Filosofía, Metapolítica, Aforismo, Poesía.

lunes, 25 de abril de 2016

"Sesgos..."

Juan Manuel De Prada, escritor e intelectual representante de la derecha
ultra-católica y enemiga ferviente de la democracia y la libertad.
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Juan Manuel De Prada no es, en realidad, un tipo que me caiga mal; pero de algún modo representa mejor que nadie un arquetipo típicamente hispano: el del misionero en tierra ya cristianizada, el del redentor de los ya redimidos; o, dicho de otro modo, el que viene a contarnos otra vez lo que ya nos contaron y, por más que le resulte incomprensible, ya casi nadie quiere oír porque, sencillamente, la mayoría de nosotros estamos a otra cosa.

Seguí mucho el programa de debate que dirigía y presentaba en Intereconomia, del que no dejé de extraer aportes interesantes; y de vez en cuando he leído artículos suyos, siempre muy bien escritos y con notables dosis de ingenio. Pero no lo he escogido como paradigma del ingenio sino de los sesgos ideológicos.

Los que, como él, llevan la cruz de cristo grabada en la frente, acostumbran a ver el mundo de un modo algo peculiar. Se podría resumir en una fórmula muy simple: todo lo que procede del cristianismo es bueno, todo lo que no procede del cristianismo es malo. Pero, dependiendo del contexto, donde dice “cristianismo” debemos poner “catolicismo”.

Porque si se trata de cargar contra todo lo anti-cristiano, no hay problema alguno en hacer frente común con ortodoxos y protestantes; pero, ¡ay!, si ya se trata de abordar las disensiones y peleas entre las distintas facciones cristianas, la fórmula anterior adopta inequívocamente la segunda de las formas, y esas dos facciones con las que no tenía problema en establecer una alianza tácita se convierten repentinamente en algo casi tan "perverso" como el mismo ateísmo. 

El tipo es capaz de cualquier villanía con tal de mantenerse en sus trece. Todavía cae en trampas de pseudo-intelectual que algunos hemos felizmente superado a mucha más temprana edad, como es la de asumir una cómoda y cobarde equidistancia frente a socialismo y liberalismo, y pretender vendernos que, si bien los crímenes cometidos en nombre de uno y otro son de cariz distinto, moralmente son poco menos que equiparables. Así, llega a acusar a la democracia liberal de arrebatarnos lo que más temíamos que nos arrebatara el comunismo; esto es: la familia, la fe, la tradición; o a proclamar, en un claro momento de enajenación transitoria, que “el liberalismo es mucho peor porque trajo la minifalda”. Sólo una mente retorcida y alejada por completo de los valores humanos –sí: humanos y no “divinos”- es capaz de tal bajeza moral: restarle importancia a los millones de víctimas del Gulag, y sus equivalentes en China o Vietnam, con tal de convencernos de su enfermizo diagnóstico del mundo moderno, donde “la minifalda”, el laicismo y la “luciferina libertad” son cosa de mayor gravedad que toda la barbarie desplegada en nombre de un ideal tan cercano, mira por dónde, al del cristianismo primitivo.

En otra de sus enajenaciones mentales, dejo a criterio del lector si transitorias o no, llegó a afirmar con gran convicción que quienes se manifiestan contra la Iglesia están motivados en el fondo por un “odio hacia la virginidad de María”. Pero lo que se trasluce en todas esas declaraciones con bastante más claridad que los supuestos sentimientos de los ateos hacia la "madre de dios" es su profundo odio, compartido por correligionarios como García Serrano, al mundo que han alumbrado el Laicismo, la Ilustración, el Protestantismo y la Masonería. (Parafraseando al gran periodista Juan José Chinchetru, "¡menos mal que su religión les prohibe odiar!")

Por otra parte, sus constantes alusiones al aborto son muestra de una bien conocida obsesión de la derecha religiosa. Una obsesión llamativa por cuanto pone más énfasis en defender la vida del no nacido que la del nacido, y por cuanto su ignorancia de la biología le lleva a creer a-científicamente que un óvulo recién fertilizado es tan “humano” como un feto de siete u ocho meses. Pero hay que comprenderlos: si no contaran con el pretexto del aborto, su discurso perdería la mitad de su fuelle.

