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Lo que se
dice en este debate me ha motivado nuevas reflexiones en torno a las muchas
cuestiones que se tratan en él, directa o tangencialmente, y ello me ha animado
a escribir una segunda parte del texto que publiqué hace unos días.
Quizá sorprenda a algunos que sea Amarna Miller la que mantiene, de entre todos, un discurso más coherente y la que parece tener las ideas más claras. El resto de opinadoras (porque son todas mujeres excepto el moderador) no saben hilar dos frases sin meter por medio las palabras “heteronormatividad”, “patriarcado” y “capitalismo”. Sus argumentaciones no son tales: consisten más que nada en proclamas que aprendieron y que regurgitan como autómatas.
Atiborradas
de dogmas, intentan pasar por “modernas” y “desinhibidas” sin poder ocultar
el pestazo a moralina que rezuman sus querellas contra el que es para ellas,
fuera y dentro de la pornografía, un mundo
ciertamente perverso. Siguen viendo en el porno “mainstream” (es decir:
mayoritario) una voluntad de modificar o fomentar ciertos deseos en los
consumidores. Como tienen esa concepción tan delirante de la economía según la
cual las empresas no ofrecen lo que el cliente busca sino que se afanan por
orientar sus gustos en un “sentido heteronormativo y patriarcal”, parecen
sugerir que si la mayoría de la gente es heterosexual es porque ven porno heterosexual, y no
al revés. El mito de la Tabla Rasa hace de nuevo su aparición.. Todo proviene
de la cultura… La heterosexualidad se construye..
¿Qué
ocurre entonces con el porno homosexual? ¿Son conocedoras de lo importante que
es ese sector de la industria o simplemente hablan de la pornografía, como de
todo, de lejos y de oídas? ¿El porno homosexual pretende también
“homosexualizar” a la gente? … De hecho, si comparáramos el porcentaje que hay
de homosexuales entre los hombres con el porcentaje de pornografía homosexual
que se hace dentro de esa industria, la heterosexualidad quedaría
infra-representada en proporción. Por lo que, según su lógica, podríamos
afirmar con igual o mayor convicción que ese “capitalismo neoliberal” persigue
la “homo-normativización”.
Además, en
qué quedamos: ¿Las empresas buscan el beneficio a cualquier precio o están
dispuestas a ganar menos con tal de realizar una supuesta ingeniería social “que
fortalezca al sistema”? ¡Por Júpiter! Si “el capitalismo” ha comercializado
camisetas del Che y toda la iconografía comunista que se pueda imaginar, ¡qué
problema va a tener, aun dando por bueno ese vínculo con el “patriarcado”, en
vender todas las clases de pornografía que el público demande! Esta gente tiene
la cabeza tan llena de ideología que no queda apenas espacio en ella para que
el sentido común y la lógica asomen de tanto en tanto.
Pero no
vayamos a dejar fuera de la crónica a Monedero. Otro que pretende jugar a dos
bandas: a pro-porno y a anti-porno, a desinhibido, liberado y sin complejos por
un lado, mas sin poder frenar por otro su moralismo, sus prejuicios y sus
tabúes. El tipo es un trilero en toda regla, y tan siquiera se avergüenza de ello.
Analicemos sus dos intervenciones estelares: En la primera se luce poniendo en
cuestión que uno pueda hacer lo que quiera con su propio cuerpo “argumentando”
que por esa regla de tres una podría “vender a su hijo recién nacido”.. ¡¿Acaso
un niño que se acaba de dar a luz es “parte del cuerpo” de la madre y “le
pertenece” igual que su brazo o su pierna?! … Ante la negativa de la Miller a
aceptar ese “argumento”, Monedero se reafirma defendiendo la “racionalidad” del
mismo e intenta arreglarlo reconduciéndolo a la venta de órganos. Pues no
señor, tampoco. Un riñón efectivamente pertenece a su dueño pero sigue sin ser
comparable a “vender tu cuerpo” en representaciones pornográficas puesto que,
por muchas de ellas que uno haga, sigue conservando todos sus miembros y sus
órganos en su sitio. Pero vamos a la segunda, que tampoco se queda atrás; pues,
ni corto ni perezoso, este señor se lanza a comparar la realidad “capitalista”
actual con el paraíso comunista soñado –no con el real, o qué os pensabais-,
alegando que, mientras en las sociedades capitalistas muchos quizá se “vean
obligados” a dedicarse a la pornografía o a la prostitución, en otro tipo de
sociedad con renta básica y todas esas cosas las mismas profesiones "tendrían otra lógica”. Sí, que les pregunten por esa “lógica” a las cubanas, que son a
buen seguro, de las mujeres de todos los países, las que menos presionadas se
ven para prostituirse. De verdad hace falta ser miserable, o quizá estúpido, o sencillamente
torpe, para decir algo así y quedarse tan ancho.
