Filosofía, Metapolítica, Aforismo, Poesía.

viernes, 23 de septiembre de 2016

"TODOS SOMOS CREYENTES".

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Quizá no nos paramos demasiado a pensarlo, pero lo cierto es que todos asumimos creencias; dicho de otro modo, todos sostenemos opiniones no validadas racional y/o empíricamente. Es en ese sentido en el que afirmo que todos somos creyentes.

El cerebro no es un instrumento al servicio de la ciencia, sino de la supervivencia. No tener ideas fijas y andar siempre dudando no es la mejor receta para enfrentarse a un entorno hostil. El filosofar y perseguir honestamente la verdad es un privilegio que no se podían dar los primeros homo sapiens.

Si admiramos y valoramos tanto el método socrático es, entre otras cosas,
porque representa una cima del pensamiento difícilmente alcanzable.
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Y dado que nos es imposible ser racionales todo el tiempo y sobre todas las cosas, unos relegan al espacio de las creencias lo referente a la muerte y el porqué de la existencia, mientras otros hacen lo propio con cosas más mundanas como la política, la economía, la historia, la antropología...

Y visto así, se me ocurre que quizá las personas más inclinadas hacia lo espiritual, lo religioso, sean más capaces de mostrarse racionales en aquellas cosas para las que resulta más vital serlo; suponiendo que lo que se pierde por un lado, indefectiblemente, se gane por otro. Sé que es una hipótesis provocadora, pero la encuentro de interés y voy a intentar desarrollarla.

Lo que hay tras la muerte o las reglas que rigen el Universo no afectan en gran medida a lo que acontece en el mundo. Puede que afecte más a cómo vivimos nuestra vida; y en ese terreno quizá sea sobre todo para bien. Siempre que sepamos separar el ámbito de lo físico y de lo metafísico, siempre que no mezclemos la ciencia con la creencia, lo que pensemos sobre la muerte o sobre el “plan divino” no tiene por qué afectar a nuestro juicio intelectual sobre las cosas mundanas. 

Pero sí afectará, creo que de manera principalmente positiva, a cómo nos enfrentemos al hecho de vivir. Muchos se han preguntado por qué las religiones se han expandido tanto en el espacio y en el tiempo. Quizá sea ésta una de las razones principales: porque hacen posible eliminar gran parte de la angustia existencial frente a la muerte y el aparente sinsentido de las cosas; porque nos permiten aligerar la enorme carga de dudas que portamos a nuestras espaldas.

Y sólo así, quizá, podemos concentrarnos en aquellas preguntas que sí podemos responder, en aquellos enigmas que sí podemos descifrar, y en aquellas materias que sí afectan a nuestra vida diaria. Quizá si contamos con una explicación satisfactoria al sentido de la existencia y a lo que hay tras la muerte podemos dedicarnos más plena y despreocupadamente a nuestros quehaceres cotidianos.

De hecho, no es un secreto que multitud de científicos son además creyentes, o teístas no dogmáticos. Y prescindiendo de aquellos que intentan defender el creacionismo, o que consideran al óvulo recién fecundado dotado de alma y juzgan inmoral la investigación con células madre, no tienen por qué ser malos científicos.
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Uno de los retos más poderosos que se le plantean a alguien que pretende entender la razón de las creencias es encontrarse con personas inteligentísimas que son capaces de sostener las ideas más absurdas. Al principio uno se debate entre la pura perplejidad y la inclinación a tomar más en serio tales ideas, dado que “si no hubiera algo de verdad tras ellas, alguien con ese intelecto y ese nivel académico jamás las sostendría”.

Pero lo cierto es que no hay apenas límites para aquello que una persona inteligente o cultivada puede llegar a defender. No hay apenas vinculación entre el nivel intelectual de alguien y aquello que está dispuesto a creer. He llegado a esa firme conclusión. Y tampoco es que sea una conclusión llamativa, dado que tenemos todos en la mente multitud de ejemplos al respecto.
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Es algo notorio que, por más poderosas razones que se tengan en contra, en ocasiones la gente manifiesta una firme voluntad de creer, ya sea en Cristo, en Mahoma, en Rael, 
en el socialismo, en el Estado mínimo, en la nación, en el destino..
Considero esto una de las mayores lecciones de humildad: andamos constantemente mofándonos de las creencias de los demás mientras sostenemos, a buen seguro, otras tantas no menos ridículas. 

