Filosofía, Metapolítica, Aforismo, Poesía.

viernes, 29 de noviembre de 2019

NI MESÍAS NI ANTICRISTO: MARX Y SU LEGADO MÁS ALLÁ DE LA PROPAGANDA.

1. Contexto histórico-ideológico.
El marxismo está manchado de forma irreversible por su herencia, con independencia de lo útil que todavía hoy pueda resultar leer a Marx. (Tony Judt) (1)
Interpretar nuestra época sólo a través de Marx sería absurdo, pero hacerlo prescindiendo completamente de él sería imposible. (Adriano Erriguel) (16)
Marx es probablemente, junto a Nietzsche, el filósofo más controvertido de toda la historia, y la significación o trascendencia de sus tesis ha sido analizada y discutida desde todos los frentes, tanto dentro del ámbito propiamente marxista como desde fuera de él. La disputa acerca de hasta dónde llegan sus aciertos y sus errores es fecundísima y con toda seguridad no cesará nunca. Eso ya nos revela que, bien se le ame o bien se le odie, nadie podrá catalogarle como una figura menor. 

Se dice que sin la Unión Soviética y la China maoísta, aparte de todos los demás Estados que en algún momento se autocalificaron de socialistas, quizá sí hubiese pasado a la posteridad como un filósofo y economista de escasa importancia. Pero se dice también que sin él no hubiera existido aquello que denominamos "socialismo real" tal como lo conocimos. El filósofo Santiago Armesilla, discípulo tanto de Karl Marx como de Gustavo Bueno, ha señalado esto mismo en varias ocasiones.


Y de la misma forma, su figura no se hubiera convertido en un campo de batalla ideológico tan frecuentado de no haberse producido algo llamado "Guerra Fría", y de no haber sido ésta tan relevante a nivel geopolítico durante casi medio siglo. Ese y no otro es el principal motivo de que se hayan publicado tantos volúmenes, más académicos o más propagandísticos, acerca del filósofo judeo-alemán. 


Y también es esa una de las razones por las que los análisis sobre la obra de Marx han sido especialmente sesgados. Si para unos era casi un dios, y para otros casi un demonio, era de esperar que los juicios acerca de sus tesis estuviesen en gran medida viciados, contaminados, adulterados. Sin duda mucho más que los de otros autores cuyas ideas no formaban el núcleo cosmovisionario de un poderoso Estado y un poderoso Imperio. Por expresarlo de forma más clara: a la hora de estudiar a Marx, el componente propagandístico, ya fuese laudatorio o denigratorio, ocupaba un mayor espacio que en el estudio de otros filósofos.


Puesto que yo me dirijo aquí principalmente a un público de tendencia liberal y conservadora, que puede decirse que todavía "son los míos" -a pesar de mostrarme muy crítico con sus sesgos característicos-, me centraré en señalar los errores más comunes dentro de este ámbito intelectual. Asumo por tanto que la crítica al marxismo-leninismo ortodoxo es un elemento a grandes rasgos conocido y compartido por aquel público (la dictadura del proletariado como tránsito hacia el comunismo final y la armonía universal, la obsesión con calificarlo todo de "burgués" o "proletario" llevada hasta el absurdo, la identificación del "revisionismo" con la traición del ideal a pesar de estar ya traicionándolo al defender revoluciones comunistas en países sin apenas desarrollo capitalista, etc.) 


La tesis central de este ensayo, el problema esencial que pretendo denunciar en él es, como ya he adelantado, la imposibilidad de juzgar adecuadamente la filosofía de Marx en un mundo dominado por dos grupos: hooligans marxistas y hooligans antimarxistas. Uso esta metáfora futbolística, tomada de Jason Brennan, por ser la más elocuente a mi juicio. Según este autor, "hooligans" serían aquellos que "tienden a buscar información que confirme sus opiniones políticas preexistentes, pero [que] ignoran, evitan y rechazan sin pensarlo dos veces cualquier evidencia que contradiga o desmienta sus opiniones preexistentes". (2)


Los hooligans antimarxistas abundan en las filas del liberalismo, del conservadurismo y de las derechas en general. Adherirse a cualquiera de estas corrientes implica en la mayoría de los casos adherirse también al relato hegemónico antimarxista y anticomunista: todo va en un mismo "pack". Y es esta impostura la que pretendemos denunciar aquí, la que consiste en sostener un discurso prefabricado, el cual se asume acríticamente como parte de la identidad y de la cosmovisión "de derechas", ya sea ésta más liberal o conservadora, más tradicionalista o tercerposicionista. Tal discurso estandarizado consiste, como muchos sabrán, en ridiculizar y demonizar a Marx, en reducir su figura al binomio malevolencia/ineptitud, cosa que habitualmente se hace extensible al socialismo en general, pues demasiado a menudo se emplean "marxismo" y "socialismo" como términos equivalentes. Y para muestra, un botón:

Las personas eran empujadas hacia un abismo, donde en tanto gritaban que el hombre es quien cuida a su hermano, cada uno devoraba a su prójimo y era a su vez devorado. (3)
Éste es un retrato muy expresionista y elocuente de aquello en lo que se transforma la sociedad cuando decide inspirarse en lemas tan bellos pero tan engañosos como aquel que reza “de cada uno según su capacidad, a cada uno según su necesidad”. La forma más conocida de desautorizarlo consiste en hacer ver que, de guiarnos por este principio, la picaresca humana avocará a que las capacidades mengüen y las necesidades crezcan, en ambos casos de forma incesante e irremisible.

El pasaje pertenece a la celebérrima novela de Ayn Rand  ´La rebelión de Atlas`, más concretamente al capítulo en que se narra el experimento de una empresa inspirada en el (supuesto) ideal socialista. Es crucial acudir a este libro y al discurso que asume porque constituye probablemente el argumentario anti-marxista (y por ende anti-comunista) más canónico, que como vemos incide en los perversos incentivos de un igualitarismo que no recompensa el esfuerzo ni penaliza la falta del mismo. 


Sin embargo este meme tan extendido omite convenientemente que ya el propio Marx dejó claro que sólo "en una fase superior de la sociedad comunista, (...) cuando, con el desarrollo de los individuos en todos sus aspectos, crezcan también las fuerzas productivas y corran a chorro lleno los manantiales de la riqueza colectiva", sólo entonces, "la sociedad podrá escribir en sus banderas: De cada cual, según sus capacidades; a cada cual según sus necesidades"; pero que, mientras no se alcance ese punto de inflexión o singularidad, "el derecho de los productores es proporcional al trabajo que han rendido".(4)

El tan célebre lema remite, pues, a un horizonte lejano en que los productos de consumo dejen de ser escasos. Podremos estar de acuerdo en que se trata de una promesa utópica (aunque quizá no tanto viendo cómo se ha incrementado y abaratado la producción desde entonces), mas las críticas deberían ser, nobleza obliga, ajustadas a lo que Marx efectivamente dijo y no a lo que creemos que dijo

Podrá discutirse si es o no posible que la economía del consumo deje algún día de ser necesaria, al haberse esfumado su mismo objeto: la escasez de las mercancías. Podrá pensarse también que Marx se dejó llevar por el entusiasmo típicamente decimonónico que suscitaba el constante incremento de la producción, de una magnitud hasta entonces insospechada, y que tal optimismo contagió a toda su teoría. También podrá sospecharse que esto fue aprovechado por muchos revolucionarios profesionales (seguramente ávidos de poder) para embaucar a un gran número de personas falseando la doctrina y haciéndoles creer que ese paraíso estaba prácticamente a la vuelta de la esquina. Todo eso puede ser verdad y merecer todas las críticas intelectuales y las condenas morales. Pero entonces tampoco deberíamos nosotros usar las mismas trampas con la intención de echar por tierra la credibilidad de este filósofo tan controvertido.   


