Filosofía, Metapolítica, Aforismo, Poesía.

jueves, 5 de marzo de 2020

Entrevista a El Equidistante.

Daniela Isolina me pasó un cuestionario en torno a la "equidistancia" para realizar una entrevista en su canal de Youtube Paleopolítica y Cultura, la cual también compartí en el mío propio. Publico aquí la versión escrita de la misma, más ordenada y exhaustiva que la audiovisual, pero en la que no se incluyen los comentarios que fueron surgiendo fruto del diálogo y la improvisación.


D.I: ¿Cómo definirías tu equidistancia?

E.E: La equidistancia pura es imposible. Siempre preferimos unas opciones a otras. Definirse uno mismo como equidistante es una provocación que pretende motivar una serie de reflexiones. Muchos movimientos y corrientes de pensamiento tomaron su nombre de los calificativos despectivos con que otros les caricaturizaban. En este caso procedería de las acusaciones vertidas contra diversas figuras públicas que, según perciben algunos, no se mojan lo suficiente por miedo a quedar mal con una de las partes o por miedo a desvelar su verdadera postura, la cual no tendría en principio buena prensa. Y sin duda que esta actitud puede darse: la equidistancia como forma de no significarse y estar a buenas con todos, la equidistancia como postura cómoda que evita discernir, discriminar, y tomar posición; la equidistancia como suspensión del juicio, como escepticismo radical. Sin embargo, quienes más usan esa etiqueta denigratoria y otras casi sinónimas -ambiguo, tibio, cobarde- suelen hacer un abuso de ella, y lo que pretenden denunciar muchas veces no es una suspensión del juicio sino una falta de compromiso con un bando, es decir, que de lo que están acusando a otros no es de no mojarse sino de no hacerlo "lo suficiente", de no dejar claro quiénes son los buenos y quiénes son los malos, quéenes los justos y quiénes los réprobos. La equidistancia en este contexto sería, pues, una reacción ante el sectarismo dominante, y consistiría en asumir este descalificativo que nos lanzan a algunos para así identificarnos fácilmente ante la opinión pública: "sí, nosotros somos esos a los que llaman equidistantes, pero ese pecado del que nos acusan no es sino la confesión de su sectarismo, la confesión de que no están dispuestos a sacrificar su militancia en aras de la honradez intelectual, de que se niegan a hacer autocrítica, a medir mejor sus palabras, a dejar de tergiversar y demonizar las posturas de sus adversarios; en una palabra, a dejar de mentir de forma más o menos consciente."


D.I: A los que afirman que la equidistancia es una falta de compromiso con la verdad, ¿qué les responderías? 

E.E: Pues que es justo al contrario. Los que faltan a su compromiso con la verdad son los que únicamente ven la paja en el ojo ajeno, los que se refugian en sus cámaras de eco y juzgan los hechos y los dichos con un doble rasero. Los que exageran los pecados del adversario y minimizan los suyos propios, los que seleccionan los peores vicios del bando contrario y las mejores virtudes del suyo con tal de convencernos (y convencerse a sí mismos, puesto que este mecanismo es en parte inconsciente) de que están en el lado correcto. En síntesis: los que están más preocupados de que les den la razón que de estar en lo cierto. 

Porque, cuando comparas los discursos de unos y otros, te empiezas a dar cuenta de que existe un denominador común: da igual la posición que defiendan, TODOS tienden a practicar una economía mental que consiste en presuponer que cualquiera que defienda una postura distinta a la suya lo hace, o bien por estupidez, o bien por maldad, o en todo caso debido a la desinformación o el adoctrinamiento que ha padecido. De la misma forma que todos muestran unos sesgos cognitivos equivalentes, como por ejemplo tomar como representación de la posición que desean atacar a sus voceros más impresentables y a las ideas menos defendibles, y como representación de la postura que ellos defienden a los intelectuales más lúcidos y a las ideas más sofisticadas. En pocas palabras: seleccionar lo mejor de su tradición y lo peor de la del adversario, para así ofrecer la cara más amable de su doctrina enfrentada a la cara menos amable de la contraria, y de esta manera transmitirle al público dos retratos sumamente tendenciosos, confiando en que no se note la trampa. Otro sesgo análogo a este consiste en escoger siempre la peor interpretación posible de las declaraciones o las acciones del contrario, y por supuesto la mejor posible de las de tu aliado. También uno muy común es el de hilar muy fino cuando analizas las ideas de "los tuyos" y usar el trazo más grueso posible cuando analizas las de "los otros", lo cual está relacionado con el máximo cuidado y dedicación que uno pone al estudiar las ideas que defiende y el poco tiempo y esfuerzo que le dedica a estudiar las que quiere atacar. Todo ello está revelando que el objetivo (asumido de forma más o menos consciente) no es comprender mejor la realidad sino vencer al adversario al precio que sea. Y ahí es donde aparece la gran paradoja, ya que, si importa tanto atacar unas ideas e importa tan poco el comprenderlas, ¿qué es lo que se está atacando en realidad? 

Pues nada más que un hombre de paja, una caricatura, un frankenstein construido con retazos y tópicos sobre esto y sobre aquello. Se está atacando algo que ni se conoce ni se tiene la voluntad de conocer, algo que no se sabe definir y delimitar. Y es que otro sesgo muy común es el de meter en el mismo saco a las corrientes más heterogéneas que asocias al bando contrario mientras te indignas cuando los miembros de ese bando hacen lo propio con las corrientes que asocian al tuyo. 

La cruda verdad es que, si dedicaras el mismo tiempo y esfuerzo a estudiar lo que atacas como el que dedicas a estudiar lo que defiendes, ese hombre de paja que tienes en mente iría perdiendo consistencia, iría perdiendo sentido; y al no tener ya razón de ser, no te quedaría más remedio que replantear y reconstruir todo tu discurso de arriba a abajo. 

Es un absurdo monumental. Yo, por ejemplo, he escuchado a gente decir que jamás lee a autores de derechas, y seguro que hay otros que jamás leen a autores de izquierdas. Entonces me pregunto: ¿Cómo saben que odian tanto las ideas de izquierda, o las de derecha, si tan apenas las conocen? ¿Qué es, pues, lo que realmente odian? ... Creo que muchas veces no nos damos cuenta de la gigantesca farsa y el enorme sinsentido que implica este identitarismo ideológico.

Pues bien, cuando constatas que este tipo de sesgos y economías mentales son absolutamente transversales, que no son características de un grupo en concreto sino que las aplican todos por igual, es cuando se te "enciende la bombilla" y te conviertes en "equidistante racional". Más aún cuando observas estas inercias en tí mismo, porque entonces ya ves meridianamente claro que se trata de una tendencia generalizada e incluso inconsciente. Hasta que no lo identificas en tu propio modo de razonar no despiertas al hecho de que estas formas de embaucar a los demás son también formas de engañarse a uno mismo. Estoy convencido de que las más de las veces no manipulamos y hacemos trampas conscientemente, sino que lo hacemos sin pensar, supongo que debido a que nuestras mentes toman atajos y tienden muy fácilmente al sesgo de confirmación, a reforzar nuestros propias ideas al precio que sea. Y es que, como se recuerda tantas veces, el cerebro no está programado para la objetividad sino para la supervivencia, y en el contexto humano es crucial sentirte y mostrarte seguro de tus juicios, y tener la habilidad de convencer a los demás, cosas que obviamente están relacionadas entre sí. No puedes dudar demasiado porque tu supervivencia y tu éxito depende de que sepas tomar decisiones rápidas y de que, además, sepas coordinarte con otros, ya seas tú el que les convenza a ellos o ellos los que te convenzan a tí.

