Filosofía, Metapolítica, Aforismo, Poesía.

viernes, 28 de abril de 2017

“Hambre y ambición. Generación y corrupción”.

~
Cuando has pasado hambre, no se te olvida jamás; es una sensación que se te mete dentro.. y aunque no vuelvas a sufrirlo, el Hambre te acompaña toda la vida. 

En esta frase está contenida la secreta relación entre la fisiología y la psicología, y nos deja ver además la forma tan natural en que se enriquecen los conceptos a través de metáforas. He querido destacar ese proceso semántico al distinguir el “hambre” con minúscula y con mayúscula. El segundo, como ya habrán supuesto, nos refiere a la ambición, sobre todo de tipo material. 

Y es que en el ser humano no puede desligarse lo uno de lo otro: la ambición no es sino un firme propósito de acumular la riqueza suficiente como para garantizar que “jamás volveremos a pasar hambre”, usando la tan célebre expresión popularizada por el cine. Claro que ese “suficiente” nunca parece realizarse a ojos del ambicioso. Es un Hambre, pues, insaciable: un Hambre patológico.

La cita corresponde a un diálogo que aparece en la serie italiana ´El Capo de Corleone`, y me sirve para plantear algunas reflexiones acerca de un tipo psicológico bien establecido: el del nuevo rico que procede de la extrema pobreza.

Por suerte, no todos los sujetos que responden a este arquetipo desarrollan el grado de sociopatía que nos muestran los personajes de la serie. Los hay que jamás llegan a usar métodos criminales para calmar ese Hambre patológico. Sin embargo el ciego impulso que los mueve es el mismo, y no es otro en el fondo que el más puro instinto animal de supervivencia. 

Quizá en otras especies ese impulso no llega a dominar todo el periplo vital debido a que carecen de la memoria y de la autoconciencia necesarias para que así ocurra. En el caso del homo sapiens, sin embargo, esa programación biológica tan básica acostumbra a ser la que con más fuerza determina la actitud y las decisiones que orientarán su vida. Pues, aunque se trate de un animal extremadamente complejo, la complejidad tiende a mostrarse más en los efectos que en las causas.

Podríamos representarnos, entonces, a los seres aquejados de esta patología como portadores de un peligroso virus, aunque escasamente contagioso. Algo a medio camino entre la rabia y la fiebre del oro. Una enfermedad que impulsa a quienes la padecen a la depredación, y que, de hecho, les hace ocupar un puesto en las sociedades humanas muy similar al que ocupan los depredadores en los ecosistemas; sin que este nada claro, eso sí, que contribuya de modo análogo a restaurar algún tipo de equilibrio. Más bien al contrario, dado que la relación entre una sociedad humana y el conjunto de los “depredadores” que la habitan también parece ser análoga a la que existe entre un cuerpo y el cáncer que lo devora.

Es hasta tal punto análoga que, tal como vemos en la serie (y tal como ocurrió en la Italia de los ochenta, pues está basada en hechos reales), erradicar ese “cáncer” requiere de métodos tremendamente agresivos y dañinos con el propio “cuerpo”; y por más que lo creamos finalmente eliminado, siempre sobrevive algo de tejido infectado, a partir del cual vuelve a extenderse.

La última analogía que vendría a colación sería más básica todavía: la podredumbre es un proceso que acompaña a la vida desde sus inicios. Salud y enfermedad, generación y corrupción, son indisolubles la una de la otra.

Cabe por tanto suponer que el crimen organizado, así como la menos organizada constelación de intereses (en términos de Weber) de los “depredadores sociales” son males congénitos a cualquier sociedad humana. Contra ellos no valen soluciones drásticas, ni mucho menos fáciles y limpias. Se trata de realidades con las que siempre, por desagradables que sean, tendremos que contar, y con las que siempre, con mejor o peor humor, deberemos convivir.

La fotógrafa siciliana Leticia Battaglia registro con su cámara 
los crímenes mafiosos durante más de 20 años.
La lección es que en el “organismo del cuerpo social” se dan equilibrios y desequilibrios, y que si bien la corrupción, el delito y el crimen son consustanciales a cualquier sociedad -por lo que resulta utópica toda pretensión de erradicarlos por completo-, hay grados en que resultan tolerables o controlables, y en tanto sigan siéndolo no amenazan la supervivencia o la buena salud del “cuerpo” en conjunto; y grados en que, por contra, afectan seriamente a éste, causando "infecciones" y abriendo "llagas" en el “tejido” social, y hasta llegando a comprometer "órganos internos" vitales.