Acudamos una vez más a las propias palabras de Marx y dejemos que sea él quien se defienda por sí solo:

Unos individuos son superiores, física e intelectualmente a otros y rinden, pues, en el mismo tiempo, más trabajo (...) y el trabajo, para servir de medida, tiene que determinarse en cuanto a duración o intensidad; de otro modo, deja de ser una medida. Este derecho igual es un derecho desigual para trabajo desigual. No reconoce ninguna distinción de clase, porque aquí cada individuo no es más que un trabajador como los demás; pero reconoce, tácitamente, como otros tantos privilegios naturales, las desiguales aptitudes de los individuos y, por consiguiente, la desigual capacidad de rendimiento. (4)

2. ¿Qué queremos decir con "materialismo histórico"?

No es la conciencia la que determina la vida, sino la vida la que determina la conciencia.                (K. Marx y F. Engels) (5)
Materialismo se opone a idealismo. El primero postula que son las condiciones materiales (geográficas, climáticas, económicas, socio-políticas y científico-técnicas) las que determinan las ideas; mientras que el segundo postula que son las ideas las que determinan los avances socio-políticos y científico-técnicos. Obviamente a ningún idealista se le ocurrirá proponer que las ideas determinan también el clima, la geografía o los recursos disponibles. Tampoco creo que ningún materialista pretenda negar por completo el papel de las ideas en los cambios sociales, políticos, económicos, culturales y científicos. La cuestión está, por tanto, en dilucidar cuál de las dos realidades es más  determinante en cada caso y en cada momento, pero también cuál lo ha sido más a lo largo de toda la historia. No es lo mismo analizar avances concretos de una época muy determinada que ampliar el radio a todo el proceso civilizatorio. Lo que puede concluirse al observar la dialéctica entre las ideas y las condiciones materiales en un período breve de tiempo puede ser distinto a las reglas que percibamos en el desarrollo de las sociedades a lo largo de periodos más amplios. El surgimiento de ciertas técnicas puede depender más de la cultura de la época y del ingenio de algunos inventores, pero la evolución general de unas sociedades desde las formas agrarias a las industriales, y de las feudales a las capitalistas, puede depender en mayor medida de su fuerza militar y de los recursos naturales que de los descubrimientos esporádicos de éste o aquel científico o inventor. 

Quien cuenta con más fuerza y recursos siempre puede nutrirse en mayor grado de los avances científico-técnicos de los demás, así como de sus materias primas; y a base de acumular conocimientos y recursos propios y ajenos es capaz de desarrollarse mucho más rápido. Para exponer esta idea de forma clara y inequívoca conviene retrotraerse a las condiciones materiales más básicas: los recursos naturales que ofrece el territorio. Engels compara dos casos muy paradigmáticos en este sentido:

El continente oriental, el llamado mundo antiguo, poseía casi todos los animales domesticables y todos los cereales propios para el cultivo, menos uno; el continente occidental, América, no tenía más mamíferos domesticables que la llama —y aún así, nada más que en la parte del Sur—, y uno sólo de los cereales cultivables (...) En virtud de estas condiciones naturales diferentes, desde este momento la población de cada hemisferio se desarrolla de una manera particular. (6)
Por mucho ingenio y esfuerzo que aplicaran los americanos originarios, sus condiciones materiales les impedían desarrollarse del mismo modo que los habitantes de Eurasia. Partiendo de este hecho tan simple y tan evidente podemos tirar del hilo y aplicar la misma lógica a otras realidades y a las distintas fases del progreso civilizatorio. Como dice Gerald Cohen, "paso a paso, podemos llegar a ver toda la estrategia productiva de una economía compleja como una geografía impuesta por el hombre". (7)

Y en esto vendría a consistir, ni más ni menos, lo que se conoce como "materialismo histórico".


No se trata de descubrir unas leyes férreas que determinen por completo el desarrollo de la historia, las cuales nos permitan incluso predecir acontecimientos o procesos venideros. Dar ese salto implica caer en lo que se conoce como "historicismo", a cuya denuncia dedicó un libro Karl Popper. Y no cabe duda de que Marx y Engels cometieron ese error, aunque de forma más acusada el segundo. 


En cualquier caso, este pecado pseudocientífico también se ha exagerado por parte de los anti-marxistas, tal como se ha vulgarizado y caricaturizado la visión de la historia de Marx en general. Desde luego que también han podido colaborar a ello los propios teóricos y revolucionarios marxistas, tal como ya mencionamos antes, y de esta forma han dado en parte la razón a quienes denuncian el "historicismo marxista" como una estafa intelectual y una secularización de la Parusía cristiana: "la llegada del comunismo final es inevitable, y en este régimen venidero se reconciliarán los intereses de clase y cesará la explotación del hombre por el hombre". 


La promesa de un "paraíso en la tierra" ha motivado a millones y millones de personas a abrazar el ideal comunista, y los propios Marx y Engels se dejaron llevar por este hechizo y cometieron el que probablemente fue su mayor error: la publicación del ´Manifiesto Comunista`, en el cual animan a los proletarios a unirse para llevar a cabo una revolución pero sin especificar cuándo sería el momento adecuado (si es que llegaba a darse) y sin haberse dedicado todavía a estudiar a fondo el sistema capitalista, tarea que emprenderían décadas después en obras como ´El Capital`.



3. Evolución VS Revolución.


Este es uno de los puntos ciegos de la teoría marxista y el que a mí me resulta más incomprensible e indefendible. Nunca queda claro si el socialismo llegará a través de la evolución o de la revolución, aunque Marx y Engels parecen inclinarse claramente por la segunda, mas haciéndola depender de la primera; es decir, que primero se deben dar las "condiciones objetivas" (alcanzar un punto determinado del desarrollo capitalista) y, entonces sí, emprender la revolución social.


Esta ambigüedad entre la evolución y la revolución parece ser persistente en la historia del marxismo académico. Y a mi juicio implica una grave irresponsabilidad, dado que nadie puede saber a ciencia cierta si es mejor precipitar la toma del poder o aguardar pacientemente a que la prevista evolución alcance su punto culminante; ni tampoco sabe nadie en qué medida puede la evolución suplir la revolución y viceversa, o dicho de otro modo, cuánta debe ser la proporción de violencia y de espontaneidad; razón por la cual la prédica y la predicción se funden en una amalgama que, tal como se comprobó a lo largo del s. XX, ha dado lugar a la arbitrariedad más absoluta, auspiciando que cada cual lo interpretase como le viniera en gana.