La "equidistancia racional" consistiría, pues, en algo tan sencillo como vigilarse a uno mismo y vigilar a los demás para identificar todos los sesgos descritos anteriormente y prevenirlos. No se trata de darle el mismo valor a todas las doctrinas, a todas las ideas y a todos los argumentos. Decir que dentro de todas las escuelas suelen funcionar los mismos sesgos de confirmación y los mismos dobles raseros no equivale a afirmar que estos grupos y las ideas que defienden sean equiparables en todo. Señalar ciertos elementos que son comunes a todos los discursos ideológicos es muy distinto a decir que esos discursos sean iguales en todos los aspectos. Lejos de ello, la "equidistancia racional" que defiendo únicamente consiste en aplicar unos mínimos principios de honradez y rigor intelectual para evitar en la medida de lo posible caer tú mismo en aquellas trampas, lo cual se logra mediante el autocontrol y el autoexamen, y también que los demás caigan en ellas, lo cual se logra mediante la crítica. En el fondo es tan simple como decir "cuidado, porque a la mínima que te descuides, la tendencia natural va a ser aplicar el doble rasero y barrer para casa todo lo que se pueda". Del mismo modo que se dice "el precio de la libertad es la eterna vigilancia", respecto a la honestidad y el rigor intelectual funciona la misma fórmula.


D.I: En ´La virtud del egoísmo`, Ayn Rand afirmaba lo siguiente: “Antes de que se pueda identificar algo como gris, debe saberse qué es negro y qué es blanco. En el terreno de la moral significa que debe identificarse primero qué es bueno y qué es malo. Y cuando un hombre ha reconocido que una alternativa es buena y la otra mala ya no tendrá justificación alguna para elegir una mezcla. No puede haber justificación para elegir parte alguna de aquello que se sabe que es malo. En la moralidad lo negro es predominantemente el resultado de intentar pretender que uno mismo es meramente gris”. ¿Esta postura “gris” de la que habla Ayn Rand es equidistancia o no sería el caso?  

E.E: Obviamente, entre lo que uno considera bueno y malo no cabe equidistancia alguna. Pero claro, Ayn Rand era una mujer bastante dogmática y endiosada (por ella misma y por sus discípulos), y por tanto sus ideas de bien y mal quizá eran demasiado reduccionistas y, cuando menos, discutibles. La confusión suele estar en los términos empleados y en los conceptos que subyacen. Se me ocurre un ejemplo que puede ser ilustrativo: yo he dicho muchas veces que la virtud suele estar en torno al punto medio, queriendo resaltar con ello que no siempre está en el punto medio exacto. Pues bien, para rebatir esta tesis, o para deslegitimar el concepto de moderación en general, se me han presentado argumentos tramposos en grado sumo, como por ejemplo decir que, entre matar a seis millones de judíos y no matar a ninguno, la postura moderada o "gris" consistiría en matar sólo a tres millones. Y sí, en efecto lo sería, pero sólo si asumimos que no matar judíos es una postura extrema. Lo correcto, lo honrado, sería tomar como un extremo el matar a 6 millones de judíos, y como otro extremo matar a 6 millones de gentiles, o cristianos, o "alemanes arios". De todas formas, aquello de la virtud del punto medio siempre será muy debatible y muy matizable debido a que, más allá de ejemplos tramposos como el anterior, no siempre estaremos todos de acuerdo en cuáles opciones son extremistas y cuáles no. 

D.I: ¿Entraría la equidistancia filosóficamente dentro de lo que es una visión taoísta de gobierno sin acción o más bien de un gobierno que actúa de forma tercer posicionista? ¿Se puede hablar de una filosofía política equidistante? 

E.E: Claro, hay ideologías políticas y doctrinas filosóficas en que la equidistancia cumple un papel central. El liberalismo, por ejemplo, es una opción tan alejada del progresismo como del conservadurismo, al menos tal como los entendemos hoy; o el anarquismo, que es una oposición a todos los autoritarismos, bien sean de izquierda o de derecha (eso lo comparte con el liberalismo), o también la tercera vía socialdemócrata, o la tercera posición como dices (que incluye a fascismo, peronismo, gaullismo y otras), las cuales plantean un rechazo al liberalismo y al comunismo por igual. El gobierno taoísta se asemejaría en todo caso al famoso "laissez faire, laissez passer" del liberalismo clásico. 

Respecto a una filosofía política "equidistante", ésta podría identificarse con el centrismo. Pero es preciso hacer una aclaración sobre la idea de centro político. Se dice muchas veces que el centro se ha desplazado hacia la izquierda, o hacia la derecha, dependiendo de la idea que tenga cada cual de lo que es izquierda o derecha. Pero hacer este tipo de afirmaciones implica asumir que éstas han significado siempre lo mismo, lo cual es fácil de desmentir. Mucha gente entiende lo "zurdo" y lo "diestro" como si fuesen esencias platónicas, eternas e inmutables, pero en esta materia (y en muchas otras, por no decir todas), la realidad se corresponde mucho más con la ontología de Heráclito: el cambio es la única constante. Por ello el centro sólo puede significar algo en relación a una izquierda y derecha concretas. Pero no sólo el centro: también la izquierda y la derecha se definen y delimitan únicamente en su interrelación, a través de una dialéctica que va desarrollándose a lo largo de la historia. Las izquierdas sólo pueden representar algo frente a las derechas (aunque también frente a otras izquierdas), y las derechas sólo pueden representar algo frente a las izquierdas (aunque también frente a otras derechas). El liberalismo, por ejemplo, era la izquierda frente a los partidarios de mantener el Antiguo Régimen, pero se convierte en derecha frente a los defensores de la revolución socialista. Del mismo modo, hoy muchas derechas defienden gran parte de lo que defendían las izquierdas en el pasado; pero como, a su vez, las izquierdas del presente radicalizan más sus antiguas propuestas e introducen otras nuevas, muchos de los que ayer eran valores izquierdistas se convierten en valores propios (y hasta exclusivos) de los derechistas actuales. Por eso el valor o el propósito del centro tiene que ver con la conciliación entre izquierda y derecha, signifiquen lo que signifiquen en cada momento; y de ahí que se identifique con la moderación y la pacificación. En ese sentido el centrismo puede tener algo de esa equidistancia oportunista y cómoda, cuya pretensión es estar a bien con todos y no buscarse enemigos -lo cual casi nunca logra, como bien sabemos-; pero también puede tener una motivación más práctica y constructiva: la de la reconciliación y pacificación social, la de buscar la unidad y la colaboración, o lo que es lo mismo, la de superar el conflicto y la división tanto social como política. Los llamados gobiernos de concentración nacional serían un buen ejemplo.

Otra aclaración importante que me gustaría hacer es que la "equidistancia racional" que defiendo no se identifica necesariamente con el centrismo o la moderación. Uno puede defender cualquier tipo de postura política, incluso extremista, sin caer en el sectarismo, en los dobles raseros y en las trampas argumentativas en general. En este sentido, la "equidistancia racional" consiste simplemente en pulir mejor los razonamientos, en alcanzar un mayor rigor analítico.


D.I: ¿Qué futuro tiene la equidistancia como actitud o filosofía en una sociedad como la actual cada vez más polarizada? ¿Existe un manifiesto equidistante o te has planteado escribir uno?

E.E: Mi primer video se asemeja bastante a un manifiesto equidistante. Y en cuanto al papel de la equidistancia racional en una sociedad polarizada habría mucho que decir. 