¿Han hecho ustedes un examen exhaustivo de todas las opiniones que mantienen? ¿Han realizado un esquema en que se desglosen las pruebas racionales o empíricas que fundamentan tales opiniones? ... ¿No hay una buena parte de ellas en que ese apartado está en blanco? … 

¿Y no son, ya no una parte, sino todas ellas verdades provisorias? ¿No son, en general, explicaciones que nos satisfacen a falta de una mejor?
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sábado, 17 de septiembre de 2016

"El progreso no tiene autor".

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Deberíamos todos quitarnos complejos o chovinismos sobre nuestras respectivas culturas. Es muy común toparse, ya con afirmaciones de superioridad, ya con reservas ante las “invasiones” que malogran la “pureza” de tal o cual civilización. Pero ambas resultan ser apresuradas y poco razonadas. 

Un europeo puede creer que su civilización ha inventado prácticamente todo, y un africano, asiático o amerindio puede sentir complejo de la suya propia al asumir esa creencia. Sin embargo, sabemos positivamente que ninguna cultura o civilización sobre la Tierra ha inventado ella sola, sin influencia alguna de las demás, todas las técnicas y saberes que atesora. De hecho, las civilizaciones que hoy conocemos, tanto las que aún sobreviven como las que ya desaparecieron, no habrían logrado ni la cuarta parte de su esplendor si se hubieran visto completamente aisladas del resto de la Humanidad.

La cultura romana es heredera de la griega, y ésta a su vez es deudora de la
egipcia, fenicia, persa, minoica y cretense.

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El ser humano no ha dejado todavía de ser un animal que aprende por imitación. Así, a lo largo de la historia todas las culturas copiaron de otras aquello que entendieron que les era de utilidad; y transcurrido cierto tiempo, a no ser por historiadores y eruditos, la procedencia de los saberes que había acumulado una sociedad le era por completo desconocida a sus habitantes. 

De esta forma van recogiendo sin interrupción las civilizaciones enseñanzas de otras civilizaciones en un proceso acumulativo donde las aportaciones de cada una de ellas acaban tarde o temprano alimentando un “fondo común” de técnicas y saberes que hace a todas progresar muchísimo más rápido de lo que lo hubieran hecho completamente aisladas unas de otras. Pero además ese proceso se repite incontables veces, retornando a aquel “fondo común” los hallazgos que ya son resultado del diálogo entre culturas; y así se retroalimentan y aceleran los progresos hechos a partir de ese intercambio o mutua imitación.

Lo que es seguro es que si cada una de estas civilizaciones, presentes o pasadas, hubiera evolucionado en planetas distintos, ninguna de ellas habría superado la Alta Edad Media.

Creo que si tuviéramos más a menudo ésto en mente se esfumarían muchas preocupaciones y malas conciencias que nos mantienen peleando por asuntos de menor importancia y nos obligan a desatender otros mucho más urgentes.

Tomemos el ejemplo de Iberoamérica. Un descendiente de amerindios y un descendiente de europeos no deberían sentir complejo de inferioridad el uno y de culpa el otro; no tienen por qué andar buscando justificaciones para sentirse cómodos en la sociedad que les ha tocado cohabitar. Para empezar, porque no son ellos responsables de las acciones de sus respectivos antepasados que los condujeron a compartir hoy un territorio, una lengua y unas costumbres. Pero además, porque imaginar ucronías en que sus caminos no se hubiesen cruzado no tiene el más mínimo sentido. 