No obstante, la opción estrictamente evolutiva no ha quedado ni mucho menos descartada. De hecho 
estamos siendo testigos en nuestro presente de cómo el desarrollo económico y tecnológico está permitiendo que cada vez más medios de producción se socialicen o, siendo más precisos, se democraticen. Nos referimos por una parte al abaratamiento y simplificación de la producción audiovisual (así como de su difusión a través de internet) e incluso de cierta clase de producción industrial mediante la impresión 3D, amén de otros muchos tipos de negocio cuyo principal medio de producción consiste en un ordenador conectado a la Red. Y aludimos por otra parte al acceso masivo y gratuito a ingentes cantidades de información que nos ahorra a su vez ingentes cantidades de tiempo, dinero y esfuerzo.

Joseph Schumpeter, que no fue un teórico marxista pero sí un liberal heterodoxo, también ofrece algunas tesis en la línea de este "socialismo evolutivo" al afirmar que "el proceso capitalista, del mismo modo que ha destruido el cuadro institucional de la sociedad feudal, está minando también el suyo propio". 
(7) 

Pero dijo mucho más que eso. En realidad Schumpeter es susceptible de ser considerado tanto un liberal heterodoxo como un marxista heterodoxo. Acercarse a su obra puede ser sumamente provechoso para todo aquel que quiera ir más allá de esta (en gran medida falsa) dicotomía entre liberalismo y marxismo, tal como hemos intentado hacer a lo largo de estos párrafos. No debería tratarse de defender a una escuela u otra, sino de enriquecer nuestra comprensión de los procesos económicos e históricos. Deberíamos hacer lo posible por derribar esas fronteras, o mejor dicho trincheras, y tener la audacia y la sabiduría necesarias para ampliar nuestros horizontes, para pensar sin esos grilletes que nos imponen las sectas ideológicas. Ese y no otro es el mensaje principal que deseo transmitir mediante este ensayo.

Pocas cosas habrá más edificantes que volver a mirar aquello que conocemos a través de un nuevo prisma y, así, resignificar y reconstruir el mundo en nuestro entendimiento. ¿Qué es el capitalismo? ¿Qué es el socialismo? ¿Realmente se trata de fenómenos o conceptos tan opuestos? ¿No estará la semilla del uno en el mismo corazón del otro? ¿No están la tesis y la antítesis contenidas en la síntesis? 


Prestemos suma atención al siguiente pasaje de Schumpeter y, teniendo todo ello en mente, dejémonos seducir por el carácter a la vez desconcertante y revelador de su relato:
Como la empresa capitalista tiende, en virtud de sus propias prestaciones, a automatizar el progreso, concluimos de ello que tiende a hacerse a sí misma superflua, a saltar en pedazos bajo la presión de su propio éxito. La unidad industrial gigante, perfectamente burocratizada, no solamente desaloja a la empresa pequeña y de volumen medio y "expropia" a sus propietarios, sino que termina también por desalojar al empresario y por expropiar a la burguesía como clase, que en este proceso está en peligro de perder no sólo su renta sino también, lo que es infinitamente más importante, su función. Los verdaderos monitores del socialismo no han sido los intelectuales o agitadores que lo predicaron, sino los Vanderbilts, los Carnegies y los Rockefellers. (7)
Estos argumentos nos obligan a plantear la diatriba entre capitalismo y socialismo de un modo completamente distinto al habitual. Estoy seguro de que, tras leer la reflexión de Schumpeter, a muchos les viene a la mente lo mismo que a mí: el modelo económico de la China actual, el cual viene desarrollándose desde el cambio de rumbo de Deng Xiaoping. Sin duda este ejemplo sirve muy bien al propósito de difuminar las fronteras, en ocasiones artificiales, entre capitalismo y socialismo. Por un lado tenemos la clásica concurrencia de proyectos empresariales que asociamos a la "economía de mercado"; y por el otro, los planes quinquenales propios de la "economía estatalizada". Observamos en este llamado "socialismo de mercado" que el capitalismo liberal puede coexistir con, y ponerse al servicio de, el cumplimiento de unos objetivos fijados por el Estado. Podemos concebir así que, como sugiere Schumpeter, el capitalista o inversor se convierta en un mero burócrata y que el empresario o emprendedor pase a ser un "freelance" contratado por el Estado. Se trata en suma de un modelo que, al alejarse tanto del "neoliberalismo" como del "socialismo real",  puede verse bien como un nuevo tipo de sistema económico o bien como una transición entre ambos. 

Sea como fuere, lo que nos sugiere tanto la hipótesis de Schumpeter como la realidad de la República Popular China es que los modos de producción y los sistemas políticos tienen fecha de caducidad, y que si el esclavismo, el feudalismo -y también el "socialismo real"- han desapareciendo casi por completo, el capitalismo no tiene por qué ser la excepción. 
A partir del momento en que reconocemos como históricos  el modo burgués de producción y los procesos de producción y distribución que a él corresponden, termina la quimera de considerarlo como un conjunto de leyes naturales de la producción y se abre la perspectiva (...) de una nueva formación económico-social a la que este modo de producción abre paso. (Karl Marx) (9)

4. "Procapitalistas VS Anticapitalistas" y "Estado VS Mercado".


Ya se ha convertido en un lugar común aquello de que "el mayor elogio del capitalismo se encuentra en el Manifiesto Comunista". Y es que a menudo se olvida que una conditio sine qua non para ser marxista es reconocer, admirar y celebrar los logros del capitalismo. Sin ellos ni tan siquiera podría haberse imaginado ese soñado futuro comunista; y sin el paso por el capitalismo no podía alcanzarse aquel paraíso, aunque Lenin y Mao se lo saltaran a la torera. Y así les fue. 


Por ello es que el marxismo no puede catalogarse en rigor como un anticapitalismo sino más bien como un post-capitalismo. Y también por esta razón sorprende que algunos pretendidos marxistas se autocalifiquen como anticapitalistas. Pero no menos sorprendente es que tanto estos últimos como sus contrarios sostengan un discurso que concibe al Estado y al Mercado como realidades mútuamente enajenadas. 


Desde hace tiempo la batalla ideológica enfrenta a quienes ven el problema en la estatalización del mercado y quienes lo ven en la mercantilización del Estado. Para unos el mercado debe liberarse del Estado, y para otros el Estado debe liberarse del mercado. ¿Pero y si ambas posturas partieran de un mismo error, como es el de asumir una separación entre dos ámbitos que estuvieron siempre unidos? ¿Y si en vez de estar el Mercado controlado por el Estado, o el Estado sometido al Mercado, estuvieran ambos co-determinados?


Nos hemos habituado a concebir uno y otro como realidades claramente diferenciadas y claramente contrapuestas, pero mucho me temo que esto es en gran medida un artificio teórico y una ilusión que facilita nuestra comprensión de la realidad al precio de falsearla. Socialistas y liberales han sido presas de ella por igual. Por lo general no han querido ver hasta qué punto política y economía se hayan interconectadas y dependen la una de la otra. Como ya hemos dicho, el liberalismo acostumbra a poner el foco en la estatalización del mercado, y el socialismo en la mercantilización del Estado, pero son los menos quienes reconocen los dos procesos al mismo tiempo.


