Filosofía, Metapolítica, Aforismo, Poesía.

sábado, 17 de septiembre de 2016

"El progreso no tiene autor".

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Deberíamos todos quitarnos complejos o chovinismos sobre nuestras respectivas culturas. Es muy común toparse, ya con afirmaciones de superioridad, ya con reservas ante las “invasiones” que malogran la “pureza” de tal o cual civilización. Pero ambas resultan ser apresuradas y poco razonadas. 

Un europeo puede creer que su civilización ha inventado prácticamente todo, y un africano, asiático o amerindio puede sentir complejo de la suya propia al asumir esa creencia. Sin embargo, sabemos positivamente que ninguna cultura o civilización sobre la Tierra ha inventado ella sola, sin influencia alguna de las demás, todas las técnicas y saberes que atesora. De hecho, las civilizaciones que hoy conocemos, tanto las que aún sobreviven como las que ya desaparecieron, no habrían logrado ni la cuarta parte de su esplendor si se hubieran visto completamente aisladas del resto de la Humanidad.

La cultura romana es heredera de la griega, y ésta a su vez es deudora de la
egipcia, fenicia, persa, minoica y cretense.

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El ser humano no ha dejado todavía de ser un animal que aprende por imitación. Así, a lo largo de la historia todas las culturas copiaron de otras aquello que entendieron que les era de utilidad; y transcurrido cierto tiempo, a no ser por historiadores y eruditos, la procedencia de los saberes que había acumulado una sociedad le era por completo desconocida a sus habitantes. 

De esta forma van recogiendo sin interrupción las civilizaciones enseñanzas de otras civilizaciones en un proceso acumulativo donde las aportaciones de cada una de ellas acaban tarde o temprano alimentando un “fondo común” de técnicas y saberes que hace a todas progresar muchísimo más rápido de lo que lo hubieran hecho completamente aisladas unas de otras. Pero además ese proceso se repite incontables veces, retornando a aquel “fondo común” los hallazgos que ya son resultado del diálogo entre culturas; y así se retroalimentan y aceleran los progresos hechos a partir de ese intercambio o mutua imitación.

Lo que es seguro es que si cada una de estas civilizaciones, presentes o pasadas, hubiera evolucionado en planetas distintos, ninguna de ellas habría superado la Alta Edad Media.

Creo que si tuviéramos más a menudo ésto en mente se esfumarían muchas preocupaciones y malas conciencias que nos mantienen peleando por asuntos de menor importancia y nos obligan a desatender otros mucho más urgentes.

Tomemos el ejemplo de Iberoamérica. Un descendiente de amerindios y un descendiente de europeos no deberían sentir complejo de inferioridad el uno y de culpa el otro; no tienen por qué andar buscando justificaciones para sentirse cómodos en la sociedad que les ha tocado cohabitar. Para empezar, porque no son ellos responsables de las acciones de sus respectivos antepasados que los condujeron a compartir hoy un territorio, una lengua y unas costumbres. Pero además, porque imaginar ucronías en que sus caminos no se hubiesen cruzado no tiene el más mínimo sentido. 

Intentar hallar la genealogía de distintos procesos civilizatorios con objeto de comparar el “valor” de uno y otro es una total pérdida de tiempo, precisamente por lo que dijimos antes: nadie puede realmente demostrar que la cultura de la que procede ha aportado más al mundo que ninguna otra. En todo caso puede afirmarse que hubo algunas que supieron copiar más y mejor, o que sencillamente ocuparon el lugar y el momento adecuado para nutrirse de más y mejores influencias que los habitantes de otras latitudes.
Uno de los factores por los que la civilización occidental nació en el Mediterraneo fue 
indudablemente la facilidad que este enclave geográfico ofrecía para el contacto e 
intercambio entre muy diversas culturas.
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Alguien copió al primer descubridor del fuego. Alguien copió al primer inventor de la rueda. Alguien imitó al primer homo sapiens al que se le ocurrió crear sonidos de forma rítmica, transcribir el lenguaje en signos de tipo gráfico o transmitir valores y enseñanzas a través de historias.

Al asumir este relato, asumimos con él la idea de que las técnicas, los saberes y el resto de los logros de la/s civilización/es no tienen dueño ni pueden tenerlo. Nadie puede reclamar el mérito, y mucho menos la autoría, por ninguna de las creaciones humanas que hoy forman parte de un patrimonio común. Esas creaciones están ahí para ser imitadas, adaptadas, y mejoradas ininterrumpidamente. Los logros inmateriales del ser humano fueron, son y seguirán siendo por siempre propiedad comunal.
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