Por ésto es que se muestra simpatizante del gobierno “identitario” (en el sentido religioso y nacional) de Vladimir Putin. Y por lo mismo, acude a Dostoievski como símbolo del mantenimiento de la fe cristiana a toda costa, o a Tocqueville en sus advertencias sobre el futuro de la democracia. Pero se le olvida, curiosamente, que Dostoievski opinaba que la Iglesia de Roma era responsable de la muerte de la conciencia cristiana; o que Tocqueville, si bien vislumbraba graves peligros en la democracia y el liberalismo, también dejó siempre claro que no era posible volver atrás y que estos nuevos modelos políticos nos traerían sin duda grandes ventajas.

En síntesis: Prada lo acomoda todo a su discurso, por más malabarismos pseudointelectuales que tenga que hacer; y de ese modo, su cosmovisión permanece como a él le gusta: esclerotizada. Extrae de cada opinión aquello que le conviene y descarta lo que no le sirve. Todo es instrumental al fin de mantener su rancia y temerosa concepción de la existencia.
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Eduardo García Serrano. Escritor y periodista. También representante de ese
catolicismo ferviente enemigo de la democracia, pero sobre todo, de la libertad.

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martes, 12 de abril de 2016

"Nación: lágrimas y conquista".

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Seguiremos siendo poetas ... hasta que toque ser soldados.
Todo lo que no podamos conquistar a través de las lágrimas,
lo conquistaremos a través de las armas.

(Internacional Nacionalista)

Recién finalizada la 1ª G.M., los nacionalistas alemanes se convirtieron en las plañideras de Occidente.. “¡Traición, traición!” … “Nuestro orgullo ha sido pisoteado”… “¡Alemania reclama justicia!” … Continuaron quejándose y reclamando esto y lo otro (con más o menos razón, no toca ahora dilucidar eso) hasta el momento en que al fin se vieron con fuerzas. Su semblante, a partir de entonces, empezó a tonarse distinto: se guardaron las lágrimas, y sacaron las garras.

¡Y menudas garras! ….

Ésta es la tónica habitual. El nacionalismo bascula entre la ´lógica` del victimismo y la ´lógica` de la agresión. Nunca falla. Cada vez que está en posición de debilidad echa mano de la estrategia victimista. Pero en cuantito empieza a tener algo de fuerza, se lanza sin el más mínimo apuro a la agresión. 

No es otra cosa –salvando las obvias distancias- lo que se ha podido apreciar en el caso catalán (y luego valenciano, y luego balear). De repente parecen haber desaparecido de escena todos los `genuinos´ nacionalistas de estas dos últimas comunidades, entendiendo “genuinos” por “provincianos” o “localistas”. Ahora todos parecen decididos a abrazar la patria grande; y obviamente no me refiero en este caso a España sino a los “paisos catalans”. 

Entendámonos. Yo no digo que no existan vínculos evidentes entre ellos. Es muy cierto que hay infinidad de cosas que los valencianos comparten con los baleares, y ambos con los catalanes*. Nadie lo duda. Pero tampoco puede negarse que hay otras que los distinguen entre sí. ¿Por qué, entonces, esa insistencia en buscar un “pan-catalanismo”? 

(*Así como todos ellos con los españoles y a su vez los españoles con el resto de europeos) 

El problema que subyace aquí, si se fijan, es en cierto modo el opuesto al que nos venden los nacionalistas, pues está en juego la pérdida de parte de la identidad de esos tres territorios en pos de una suerte de homologación –uniformización- catalanista. Pero aún es, si cabe, más preocupante su voluntad expansionista, cosa que nos muestra la lista –hasta ahora pequeña- de territorios aragoneses, franceses, e incluso italianos que reclaman para sí. 

Por ello afirmo sin ningún apuro que hoy por hoy resulta bastante más peligroso el nacionalismo catalán (o vasco) que el español. Por la sencilla razón de que el segundo ha renunciado hace ya mucho a la expansión territorial. De hecho, este conflicto, igual que el de Ceuta y Melilla, nos muestra cómo hoy todo su esfuerzo se concentra en conservar el territorio que aún posee. Como mucho aspira a recuperar El Peñón. Y para de contar.

Pero con el nacionalismo pan-catalanista y pan-vasquista ocurre algo muy distinto: Ni mucho menos se conforman con sus presentes “posesiones”, sino que la lista de sus reclamaciones territoriales nos hace sospechar que, de lograrlas todas, no se parasen ahí. 