Porque si el hecho es que nunca ha habido mercados sin Estado ni Estados sin mercado, quizá el empeñarse en segregar y enfrentar ambos conceptos no tenga mucho sentido, salvo el simplificar el estudio de la política y la economía. El problema es que esta simplificación podría estar confundiendo más que aclarando, y en consecuencia empujar a los pro-mercado y los pro-estado a perderse en un falso debate del que jamás saldrán y del que jamás obtendrán conclusiones realmente útiles. 


Si el problema está mal planteado ya de origen, toda eventual respuesta o solución será engañosa y estará en buena parte errada. 
Si los hechos históricos no muestran apenas actividad económica enajenada del Estado, ¿para qué seguir insistiendo en presentar ambas realidades como desvinculadas o enfrentadas? 

Lo que la historia ha unido en la práctica..

que no lo separe el idealismo en la teoría. 


5. Liberalismo y socialismo. Teoría y práctica.


Lo cierto es que en la definición o descripción de lo que es el sistema capitalista, Marx acierta bastante más que los liberales (aunque quizá menos que su tocayo Polanyi). (10) La forma en que estos últimos acostumbran a definir el capitalismo es idealista, a-histórica, centrada más en el deber ser que en el ser. Apelan siempre a los acuerdos libres y voluntarios, y afirman que el capitalismo consiste simplemente en propiedad privada y libre competencia. Sin embargo los hechos históricos muestran cómo el Estado ayudó a dar a luz al capitalismo (11), y no precisamente mediante contratos, sino empleando las que son sus herramientas características según los propios liberales: la conquista, la extorsión, la expropiación y, en suma, la coacción. 


Pero aunque admitiéramos la definición que ofrece la teoría liberal y, también siguiendo su ejemplo, comparásemos el capitalismo real con el socialismo real, ¿por qué aun así los liberales insisten en vincular al segundo con la represión, la tiranía y el terror, pero no admiten el vínculo del primero con la expropiación, el colonialismo y la esclavitud?


Según la doctrina liberal, el capitalismo se basa en relaciones estrictamente voluntarias, y todo aquello que se imponga por la fuerza no es capitalismo. Y desde luego es innegable que cuando nació este modo de producción ya existía hace mucho el imperialismo, el esclavismo, la codicia y la guerra entre otras calamidades. Así pues, uno se ve tentado a exclamar: ¡Qué maldita culpa tendrá ese sistema económico de que todo ello siguiera existiendo después!


Al fin y al cabo, en qué consistió la innovación del capitalismo: ¿Podríamos afirmar que alguno de sus elementos característicos requería de la violencia? Muchos hablarán de la "apropiación originaria". Y acto seguido les preguntaríamos: ¿Es que antes del capitalismo nadie ocupaba tierras ni expoliaba recursos por las buenas? Así pues, siguiendo este razonamiento, podríamos descartar esta apropiación como novedad introducida por el capitalismo, y sólo nos quedaría el ahorro, la inversión, los contratos, el cálculo económico y la (más o menos libre) concurrencia entre los actores económicos.


Está claro que estos argumentos harán las delicias de todo liberal y anarco-capitalista. ¿Pero qué pasa si aplicamos la misma lógica al socialismo? 


Pues lo que ocurre es que entonces nos sale el tiro por la culata, y los mismos razonamientos que nos servían para dar una imagen aséptica y pacífica del capitalismo, sirven también para hacer lo propio con su contrario. De esta manera, nuestro adversario ideológico también podrá salir al paso aduciendo que antes del socialismo ya había tiranía, represión, purgas, terror, imperialismo y todo lo demás, y que el socialismo no tiene la culpa de que todas estas lacras le sobrevivieran.


El problema es por tanto más complejo: los procesos históricos y las instituciones a que dan lugar emplean herramientas cuya existencia y cuyo uso eran previos a su aparición. De lo que debemos hablar, pues, es de cómo se desarrollaron esos procesos, de si emplearon más o menos violencia que otros anteriores o posteriores.


¿Fueron las matanzas de los bolcheviques algo que se dio a pesar del socialismo, o no puede concebirse un socialismo sin matanzas? ¿Fueron las masacres y rapiñas de los imperios coloniales acontecimientos que se dieron a pesar del capitalismo, o no pudo desarrollarse nada parecido al capitalismo que conocemos en ausencia de las mismas? En suma: ¿Fueron el totalitarismo soviético y el colonialismo decimonónico algo necesario o contingente para el desarrollo de ambos sistemas?


En realidad el liberalismo económico no es la expresión del "verdadero capitalismo", puesto que si hay alguno más verdadero que otro es el que ha existido históricamente. La doctrina económica liberal consiste más bien en transformar el capitalismo existente para hacerlo más ético y más justo (objetivo compartido por la social-democracia pero enfocado de un modo opuesto).


La gran paradoja de la teoría liberal consiste en que el capitalismo tal como lo conocemos jamás se hubiese desarrollado sin la decidida y continuada acción del Estado. El "libre mercado" (que por supuesto nunca lo ha sido plenamente) fue resultado de la planificación y de la coacción.  Por tanto, la propuesta de un capitalismo basado en la voluntariedad, libre de coacciones en la medida de lo posible, se asienta de todas formas sobre la herencia de aquel capitalismo impuesto muchas veces a sangre y fuego. 


El sistema económico que habría surgido en ausencia de tal planificación y coacción muy probablemente no hubiera sido del todo capitalista. Gran parte de los campesinos y artesanos hubiesen permanecido resguardados bajo el régimen tradicional basado en la subsistencia y que ligaba el trabajo a la tierra (o al gremio), y lo mismo hubieran hecho gran parte de los terratenientes y empresarios. (10) Los liberales, por tanto, de haber sobrevivido como corriente ideológica en el s. XIX y XX, podrían haber defendido posiciones éticas y políticas similares a las que nos tienen habituados, pero no podrían haber defendido una sociedad y economía de mercado tal como la conocemos.



6. Lucha de clases y teoría del Estado.
La sociedad no consiste en individuos, sino que expresa la suma de las relaciones y condiciones en las que estos individuos se encuentran recíprocamente situados. (Karl Marx) (12)
En el discurso asociado a unas y otras derechas se estila mucho acusar de marxista a toda doctrina que plantee un enfrentamiento entre dos grupos sociales. "Es que dividen a la sociedad en dos, igual que hizo Marx". Pero este meme puede desacreditarse fácilmente precisando que Marx lo hizo únicamente en base a la política y la economía, no en base al sexo, ni a la etnia, ni a la "identidad" ni a muchas otras cuestiones que están hoy en boga. ¡Caray!, ni que fuese un gran hallazgo dividir a una sociedad en dos grupos y enfrentarlos. A ver si ahora va a resultar que fue Marx, y no Julio César, quien sentenció "divide y vencerás". Y a ver si va a resultar que también fueron marxistas las guerras dinásticas, las guerras de religión o las guerras civiles que se produjeron mucho antes de que Marx naciera; porque, ¡oh sorpresa!, en todas ellas se dividió a la sociedad en dos y se enfrentó a una mitad contra la otra.