Intentar hallar la genealogía de distintos procesos civilizatorios con objeto de comparar el “valor” de uno y otro es una total pérdida de tiempo, precisamente por lo que dijimos antes: nadie puede realmente demostrar que la cultura de la que procede ha aportado más al mundo que ninguna otra. En todo caso puede afirmarse que hubo algunas que supieron copiar más y mejor, o que sencillamente ocuparon el lugar y el momento adecuado para nutrirse de más y mejores influencias que los habitantes de otras latitudes.
Uno de los factores por los que la civilización occidental nació en el Mediterraneo fue 
indudablemente la facilidad que este enclave geográfico ofrecía para el contacto e 
intercambio entre muy diversas culturas.
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Alguien copió al primer descubridor del fuego. Alguien copió al primer inventor de la rueda. Alguien imitó al primer homo sapiens al que se le ocurrió crear sonidos de forma rítmica, transcribir el lenguaje en signos de tipo gráfico o transmitir valores y enseñanzas a través de historias.

Al asumir este relato, asumimos con él la idea de que las técnicas, los saberes y el resto de los logros de la/s civilización/es no tienen dueño ni pueden tenerlo. Nadie puede reclamar el mérito, y mucho menos la autoría, por ninguna de las creaciones humanas que hoy forman parte de un patrimonio común. Esas creaciones están ahí para ser imitadas, adaptadas, y mejoradas ininterrumpidamente. Los logros inmateriales del ser humano fueron, son y seguirán siendo por siempre propiedad comunal.
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viernes, 9 de septiembre de 2016

"PROHIBIR Y OBLIGAR".


1. El relato de las conquistas sociales: ¿verdad o mito?


Es muy difícil que sea necesario prohibir algo que no es malo, bajo el pretexto de una perfección imaginaria. (Montesquieu)

El lumpen-proletariado se abre paso como puede en los márgenes de la civilización. Se dedica a pequeñas chapuzas, a la venta ambulante, o se mete a trapichear con drogas, al tiempo que malvive de subsidios. Sus caminos están colapsados, sus esperanzas truncadas. Ve muy pocas salidas a esta situación y no percibe en el horizonte señal alguna de mejora en un futuro cercano.

Como digo, sus vías de acción son escasas. No tiene ni la formación ni la experiencia para lograr que le contraten por el sueldo mínimo estipulado, ni mucho menos para que ningún empresario grande o pequeño se arriesgue a asumir el coste de un posible despido, también estipulado, dado que esa escasa formación y experiencia no le ofrecen a este último la confianza suficiente.

Podría contratarle por menos dinero y prometerle también menos en caso de despido; y dado el caso, este obrero poco cualificado podría demostrar la diligencia y ambición que le abriesen poco a poco el camino del mercado laboral e ir conquistando cada vez mayores cuotas de bienestar y reconocimiento social.

En vez de eso, se quedará atrapado en este círculo vicioso casi de por vida.

Pero nada de ésto es, como suele aducirse, culpa de la sociedad, ni de la clase empresarial.. ni del capitalismo… SINO DE LAS LEYES. Leyes que se nos han vendido precisamente como “conquistas sociales” que favorecen a los más débiles.

La intención de este relato es, pues, mostrar que a quienes protegen estas supuestas conquistas sociales es, en todo caso, a los más fuertes de entre los débiles, esto es, a la aristocracia proletaria, que disfruta de notables privilegios, así como de una barrera artificial a sus competidores; y que a quienes perjudica, y en muchos casos trunca por completo sus esperanzas, es a los más débiles de entre los débiles: el llamado lumpen-proletariado.

Pero no sólo se ven perjudicados por estas trabas que las leyes imponen a empleador y empleado, sino también como resultado de las subidas de salario forzadas mediante huelgas y boicots. Por mucho que se insista en ese mítico relato de las “conquistas sociales”, según el cual toda mejora en la calidad de vida del obrero se debe a la presión (y la violencia) ejercida por éste, lo cierto es que la economía no funciona de la forma que imaginan algunos. Para empezar, apenas se tienen en cuenta todos los efectos colaterales de tales “conquistas”. Y es que en efecto son conquistas, pero entendidas en sentido militar: arrebatarle a otros parte de lo que les pertenece y adquirir privilegios o ventajas sobre ellos. Usando la conocida fórmula de Bastiat, lo que se ve es el aumento de salario y mejora de las condiciones laborales de quienes ejercen con éxito la presión sobre el empresario; lo que no se ve son los obreros que este empresario deja de contratar y las inversiones en capital fijo* que deja de hacer debido a la disminución de su capital variable*. Lo que se ve es el mayor bienestar alcanzado por los obreros favorecidos; lo que no se ve es el aumento del precio de los bienes o servicios ofrecido por esa empresa derivado de la pérdida de competitividad.