Sociedades como las italianas, especialmente del sur de la península, pero también como las hispanas, de un lado y otro del Charco, se han visto repetidas veces así comprometidas, al borde del colapso, del caos y de la guerra civil: de la descomposición absoluta del cuerpo social.

En Italia fue hacia los años ochenta cuando el “cáncer” originado en Sicilia, Nápoles y Calabria hizo metástasis. El intento de unos cuantos jueces y policías, heróicos hasta rozar el quijotismo, por arrancar de raíz esa “enfermedad” provocó la violentísima reacción de la misma, y gran parte de los que tuvieron el arrojo de convertirse en “antibióticos humanos” fueron eliminados en el proceso, aunque no obstante su “empresa sanitaria” ya había dado sus frutos, encarcelando para toda su vida a cientos de “agentes infecciosos”.

En México, Colombia, Brasil, y otros muchos estados iberoamericanos la metástasis ya viene de largo, manteniendo a sus poblaciones y a sus gobiernos en jaque permanente. Y si bien es cierto que, en el caso americano, la prohibición de ciertos productos ofertados por campesinos del sur y especialmente demandados por urbanitas del norte ha tenido efectos catastróficos, al servir en bandeja un mercado de lo más lucrativo al crimen organizado, tampoco podemos ser tan cándidos de suponer que, de acabarse finalmente con tan calamitosa política, los narcos abandonen de un día para otro sus actividades ilícitas y criminales. El tráfico de drogas les proporciona cuantosísimas ganancias, pero de desaparecer ese negocio, otras actividades quizá menos lucrativas tomarían mayor protagonismo: la extorsión, el robo, el secuestro, etc. Sí, puede que algunos de los actuales narcos acabaran por dedicarse a labores más respetables, e incluso dentro de la ley, al ver estrecharse su campo de actividad y percibir menos oportunidades de sacar tajada. Pero no nos engañemos: muchos de ellos se unieron a las filas de la mafia porque eran de natural seres con tendencias sociopáticas, y algunos otros que quizá no mostraban esa inclinación tan claramente, de todas formas se han hecho ya a esa forma de vida y no conocen otra manera de abrirse camino que no sea mediante el amedrentamiento y la violencia.
Ray Liotta, encarnando al protagonista de ´Goodfellas`.
El mundo se divide en “chicos listos” e “idiotas que trabajan ocho horas”, entre los que están dispuestos a tomar por la fuerza aquello que les apetece y quienes son respetuosos con la ley y temerosos de Dios o La Moral. Algo así venía a plantear el film de Scorsese ´Goodfellas`, traducido aquí por ´Uno de los nuestros`. Esta idea es clave para entender el fenómeno del crimen organizado, pero no menos que esta otra: los mafiosos son en cierto modo herederos de una forma de autoridad feudal, en que la fuerza era la única razón que se entendía.

La civilización, el estado y la racionalidad modernas van avanzando; pero en sus márgenes sobreviven siempre formas de autoridad y de organización social más arcaicas. El sur de Italia, en especial Sicilia, Nápoles y Calabria, presenta una realidad muy distinta a la del norte: en esas tierras perviven todavía aquellos modos de organización feudal y caudillista; y desde la unificación hasta hoy nadie ha tenido los arrestos, o no ha sabido encontrar la forma, de extirpar de raíz el cáncer y conducir al sur decididamente hacia la Modernidad. No digo desde luego que sea fácil: ya he dejado claro anteriormente que es utópico pretender acabar de un día para otro con la corrupción en sus diversas formas. Sin embargo parece que los políticos italianos, por lo general, han preferido usar a los grupos mafiosos como aliados estratégicos para diversos fines antes que perseguirles sin cuartel. Han optado, digámoslo así, por el pragmatismo frente a la moral. Han valorado más los réditos potenciales (sobre todo para la clase política) que se derivan de las alianzas puntuales con ellos que los beneficios (estos sí para la población en conjunto) de mantener en el tiempo una clara política de persecución y represalia. Por otro lado no puede olvidarse que, aparte de las sucias estrategias que ha empleado a menudo el estado italiano, el vínculo de algunos políticos con estas organizaciones criminales va mucho más allá de una alianza puntual, pues es sabido que muchos de ellos están literalmente a sueldo de los capos, lo mismo que muchos jueces y policías. Y no es menos sabido que algo similar, cuando no más grave, ocurre en varios países de Iberoamérica.