Y qué
decir de Beatriz Gimeno. ¡Ay! La Gimeno.. Cuántos momentos de humor
surrealista no nos dará esta mujer. Su percepción de la realidad camina entre
lo cómico y lo grotesco. La buena señora ni admite ni aprueba que a la mayoría
de las mujeres les gusten los hombres y les gusten sus penes, y que además les encante ser
penetradas por ellos. Su feminismo dialéctico, como yo lo he bautizado, no es
sino una versión moderna del puritanismo más enfermo. Ella viene a proclamar –entre
líneas- que la Naturaleza lo hizo mal,
que es esencialmente injusto que nos hiciera a unos cóncavos y a otros
convexos. ¡Pero qué arbitrariedad es esa!
¿Por qué unos van a tener entrantes y otros salientes! ¡Todos planos! Y si ello
nos pone francamente difícil obtener placer de nuestros cuerpos, ¡pues que así
sea!: lo importante es que entonces seremos al fin iguales. Es un camino más enrevesado que aparenta ser contrario
pero que acaba llegando al mismo sitio, como digo, que el puritanismo
religioso: “el placer que sentimos está mal”, “¡es pecado!”; “es obra del
demonio!” (léase: el capitalismo, el patriarcado, las “fuerzas oscuras” del
mercado.) Así lo muestra su negativa a aceptar los argumentos en pro de los
derechos individuales que blande contra ella la Miller. “Lo que a tí te guste
no es un argumento”. Pero por lo visto, lo que a la Gimeno no le guste sí. “El porno mainstream no puede gustarle a ninguna feminista”. Es decir, que ella no sólo tiene autoridad para distinguir qué valoraciones constituyen argumentos, sino que, al parecer, también sabe -o dicta- lo que puede gustarle o no a las feministas de todo el Globo, las del pasado, las del presente y las del futuro. Y ya la joya de la corona es su afirmación de que “si todo
consistiese en una suma de derechos individuales, no se podría hacer política”. Porque así es: si se respetasen por entero nuestros derechos individuales, ella y los
suyos no podrían meter sus narices en nuestras vidas y en lo que nos da placer
o nos lo quita. ¿De verdad a nadie le espanta que algunos pretendan mezclar la
política con el ámbito de la más estrecha privacidad? ¿No es esa la definición
más perfecta de “totalitarismo”?
"Debemos problematizar nuestras prácticas y nuestros deseos". "Debemos averiguar qué fuerzas oscuras se esconden tras ellos". .... ¡Arrepentíos! |
Pero deben
ustedes mojarse, señoras. O defienden la libertad individual o no. No hay terceras
vías. Relativizar principios éticos que no podrían ser más claros inspira muy
poca confianza. ¿Quieren ustedes dictar cómo deben obtener placer las mujeres o
no? Díganlo claramente, y déjense de medias tintas y de vaguedades.
Por su parte, el papel de Amarna Miller en el debate, como dijimos, representa algo así
como “la voz de la sensatez”. Los principios que defiende son bien claros, a
diferencia de la caterva marxofeminista. Sus reclamaciones son también claras y
perfectamente entendibles por cualquiera: la situación de a-legalidad del cine
porno en España deja desprotegidos a sus trabajadores ante posibles abusos o
malas prácticas –no en el terreno sexual necesariamente, sino también en el
laboral-. Ella, que ha trabajado también en la industria de Estados Unidos, ha
podido comprobar la ventaja de desarrollar esa profesión –para ella un hobbie-
con todas las garantías que ofrece una ley sensata y funcional, con controles de ETS´s más rigurosos, y donde los contratos
están bien especificados y el poder de negociación de todas las partes más
equilibrado.