En primer lugar, la polarización interesa principalmente a la clase política, especialmente en democracia (y más aún en partitocracia, como es el caso español), y de ahí que se esmeren en fomentarla todo lo que pueden. Como dijo Zapatero cuando creía que no le estaban grabando, "necesitamos más crispación". Los partidos políticos consiguen mantenerse durante más tiempo en el poder gracias al adoctrinamiento y el chantaje al que someten a la sociedad. Explotando contínuamente el conflicto entre izquierda y derecha, progresistas y conservadores, logran desviar la atención de sus corruptelas, abusos e incoherencias. Con el "y tú más" y con el "que viene el lobo" van ganando tiempo, huyen hacia delante y hacen olvidar al menos en parte todas las manchas de su historial. Mientras la gente les siga comprando su propaganda sensacionalista, irá a votar pensando: "son corruptos, son mentirosos, nos han estafado varias veces, pero ahora lo importante es frenar al mal absoluto" (para unos la derecha, para otros la izquierda). Y gracias a esa triquiñuela mantienen el poder o la representación, es decir, sobreviven o bien en el gobierno o bien en la oposición. Pero si no compras el mensaje de "que viene el coco", si no te dejas llevar por un miedo irracional a la izquierda o a la derecha, quizá votes a partidos que hoy son minoritarios y les hagas perder representación y poder. De ahí la importancia de los medios de comunicación y el terror que le tienen a internet. Sabemos que a los grandes medios generalistas los tienen atados en corto (de hecho en España son un duopolio), pero desde internet puede llegarle a la gente un discurso más independiente y más crítico, y lograr poco a poco desprogramar a las víctimas del adoctrinamiento partidista o meramente sectario. Porque el bipartidismo estará herido de muerte, pero a la hora de la verdad sigue sobreviviendo gracias a la instrumentalización de otros partidos. El PP ganó gracias al miedo que metió con Podemos, y el PSOE ha ganado gracias al miedo que metió con VOX, así que la situación general no ha cambiado demasiado. El negocio de los políticos depende de mantener esta polarización y este enfrentamiento perpétuo entre grupos. En eso es en lo único en que están de acuerdo. En eso y en preservar su poder. Por eso suelo decir que el juego político es en gran medida una escenificación, una farsa: porque cuanto más enfrentados parezcan, más se afianzan como clase. Cuánto mejor nos convenzan de que están librando una batalla crucial, más apoyos reunirán y más asegurada tendrán su posición. Viven de nuestro enfrentamiento. Nos implantan una falsa conciencia para que favorezcamos sus intereses creyendo que defendemos los nuestros. Nuestra división es la base de su unión. Nuestras peleas son las que garantizan sus acuerdos. 

Este sería uno de los papeles que podría cumplir la equidistancia racional: la formación de cierta conciencia de clase de los gobernados, los cuales perciben en un momento dado el abismo que separa a los genuinos intereses de la clase política de los suyos propios, como acabo de exponer con todo el detalle que he podido. Tampoco conviene aplicarlo en toda época y lugar, porque esta divergencia de intereses puede no ser siempre tan marcada, ni conviene llevarlo al extremo al que suelen llevarlo el liberalismo más purista o el anarquismo. Al fin y al cabo, los Estados no van a desaparecer, y algún tipo de clase política va a tener que encargarse de administrarlos y sostenerlos.

Otro de los papeles que puede cumplir tiene relación con el anterior pero abarcaría mucho más: no ya sólo la política sino también la sociedad y la ideología en sentido amplio. Consistiría en transformar la encarnizada batalla cultural en un civilizado diálogo. En modificar esa tendencia tribalista de la que hablamos antes para orientarla en una dirección más constructiva. En persuadir a la gente de que obtendremos todos mejores resultados si, en vez de estar enfocados en deslegitimar las posturas distintas a la nuestra, nos centramos en hallar los aciertos que puedan contener esas posturas y los errores que puedan contener las nuestras; vamos, que sería más lógico y sensato preocuparnos de mejorar nuestra comprensión de la realidad antes que de atacar la visión de los demás. 

Lo único seguro es que, mientras estemos enfocados en rescatar lo peor y obviar lo mejor de todo aquel que opine distinto a nosotros, jamás lograremos consensos, jamás convenceremos a nadie del "lado contrario" y jamás resolveremos esos problemas que supuestamente nos preocupan tanto. 

¿No será que esa preocupación es en realidad el disfraz bajo el que camuflamos una vocación más inconfesable, como es la de demostrar a todos que tenemos la razón y presentarnos como los más listos y los más justos, para lo cual necesitamos presentar a otros como estúpidos y/o canallas? 

Convendría que hiciésemos todos un poco de introspección y nos preguntáramos si, honestamente, no encontramos motivos para dudar de nuestro sincero compromiso con el bien común, así como para sospechar que bajo esa constante denuncia de la miseria ajena no hay también una dosis de miseria propia.

Mi propuesta tiene en el fondo bastante de cristianismo e incluso de hippismo. No ver sólo la paja en el ojo ajeno, tratar a los demás como esperas que te traten a tí. Paz y amor, sí, por qué no. Pero sin caer tampoco  en el pacifismo ni en el buenismo. 

Algo que dije en aquel vídeo-manifiesto, y que me parece importante, es que no deberíamos dividir a la gente en izquierdistas y derechistas, progresistas y conservadores, o socialistas y liberales, sino en sectarios y anti-sectarios de todas las escuelas; es decir, que la división más relevante, a mi juicio, es entre arrogantes, dogmáticos y fanáticos por un lado, y humildes, autocríticos y escépticos por el otro. Valoro a los académicos o diletantes no porque defiendan esta o aquella doctrina sino porque sean capaces de cambiar de idea, de darle la razón al adversario cuando la tenga, y en general de no quedar atrapados en sus cámaras de ecos.

Es cierto, no obstante, que nunca podrá acabarse con el sectarismo, el dogmatismo, el fanatismo, el odio y la ignorancia, tanto a nivel social como individual; esto es, que siempre habrá una parte de la población y una parte de cada uno de nosotros que se deje llevar por esos vicios y esas bajas pasiones. Pero lo que sí puede hacerse es una pedagogía que ayude a minimizar, nuevamente tanto a nivel social como individual, el grado en que se manifiestan esas lacras. Porque ahora mismo estamos comprobando cómo, gracias a la anti-pedagogía de los políticos y los medios, se están maximizando esas tendencias tan poco constructivas. No es utópico por tanto lo que planteo: hemos conocido tiempos de menor polarización y de menor conflicto social e ideológico. Y además existen hoy comunicadores que están realizando un trabajo muy encomiable en esa misma dirección: Ernesto Castro, UTBH, Experto en Igualdad, La Gata de Schrodinger, el blog y el canal de Espacios inseguros, y muchos otros que me estaré olvidando.

viernes, 29 de noviembre de 2019

NI MESÍAS NI ANTICRISTO: MARX Y SU LEGADO MÁS ALLÁ DE LA PROPAGANDA.

1. Contexto histórico-ideológico.
El marxismo está manchado de forma irreversible por su herencia, con independencia de lo útil que todavía hoy pueda resultar leer a Marx. (Tony Judt) (1)
Interpretar nuestra época sólo a través de Marx sería absurdo, pero hacerlo prescindiendo completamente de él sería imposible. (Adriano Erriguel) (16)
Marx es probablemente, junto a Nietzsche, el filósofo más controvertido de toda la historia, y la significación o trascendencia de sus tesis ha sido analizada y discutida desde todos los frentes, tanto dentro del ámbito propiamente marxista como desde fuera de él. La disputa acerca de hasta dónde llegan sus aciertos y sus errores es fecundísima y con toda seguridad no cesará nunca. Eso ya nos revela que, bien se le ame o bien se le odie, nadie podrá catalogarle como una figura menor. 

Se dice que sin la Unión Soviética y la China maoísta, aparte de todos los demás Estados que en algún momento se autocalificaron de socialistas, quizá sí hubiese pasado a la posteridad como un filósofo y economista de escasa importancia. Pero se dice también que sin él no hubiera existido aquello que denominamos "socialismo real" tal como lo conocimos. El filósofo Santiago Armesilla, discípulo tanto de Karl Marx como de Gustavo Bueno, ha señalado esto mismo en varias ocasiones.


Y de la misma forma, su figura no se hubiera convertido en un campo de batalla ideológico tan frecuentado de no haberse producido algo llamado "Guerra Fría", y de no haber sido ésta tan relevante a nivel geopolítico durante casi medio siglo. Ese y no otro es el principal motivo de que se hayan publicado tantos volúmenes, más académicos o más propagandísticos, acerca del filósofo judeo-alemán. 


Y también es esa una de las razones por las que los análisis sobre la obra de Marx han sido especialmente sesgados. Si para unos era casi un dios, y para otros casi un demonio, era de esperar que los juicios acerca de sus tesis estuviesen en gran medida viciados, contaminados, adulterados. Sin duda mucho más que los de otros autores cuyas ideas no formaban el núcleo cosmovisionario de un poderoso Estado y un poderoso Imperio. Por expresarlo de forma más clara: a la hora de estudiar a Marx, el componente propagandístico, ya fuese laudatorio o denigratorio, ocupaba un mayor espacio que en el estudio de otros filósofos.