Por eso creo que, para tener una visión más amplia del problema, debemos ir más allá de la dicotomía entre nacionalismo periférico y centralista, e incluso del "derecho a decidir". Yo tengo bien claro que una democracia que no reconoce el derecho a la secesión no es más que una cárcel donde se te permite votar al carcelero menos malo. Por ello, no puedo menos que reconocer el derecho de Cataluña o de cualquier otra región a secesionarse (aunque en realidad no les reconozco nada a abstracciones como las nacionalidades, sino únicamente a las personas). Ahora bien, haré depender este apoyo de que la futura República de Cataluña reconozca a los territorios e individuos que la compongan el mismo derecho que ella reclama al estado español. Porque, en caso contrario, lo que estarían haciendo estos señores “independentistas” es ofrecer a mucha gente la esperanza de escapar de la cárcel para encerrarles tras ello en una más pequeña. Y en ese caso, ¿diríamos que sus ciudadanos están ganando o más bien perdiendo? … Eso lo dejo a criterio del lector.
Insisto, por tanto, en que es un error equiparar, al menos en el caso español, el nacionalismo centralista y el periférico. Muchos hemos caído en tal error cuando nos faltaba, quizá, más perspectiva. El nacionalismo español es un gigante viejo y agotado, sin apenas ya fuelle para nada (y así lo muestran los escaños cosechados en cada elección por las “candidaturas patrióticas”). Pero cuidado: el catalán y el vasco son nacionalismos aún jóvenes y lozanos, con muchas ganas de dar guerra –no necesariamente en sentido literal, aunque algo de guerrilla sí se ha practicado desde sus filas-, y la intensidad de su adoctrinamiento, como la operatividad de sus mitos, así lo atestiguan.

Evidentemente, son casos análogos pero muy distantes los de la Alemania de entreguerras y la Cataluña o el País Vasco de hoy. Hasta podrían parecer los segundos torpes caricaturas del primero. No pretendo, pues, vender el horizonte, muy poco probable, de una guerra en el seno del estado español que se extendiera al francés y al italiano. Pero eso no invalida la analogía en sí; que por supuesto es extensible aún a muchos más casos, como el de los Balcanes o el de las ex-repúblicas soviéticas, entre otros.

Con lo anterior he pretendido exponer, grosso modo, el peligro que implica el nacionalismo expansionista. Pero no puedo dejar de hacer ver los males –aunque fuesen menores- que se derivarían del caso contrario; es decir, de que optaran valencianos, baleares y catalanes por identificarse como naciones separadas y, en vez de poner el énfasis en lo que los une, lo pusieran en lo que los separa. Porque en los dos casos se trataría de un intento por forzar artificialmente las "identidades naturales" de todas sus provincias y comarcas hacia un sentido o hacia otro.

No olvidemos que los nacionalismos tuvieron su origen en el Romanticismo. No debe sorprender, por ello, la enorme carga de subjetividad y de capricho que arrastran sus idearios. El nacionalista se caracteriza, entre otras cosas, por no estar jamás conforme con la “realidad nacional” que tiene ante sí. Siempre busca deformarla, bien sea para diferenciarla, bien sea para asemejarla a la del vecino. Busca identidad. Y una identidad es más fuerte en cuanto es más uniforme. El nacionalismo consiste precisamente en eso: en fronteras claramente delimitadas (tanto geográficas como lingüísticas y culturales) sobre las que no quepa ambigüedad alguna. El nacionalista es muy poco amigo de lo espontáneo y lo diverso, ama lo predecible y unívoco; le produce gran inquietud contemplar degradados en los colores, tan sólo goza contemplando colores planos.
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lunes, 11 de abril de 2016

“CONSTITUCIONALISTAS...”

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«Cuando un hombre dice que está construyendo una casa para sí y su posteridad, él no pretende que se entienda que quiere obligar a su descendencia a hacer uso de ella, ni que tiene algún derecho a obligarlos a vivir en ella. Él sólo pretende que se entienda que su esperanza y motivación para construir la casa es que ellos, o por lo menos algunos de ellos, pudieran encontrar satisfacción viviendo en ella.
(…..)
Así fue con los que originalmente adoptaron la Constitución.
(….)
Si hubieran tenido la intención de vincular a su posteridad al contrato, debieron haber dicho que su objetivo era, no “asegurarlos en las bendiciones de la libertad”, sino convertirlos en esclavos; porque si su “posteridad” está vinculada al contrato, no es más que esclava de sus tontos, tiránicos y difuntos abuelos.»

(Lysander Spooner, ´Sin traición`.)