Además, Marx no dijo que la burguesía y el proletariado fuesen las únicas clases sociales que existen, sino que eran las más relevantes a nivel político. Por otro lado, el capitalista y el empresario no tienen por qué coincidir. Uno puede limitarse a poner el capital, mientras el otro es quien aporta el proyecto, la idea. No se trata pues, necesariamente, de enfrentar al empresario con el obrero (ni tampoco de prescindir del "emprendedor", esto es, del que aporta el proyecto empresarial). Y por tanto no es nada ajustada a la verdad la visión que suelen manejar los liberales acerca del marxismo, sino que se trata de una vulgarización de sus ideas que resulta muy conveniente para ridiculizarlas y demonizarlas, como ya destacamos al comienzo.


Por ejemplo, desde el liberalismo se echan pestes del determinismo estructural de Marx, es decir, de la idea de que las instituciones políticas y económicas son las que crean un tipo de hombre, y no éste quien las crea a ellas. Sin embargo, también son los liberales quienes postulan que la corrupción estatal no depende tanto de la bondad o maldad intrínseca de los gobernantes cuanto de los incentivos a los que están expuestos.


¿Realmente se está hablando de cosas tan distintas? ¿Acaso no sería lo más ajustado a la teoría liberal afirmar que los políticos actúan conforme a sus intereses de clase?


Porque justamente esta es la tesis que defiende el anarco-capitalista Hans-Hermann Hoppe, que no por ser incluso más dogmático que la mayoría de sus correligionarios deja de ser honesto en este aspecto. Veamos cómo desafía el sectarismo que acusan otros liberal-libertarios y no tiene empacho en emplear un lenguaje marxista para explicar su "análisis de clases austriaco", tal como él lo denomina.

El incremento en la concentración de poder de la clase explotadora (...) lleva hacia el estancamiento de la producción e impide el desarrollo de las fuerzas productivas, y por tanto crea las condiciones objetivas para su auto-destrucción y el establecimiento de una sociedad sin clases —sin clase dominante— que será capaz de crear prosperidad económica como nunca antes. (13)
La filosofía es la geometría de las ideas, como dijera Spinoza, y gracias a esta tesis de Hoppe se puede completar un mapa de las teorías del Estado y de las clases sociales.

Esta reinterpretación del anarco-capitalismo constituye un hallazgo en cuanto nos revela los enormes paralelismos entre el planteamiento liberal-libertario y el marxista, cosa que a menudo pasa desapercibida debido a la encarnizada batalla ideológica entre estas dos escuelas. Descubrimos así que las "Sombras de la Caverna" nos mostraban como antagónicas dos posturas que, una vez observadas a plena luz del día, no lo son tanto, pues resulta que ambas diagnostican al Estado como una mera herramienta de expolio y, asimismo, consideran que la toma de conciencia de la clase explotada es necesaria (aunque quizá no suficiente) para lograr el fin del Estado, lo cual equivale al fin de la explotación.


Sin embargo, esta tesis compartida tan sólo las hermana en el error. La razón de ser de los Estados no consiste únicamente en la voluntad predatoria o parasitaria de los gobernantes; eso implicaría un reduccionismo cuasi etológico de la historia humana; y aunque pueda explicarse de este modo el origen de los Estados, cuando atendemos a su desarrollo no pasa de ser una elucubración propia del cinismo más burdo. E incluso suponiendo que el Estado no consistiera más que en eso, de todas formas sería utópico pensar que, tras una "toma de conciencia" de la "clase explotada", pueda nacer una armónica anarquía. La historia nos muestra una y otra vez que a la caída de un Estado, un Imperio o un Régimen en particular le sigue siempre el surgimiento de otro Estado, Imperio o Régimen. Unos serán más preferibles a otros, pero la opción que no está nunca en el menú es la del No-Estado, No-Imperio o No-Régimen.


Y es que otro error compartido por liberales y marxistas ortodoxos consiste en elevar al Estado (en singular) a tal grado de abstracción que se pierde de vista la dialéctica de los Estados en plural.


Aunque los liberales son los primeros en señalar que no existe el libremercado sino diversos grados de intervención por parte de los distintos Estados, no dan la impresión de tener suficientemente en cuenta la competencia entre los mismos a la hora de promover las liberalizaciones, pues no parece preocuparles demasiado la nacionalidad de las empresas y hasta qué punto dependen éstas de sus respectivos gobiernos. 


Si dejamos que ciertos sectores acaben siendo controlados por empresas extranjeras dependientes en diverso grado de otras potencias, ¿no estamos regalando mayor poder e influencia a Estados competidores del nuestro? 


Pero ya no sólo es que a día de hoy muchas empresas estén controladas en parte por sus Estados, sino que ese control en cualquier momento podría acrecentarse, por ejemplo en caso de guerra, y te encontrarías con que tu ingenua "liberalización" se traduce de repente en debilidad de tu Estado, no frente al Mercado, sino frente a otros Estados


Conviene tener esto en cuenta, porque de lo contrario los liberales pueden convertirse en los tontos útiles de las potencias que buscan acrecentar su poder y dominar al resto.



7. Pensamiento crítico dentro y fuera del marxismo. 


Las figuras clave de la historia nunca son geometrías planas, sino poliédricas. El marxista analítico Jon Elster coincide con el liberal Mauricio Rojas en muchos de sus juicios acerca de Marx, como por ejemplo en distinguir dos tendencias en su pensamiento: una más pseudocientífica (y, por tanto, descartable) y otra más rigurosa (y, por tanto, rescatable). Así es como resume Elster su juicio acerca del filósofo judeo-alemán:

Marx fue una figura muy del s. XIX; es decir, en cuestiones metodológicas, una figura de transición. Liberado de las suposiciones teológicas explícitas, conservó la perspectiva teológica inspirada por ellas. Como la mayoría de sus contemporáneos, quedó impresionado por el progreso de la biología, y erróneamente pensó que el estudio de la sociedad podía beneficiarse del estudio de los organismos. (…) Su cientificismo –la creencia en ´leyes del movimiento` de la sociedad que operan con una ´necesidad de hierro`- descansaba en una extrapolación ingenua de los logros de la ciencia natural. Encontraremos a cada paso que las concepciones metodológicas trasnochadas coexisten en su obra con sorprendentes y frescas intuiciones. (14)
Por su parte, Mauricio Rojas destaca las virtudes de Marx como observador y economista pero considera que el problema de su teoría no está tanto en su sistematización como en sus conclusiones. Conclusiones que, como puede comprobarse por las fechas de sus escritos, son previas a su estudio del modelo económico capitalista, como ya apuntamos cuando nos referimos al Manifiesto Comunista. De ahí el componente religioso o pseudocientífico de su obra. 
El paradigma domina a tal punto el intelecto de Marx que lo enceguece frente a muchos de los resultados más interesantes de sus propios estudios. Se abre de esta manera un conflicto entre profecía y razón así como entre realidad y expectativa mesiánica que será característico del marxismo venidero. (Mauricio Rojas) (15) 
Puede decirse que la obra de Marx tiene dos caras: por un lado su mesianismo y utopismo disfrazado de ciencia, y por otro su minucioso y perspicaz análisis del sistema de producción, que hizo avanzar a la ciencia económica y que ha llegado incluso a influir en destacados teóricos liberales. 