Puesto que yo me dirijo aquí principalmente a un público de tendencia liberal y conservadora, que puede decirse que todavía "son los míos" -a pesar de mostrarme muy crítico con sus sesgos característicos-, me centraré en señalar los errores más comunes dentro de este ámbito intelectual. Asumo por tanto que la crítica al marxismo-leninismo ortodoxo es un elemento a grandes rasgos conocido y compartido por aquel público (la dictadura del proletariado como tránsito hacia el comunismo final y la armonía universal, la obsesión con calificarlo todo de "burgués" o "proletario" llevada hasta el absurdo, la identificación del "revisionismo" con la traición del ideal a pesar de estar ya traicionándolo al defender revoluciones comunistas en países sin apenas desarrollo capitalista, etc.) 


La tesis central de este ensayo, el problema esencial que pretendo denunciar en él es, como ya he adelantado, la imposibilidad de juzgar adecuadamente la filosofía de Marx en un mundo dominado por dos grupos: hooligans marxistas y hooligans antimarxistas. Uso esta metáfora futbolística, tomada de Jason Brennan, por ser la más elocuente a mi juicio. Según este autor, "hooligans" serían aquellos que "tienden a buscar información que confirme sus opiniones políticas preexistentes, pero [que] ignoran, evitan y rechazan sin pensarlo dos veces cualquier evidencia que contradiga o desmienta sus opiniones preexistentes". (2)


Los hooligans antimarxistas abundan en las filas del liberalismo, del conservadurismo y de las derechas en general. Adherirse a cualquiera de estas corrientes implica en la mayoría de los casos adherirse también al relato hegemónico antimarxista y anticomunista: todo va en un mismo "pack". Y es esta impostura la que pretendemos denunciar aquí, la que consiste en sostener un discurso prefabricado, el cual se asume acríticamente como parte de la identidad y de la cosmovisión "de derechas", ya sea ésta más liberal o conservadora, más tradicionalista o tercerposicionista. Tal discurso estandarizado consiste, como muchos sabrán, en ridiculizar y demonizar a Marx, en reducir su figura al binomio malevolencia/ineptitud, cosa que habitualmente se hace extensible al socialismo en general, pues demasiado a menudo se emplean "marxismo" y "socialismo" como términos equivalentes. Y para muestra, un botón:

Las personas eran empujadas hacia un abismo, donde en tanto gritaban que el hombre es quien cuida a su hermano, cada uno devoraba a su prójimo y era a su vez devorado. (3)
Éste es un retrato muy expresionista y elocuente de aquello en lo que se transforma la sociedad cuando decide inspirarse en lemas tan bellos pero tan engañosos como aquel que reza “de cada uno según su capacidad, a cada uno según su necesidad”. La forma más conocida de desautorizarlo consiste en hacer ver que, de guiarnos por este principio, la picaresca humana avocará a que las capacidades mengüen y las necesidades crezcan, en ambos casos de forma incesante e irremisible.

El pasaje pertenece a la celebérrima novela de Ayn Rand  ´La rebelión de Atlas`, más concretamente al capítulo en que se narra el experimento de una empresa inspirada en el (supuesto) ideal socialista. Es crucial acudir a este libro y al discurso que asume porque constituye probablemente el argumentario anti-marxista (y por ende anti-comunista) más canónico, que como vemos incide en los perversos incentivos de un igualitarismo que no recompensa el esfuerzo ni penaliza la falta del mismo. 


Sin embargo este meme tan extendido omite convenientemente que ya el propio Marx dejó claro que sólo "en una fase superior de la sociedad comunista, (...) cuando, con el desarrollo de los individuos en todos sus aspectos, crezcan también las fuerzas productivas y corran a chorro lleno los manantiales de la riqueza colectiva", sólo entonces, "la sociedad podrá escribir en sus banderas: De cada cual, según sus capacidades; a cada cual según sus necesidades"; pero que, mientras no se alcance ese punto de inflexión o singularidad, "el derecho de los productores es proporcional al trabajo que han rendido".(4)

El tan célebre lema remite, pues, a un horizonte lejano en que los productos de consumo dejen de ser escasos. Podremos estar de acuerdo en que se trata de una promesa utópica (aunque quizá no tanto viendo cómo se ha incrementado y abaratado la producción desde entonces), mas las críticas deberían ser, nobleza obliga, ajustadas a lo que Marx efectivamente dijo y no a lo que creemos que dijo

Podrá discutirse si es o no posible que la economía del consumo deje algún día de ser necesaria, al haberse esfumado su mismo objeto: la escasez de las mercancías. Podrá pensarse también que Marx se dejó llevar por el entusiasmo típicamente decimonónico que suscitaba el constante incremento de la producción, de una magnitud hasta entonces insospechada, y que tal optimismo contagió a toda su teoría. También podrá sospecharse que esto fue aprovechado por muchos revolucionarios profesionales (seguramente ávidos de poder) para embaucar a un gran número de personas falseando la doctrina y haciéndoles creer que ese paraíso estaba prácticamente a la vuelta de la esquina. Todo eso puede ser verdad y merecer todas las críticas intelectuales y las condenas morales. Pero entonces tampoco deberíamos nosotros usar las mismas trampas con la intención de echar por tierra la credibilidad de este filósofo tan controvertido.   


Acudamos una vez más a las propias palabras de Marx y dejemos que sea él quien se defienda por sí solo:

Unos individuos son superiores, física e intelectualmente a otros y rinden, pues, en el mismo tiempo, más trabajo (...) y el trabajo, para servir de medida, tiene que determinarse en cuanto a duración o intensidad; de otro modo, deja de ser una medida. Este derecho igual es un derecho desigual para trabajo desigual. No reconoce ninguna distinción de clase, porque aquí cada individuo no es más que un trabajador como los demás; pero reconoce, tácitamente, como otros tantos privilegios naturales, las desiguales aptitudes de los individuos y, por consiguiente, la desigual capacidad de rendimiento. (4)

2. ¿Qué queremos decir con "materialismo histórico"?

No es la conciencia la que determina la vida, sino la vida la que determina la conciencia.                (K. Marx y F. Engels) (5)
Materialismo se opone a idealismo. El primero postula que son las condiciones materiales (geográficas, climáticas, económicas, socio-políticas y científico-técnicas) las que determinan las ideas; mientras que el segundo postula que son las ideas las que determinan los avances socio-políticos y científico-técnicos. Obviamente a ningún idealista se le ocurrirá proponer que las ideas determinan también el clima, la geografía o los recursos disponibles. Tampoco creo que ningún materialista pretenda negar por completo el papel de las ideas en los cambios sociales, políticos, económicos, culturales y científicos. La cuestión está, por tanto, en dilucidar cuál de las dos realidades es más  determinante en cada caso y en cada momento, pero también cuál lo ha sido más a lo largo de toda la historia. No es lo mismo analizar avances concretos de una época muy determinada que ampliar el radio a todo el proceso civilizatorio. Lo que puede concluirse al observar la dialéctica entre las ideas y las condiciones materiales en un período breve de tiempo puede ser distinto a las reglas que percibamos en el desarrollo de las sociedades a lo largo de periodos más amplios. El surgimiento de ciertas técnicas puede depender más de la cultura de la época y del ingenio de algunos inventores, pero la evolución general de unas sociedades desde las formas agrarias a las industriales, y de las feudales a las capitalistas, puede depender en mayor medida de su fuerza militar y de los recursos naturales que de los descubrimientos esporádicos de éste o aquel científico o inventor. 