La
porn-star madrileña lanza además una pregunta retórica que es un desafío a los
prejuicios mal ocultados de las de “el sexo también es política”: ¿Quién puede,
de verdad, saber lo que degrada o humilla a una mujer? Exactamente la misma
pregunta que lancé yo en la primera parte de estas reflexiones. Apenas se
percatan de lo terriblemente arrogante que es pretender adivinar lo que los
demás sienten (y sin entrar en el terreno, en el que ellas sí entran de forma
mal disimulada, de lo que deberían
sentir). Por supuesto que cuando contemplamos en la pantalla una práctica
sexual que a nosotros nos desagrada, y que valoramos desde nuestra perspectiva
negativamente, proyectamos nuestra vivencia sobre la persona que está
representándola y por cualquiera que pudiera representarla en el futuro, y por
tanto asumimos instintivamente que ella experimenta, o debiera experimentar lo mismo que nosotros. Pero eso es una trampa psicológica
de sobras conocida, y parece mentira que personas hechas y derechas sigan
confundiendo su ego con la realidad objetiva. Es como si todavía estuvieran en
esa fase de la primera infancia en que el bebé no sabe distinguir lo que forma
parte de su cuerpo de lo que es exterior a él.
No
obstante, sí hay algo de lo que dice Amarna Miller que es más debatible, y sobre
lo que me gustaría hacer una reflexión en cierta profundidad. El deseo
expresado por ella de que la pornografía comience a verse como un trabajo más,
y que se vaya diluyendo el estigma que acompaña a quienes se dedican a ello es
sin duda un deseo legítimo, pero también ingenuo, y nos plantea algunas
paradojas bien interesantes. Por un lado ese halo de “prohibido”, “sucio” y
“oscuro” es ingrediente fundamental de la atracción que produce en la mayor
parte, por no decir todos, de sus consumidores. Ella misma alude, si mal no
recuerdo, al componente transgresor del porno. Y en efecto es éste un
componente sin el cual esos productos audiovisuales perderían gran parte de su
atractivo. Si la pornografía no buscara desafiar los límites y jugar con
nuestra idea -siempre cambiante- de “lo perverso”, sencillamente dejaría de ser
pornografía y pasaría a convertirse en una aburrida clase de educación sexual.
La realización o representación de fantasías sexuales requiere mantener un
difícil equilibrio entre la costumbre y el tabú, entre lo agradable y lo
desagradable, entre lo bello y lo grotesco, lo dulce y lo brutal, y
esencialmente entre lo falso y lo real.
Como
precisamente se trata de una receta que exige ese difícil equilibrio y esa
precisión en cuanto a los ingredientes que se usan para elaborarla, en la que
no puede haber ni demasiado picante, porque abrasa, ni demasiada realidad,
porque repele, ni demasiado fingimiento, porque distancia, no toda la pornografía nos
provoca o nos interesa o nos excita a todos por igual. Por ello los autores de ´La ceremonia del porno` nos hacen ver lo mal que entendemos
habitualmente en qué consiste esa ceremonia. Creemos que el producto pornográfico es “fácil”, que es
fabricado en serie y que no se distingue uno de otro, que con mostrar lo que hay que mostrar basta para lograr
el objetivo: la excitación.
Pero nada
más lejos de la realidad. Quizá eso bastara cuando hizo su aparición (aunque,
como también se nos explica en el libro, ha existido desde siempre en distintas
formas). Quiero decir que quizá cualquier cosa sirviera para llamar la atención
del que nunca había visto imágenes pornográficas, o meramente eróticas,
proyectadas con un cinematógrafo. Pero sin duda si esta persona se hacía
aficionada a esas imágenes empezaría a buscar aquellas que más sintonizasen con
sus deseos, probablemente los más inconfesables.
Y es que con ello hemos aterrizado en la, digámoslo así, Piedra Rosetta del fenómeno pornográfico, y puede que también del
erótico: los deseos inconfesables,
nuestro lado oscuro.
Porque
todos tenemos deseos inconfesables. Y las fantasías que probablemente más les espantan
a las que ven conspiraciones patriarcales y capitalistas detrás de todo son una
vía de escape mediante las que aquél, nuestro lado oscuro, puede salir a la luz
aunque sea tímidamente y en un entorno controlado; y de ese modo quizá evitar que
acabe explotando en un momento mucho menos apropiado, sin ningún control que lo
frene, y en el peor de los casos, causando daño a terceros.
Las prostitutas sagradas eran muchachas jóvenes que mantenían relaciones sexuales como parte de rituales religiosos en lugares sagrados y como ofrenda a los dioses. Existen varias teorías sobre la aparición de las prostitutas sagradas y de las funciones que desempeñaban. Unos dicen que la sexualidad y la espiritualidad estaban tan unidas que el sexo se convertía en una ofrenda para los dioses. (Fuente aquí) |
Ya lancé
en la primera parte de este ensayo una hipótesis sobre la posible, o no,
función social de la pornografía. Alguien tan poco sospechoso de relativista o
postmoderno como Guillaume Faye compartía esta intuición, y lógicamente la
hacía extensible al papel de las prostitutas. En su inclasificable obra ´Arqueofuturismo`, Faye recordaba al
hilo cuáles eran algunas de las atribuciones de muchas sacerdotisas en los
antiguas religiones paganas, y cómo en aquellas sociedades cumplían también al
parecer una función irremplazable. La ventaja es que ahora tenemos acceso a
todos los templos del mundo y a todas las sacerdotisas sin movernos de nuestro
silla y con un click de ratón.