Lysander Spooner (1808-1887)
Jurista, filósofo político
y abolicionista estadounidense.
Esta misma mentira, esta misma artimaña que destripó Spooner en el contexto de la Guerra de Secesión Americana es a la que nos enfrentamos hoy en España, encarnada por los llamados constitucionalistas. La Constitución del 78 está cerrada y (como mucho) cabe alguna que otra “reformilla menor”. Entonces se decidió lo que parecía mejor para todos. Y lo que parecía mejor entonces debe seguir pareciendo, y siéndolo, para siempre ¿¿?? Esto es una impostura y un chantaje intolerable. Yo no voté ninguna constitución. Yo no estoy obligado a acatarla. Pero aunque la hubiera votado, tampoco puede obligarme nadie a mantener mi acuerdo con ella hasta el día en que me muera. Lo que sirvió entonces bien puede no servir ahora. Y está por ver hasta qué punto “sirvió”, porque de esos polvos vienen los presentes lodos, y son unos lodos especialmente densos.

En el fondo este constitucionalismo opera mediante “razonamientos” análogos a los del nacionalismo español: Como la nación española lleva mucho tiempo funcionando como tal, y no le ha ido “mal del todo” (cosa siempre susceptible de cuestionar), es de esperar que lo haga por siempre.

Pues no, señores: Las soberanías colectivas equivalen a tiranía, a convertir nuestras voluntades en esclavas de las voluntades de los muertos (aunque también de nuestros coetáneos, cuando una de esas soberanías se declara frente a nuestros ojos y sin nuestro consentimiento).

Saben todos los que me leen que me opongo por igual a todo nacionalismo. Pero si una mayoría de los catalanes decide embarcarse en una aventura secesionista-nacionalista (en vez de en una secesionista a secas, como preferiría yo), por más que el componente nacionalista pueda hacer esa futura sociedad irrespirable, y que suponga una marcha atrás hacia periodos felizmente superados (cambiando el adoctrinamiento españolista por uno catalanista), aun con todo eso, los catalanes tienen derecho a equivocarse y, si hace falta, a estrellarse. ¿O no estamos de acuerdo en que nadie aprende si no prueba en sus carnes el fracaso, y que nadie escarmienta si no comete sus propios errores y se ve obligado a enmendarlos también por sí mismo? Aunque los españolistas y los constitucionalistas estuvieran en lo cierto y, ya no por el componente nacionalista, sino por el mero hecho de secesionarse, los catalanes estuvieran incurriendo en un fatal error, ¡pues ya se darán cuenta ellos, tarde o temprano, y buscarán el remedio, por la cuenta que les trae! ¿De verdad cree el gobierno de España que puede convencer a los nacionalistas catalanes con argumentos de esta clase? Es de una ingenuidad supina…

Aquí lo que está en juego, al menos para la opinión pública catalana, es el libre consentimiento en formar parte de un proyecto político. Y al no aceptar gran parte de su ciudadanía (por los motivos que sea) seguir formando parte del estado español, están en su pleno derecho. Que yo considere el nacionalismo un grave error no me faculta para cuestionar ese derecho. Seguiré, desde luego, advirtiendo de los males derivados de ideales como el nacionalista, y seguiré criticando el pan-catalanismo, que en vez de favorecer un progresivo secesionismo, lo que plantea es prácticamente la anexión de otros dos territorios, una vez secesionados del estado español. Pero a eso me limitaré, pues el derecho a la libre secesión no debe confundirse ni mezclarse con el contenido que LIBREMENTE le den los distintos pueblos a sus estados recién fundados.
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Los padres de la Constitución española de 1978, sobre los que 
se ha erigido un mito político ya rentabilizado y agotado.

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(Nota aclaratoria: Lo único que me he propuesto tratar aquí es el derecho abstracto a la secesión; por tanto no me he referido a la forma concreta en que ese derecho se está pretendiendo ejercer actualmente por parte de los separatistas catalanes, pues ese asunto merecería un escrito aparte. No obstante, para evitar malos entendidos, aclararé que, si bien los catalanes tienen todo el derecho a decidir cuál es el proyecto político del que desean participar, es bastante más cuestionable su derecho a dilapidar los fondos públicos para sostener y vender al mundo tal proyecto –ni que decir ya para extenderlo a otras comunidades a modo de inversión para preparar la anexión-; como también es cuestionable animar a todo el estado a incumplir caprichosamente las leyes y “hacer las cosas por las bravas”. Es obvio, asimismo, que cuando hablo de mayoría en un caso como éste no puede bastar con una simple sino que conviene exigir una, al menos, de dos tercios.)