Supongo que esa doble cara es lo que ha hecho más difícil separar la ciencia de la creencia, y lo que ha logrado de algún modo camuflar la vertiente más religiosa de su doctrina mediante esa otra parte más analítica y rigurosa. Si usted logra mezclar hábilmente datos empíricos y argumentos racionales con una justa dosis de ensoñación y voluntarismo, ha elaborado usted una receta que puede resultar muy seductora y, en ciertos casos, absolutamente irresistible.


Pero lo que es aplicable al marxismo, lo es también en gran medida al liberalismo. Si bien la teoría marxista arrastra numerosos errores, la liberal no está ni mucho menos exenta de ellos. A lo largo del tiempo la una se ha nutrido de la otra a través de la dialéctica, y no veo por qué debería dejar de ser así. 



8. Cómo rescatar y resignificar a Marx.

La pleitesía ante la corrección política (...) funciona como puerta de acceso y vía de promoción social. Las clases subalternas aspiran a fundirse en esa gran clase media [globalista] y lo hacen por la puerta falsa de la ideología. Para ello piensan y actúan del modo “correcto” en los términos dictados por la nueva burguesía. Pensar de un modo incorrecto supondría un desclasamiento (...) No en vano las ideas dominantes –como decía Marx– son siempre las de la clase dominante. (16)
Puede decirse que el actual discurso hegemónico aúna el capitalismo liberal con el progresismo cultural, una especie de cruce "contranatura" entre Milton Friedman y Herbert Marcuse que de alguna manera representa a la generación que ocupa los principales puestos de poder tanto a nivel político como económico, mediático y cultural. 

Sus tics y sus tabúes les delatan. Disimulan mal su condición de herederos del Verano del amor y de Mayo del 68; y lo que es más grave, parecen no haber madurado tan apenas salvo en el aspecto económico y, quizá en parte, en el político. 


Así pues, ese complejo de hippie trasnochado acaba uniendo como sincero ideal o como cínica herramienta de poder a toda aquella élite. 

Intelectuales, novelistas, actores y directores de cine, gente del show bussiness en general, periodistas, políticos, empresarios, banqueros, pero también científicos, académicos, profesores, abogados, jueces,...Todos ellos se mueven en un mundo cosmopolita, cosa que en principio no tiene nada de malo, ya que objetivamente comparten más intereses con sus homólogos de otros países que con la mayoría de sus compatriotas. Pero por otro lado agrava el infantilismo que arrastran como "generación imagine", y no parecen cuestionarse en ningún momento si su particular modo de vida y su particular forma de entender el mundo pueda no ser el paradigma por el que quieran o deban regirse las siguientes generaciones, ni tampoco sus coetáneos de clase más baja que nunca pudieron permitirse correr aventuras ni jugar a ser revolucionarios. Es entonces cuando empiezan a tornarse déspotas ilustrados, al ser incapaces de ocultar su desprecio hacia el ciudadano medio identificado con su bandera, con su comunidad, con su suelo, con su identidad cultural y también, por qué no, con su religión.


Aquí es donde la tradición filosófica marxista puede tener algo o bastante que decir. Su teoría de la lucha de clases y de la ideología como falsa conciencia puede arrojar bastante luz sobre estos problemas que nos plantea nuestro presente.


Y es que, prescindir ahora de una escuela de pensamiento que nos ofreció tantas ideas fecundas sería casi como amputarnos una extremidad o un par de dedos voluntariamente. Como ocurre con todos los grandes filósofos, la dirección en que pueden interpretarse y aplicarse sus ideas no es unívoca, y justamente hoy las llamadas derechas estarían cometiendo un grave error estratégico si renuncian a emplear a Marx en su favor, como nos muestra el politólogo mexicano Adriano Erriguel. 


Y no me refiero sólo a las derechas populistas o "alternativas", cuyo discurso anti-globalista apela de un modo u otro a la lucha de clases entre las élites mundialistas y los pueblos que ven mermada su soberanía, sino también a las derechas liberales, que como vimos antes también señalan la existencia de un conflicto de intereses entre los gobernantes y los gobernados.


Pero rescatar y resignificar a Marx no debería consistir únicamente en emplearlo como un ariete en la batalla política de forma oportunista (cosa que tampoco critico), sino también, por qué no, en ampliar nuestros horizontes y romper algunos viejos esquemas, en salir de nuestra zona de confort y plantearnos problemáticas que quizá nos pasaron desapercibidas hasta ahora.

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(1) Tony Judt, Algo va mal.

(2) Jason Brennan, Contra la democracia.

(3) Ayn Rand, La rebelión de Atlas.

(4) Karl Marx, Crítica al Programa de Gotha. 

(5) Karl Marx y Friedrich Engels, La ideología alemana.

(6) Friedrich Engels, El origen de la familia, la propiedad privada y el estado.

(7) Gerald Cohen, La teoría de la historia de Karl Marx: una defensa.

(8) Joseph Schumpeter, Capitalismo, socialismo y democracia.


(9) Karl Marx, Elementos fundamentales para la crítica de la economía política.


(10) Karl Polanyi, La gran transformación.  
De este obra puede extraerse la definición de "capitalismo" más rigurosa que he encontrado. Se trataría, tal como yo lo entiendo, de aquel sistema que convierte la tierra, el trabajo y la moneda en mercancías; a lo cual habría que añadir, por supuesto, el cálculo económico y el ahorro que permite la inversión en capital constante y capital variable en términos marxistas.

(11) Alexei Leitzie, El Estado creó el Capitalismo, publicado en la página Espacios Inseguros.

(12) Karl Marx, Teoría del plusvalor, III.


(13) Hans-Hermann Hoppe, Análisis de clases marxista y austriaco, publicado en Centro Mises.


(14) Jon Elster, Una introducción a Karl Marx.


(15) Mauricio Rojas, Desventuras de la bondad extrema.


(16) Adriano Erriguel, Hablemos de lucha de clases, serie de artículos publicada en la página El Manifiesto.  Debido a la trascendencia que personalmente le atribuyo a su análisis, me permito añadir tres extractos más: "La corrección política es una forma de falsa conciencia encaminada a disimular una relación de clase." [...] "Nos encontramos así ante una formidable maniobra de mistificación en la que las relaciones de clase se camuflan como relaciones culturales. El ejemplo más obvio es el de los inmigrantes y los burgueses-bohemios: mientras los primeros trabajan como mano de obra barata, los segundos celebran las maravillas de la sociedad multicultural. “La apertura al otro –señala Christophe Guilluy– es a la vez un marcador de superioridad moral y un signo exterior de riqueza”. En lógica consecuencia, la demonización del populismo es también un marcador de clase. No en vano la nueva burguesía se percibe a sí misma como encarnación del sentido (necesariamente progresista) de la historia, como la heredera de la Ilustración y paladín de los derechos humanos. La nueva burguesía se encuentra así moral y culturalmente legitimada para imponer sus intereses de clase al resto de la población." [...] "Conocida es la crítica que el marxismo hace de la religión como “opio del pueblo”. Pero si observamos las manifestaciones habituales de las ideologías posmodernistas –sus formas maniqueas, dogmáticas y lacrimógenas– observamos que todas ellas vehiculan una sensibilidad pararreligiosa, un pseudocristianismo de nuevo cuño que, vaciado de cualquier contenido trascendente, se enfanga en un moralismo histérico con ansias de purificar el mundo. A toda esta morralla intelectual –que de forma injusta suele calificarse como “marxismo cultural”– cabría aplicarle el método riguroso del marxismo más clásico." 





lunes, 23 de septiembre de 2019

Qué es un progre y para qué sirve (respuesta a LYLQS y otros canales "antiprogres")


En la oscuridad de la noche, todos los gatos son pardos. En la oscuridad del entendimiento, todos los opinadores políticos son rojos o fachas. 