Quien cuenta con más fuerza y recursos siempre puede nutrirse en mayor grado de los avances científico-técnicos de los demás, así como de sus materias primas; y a base de acumular conocimientos y recursos propios y ajenos es capaz de desarrollarse mucho más rápido. Para exponer esta idea de forma clara y inequívoca conviene retrotraerse a las condiciones materiales más básicas: los recursos naturales que ofrece el territorio. Engels compara dos casos muy paradigmáticos en este sentido:

El continente oriental, el llamado mundo antiguo, poseía casi todos los animales domesticables y todos los cereales propios para el cultivo, menos uno; el continente occidental, América, no tenía más mamíferos domesticables que la llama —y aún así, nada más que en la parte del Sur—, y uno sólo de los cereales cultivables (...) En virtud de estas condiciones naturales diferentes, desde este momento la población de cada hemisferio se desarrolla de una manera particular. (6)
Por mucho ingenio y esfuerzo que aplicaran los americanos originarios, sus condiciones materiales les impedían desarrollarse del mismo modo que los habitantes de Eurasia. Partiendo de este hecho tan simple y tan evidente podemos tirar del hilo y aplicar la misma lógica a otras realidades y a las distintas fases del progreso civilizatorio. Como dice Gerald Cohen, "paso a paso, podemos llegar a ver toda la estrategia productiva de una economía compleja como una geografía impuesta por el hombre". (7)

Y en esto vendría a consistir, ni más ni menos, lo que se conoce como "materialismo histórico".


No se trata de descubrir unas leyes férreas que determinen por completo el desarrollo de la historia, las cuales nos permitan incluso predecir acontecimientos o procesos venideros. Dar ese salto implica caer en lo que se conoce como "historicismo", a cuya denuncia dedicó un libro Karl Popper. Y no cabe duda de que Marx y Engels cometieron ese error, aunque de forma más acusada el segundo. 


En cualquier caso, este pecado pseudocientífico también se ha exagerado por parte de los anti-marxistas, tal como se ha vulgarizado y caricaturizado la visión de la historia de Marx en general. Desde luego que también han podido colaborar a ello los propios teóricos y revolucionarios marxistas, tal como ya mencionamos antes, y de esta forma han dado en parte la razón a quienes denuncian el "historicismo marxista" como una estafa intelectual y una secularización de la Parusía cristiana: "la llegada del comunismo final es inevitable, y en este régimen venidero se reconciliarán los intereses de clase y cesará la explotación del hombre por el hombre". 


La promesa de un "paraíso en la tierra" ha motivado a millones y millones de personas a abrazar el ideal comunista, y los propios Marx y Engels se dejaron llevar por este hechizo y cometieron el que probablemente fue su mayor error: la publicación del ´Manifiesto Comunista`, en el cual animan a los proletarios a unirse para llevar a cabo una revolución pero sin especificar cuándo sería el momento adecuado (si es que llegaba a darse) y sin haberse dedicado todavía a estudiar a fondo el sistema capitalista, tarea que emprenderían décadas después en obras como ´El Capital`.



3. Evolución VS Revolución.


Este es uno de los puntos ciegos de la teoría marxista y el que a mí me resulta más incomprensible e indefendible. Nunca queda claro si el socialismo llegará a través de la evolución o de la revolución, aunque Marx y Engels parecen inclinarse claramente por la segunda, mas haciéndola depender de la primera; es decir, que primero se deben dar las "condiciones objetivas" (alcanzar un punto determinado del desarrollo capitalista) y, entonces sí, emprender la revolución social.


Esta ambigüedad entre la evolución y la revolución parece ser persistente en la historia del marxismo académico. Y a mi juicio implica una grave irresponsabilidad, dado que nadie puede saber a ciencia cierta si es mejor precipitar la toma del poder o aguardar pacientemente a que la prevista evolución alcance su punto culminante; ni tampoco sabe nadie en qué medida puede la evolución suplir la revolución y viceversa, o dicho de otro modo, cuánta debe ser la proporción de violencia y de espontaneidad; razón por la cual la prédica y la predicción se funden en una amalgama que, tal como se comprobó a lo largo del s. XX, ha dado lugar a la arbitrariedad más absoluta, auspiciando que cada cual lo interpretase como le viniera en gana.


No obstante, la opción estrictamente evolutiva no ha quedado ni mucho menos descartada. De hecho 
estamos siendo testigos en nuestro presente de cómo el desarrollo económico y tecnológico está permitiendo que cada vez más medios de producción se socialicen o, siendo más precisos, se democraticen. Nos referimos por una parte al abaratamiento y simplificación de la producción audiovisual (así como de su difusión a través de internet) e incluso de cierta clase de producción industrial mediante la impresión 3D, amén de otros muchos tipos de negocio cuyo principal medio de producción consiste en un ordenador conectado a la Red. Y aludimos por otra parte al acceso masivo y gratuito a ingentes cantidades de información que nos ahorra a su vez ingentes cantidades de tiempo, dinero y esfuerzo.

Joseph Schumpeter, que no fue un teórico marxista pero sí un liberal heterodoxo, también ofrece algunas tesis en la línea de este "socialismo evolutivo" al afirmar que "el proceso capitalista, del mismo modo que ha destruido el cuadro institucional de la sociedad feudal, está minando también el suyo propio". 
(7) 

Pero dijo mucho más que eso. En realidad Schumpeter es susceptible de ser considerado tanto un liberal heterodoxo como un marxista heterodoxo. Acercarse a su obra puede ser sumamente provechoso para todo aquel que quiera ir más allá de esta (en gran medida falsa) dicotomía entre liberalismo y marxismo, tal como hemos intentado hacer a lo largo de estos párrafos. No debería tratarse de defender a una escuela u otra, sino de enriquecer nuestra comprensión de los procesos económicos e históricos. Deberíamos hacer lo posible por derribar esas fronteras, o mejor dicho trincheras, y tener la audacia y la sabiduría necesarias para ampliar nuestros horizontes, para pensar sin esos grilletes que nos imponen las sectas ideológicas. Ese y no otro es el mensaje principal que deseo transmitir mediante este ensayo.

Pocas cosas habrá más edificantes que volver a mirar aquello que conocemos a través de un nuevo prisma y, así, resignificar y reconstruir el mundo en nuestro entendimiento. ¿Qué es el capitalismo? ¿Qué es el socialismo? ¿Realmente se trata de fenómenos o conceptos tan opuestos? ¿No estará la semilla del uno en el mismo corazón del otro? ¿No están la tesis y la antítesis contenidas en la síntesis? 


Prestemos suma atención al siguiente pasaje de Schumpeter y, teniendo todo ello en mente, dejémonos seducir por el carácter a la vez desconcertante y revelador de su relato:
Como la empresa capitalista tiende, en virtud de sus propias prestaciones, a automatizar el progreso, concluimos de ello que tiende a hacerse a sí misma superflua, a saltar en pedazos bajo la presión de su propio éxito. La unidad industrial gigante, perfectamente burocratizada, no solamente desaloja a la empresa pequeña y de volumen medio y "expropia" a sus propietarios, sino que termina también por desalojar al empresario y por expropiar a la burguesía como clase, que en este proceso está en peligro de perder no sólo su renta sino también, lo que es infinitamente más importante, su función. Los verdaderos monitores del socialismo no han sido los intelectuales o agitadores que lo predicaron, sino los Vanderbilts, los Carnegies y los Rockefellers. (7)
Estos argumentos nos obligan a plantear la diatriba entre capitalismo y socialismo de un modo completamente distinto al habitual. Estoy seguro de que, tras leer la reflexión de Schumpeter, a muchos les viene a la mente lo mismo que a mí: el modelo económico de la China actual, el cual viene desarrollándose desde el cambio de rumbo de Deng Xiaoping. Sin duda este ejemplo sirve muy bien al propósito de difuminar las fronteras, en ocasiones artificiales, entre capitalismo y socialismo. Por un lado tenemos la clásica concurrencia de proyectos empresariales que asociamos a la "economía de mercado"; y por el otro, los planes quinquenales propios de la "economía estatalizada". Observamos en este llamado "socialismo de mercado" que el capitalismo liberal puede coexistir con, y ponerse al servicio de, el cumplimiento de unos objetivos fijados por el Estado. Podemos concebir así que, como sugiere Schumpeter, el capitalista o inversor se convierta en un mero burócrata y que el empresario o emprendedor pase a ser un "freelance" contratado por el Estado. Se trata en suma de un modelo que, al alejarse tanto del "neoliberalismo" como del "socialismo real",  puede verse bien como un nuevo tipo de sistema económico o bien como una transición entre ambos. 