Pero una cosa es clara: de legalizarse las drogas, las armas y la prostitución, verían estrecharse muy mucho su mercado potencial. Y si de un lado no debemos ser ingenuos respecto al natural (o aprendido) carácter de los criminales, también sería contraproducente adoptar una postura cínica o descreída y no advertir que, si bien no es posible erradicar el gangsterismo, sí podemos asfixiarle poco a poco arrebatándole posibilidades de negocio y, consecuentemente, reduciendo cada vez más su campo de acción.
 ___________

Recapitulando. Si penetramos en la mentalidad del gangster, así como en la del mundo feudal, rural y caudillista, nos encontramos de nuevo ante un fenómeno que podría reducirse en cierto grado a la biología o a la etología.
Los "hambrientos patológicos" se reconocen entre sí, se asocian, y se organizan para proteger mejor sus intereses.

Hay machos-alpha y machos-beta, gamma, epsilón.. ya se llamen los primeros “capos”, “señores feudales”, “patronos” o “caudillos”. Hay quienes no tienen empacho en tomar lo que les apetece cuando les apetece, y otros que, por mero instinto de supervivencia, se dejan robar, dominar y pisotear. Existe por otro lado entre los habitantes de estos “márgenes de la civilización” una desconfianza hacia el Estado, que no sólo se percibe como un ente lejano, sino que además parece no preocuparse lo más mínimo por su suerte, con lo que gran parte de ellos acaban confiando más en las autoridades locales, que al fin y al cabo están igualmente enfrentadas al poder estatal y que, por lo menos, conocen de primera mano los problemas y las necesidades reales de sus “feudos”.

Algo de ese sentimiento de abandono por parte del Estado debe estar en el germen de la mentalidad mafiosa: los habitantes de las regiones más empobrecidas y más dejadas de lado por la clase política sienten que no le deben nada a la sociedad; y algunos de ellos llegan incluso a ver en ello una justificación para tomar lo que “es suyo” por la fuerza.

No debe caerse, sin embargo, bajo ningún concepto en la tan simplista y tan socorrida conclusión de que “es culpa de la sociedad” o de que “su ambiente les ha empujado a convertirse en criminales”. Primero porque puede servir de inmejorable pretexto a todo malnacido que vive holgadamente a costa de sus semejantes; y segundo porque no debe confundirse el que los fenómenos sociales tengan causas y explicaciones, las cuales podemos rastrear, con que el individuo no tenga la más mínima responsabilidad de sus acciones. 

Por supuesto que se dan más factores de riesgo en las zonas más deprimidas económicamente y más abandonadas por el poder político; pero eso no quiere decir que todas las causas sean esas: para alguien con tendencias sociopáticas, el haber nacido en un contexto como ese le podrá empujar quizá con mayor fuerza a desarrollar sus potenciales de depredación; pero para alguien que carezca de esas tendencias, el nacer en ese mismo lugar únicamente determinará que su vida sea más difícil y que, por si sus problemas fueran pocos, se vea obligado además a lidiar con toda esa ralea de canallas.

Cerraremos estas reflexiones con otra cita del protagonista de ´El capo de Corleone`: 
Cuando yo era niño, era más fácil matar a un cristiano que leer un libro. 
Volvemos a la mentalidad feudal: la vida no vale un carajo; y a quien no esté dispuesto a matar, quizá sólo le quede disponerse a morir. Quien no tenga la voluntad de convertirse en señor, probablemente acabe convirtiéndose en esclavo.
Fotograma de ´El señor de la guerra`, film de 1965 dirigido por Franklin Schaffner.
~

lunes, 10 de abril de 2017

EL PAPEL DE LA BATALLA DE LAS IDEAS EN LA REFORMA DEL ENTENDIMIENTO.

~
Dediqué la última entrada de este blog a ofrecer una visión crítica de la batalla ideológica. En esta ocasión toca presentar la otra cara de la moneda: la forma que personalmente considero más constructiva de encarar este diálogo o confrontación.

La primera pregunta que se harán muchos, incluso quienes ya leyeron aquel otro texto, se referirá a por qué mantengo una posición tan crítica de la batalla cultural en su versión más propiamente "belicista". Y la respuesta es sencilla: porque cuando se trata de vencer a cualquier precio, cualquier medio se torna lícito, y por tanto los "soldados" se permiten mentir, tergiversar y demonizar, o cuando menos, callan cuando ven a sus camaradas hacerlo. Y dado que he observado que esto es la norma, tiendo a pensar que el enfoque de esta batalla como conquista es el más habitual. 

¿Acaso vemos a menudo a un representante de cualquiera de los bandos regañando o enmendando a uno de sus camaradas cuando se pasa de frenada y realiza afirmaciones manifiestamente falsas?

Claramente no. Pero esto se debe a que la mayoría de las veces (por suerte no todas) el objetivo es con-vencer, y no comprender. Porque si bien el primer enfoque lleva a una lucha sin cuartel en que la reforma del entendimiento, el avance en nuestra comprensión de la realidad es en el mejor de los casos algo secundario, el segundo asume esto último como su meta esencial, y es ello lo único que hace de la batalla cultural un proceso, no sólo fértil, sino absolutamente necesario.