Es absurdo pensar que el aumento progresivo de los salarios que hemos visto en las pasadas décadas se deba a las demandas de los sindicatos. Si lo analizamos someramente, enseguida nos percatamos de cuán ridícula es esa idea. Para empezar, implica asumir que todo empresario (grande o pequeño) dispone de fondos ilimitados. Pero implica además no prestar atención alguna al aumento de la productividad. Los salarios en USA subieron más rápido que los salarios en Europa, a pesar de estar aquel país mucho menos sindicalizado que los nuestros. Vemos, por tanto, que el poder adquisitivo de la clase obrera (incluso de esa parte de ella que resultó privilegiada) no aumentó tanto gracias a las subidas de salario forzadas como al aumento de la productividad (derivado de una mayor inversión en maquinaria) y a la disminución del precio de los bienes de consumo; factores que obviamente no tienen relación con los “derechos sociales” sino con la “salvaje competitividad” del capitalismo.

Las huelgas, las demandas y las presiones ejercidas por los sindicatos lograron, como digo, privilegiar y proteger a parte de la clase obrera al precio de perjudicar al resto, aunque también en gran medida a los mismos que pretendían proteger, pues la productividad, así como el abaratamiento de los bienes y servicios, habría aumentado todavía más de haber dejado a la “salvaje competencia” operar de forma natural. 

¡Ea! ¡Ahí tienen el verdadero rostro de sus “conquistas sociales”!, despojado de los bellos ropajes con que lo ha vestido esa clase política que pontifica sobre el mercado laboral, aunque rara vez haya tenido que abrirse paso en él. Y ahora que lo han contemplado sin ornamentos ni maquillaje, digieran el mal trago y, tras ello, procuren ser honrados y obrar en consecuencia.

(*Capital fijo y capital variable son los mismos términos que usaba Marx para referirse en el primer caso a los medios de producción, como edificios y maquinaria, y en el segundo a la liquidez, materias primas y mano de obra.)
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2. ¿Es la libertad un bien divisible?..¿Y quién tiene legítimidad para dividir y administrar la de los demás?

Nadie puede fiarse sin peligro de las opiniones ajenas, porque descubriría que las opiniones de los otros no concuerdan entre sí. (Lysander Spooner)

Antes pintábamos una estampa que a todos nos es muy familar: la del menudeo en los barrios marginales. Y nos viene muy bien retomarla, dado que el tráfico de drogas ilegales, en cuanto economía sumergida, guarda un estrecho paralelismo con el mercado laboral. 

Muchos se percatan muy bien de que la prohibición de determinadas sustancias no elimina estas sustancias de la sociedad sino que tan sólo obliga a comerciar con ellas en la economía informal, lo cual las encarece y hace disminuir su calidad. Pues bien, la prohibición de trabajar por menos de un sueldo estipulado y sin las condiciones que marca el gobierno de turno tampoco hace desaparecer del mapa a los obreros y empresarios que están dispuestos a firmar ese tipo de contratos. 

¿Por qué les resulta a algunos tan fácil percibir esa lógica en materia de drogas ilegales pero les es tan difícil verla en este otro ámbito, cuando el razonamiento que subyace es exactamente el mismo?

No es la multitud de tabernas la causa de la disposición general al alcoholismo entre el pueblo llano, sino que esa disposición, originada en otras causas, necesariamente da pie a que haya una multitud de tabernas. (Adam Smith)

He aquí una frase que puede enseñarnos mucho más de lo que parece a primera vista. Si la culpa del alcoholismo no es de quien vende alcohol, tampoco permitir la venta de otras sustancias adictivas va a hacer que la gente se vuelva más viciosa, ni prohibirla va a hacer que se torne más virtuosa. 