Sea como fuere, lo que nos sugiere tanto la hipótesis de Schumpeter como la realidad de la República Popular China es que los modos de producción y los sistemas políticos tienen fecha de caducidad, y que si el esclavismo, el feudalismo -y también el "socialismo real"- han desapareciendo casi por completo, el capitalismo no tiene por qué ser la excepción. 
A partir del momento en que reconocemos como históricos  el modo burgués de producción y los procesos de producción y distribución que a él corresponden, termina la quimera de considerarlo como un conjunto de leyes naturales de la producción y se abre la perspectiva (...) de una nueva formación económico-social a la que este modo de producción abre paso. (Karl Marx) (9)

4. "Procapitalistas VS Anticapitalistas" y "Estado VS Mercado".


Ya se ha convertido en un lugar común aquello de que "el mayor elogio del capitalismo se encuentra en el Manifiesto Comunista". Y es que a menudo se olvida que una conditio sine qua non para ser marxista es reconocer, admirar y celebrar los logros del capitalismo. Sin ellos ni tan siquiera podría haberse imaginado ese soñado futuro comunista; y sin el paso por el capitalismo no podía alcanzarse aquel paraíso, aunque Lenin y Mao se lo saltaran a la torera. Y así les fue. 


Por ello es que el marxismo no puede catalogarse en rigor como un anticapitalismo sino más bien como un post-capitalismo. Y también por esta razón sorprende que algunos pretendidos marxistas se autocalifiquen como anticapitalistas. Pero no menos sorprendente es que tanto estos últimos como sus contrarios sostengan un discurso que concibe al Estado y al Mercado como realidades mútuamente enajenadas. 


Desde hace tiempo la batalla ideológica enfrenta a quienes ven el problema en la estatalización del mercado y quienes lo ven en la mercantilización del Estado. Para unos el mercado debe liberarse del Estado, y para otros el Estado debe liberarse del mercado. ¿Pero y si ambas posturas partieran de un mismo error, como es el de asumir una separación entre dos ámbitos que estuvieron siempre unidos? ¿Y si en vez de estar el Mercado controlado por el Estado, o el Estado sometido al Mercado, estuvieran ambos co-determinados?


Nos hemos habituado a concebir uno y otro como realidades claramente diferenciadas y claramente contrapuestas, pero mucho me temo que esto es en gran medida un artificio teórico y una ilusión que facilita nuestra comprensión de la realidad al precio de falsearla. Socialistas y liberales han sido presas de ella por igual. Por lo general no han querido ver hasta qué punto política y economía se hayan interconectadas y dependen la una de la otra. Como ya hemos dicho, el liberalismo acostumbra a poner el foco en la estatalización del mercado, y el socialismo en la mercantilización del Estado, pero son los menos quienes reconocen los dos procesos al mismo tiempo.


Porque si el hecho es que nunca ha habido mercados sin Estado ni Estados sin mercado, quizá el empeñarse en segregar y enfrentar ambos conceptos no tenga mucho sentido, salvo el simplificar el estudio de la política y la economía. El problema es que esta simplificación podría estar confundiendo más que aclarando, y en consecuencia empujar a los pro-mercado y los pro-estado a perderse en un falso debate del que jamás saldrán y del que jamás obtendrán conclusiones realmente útiles. 


Si el problema está mal planteado ya de origen, toda eventual respuesta o solución será engañosa y estará en buena parte errada. 
Si los hechos históricos no muestran apenas actividad económica enajenada del Estado, ¿para qué seguir insistiendo en presentar ambas realidades como desvinculadas o enfrentadas? 

Lo que la historia ha unido en la práctica..

que no lo separe el idealismo en la teoría. 


5. Liberalismo y socialismo. Teoría y práctica.


Lo cierto es que en la definición o descripción de lo que es el sistema capitalista, Marx acierta bastante más que los liberales (aunque quizá menos que su tocayo Polanyi). (10) La forma en que estos últimos acostumbran a definir el capitalismo es idealista, a-histórica, centrada más en el deber ser que en el ser. Apelan siempre a los acuerdos libres y voluntarios, y afirman que el capitalismo consiste simplemente en propiedad privada y libre competencia. Sin embargo los hechos históricos muestran cómo el Estado ayudó a dar a luz al capitalismo (11), y no precisamente mediante contratos, sino empleando las que son sus herramientas características según los propios liberales: la conquista, la extorsión, la expropiación y, en suma, la coacción. 


Pero aunque admitiéramos la definición que ofrece la teoría liberal y, también siguiendo su ejemplo, comparásemos el capitalismo real con el socialismo real, ¿por qué aun así los liberales insisten en vincular al segundo con la represión, la tiranía y el terror, pero no admiten el vínculo del primero con la expropiación, el colonialismo y la esclavitud?


Según la doctrina liberal, el capitalismo se basa en relaciones estrictamente voluntarias, y todo aquello que se imponga por la fuerza no es capitalismo. Y desde luego es innegable que cuando nació este modo de producción ya existía hace mucho el imperialismo, el esclavismo, la codicia y la guerra entre otras calamidades. Así pues, uno se ve tentado a exclamar: ¡Qué maldita culpa tendrá ese sistema económico de que todo ello siguiera existiendo después!


Al fin y al cabo, en qué consistió la innovación del capitalismo: ¿Podríamos afirmar que alguno de sus elementos característicos requería de la violencia? Muchos hablarán de la "apropiación originaria". Y acto seguido les preguntaríamos: ¿Es que antes del capitalismo nadie ocupaba tierras ni expoliaba recursos por las buenas? Así pues, siguiendo este razonamiento, podríamos descartar esta apropiación como novedad introducida por el capitalismo, y sólo nos quedaría el ahorro, la inversión, los contratos, el cálculo económico y la (más o menos libre) concurrencia entre los actores económicos.


Está claro que estos argumentos harán las delicias de todo liberal y anarco-capitalista. ¿Pero qué pasa si aplicamos la misma lógica al socialismo? 


Pues lo que ocurre es que entonces nos sale el tiro por la culata, y los mismos razonamientos que nos servían para dar una imagen aséptica y pacífica del capitalismo, sirven también para hacer lo propio con su contrario. De esta manera, nuestro adversario ideológico también podrá salir al paso aduciendo que antes del socialismo ya había tiranía, represión, purgas, terror, imperialismo y todo lo demás, y que el socialismo no tiene la culpa de que todas estas lacras le sobrevivieran.


El problema es por tanto más complejo: los procesos históricos y las instituciones a que dan lugar emplean herramientas cuya existencia y cuyo uso eran previos a su aparición. De lo que debemos hablar, pues, es de cómo se desarrollaron esos procesos, de si emplearon más o menos violencia que otros anteriores o posteriores.


¿Fueron las matanzas de los bolcheviques algo que se dio a pesar del socialismo, o no puede concebirse un socialismo sin matanzas? ¿Fueron las masacres y rapiñas de los imperios coloniales acontecimientos que se dieron a pesar del capitalismo, o no pudo desarrollarse nada parecido al capitalismo que conocemos en ausencia de las mismas? En suma: ¿Fueron el totalitarismo soviético y el colonialismo decimonónico algo necesario o contingente para el desarrollo de ambos sistemas?


En realidad el liberalismo económico no es la expresión del "verdadero capitalismo", puesto que si hay alguno más verdadero que otro es el que ha existido históricamente. La doctrina económica liberal consiste más bien en transformar el capitalismo existente para hacerlo más ético y más justo (objetivo compartido por la social-democracia pero enfocado de un modo opuesto).


La gran paradoja de la teoría liberal consiste en que el capitalismo tal como lo conocemos jamás se hubiese desarrollado sin la decidida y continuada acción del Estado. El "libre mercado" (que por supuesto nunca lo ha sido plenamente) fue resultado de la planificación y de la coacción.  Por tanto, la propuesta de un capitalismo basado en la voluntariedad, libre de coacciones en la medida de lo posible, se asienta de todas formas sobre la herencia de aquel capitalismo impuesto muchas veces a sangre y fuego. 


El sistema económico que habría surgido en ausencia de tal planificación y coacción muy probablemente no hubiera sido del todo capitalista. Gran parte de los campesinos y artesanos hubiesen permanecido resguardados bajo el régimen tradicional basado en la subsistencia y que ligaba el trabajo a la tierra (o al gremio), y lo mismo hubieran hecho gran parte de los terratenientes y empresarios. (10) Los liberales, por tanto, de haber sobrevivido como corriente ideológica en el s. XIX y XX, podrían haber defendido posiciones éticas y políticas similares a las que nos tienen habituados, pero no podrían haber defendido una sociedad y economía de mercado tal como la conocemos.