La lectura en positivo de la confrontación de ideas consistiría pues en afrontarla, no ya como una obligación de difundir la “verdad revelada”, ni la algo más modesta vocación pedagógica de mostrar los errores intelectuales del contrario (que empieza a ser menos modesta cuando no reconocemos en la misma medida los propios), sino como el deber o la responsabilidad de dar cuenta de tu verdad, de tu particular visión del mundo, que por más ortodoxa que sea, siempre tendrá algo de personal e intransferible: siempre tendrá tu sello, tu impronta. 

Se trataría, así, de asumir la tarea que sólo tú estás capacitado para desarrollar, en cuanto tu perspectiva de las cosas es única (insisto, aun el caso de que sea aparentemente muy ortodoxa o muy trillada). Se trata, en último término, de una cuestión de amor propio; y ya se sabe que en esto, como en todo, conviene no pecar ni por exceso ni por defecto. Podrán imaginar que el exceso en esta materia tiene que ver con aquella actitud evangélica o iluminada. Análogamente, el defecto consistirá en renunciar a la defensa de una manera concreta -y parcial, y sesgada, pero irrepetible- de explicar el mundo; la cual es, cuando menos, tan valiosa como las demás; y la cual aporta, como mínimo, tanta verdad como otras.

No podemos evitar que la gente se identifique con distintas teorías económicas, políticas, sociológicas o antropológicas. Y además es positivo que se desarrollen todas ellas, pues como mapas parciales del mundo que son, cuanto más y mejor lo hagan, más completo resultará un hipotético mapa conjunto resultante de la complementariedad de todos ellos. Siempre van a existir modelos explicativos divergentes, eso es inevitable. Pero a lo que no estamos abocados por necesidad es a que no se comuniquen unos con otros y a que no se enriquezcan mutuamente.

La batalla cultural no debería consistir tanto en demostrar que tus ideas son las mejores cuanto en evitar que cualquier idea se torne hegemónica, derivando en pensamiento único. Por ello no puedo sintonizar del todo con quienes contemplan como objetivo el convertir en hegemónicas las suyas, un simple “quítate tú para ponerme yo”; pues en tal caso volveríamos a encontrarnos en el punto de partida; y, como ya dije, este constituye un horizonte poco halagüeño si lo que nos interesa es prevenir la uniformidad de pensamiento.

Es bueno que siga habiendo siempre conservadores y progresistas, bioligicistas y culturalistas, liberales y socialistas, nacionalistas e internacionalistas (además de todas las posiciones nuevas que vaya alumbrando el nuevo siglo). No debemos temer la peligrosidad inherente en algunas de esas ideas tanto como la polarización en torno a dos únicos bandos; o peor, la asunción de un mismo credo por toda la población. Primero, porque la percepción de esa peligrosidad variará según desde qué lado se juzgue; y segundo, porque no hay mejor vacuna contra los errores ideológicos (constituyan mayor o menor peligro) que la posibilidad de poner contra las cuerdas repetidas veces a los portadores del error, y a través del viejo método socrático, mostrar al menos a parte del público el poco crédito que merecen.

Otra cosa que conviene siempre tener presente, y que no será la primera vez que destaco, es que el diálogo entre posturas más o menos contrapuestas debe entablarse entre pensadores (o divulgadores) y no entre escuelas de pensamiento. Debemos dejar de atacarnos por intermediación de las generalidades siempre confusas con las que identificamos a nuestras “sectas”, y comenzar a enfrentarnos uno a uno, y punto por punto, con los planteamientos singulares de cada individuo singular. Y es que no hay una visión igual a otra, por más que compartan Escuela, Sub-escuela, patio y vecindario.

Muchos ojos siempre verán más que dos. Muchas cabezas siempre pensarán más que una; tanto si comparten un mismo prisma básico como si no. Claro está que la diversidad de prismas garantizará mayor diversidad de perspectivas. Pero, insistiré una vez más, no debe llevarnos a engaño la aparente uniformidad de pensamiento de quienes se adscriben a una misma cosmovisión, pues por más aprioris que compartan, cada uno de ellos podrá hacer apreciaciones y señalar matices que al de al lado se le escapan.

En suma, se trataría de representarnos los ojos y las conciencias que habitan este mundo como millones de mónadas, millones de visiones subjetivas, de perspectivas en cierto grado complementarias; aunque también necesariamente complementarias, justo por ser todas ellas incompletas, sesgadas, erradas en diverso grado, pero por encima de todo irrepetibles.