Pero si seguimos tirando del hilo, nos daremos cuenta de que la misma lógica es extrapolable a todos los bienes de consumo. Ni permitir la prostitución legal va a aumentar la demanda de servicios sexuales, ni permitir la venta y posesión de armas va a aumentar el número de homicidios (en este último caso, más bien puede hacer que disminuyan, puesto que prohibir las armas es la mejor manera de asegurarse de que sólo las tengan los malos y de que los buenos no puedan defenderse).

La libertad nunca es el problema. La prohibición nunca es la solución.

Y si el lector sigue suscribiendo lo hasta ahora planteado, deberá aceptar finalmente que prohibir que la gente trabaje por menos dinero del que a nosotros nos parezca justo tampoco va a impedir que lo hagan en la economía sumergida (a costa de asumir más riesgos, lo mismo que en el caso de las drogas); ni mucho menos va a lograr que los empresarios (grandes o pequeños) paguen más de lo que les permite su margen de beneficio.  

Lo verdaderamente llamativo es que haya tanta gente que suscribe la posición que hemos defendido aquí en materia de drogas y prostitución (no sé si tanto en materia de armas) pero que se resiste a admitir que la lógica que hemos aplicado al mercado laboral sea exactamente la misma.

Muchos entienden perfectamente que lo que hay detrás de los prohibicionismos en general es ignorancia y moralismo, además de una postura inmadura de negación de la realidad. ¿Cómo es, pues, que lo aplican a unos ámbitos sí y a otros no?

Quizá porque en efecto poseemos sesgos que nos impiden aplicar el mismo razonamiento a todas las situaciones, el programa de los partidos políticos sigue basándose esencialmente en estas dos propuestas: PROHIBIR Y OBLIGAR. La política, en la inmensa mayoría de los casos, sigue pensando que prohibiendo a la gente hacer según qué cosas y obligándola a hacer según qué otras va a “construir una sociedad mejor”, en vez de una más agobiada por las trabas que constantemente se empeña en ponerle la clase política y cada vez más resabiada y dispuesta a saltarse las normativas como sea (por ejemplo, mediante el soborno a los funcionarios).
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Llegó la época en que todos han pretendido colocarse fuera y por encima de la humanidad, a fin de arreglarla, organizarla e instituirla a su manera. (…)

Ya pasó más de siglo y medio desde que se anunció esto. Y parece que seguimos en las mismas. ¿Cuánto tiempo más toleraremos la arrogancia de ciertos hombres? ¿No habían quedado muy atrás el derecho divino y el despotismo ilustrado? ¿O es que aquella legitimidad, lejos de morir, meramente pasó de manos de los reyes a las de políticos e intelectuales?

(…) Miserables, que tan grandes os creéis, que juzgáis a la humanidad tan pequeña, que todo lo queréis reformar. Reformáos vosotros mismos; con esa tarea os basta.

(Frédéric Bastiat)

Son estos hombres llenos de arrogancia los que nos conceden fracciones de libertad, administradas con un cuenta gotas que sostiene una mano temblorosa, aterrorizados de lo que pueda pasar de concedérnosla entera.

Son estos seres que se colocan fuera y por encima de la humanidad los que dedican sus "hondas reflexiones” a averiguar qué cosas seremos capaces -nosotros: mortales- de decidir por nosotros mismos y cuáles es mejor que sigan decidiendo ellos. 

Y dependiendo del espectro ideológico en que se ubiquen estos “prohombres”, se inclinarán por unas o por otras.

Liberalizar las drogas, por ejemplo, es una demanda que suele proceder de la izquierda. Liberalizar la economía en general, por el contrario, se asocia más a la derecha. Extender la libertad de expresión de nuevo acostumbra a proceder de la primera. Pero si hablamos de libertad de acción, volvemos a ubicarnos en la segunda. El respeto a la libre elección en materia sexual y afectiva nos es concedido por la izquierda. Pero en materia moral y axiológica por la derecha. Reconocer el derecho de secesión a un territorio.. de izquierdas. El de los padres a elegir la educación de sus hijos.. de derechas. Aborto: izquierdas. Gestación subrogada: derechas.

