ese problema decidiendo por usted, puesto que son expertos, 
mucho mejor de lo que usted mismo lo haría.
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La libertad está sobrevalorada. La evolución también. 

... ¿Que podríamos estar mucho mejor de lo que estamos si dejáramos a los talentos desarrollarse sin freno? ... ¿Que la sociedad produciría inimaginables avances si renunciáramos a la pretensión de domeñarla? ...

Es muy posible. Pero la mayoría no está tan interesada en el avance como en poner 
a buen recaudo lo obtenido hasta ahora. 

Puede ser la aspiración de las "grandes almas" el zambullirse en lo incierto y a la vez prometedor de un futuro abierto a todas las posibilidades. Pero es el instinto de casi todos los demás blindarse frente a ese campo abierto a inmensos beneficios no menos que a inmensas pérdidas. Y por más que aquellas mentes más audaces hayan sido en todo tiempo los que hicieron avanzar a regañadientes al resto, y que estos sólo les reconociesen su mérito cuando, pasados los lustros, gozaron de la perspectiva adecuada para hacerlo, hoy reinan las mayorías, y son ellas a las que se debe todo gobernante.

Si el interés de las masas es la protección del presente y la negación del futuro.. Incluso si es regresar a la subsistencia, al quietismo de la tribu, y hasta más atrás, a la mera satisfacción de los apetitos animales y la renuncia a toda preocupación ulterior, ¿quién es el gobernante, ¡aún más!, quienes somos las minorías persuadidas de la necesidad de apertura y progreso para no acatar, o meramente para poner en cuestión lo que es a todas luces el interés general? ...
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Se ha decretado sagrada la seguridad y un pacto de silencio sobrevuela todo lo relacionado con la libertad. El miedo ha opacado toda otra motivación por la cual guiarse. Quien no se guía por él está fuera del sentir general y, en consecuencia, fuera de la vida civil. Se le ha declarado tácitamente un sujeto irresponsable y al suyo un carácter esencialmente incompatible con la vida en sociedad y la persecución de fines comunes.

Ya existe una fractura  cada vez más visible entre esa mayoría dominada por el miedo y la creciente minoría que se siente asfixiada por tal ambiente social. Los que consideran la unidad nacional y democrática un bien irrenunciable se muestran por momentos beligerantes con aquellos que califican de "desertores" y "traidores"; y hasta se han producido ya conatos de violencia, de amedrentamiento o increpación al grito de "lo libertario es temerario", o aquel otro no menos popular de "el bien de la nación no es reacción .. ponerlo en cuestión es morir de inanición" ..a lo que respondían tímidamente los otros con algún que otro improperio dirigido más a la clase política que había inflamado los ánimos que a aquellos que les increpaban, pues siempre han considerado a estos meras correas de transmisión de aquella clase cada vez más omnipresente y omnipotente.

Tanto da. Se ha logrado finalmente que el temor a lo que vendrá sea el motor principal de todo sentimiento popular y de todo interés por lo social y lo político; que el porvenir sea una amenazante nube negra de la que no cabe sino resguardarse.

Así los demiurgos de las masas han construído la cárcel perfecta, que es aquella en la que los presos no sólo están contentos de vivir sino que colaboran con buen ánimo a asegurarla contra incursiones del exterior igual que contra excursiones a ese mismo lugar. 

Ofrecen la seguridad que las masas le reclaman, y realizan tan impecablemente esta tarea que, cuanta más le ofrecen, más le reclaman.
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Aún con todo, crece día a día aquel grupo que exige el derecho a emanciparse del Gran Benefactor: Estos son los insolidarios, los que sólo miran por ellos mismos y nada quieren saber del interés general que, ahora más que nunca, debiera tender a unirnos en vez de a separarnos. 

Estos rebeldes secesionistas, misántropos acratoides.. ven en la aplicación escrupulosa del principio de la mayoría un atentado contra su capacidad de libre decisión; y de este modo, pretenden que La Democracia Nacional posee una naturaleza tiránica, y hasta algunos se atreven a calificarla de "cárcel donde se permite votar". ¡Habrase visto mayor incivismo! Estos salvajes inspirados por locos antisociales de la calaña de Stirner o Thoureau no están hechos para vivir en civilización. Más valdría librarse de ellos de un modo que no levantase excesiva polvareda. Quizá podamos impulsar una nueva ley de delitos de odio y terrorismo en nombre de la estabilidad nacional y el respeto por la democracia..
¡¿Quién puede ser tan canalla para poner en cuestión LA DEMOCRACIA?!! .... No será difícil llevarlo a cabo en la coyuntura en que actualmente se haya la opinión pública.

... Sí, nosotros hemos hecho algo para favorecer esa coyuntura. ¿Pero de qué se nos puede acusar? ¿Quizá de.. LUCHAR POR LA DEMOCRACIA? ... ¿De orientar esa opinión pública cada vez más en favor del INTERÉS DE TODOS? 
Con gusto asumiremos esa culpa.
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... And show must go on..