En este blog siempre insistimos en el gran error que supone concebir la política como una eterna guerra entre dos bandos igualmente eternos, e inmutables en su esencia. Pero el problema no acaba ahí, pues incluso quienes defienden una tercera vía, como pueda ser el liberalismo o el anarquismo, caen habitualmente en el mismo error, metiendo por ejemplo a todas las izquierdas en el saco de los "marxistas" o de los "progres", o calificando a todos sus adversarios meramente como "estatistas" o "socialistas". 


El canal de Libertad y lo que surja es el peor ejemplo de reduccionismo anarco-liberal. Su leit motiv, tanto en la realización de los videos como en la ideología que los guía, parece ser la ley del mínimo esfuerzo. Si los liberales y anarcocapitalistas en general tienden a simplificar en exceso las cosas, el caso de Adriá Nuñez supone dos o tres vueltas de tuerca más en ese proceso de pereza intelectual, en ese feliz despeñamiento hacia la estulticia más absoluta. Su sección "coto de caza progre" -poco imaginativo y torpe título por cuanto no se sabe si los progres son los cazadores o los cazados- es un cajón desastre donde tan pronto se ríe de Irantzu Varela como del mismísimo Karl Marx. 


No encuentro palabras para describir lo que me parece poner al mismo nivel a una iletrada fanática y a uno de los más influyentes filósofos de todos los tiempos. El desmangado no tiene vergüenza ni la conoce. ¡Karl Marx un progre! ¡Lo mismito que Marta Flich y Javier Sardá! Es algo que ofende a cualquier inteligencia medianamente honrada.


Lo cierto es que, de un tiempo a esta parte, los canales anti-progres como éste se han multiplicado hasta el punto de crear una burbuja que en algún momento explotará. Y es que su discurso ya empieza a cansar. Visto uno, vistos todos. Siempre se centran en ridiculizar las majaderías que salen de la boca o la pluma de ciertos personajes, hoy más visibles que nunca gracias a internet y sus redes sociales, para enseguida tomar la parte por el todo y vendernos que lo majara equivale a lo progre, y lo progre equivale a lo izquierdista. 


En ocasiones todavía se va más allá, y se nos sugiere que izquierdismo equivale a comunismo. Por lo general este tipo de canales y de intelectuales derechistas tienden a lanzarnos el mensaje de que los progres no son sino comunistas vergonzantes. Pero son estos "antiprogres" quienes les adjudican este cripto-comunismo y, una vez asumida tal presunción, lanzan la vergüenza sobre ellos. La idea-fuerza es muy simple: estos que presumen de superioridad moral, de llegar al poder establecerían un régimen cruel y totalitario. Así hemos demonizado de una tacada a todas las izquierdas, ya sean o no autoritarias, y ya sean genuinas o practiquen el postureo.


Sin embargo, existen muchas razones para no confundir jamás a un comunista con un progre; pero por encima de todas, ésta: el apelativo "progre" fue acuñado justamente por comunistas españoles durante el franquismo, y no precisamente como un elogio. Se calificaba de esta manera a quienes presumían de ser "de izquierdas", "progresistas", pero no querían mojarse el culo, es decir, no querían arriesgar la cómoda vida que les proporcionaba el Régimen contra el que decían rebelarse.


Y quiero que esto quede claro. A nosotros podrá gustarnos más o menos el comunismo. Podremos juzgar mejor o peor la militancia en esta doctrina o en cualquier otra. Pero lo que no podemos hacer de ninguna manera es equiparar la militancia política con la militancia en el postureo; lo que no es de recibo es meter en el mismo saco a quien lo arriesga todo y a quien no arriesga nada, a los que se juegan la vida por la revolución y a los que juegan a ser revolucionarios en su salón.


Al progre no le preocupa que sus ideas sean coherentes, útiles o acertadas. Tan sólo que estén en consonancia con lo que en cada momento se considera "progresista", es decir, que nadie pueda acusarle de "retrógrado" o "facha". Lograr cambios políticos no es su objetivo, sino únicamente proyectar una imagen de modernidad y liberalidad. Tampoco le preocupa en exceso la coherencia entre lo que dice y lo que hace, aunque en su fuero interno es muy consciente de las contradicciones que arrastra, y de ahí que redoble sus esfuerzos en el terreno del discurso como forma desesperada de compensar y ocultar sus vergüenzas en el terreno de la acción. Por eso les vemos a menudo pugnando por ser más radicales y vehementes que nadie, de modo similar a como los judíos conversos intentaban mostrarse como los más fervientes cristianos.  


Dime de qué presumes..

Su ideal, como el de todo moralista, es la pureza, la ortodoxia, la intachabilidad; pero como ya hemos dicho, únicamente en su discurso, únicamente de cara al público, pues lo que importa es mostrar una fachada impoluta, aunque el interior sea ruinoso.


Quiero que no quepa duda alguna sobre su función. No ayudan a nadie salvo a sí mismos. 


Habrá quien diga que al menos promueven valores positivos, pero quiero insistir en que sólo se promocionan a sí mismos. Esos pretendidos "valores positivos" dejan de serlo en sus bocas y en sus plumas, pues únicamente los usan como armas arrojadizas contra sus adversarios y como medallas que colgar de sus solapas. Sólo les sirven en la medida en que benefician a su imagen, en la medida en que les permiten ascender profesionalmente y les otorgan carta blanca para injuriar y tergiversar a placer.


Y no digo que en todos los casos se trate de una estrategia consciente. Estoy seguro de que la mayoría de los progres creen en lo que dicen, y simplemente siguen manteniendo esa actitud porque es beneficiosa para ellos. Uno no tiene por qué ser siempre consciente de las artimañas que está empleando; basta con que haya adoptado un patrón de conducta que refuerce su ego y le proporcione confort emocional. Si actuar de esta forma te hace sentir bien y le otorga un sentido y un valor a tu vida, por qué vas a cambiar?


Reflexionaremos más a fondo sobre esta inercia hacia el final del texto, pero ahora me gustaría analizar la forma en que se interseccionan las izquierdas políticas con la progresía cultural.


Manuel Medina, militante comunista durante el Franquismo, escribió un artículo que es sumamente certero empezando por el título: "¿Qué es ser progre?: historia y significación ideológica de un término equívoco". En él dice cosas como las siguientes: 

"No es que aquellos a los que se denominaba "progres" fueran especialmente aguerridos en su lucha por la democracia. Pero desde el punto de vista del "arrope social", su acompañamiento resultaba, por muy discreto que esté fuera, políticamente muy útil. De ahí la generosidad con la que los comunistas aceptábamos para casi cualquiera la adjudicación del término "progresista". Se trataba de una prodigalidad que si en principio no fue ingenua, finalmente terminaría siéndolo". 
Y la historia se está volviendo a repetir: los partidos autocalificados "de izquierda" vuelven a reirle las gracias y a prestarles todo el apoyo a los periodistas e intelectuales que buscan prestigio por medio de una militancia en la imagen, en el postureo, en la construcción de una fachada impoluta que oculte el estado ruinoso de los interiores.