Así pues,
concluyo lanzando una nueva provocación que puede inspirar, al menos desde mi
punto de vista, fecundas reflexiones. ¿Serían las actrices porno las nuevas prostitutas sagradas? Creo que hay
motivos para creerlo así: el servicio que prestan no es como el mero trabajo
sexual que se desempeña en el ámbito privado. En este caso
se trata, como ya dijimos, de un rito, o un aquelarre; una ceremonia de
concentrada intensidad en que se funde lo íntimo y lo público, en que se
transgreden calculadamente las normas y los tabúes, los límites y los pudores…
hasta dar con el justo equilibrio entre perturbación y curiosidad, esa receta
precisa que a usted en particular le despierta el arrebatamiento que andaba
buscando desde siempre, quizá sin saberlo y sin haber oído nunca de él, pero que
desde ahora no cambiaría por nada y que, al lado del cual, lo que antes conocía
como excitación le resulta un mero simulacro.
Pero no las
juzguen ni se juzguen: a las sacerdotisas, a las fantasías que representan, o a ustedes mismos por disfrutarlas. Tan sólo sean conscientes de ellas. No hay cosa, por terrible que parezca, que sea
preferible ignorar a conocer. La ignorancia sobre las cosas del mundo puede hacernos infelices, pero nunca
tanto como la ignorancia sobre nosotros mismos.
Sí, pudo
escribirlo Sócrates. No pretendía reclamar la autoría por esa
reflexión.
Pero ésta
sí la firmo: Deseen lo que deseen, ocúltenselo a quien quieran menos a ustedes
mismos. Conózcanse y acéptense con sus zonas oscuras incluídas. Se sentirán más
enteros y más dueños de sí mismos. El conocimiento es poder, y el
auto-conocimiento es por tanto una forma de asumir mayor
control sobre nuestras decisiones: de
hacernos más libres. Y en eso creo que la srta. Amarna Miller puede servir de ejemplo, por mucho que ahora la odien, la juzguen, o elucubren sobre por qué hace lo que hace y piensa lo que piensa. Y con ello me refiero a la gente en general pero también a mí mismo porque, como la mayoría,
tengo sentimientos encontrados. Ninguno estamos a salvo de prejuzgar,
despreciar o apartar a otras personas cuando sus valores, sus percepciones o
sus sentimientos no coinciden con los nuestros.
Yo mismo
me he visto dividido entre la admiración, la incomprensión y la repulsión al
indagar en la figura de Amarna Miller, ojeando su blog y algunas de las
entrevistas que ha concedido. Es difícil aun hoy, por más “liberados” que nos
creamos, asumir que alguien pueda entender y ejercer con tanta naturalidad el
sexo como profesión, negocio y/o espectáculo. Nos gusta consumirlo,
pero entraríamos en cólera si nuestra hija se dedicara a ello. ¿Hipocresía? Más
bien imperfección congénita humana. De nuevo: no nos culpemos, no nos
fustiguemos por no ser lo suficientemente “abiertos” o “modernos”. No todos
estamos hechos de la misma pasta. Porque si algo me ha quedado claro es que Amarna
Miller está hecha de una pasta muy especial. Ni mejor ni peor. Simplemente
distinta al resto de nosotros. Quizá sea una muestra del próximo escalón en la
evolución humana: una inteligencia emocional capaz de conciliar algunas de las
hasta ahora insalvables contradicciones del homo sapiens. O al contrario: su moralidad
innata acusa unas carencias que no serían beneficiosas para la especie. Pero también puede que sólo constituya un rara avis. Ya dije que no tiene por qué ser ni mejor ni
peor.
Pero una
cosa sí es innegable. Escuchar y leer sus confesiones me excita todavía más que
verla en acción. Quizá precisamente
porque, mientras la escucho o la leo, sigue presente la acción en mi memoria.
Su
transgresión me provoca, me repele, me intriga, me turba, me fascina, me ofende,
y me excita sobremanera a un tiempo.
Ecce Homo… .
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