6. Lucha de clases y teoría del Estado.
La sociedad no consiste en individuos, sino que expresa la suma de las relaciones y condiciones en las que estos individuos se encuentran recíprocamente situados. (Karl Marx) (12)
En el discurso asociado a unas y otras derechas se estila mucho acusar de marxista a toda doctrina que plantee un enfrentamiento entre dos grupos sociales. "Es que dividen a la sociedad en dos, igual que hizo Marx". Pero este meme puede desacreditarse fácilmente precisando que Marx lo hizo únicamente en base a la política y la economía, no en base al sexo, ni a la etnia, ni a la "identidad" ni a muchas otras cuestiones que están hoy en boga. ¡Caray!, ni que fuese un gran hallazgo dividir a una sociedad en dos grupos y enfrentarlos. A ver si ahora va a resultar que fue Marx, y no Julio César, quien sentenció "divide y vencerás". Y a ver si va a resultar que también fueron marxistas las guerras dinásticas, las guerras de religión o las guerras civiles que se produjeron mucho antes de que Marx naciera; porque, ¡oh sorpresa!, en todas ellas se dividió a la sociedad en dos y se enfrentó a una mitad contra la otra.

Además, Marx no dijo que la burguesía y el proletariado fuesen las únicas clases sociales que existen, sino que eran las más relevantes a nivel político. Por otro lado, el capitalista y el empresario no tienen por qué coincidir. Uno puede limitarse a poner el capital, mientras el otro es quien aporta el proyecto, la idea. No se trata pues, necesariamente, de enfrentar al empresario con el obrero (ni tampoco de prescindir del "emprendedor", esto es, del que aporta el proyecto empresarial). Y por tanto no es nada ajustada a la verdad la visión que suelen manejar los liberales acerca del marxismo, sino que se trata de una vulgarización de sus ideas que resulta muy conveniente para ridiculizarlas y demonizarlas, como ya destacamos al comienzo.


Por ejemplo, desde el liberalismo se echan pestes del determinismo estructural de Marx, es decir, de la idea de que las instituciones políticas y económicas son las que crean un tipo de hombre, y no éste quien las crea a ellas. Sin embargo, también son los liberales quienes postulan que la corrupción estatal no depende tanto de la bondad o maldad intrínseca de los gobernantes cuanto de los incentivos a los que están expuestos.


¿Realmente se está hablando de cosas tan distintas? ¿Acaso no sería lo más ajustado a la teoría liberal afirmar que los políticos actúan conforme a sus intereses de clase?


Porque justamente esta es la tesis que defiende el anarco-capitalista Hans-Hermann Hoppe, que no por ser incluso más dogmático que la mayoría de sus correligionarios deja de ser honesto en este aspecto. Veamos cómo desafía el sectarismo que acusan otros liberal-libertarios y no tiene empacho en emplear un lenguaje marxista para explicar su "análisis de clases austriaco", tal como él lo denomina.

El incremento en la concentración de poder de la clase explotadora (...) lleva hacia el estancamiento de la producción e impide el desarrollo de las fuerzas productivas, y por tanto crea las condiciones objetivas para su auto-destrucción y el establecimiento de una sociedad sin clases —sin clase dominante— que será capaz de crear prosperidad económica como nunca antes. (13)
La filosofía es la geometría de las ideas, como dijera Spinoza, y gracias a esta tesis de Hoppe se puede completar un mapa de las teorías del Estado y de las clases sociales.

Esta reinterpretación del anarco-capitalismo constituye un hallazgo en cuanto nos revela los enormes paralelismos entre el planteamiento liberal-libertario y el marxista, cosa que a menudo pasa desapercibida debido a la encarnizada batalla ideológica entre estas dos escuelas. Descubrimos así que las "Sombras de la Caverna" nos mostraban como antagónicas dos posturas que, una vez observadas a plena luz del día, no lo son tanto, pues resulta que ambas diagnostican al Estado como una mera herramienta de expolio y, asimismo, consideran que la toma de conciencia de la clase explotada es necesaria (aunque quizá no suficiente) para lograr el fin del Estado, lo cual equivale al fin de la explotación.


Sin embargo, esta tesis compartida tan sólo las hermana en el error. La razón de ser de los Estados no consiste únicamente en la voluntad predatoria o parasitaria de los gobernantes; eso implicaría un reduccionismo cuasi etológico de la historia humana; y aunque pueda explicarse de este modo el origen de los Estados, cuando atendemos a su desarrollo no pasa de ser una elucubración propia del cinismo más burdo. E incluso suponiendo que el Estado no consistiera más que en eso, de todas formas sería utópico pensar que, tras una "toma de conciencia" de la "clase explotada", pueda nacer una armónica anarquía. La historia nos muestra una y otra vez que a la caída de un Estado, un Imperio o un Régimen en particular le sigue siempre el surgimiento de otro Estado, Imperio o Régimen. Unos serán más preferibles a otros, pero la opción que no está nunca en el menú es la del No-Estado, No-Imperio o No-Régimen.


Y es que otro error compartido por liberales y marxistas ortodoxos consiste en elevar al Estado (en singular) a tal grado de abstracción que se pierde de vista la dialéctica de los Estados en plural.


Aunque los liberales son los primeros en señalar que no existe el libremercado sino diversos grados de intervención por parte de los distintos Estados, no dan la impresión de tener suficientemente en cuenta la competencia entre los mismos a la hora de promover las liberalizaciones, pues no parece preocuparles demasiado la nacionalidad de las empresas y hasta qué punto dependen éstas de sus respectivos gobiernos. 


Si dejamos que ciertos sectores acaben siendo controlados por empresas extranjeras dependientes en diverso grado de otras potencias, ¿no estamos regalando mayor poder e influencia a Estados competidores del nuestro? 


Pero ya no sólo es que a día de hoy muchas empresas estén controladas en parte por sus Estados, sino que ese control en cualquier momento podría acrecentarse, por ejemplo en caso de guerra, y te encontrarías con que tu ingenua "liberalización" se traduce de repente en debilidad de tu Estado, no frente al Mercado, sino frente a otros Estados


Conviene tener esto en cuenta, porque de lo contrario los liberales pueden convertirse en los tontos útiles de las potencias que buscan acrecentar su poder y dominar al resto.



7. Pensamiento crítico dentro y fuera del marxismo. 


Las figuras clave de la historia nunca son geometrías planas, sino poliédricas. El marxista analítico Jon Elster coincide con el liberal Mauricio Rojas en muchos de sus juicios acerca de Marx, como por ejemplo en distinguir dos tendencias en su pensamiento: una más pseudocientífica (y, por tanto, descartable) y otra más rigurosa (y, por tanto, rescatable). Así es como resume Elster su juicio acerca del filósofo judeo-alemán:

Marx fue una figura muy del s. XIX; es decir, en cuestiones metodológicas, una figura de transición. Liberado de las suposiciones teológicas explícitas, conservó la perspectiva teológica inspirada por ellas. Como la mayoría de sus contemporáneos, quedó impresionado por el progreso de la biología, y erróneamente pensó que el estudio de la sociedad podía beneficiarse del estudio de los organismos. (…) Su cientificismo –la creencia en ´leyes del movimiento` de la sociedad que operan con una ´necesidad de hierro`- descansaba en una extrapolación ingenua de los logros de la ciencia natural. Encontraremos a cada paso que las concepciones metodológicas trasnochadas coexisten en su obra con sorprendentes y frescas intuiciones. (14)
Por su parte, Mauricio Rojas destaca las virtudes de Marx como observador y economista pero considera que el problema de su teoría no está tanto en su sistematización como en sus conclusiones. Conclusiones que, como puede comprobarse por las fechas de sus escritos, son previas a su estudio del modelo económico capitalista, como ya apuntamos cuando nos referimos al Manifiesto Comunista. De ahí el componente religioso o pseudocientífico de su obra. 
El paradigma domina a tal punto el intelecto de Marx que lo enceguece frente a muchos de los resultados más interesantes de sus propios estudios. Se abre de esta manera un conflicto entre profecía y razón así como entre realidad y expectativa mesiánica que será característico del marxismo venidero. (Mauricio Rojas) (15) 
Puede decirse que la obra de Marx tiene dos caras: por un lado su mesianismo y utopismo disfrazado de ciencia, y por otro su minucioso y perspicaz análisis del sistema de producción, que hizo avanzar a la ciencia económica y que ha llegado incluso a influir en destacados teóricos liberales. 