Pero seguimos atendiendo a la historia que relata Manuel Medina. Ya muerto Franco e instaurada "La Democracia", el autor recuerda también cómo "criticar públicamente la política de los socialdemócratas significaba invariablemente ser acusado de estar participando en una suerte de operación derechista de "acoso y derribo" en contra del "Ejecutivo progresista"." 


También aquí la historia se repite: toda crítica a la ideología hegemónica "progresista", aunque sea para señalar que está logrando lo contrario de lo que se propone, se interpreta como un ataque a "la izquierda" que sirve a los intereses de "la derecha". 


Analizaremos esta alianza entre las izquierdas políticas y la progresía cultural en otro texto. Por ahora sólo señalaremos que resulta desastrosa por cuanto significa venderle el alma al diablo, arrojarse en brazos de los mercaderes de ideas a cambio de cierto apoyo en el corto plazo que se revela como un regalo envenenado en el más largo plazo, y de paso se lo pone muy fácil a esos que quieren trazar una equivalencia entre izquierda y progresía.


"Durante esos años, ser progre", continúa relatándonos Manuel medina, "sirvió a muchos de trampolín para obtener los apoyos de amplios sectores sociales, que en el curso de las últimas décadas habían ido perdiendo su identidad política, difuminándose finalmente en una amalgama de contradicciones y paradojas ideológicas". 


De nuevo, el autor no podría ser más certero: el ethos progre, por así llamarlo, consiste en adoptar una serie de tópicos sobre los que no puede dudarse y cuya coherencia interna no importa lo más mínimo. Lo único que importa es su función social y, en último término, política. Una vez los periodistas, los intelectuales y los miembros de los partidos conforman a ojos del público una voz reconocible y representativa de un sector social, denominado de izquierdas o progresista, aquellos pueden permitirse hacer de su capa un sayo y despreocuparse en gran medida de satisfacer a ese mismo público, dado que han conseguido presentarse como la voz de la izquierda, y a partir de ahí, gran parte de la ciudadanía les dará carta blanca para que hagan y deshagan a su antojo, creyendo que representan sus más genuinos intereses.


También esto se aprecia en Estados Unidos. Como nos dice Manuel Medina hacia el final de su artículo, en este país "la corriente progre está caracterizada por sus happy flowers, indignados con el reaccionario Trump, pero incapaces  de dirigir sus dedos acusadores en contra de genocidas como Obama y Hillary Clinton". Ya mencioné esta hábil trampa en un vídeo anterior.


Pero analicemos por último aquel trampolín para obtener el apoyo de amplios sectores sociales, y esta vez poniendo ejemplos concretos. Muchos ya sabrán que significados antifranquistas como Iñaki Gabilondo y Juan Luis Cebrián tuvieron puestos importantes en la prensa franquista, y también se habrán enterado la mayoría de ustedes del oscuro secreto de Marta Flich, la diva del progresismo, el feminismo y el antifranquismo; mantenida a cuerpo de rey nada más y nada menos que por el nieto de Franco, y disculpada sin embargo por todos sus aliados de "la izquierda". Esto me lleva de nuevo al asunto de la hipocresía. Dije antes que los progres "redoblan sus esfuerzos en el terreno del discurso como forma de compensar y ocultar sus vergüenzas en el terreno de la acción". En estos tres casos se ejemplifica perfectamente, como también lo hace en el caso de Xavier Sardá, a quien parodiaron una vez de la siguiente forma: 



Podemos diagnosticar en general este tipo de actitud como una sobrecompensación de cierto complejo de culpa, es decir, como una forma desesperada de calmar la propia conciencia y salvar la propia imagen, de ofrecer un sacrificio o un diezmo al templo esperando obtener con ello algún tipo de absolución. 
En el Evangelio de Lucas puede leerse: 
"Refirió también esta parábola a unos que confiaban en sí mismos como justos, y despreciaban a los demás: Dos hombres subieron al templo a orar; uno era fariseo y el otro recaudador de impuestos. El fariseo, puesto en pie, oraba para sí de esta manera: ``Dios, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: estafadores, injustos, adúlteros; ni aun como este recaudador de impuestos. Yo ayuno dos veces por semana; doy el diezmo de todo lo que gano." Pero el recaudador de impuestos, de pie y a cierta distancia, no quería ni siquiera alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: ``Dios, ten piedad de mí, pecador." Os digo que éste descendió a su casa justificado pero aquél no; porque todo el que se ensalza será humillado, pero el que se humilla será ensalzado."
Muchos estarán de acuerdo en que no es preciso considerarse cristiano o creer en Dios para extraer valiosas enseñanzas de los Evangelios. Lo que nos transmite este pasaje es aplicable a cualquier época y a cualquier lugar. Siempre existirá un tipo humano que se adecúa a este retrato del fariseo: la clase de persona que intenta construir su prestigio proclamando su santidad y pureza a los cuatro vientos, dando constantes muestras de adhesión a lo que en cada momento se considera virtuoso; preocupado únicamente de publicitar los signos externos de tal virtud, y de esta forma evitándose la tarea de practicarla.

Siempre que uno logre presentarse ante el público como moralmente intachable, ya no le es preciso serlo de forma privada y silenciosa. El verse arropado por sus semejantes les basta a algunos para saciar sus aspiraciones morales y su necesidad de percibirse a sí mismos como personas íntegras y decentes. Para esta clase de sujetos, el examen de conciencia no parece ocupar un puesto relevante. Viven de cara a los demás y de espaldas a sí mismos. 

Pero, como el fariseo de la parábola, necesitan además una némesis, un contraejemplo; señalar insistentemente a otro grupo que encarne todos los vicios. De esta manera se refuerza, por contraste, su imagen virtuosa. Y cuanto más odioso resulte el retrato del adversario, más amable resultará el suyo, tanto a sus ojos como a los del público. De ahí la constante referencia a ese desdibujado grupo de indeseables y la burda exageración de sus supuestos pecados: machismo, racismo, xenofobia, homofobia, egoísmo, ignorancia, fanatismo,... Otro pretexto más para auto-absolverse de los propios pecados; otra cortina de humo para ocultar sus vergüenzas y otro parche para evitar asomarse a su abismo interior.
                                                  
Los grandes obispos y cardenales de la Progresía tienen en sus lujosas casas una pequeña habitación cerrada a cal y canto donde guardan un retrato de sí mismos que muestra su verdadero rostro: el espejo de un alma torturada por la culpa, la vergüenza y la miseria.

Y tres cuartos de lo mismo les ocurría, con toda seguridad, a muchos de los que mostraban la mayor adhesión al Régimen anterior. 


Así pues, ni esto va de bandos ni hay en esencia nada nuevo bajo el Sol.
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Todos conocemos muchos sinónimos de progresía: revolucionarios de salón, izquierda caviar, gauche divine, progredumbre, hiprogresía. Pero sin duda el más universal y atemporal es "fariseo", y su mejor retrato el de Dorian Gray.