¿Pero qué sucede si alguien quiere defender todas esas libertades a la vez? ¿Qué ocurre si ese alguien no las percibe como entes separados, sino como diferentes manifestaciones de un mismo principio?  

Da la impresión de que la única opción que no se contempla en materia de libertad es que alguien se muestre al fin CO-HE-REN-TE.
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sábado, 3 de septiembre de 2016

LIBERTAD NEGATIVA Y POSITIVA (derechos negativos vs. derechos sociales)

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Hay mucha gente que desconfía de la idea de libertad negativa. La consideran insuficiente. Creen que eso no garantiza el bienestar de todos.

Pero, ¿y qué otra cosa lo garantiza? 

Por más que nos empeñemos en creer que "otro estado es posible", por lo que sabemos hasta ahora, el modelo social-demócrata sólo garantiza que se fragüen corruptelas, clientelismos y latrocinios varios. En primer lugar, porque un político que sólo actúe en beneficio de la sociedad y desatienda a los grupos de presión y a sus potenciales aliados, está cavando su propia tumba. Y en segundo, porque los propios ciudadanos también van a perseguir sus intereses particulares y, por tanto, muchos de ellos van a procurar engañar a la administración para beneficiarse de ella antes y mejor que el resto.
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Bastiat decía en La ley que la gente tiende a confundir la sociedad con el Estado, y que por ello, cuando algunos decimos que el Estado no debe hacer ésto o lo otro, significa que no debe hacerse en absoluto. El consenso social-demócrata ha logrado inocular tal Síndrome de Estocolmo en la mayoría que, ciertamente, dan por hecho que aquello que no emprenda el Estado no va a ser emprendido por nadie más. De ahí, pues, que se considere la libertad negativa (el derecho a la no interferencia) como algo tan estrecho, tan tacaño. Como si no garantizar la asistencia al necesitado equivaliese a eliminarla. Como si no obligarte a colaborar con la sociedad equivaliese a prohibirte hacerlo..

..Y, por supuesto, como si defender sólo los derechos individuales abocase impepinablemente a fabricar una sociedad individualista.

Pero es que la libertad negativa no implica necesariamente individualismo, ni mucho menos atomismo. Nadie va a negar que vivimos en sociedad; de hecho, somos los animales más sociales que existen. Pero la cuestión principal aquí no son los vínculos que desarrollemos o no con nuestros semejantes; la cuestión es si tenemos derecho a obligarles a ayudarnos bajo amenaza. Porque eso es lo que significan los derechos sociales. Y que la gente no tenga la obligación de ayudarte no significa que no puedan ayudarte voluntariamente, o que no puedas asociarte con otra gente que está de acuerdo en poner un fondo común para los tiempos de vacas flacas. 

Martin Krause y Benegas Lynch, en su obra En defensa de los más necesitados, hacen un recorrido por todas las asociaciones civiles de beneficencia, y más que beneficencia: entidades que proporcionaban alimentos, techo, salud y educación a las gentes más necesitadas. Tras ello, comparan los resultados de esos sistemas de asistencia con los del estado del bienestar; y la conclusión, sostenida con datos, es que no sólo resultaban de más ayuda las organizaciones de tipo civil y voluntario, sino que el establecimiento del "estado benefactor" transmitió el mensaje de que él se ocupaba de todo y, por tanto, fue desincentivando progresivamente la solidaridad espontánea de la gente. 

Martín Krause. Académico del Cato
Institute y profesor de Economía
de la Universidad de Buenos Aires.
Alberto Benegas Lynch.  
Académico y docente argentino 
especializado en economía.
Al final, los "derechos sociales" y el "estado de bienestar" son quienes fomentan en mayor medida el egoísmo y el individualismo, porque "para ayudar ya está el estado". 

Por otra parte, convertir la solidaridad en algo obligatorio no podría pervertir más el propio concepto.


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