Filosofía, Metapolítica, Aforismo, Poesía.

viernes, 25 de mayo de 2018

Occidente contra Occidente (I)

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"Forma parte de la identidad occidental el negar la propia identidad". 
(José Javier Esparza)
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El extremado dinamismo que caracteriza a nuestra cultura hace que por comparación todas las demás parezcan casi congeladas en el tiempo.

¿Y si "tradición occidental" fuese un oxímoron? ¿Y si la genuina "tradición" de Occidente fuese la ruptura, la vanguardia y la revolución (tanto en el sentido político como en el cultural y científico)? 

Más allá de fórmulas idealistas y esencialistas, que por definición no admiten matices ni gradaciones, hay una cosa innegable: ninguna civilización presente o pasada se acercó tan siquiera al grado de inconformismo e individualismo que ha caracterizado a Occidente.

La cultura occidental fue única e irrepetible porque consistió en un dinamismo absoluto, en una fobia a todo lo estático, en un tren de alta velocidad sin frenos.

En la conciencia y en la vida occidental, como en el río de Heráclito, nada permanece, todo se transforma y lo transformado vuelve a transformarse cada vez a mayor velocidad.

La occidental es aquella mentalidad que nunca se conforma con nada. Esa es la razón de su rápido e inapelable progreso material e intelectual pero también de su rápido e inapelable suicidio colectivo.

Aquello que dijo Nietzsche de los españoles quizá sea aplicable a todo Occidente: quisimos ser demasiado, llegar demasiado lejos, y aspirar a objetivos demasiado ambiciosos. También como el viejo Imperio español, exigimos mucho a otros pero nos exigimos todavía más a nosotros mismos. Baste recordar la disputa de Salamanca sobre si era justa la conquista de América, la declaración de derechos de la Revolución Jacobina y la aún más ambiciosa de 1948; la Sociedad de Naciones, la descolonización, las ONG´s, los planes de ayuda al Tercer Mundo,... el liberalismo, el marxismo, el anarquismo y la larga lista de intelectuales dedicados a a sacarle hasta los higadillos a nuestra cuanto más exitosa más culpable civilización.

Como digo, la crítica y el inconformismo han estado tan presentes en nuestras sociedades que ellas mismas han acabado por ser el principal objeto de esa crítica. Y ha llegado a ser ésta tan cruda y despiadada que ha penetrado en nuestro espíritu y lo ha herido de muerte, hasta llegar a un punto en el cual dedicarse a rematar ese espíritu se ha convertido en nuestro principal pasatiempo. 

"No hay cosa que más guste a los occidentales que darse latigazos en la espalda", dice Villanueva en este demoledor artículo.
Occidente carga sobre sus espaldas ora toda
la responsabilidad, ora toda la culpa por 

lo que acontece en el Orbe entero.
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Lo mismo que nos hizo progresar tanto y tan rápido es lo que nos condujo a inmolarnos como civilización. Otras sociedades no lograron semejante progreso pero tampoco sembraron la semilla de su propia destrucción.

Occidente es un fulgor que atravesó la historia cegando a todos a su alrededor y que se extinguió tan rápidamente como había prendido. Las otras civilizaciones contemplaron esa gran explosión en el cielo cubriendo todo el horizonte, la cual durante un breve lapso hizo llover un "maná" que alimentó su progreso material pero dejó casi intacto su ethos.

Así, la cultura occidental desapareció, dejando como legado sus logros materiales, y el resto de culturas siguieron su sosegado camino acordándose de cuando en cuando de aquel tren que causaba tanto estruendo al pasar pero que un día, sin previo aviso, dejó de hacerlo.

Pero este final, tan deseado por aquellos críticos despiadados -se podría decir que masoquistas o suicidas-, no significa lo que ellos imaginaron. De hecho significa la muerte de esa actitud inconformista y de esa crítica despiadada.

La gran paradoja es ésta: defender hoy la tolerancia, el pacifismo, el universalismo y el multiculturalismo más allá de cierto límite elimina la posibilidad de que esos ideales subsistan mañana. 

Al no existir nada parecido fuera del contexto occidental, negar la identidad de Occidente no va a dar lugar, como parecen pensar muchos, a un mundo sin identidades sino a un mundo sin Occidente

Y ahí es donde radica la insalvable contradicción, porque un mundo sin Occidente significa un mundo en que nadie o casi nadie defenderá ya esos ideales tan preciados por los enemigos de la identidad.
“Algunos estadounidenses han promovido el multiculturalismo dentro de su país; otros han promovido el universalismo fuera de él; y los hay que han hecho ambas cosas. El multiculturalismo dentro del país amenaza a los Estados Unidos y a Occidente; el universalismo fuera de él amenaza a Occidente y al mundo.” (Samuel P. Huntington)
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