Supongo que esa doble cara es lo que ha hecho más difícil separar la ciencia de la creencia, y lo que ha logrado de algún modo camuflar la vertiente más religiosa de su doctrina mediante esa otra parte más analítica y rigurosa. Si usted logra mezclar hábilmente datos empíricos y argumentos racionales con una justa dosis de ensoñación y voluntarismo, ha elaborado usted una receta que puede resultar muy seductora y, en ciertos casos, absolutamente irresistible.


Pero lo que es aplicable al marxismo, lo es también en gran medida al liberalismo. Si bien la teoría marxista arrastra numerosos errores, la liberal no está ni mucho menos exenta de ellos. A lo largo del tiempo la una se ha nutrido de la otra a través de la dialéctica, y no veo por qué debería dejar de ser así. 



8. Cómo rescatar y resignificar a Marx.

La pleitesía ante la corrección política (...) funciona como puerta de acceso y vía de promoción social. Las clases subalternas aspiran a fundirse en esa gran clase media [globalista] y lo hacen por la puerta falsa de la ideología. Para ello piensan y actúan del modo “correcto” en los términos dictados por la nueva burguesía. Pensar de un modo incorrecto supondría un desclasamiento (...) No en vano las ideas dominantes –como decía Marx– son siempre las de la clase dominante. (16)
Puede decirse que el actual discurso hegemónico aúna el capitalismo liberal con el progresismo cultural, una especie de cruce "contranatura" entre Milton Friedman y Herbert Marcuse que de alguna manera representa a la generación que ocupa los principales puestos de poder tanto a nivel político como económico, mediático y cultural. 

Sus tics y sus tabúes les delatan. Disimulan mal su condición de herederos del Verano del amor y de Mayo del 68; y lo que es más grave, parecen no haber madurado tan apenas salvo en el aspecto económico y, quizá en parte, en el político. 


Así pues, ese complejo de hippie trasnochado acaba uniendo como sincero ideal o como cínica herramienta de poder a toda aquella élite. 

Intelectuales, novelistas, actores y directores de cine, gente del show bussiness en general, periodistas, políticos, empresarios, banqueros, pero también científicos, académicos, profesores, abogados, jueces,...Todos ellos se mueven en un mundo cosmopolita, cosa que en principio no tiene nada de malo, ya que objetivamente comparten más intereses con sus homólogos de otros países que con la mayoría de sus compatriotas. Pero por otro lado agrava el infantilismo que arrastran como "generación imagine", y no parecen cuestionarse en ningún momento si su particular modo de vida y su particular forma de entender el mundo pueda no ser el paradigma por el que quieran o deban regirse las siguientes generaciones, ni tampoco sus coetáneos de clase más baja que nunca pudieron permitirse correr aventuras ni jugar a ser revolucionarios. Es entonces cuando empiezan a tornarse déspotas ilustrados, al ser incapaces de ocultar su desprecio hacia el ciudadano medio identificado con su bandera, con su comunidad, con su suelo, con su identidad cultural y también, por qué no, con su religión.


Aquí es donde la tradición filosófica marxista puede tener algo o bastante que decir. Su teoría de la lucha de clases y de la ideología como falsa conciencia puede arrojar bastante luz sobre estos problemas que nos plantea nuestro presente.


Y es que, prescindir ahora de una escuela de pensamiento que nos ofreció tantas ideas fecundas sería casi como amputarnos una extremidad o un par de dedos voluntariamente. Como ocurre con todos los grandes filósofos, la dirección en que pueden interpretarse y aplicarse sus ideas no es unívoca, y justamente hoy las llamadas derechas estarían cometiendo un grave error estratégico si renuncian a emplear a Marx en su favor, como nos muestra el politólogo mexicano Adriano Erriguel. 


Y no me refiero sólo a las derechas populistas o "alternativas", cuyo discurso anti-globalista apela de un modo u otro a la lucha de clases entre las élites mundialistas y los pueblos que ven mermada su soberanía, sino también a las derechas liberales, que como vimos antes también señalan la existencia de un conflicto de intereses entre los gobernantes y los gobernados.


Pero rescatar y resignificar a Marx no debería consistir únicamente en emplearlo como un ariete en la batalla política de forma oportunista (cosa que tampoco critico), sino también, por qué no, en ampliar nuestros horizontes y romper algunos viejos esquemas, en salir de nuestra zona de confort y plantearnos problemáticas que quizá nos pasaron desapercibidas hasta ahora.

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(1) Tony Judt, Algo va mal.

(2) Jason Brennan, Contra la democracia.

(3) Ayn Rand, La rebelión de Atlas.

(4) Karl Marx, Crítica al Programa de Gotha. 

(5) Karl Marx y Friedrich Engels, La ideología alemana.

(6) Friedrich Engels, El origen de la familia, la propiedad privada y el estado.

(7) Gerald Cohen, La teoría de la historia de Karl Marx: una defensa.

(8) Joseph Schumpeter, Capitalismo, socialismo y democracia.


(9) Karl Marx, Elementos fundamentales para la crítica de la economía política.


(10) Karl Polanyi, La gran transformación.  
De este obra puede extraerse la definición de "capitalismo" más rigurosa que he encontrado. Se trataría, tal como yo lo entiendo, de aquel sistema que convierte la tierra, el trabajo y la moneda en mercancías; a lo cual habría que añadir, por supuesto, el cálculo económico y el ahorro que permite la inversión en capital constante y capital variable en términos marxistas.

(11) Alexei Leitzie, El Estado creó el Capitalismo, publicado en la página Espacios Inseguros.

(12) Karl Marx, Teoría del plusvalor, III.


(13) Hans-Hermann Hoppe, Análisis de clases marxista y austriaco, publicado en Centro Mises.


(14) Jon Elster, Una introducción a Karl Marx.


(15) Mauricio Rojas, Desventuras de la bondad extrema.


(16) Adriano Erriguel, Hablemos de lucha de clases, serie de artículos publicada en la página El Manifiesto.  Debido a la trascendencia que personalmente le atribuyo a su análisis, me permito añadir tres extractos más: "La corrección política es una forma de falsa conciencia encaminada a disimular una relación de clase." [...] "Nos encontramos así ante una formidable maniobra de mistificación en la que las relaciones de clase se camuflan como relaciones culturales. El ejemplo más obvio es el de los inmigrantes y los burgueses-bohemios: mientras los primeros trabajan como mano de obra barata, los segundos celebran las maravillas de la sociedad multicultural. “La apertura al otro –señala Christophe Guilluy– es a la vez un marcador de superioridad moral y un signo exterior de riqueza”. En lógica consecuencia, la demonización del populismo es también un marcador de clase. No en vano la nueva burguesía se percibe a sí misma como encarnación del sentido (necesariamente progresista) de la historia, como la heredera de la Ilustración y paladín de los derechos humanos. La nueva burguesía se encuentra así moral y culturalmente legitimada para imponer sus intereses de clase al resto de la población." [...] "Conocida es la crítica que el marxismo hace de la religión como “opio del pueblo”. Pero si observamos las manifestaciones habituales de las ideologías posmodernistas –sus formas maniqueas, dogmáticas y lacrimógenas– observamos que todas ellas vehiculan una sensibilidad pararreligiosa, un pseudocristianismo de nuevo cuño que, vaciado de cualquier contenido trascendente, se enfanga en un moralismo histérico con ansias de purificar el mundo. A toda esta morralla intelectual –que de forma injusta suele calificarse como “marxismo cultural”– cabría aplicarle el método riguroso del marxismo más clásico."