Filosofía, Metapolítica, Aforismo, Poesía.

lunes, 3 de octubre de 2016

Pornografía, feminismo y sexualidad (I)

~
Decía Ernesto Castro que el acoso de algunos feministas a Amarna Miller evidenciaba que se habían perdido el debate que se produjo al respecto en los setenta, y que entonces ya quedó claro que no podía confundirse la visualización o realización de fantasías “machistas”, o cuales fueran, con la implementación de esas mismas actitudes fuera del marco controlado de la representación. Feminismo precisamente significa –o debería significar- que las mujeres escojan libremente lo que les da placer, así como sus profesiones o aficiones, opinemos lo que opinemos de ellas. 
Amarna Miller. Actriz porno española reciéntemente
acosada 
por feministas puritanas en las redes sociales.

No fueron esas sus palabras exactas; he preferido expresarlo con las mías propias. Lo cierto es que yo también me perdí ese debate pero no por ello dejo de suscribir la posición que mantiene el profesor Castro. Supongo que hemos llegado al mismo razonamiento por caminos distintos.

Si comento esta reciente anécdota es porque me ha hecho reflexionar largo y tendido sobre una cuestión que es más interesante y tiene más ramificaciones de lo que habitualmente se piensa. 

Para empezar, “pornografía” no es una categoría en absoluto objetiva. Lo que se considera pornográfico en una sociedad más bien recatada es considerado mero erotismo en otra con menos tabúes respecto al sexo. Recomiendo la lectura de un muy logrado ensayo sobre esto mismo, publicado hace unos años y que fue titulado ´La ceremonia del porno`

La pornografía ha suscitado siempre recelos y hasta abierta indignación en algunos sectores. Como todo. Como la libertad de expresión, como la libertad religiosa, como el ateísmo, el capitalismo o las drogas. Y si algo ha constatado la Historia es que intentar proscribir cualquiera de esas cosas, y tantas otras, no ha servido de nada. En todo caso, para empeorar las mismas circunstancias indeseables (al menos para algunos) que motivaron la cruzada contra ellas en primer lugar.

El feminismo hace tiempo que está dividido entre quienes condenan la pornografía y quienes la toleran (o hasta la ensalzan). Por un lado se nos dice que la mayor parte de esa industria está dedicada a proporcionar al público aquellas “fantasías machistas” de las que hablábamos al comienzo. Por el otro se nos recuerda que nadie impide a los que optan por otro tipo de fantasías el representarlas y comercializarlas. De hecho no es un secreto que existe porno feminista, porno homosexual, porno sadomasoquista, y así un largo etcétera. Todo lo que un cierto número de personas demande le va a ser tarde o temprano ofrecido por alguien: regla básica de la economía. Si resulta que, aun así, sigue habiendo mucho más porno dedicado a hombres heterosexuales que fantasean con dominar a las mujeres y no con ser dominados por ellas es porque, sencillamente, son estos mayoritarios, y por su parte las mujeres son de media menos aficionadas a la pornografía. Ya está. No hay ninguna conspiración del “Patriarcado” ni de la industria del entretenimiento ni del Sursum Corda. Los hombres que fantasean con ser dominados por las mujeres, aunque sean menos, también cuentan con productos pensados para ellos. Si no hay más pornografía de ese estilo es porque se demanda menos.

Una vez hechas estas aclaraciones, pasemos a analizar el papel de la mujer en el porno dedicado a hombres. Hay infinidad de perspectivas posibles desde las que analizar el asunto, y por más de ellas que resumiéramos aquí, siempre nos quedarían muchísimas cosas por decir que unos u otros considerarían pertinentes. Pero no le veo demasiado sentido a las divagaciones o elucubraciones morales; y tampoco creo que corresponda a nadie dictar los sentimientos y los valores con los que otros deben identificarse, por más “evidentes” que nos parezcan a nosotros. ¿Estoy defendiendo con ello un relativismo ético? No necesariamente. Pero tampoco es este momento de hacer una digresión sobre la moral, pues ello merecería un texto aparte, y bastante más extenso que éste. 

Lo que quiero hacer ver es algo más simple: las personas tenemos diferentes modos de percibir y vivir la sexualidad. ¿Hay unas “sanas” y otras “enfermizas”? Lo único verificable es que solemos considerar “sanas” las nuestras y “enfermizas” las de los demás; y esto tanto si somos puritanos como todo lo contrario. Es difícil por ello dictar desde nuestro sillón si lo que hace una mujer (o un hombre) la degrada, la humilla o la traumatiza porque no estamos dentro de su cabeza para saber realmente como ella (o él) lo percibe y lo experimenta. 

Juez Potter Stewart, quien admitió en la Corte
Suprema no poder definir la pornografía
aunque, y cito, "la reconozco cuando la veo".
*
Todos reconocemos lo que es pornografía
para nosotros, no así lo que es pornografía
para los demás. Especialmente si nos 

movemos en distintos ámbitos culturales.
Y tampoco puede afirmarse, como se ha hecho tantas veces, que las fantasías que se representan en el cine pornográfico fomenten actitudes análogas en la vida cotidiana. Este error, tan común, y que se extiende a la violencia en los videojuegos y en las películas, parte del dogma asumido en los últimos siglos de que los seres humanos venimos al mundo como pizarras en blanco y que todo aquello que nos atrae o nos repele viene dictado por los patrones culturales en que nos hemos criado. Ya hemos citado aquí más veces la tan reveladora, a este respecto, obra de Steven Pinker. No nos extenderemos pues sobre ello. Pero resumiendo: ni los videojuegos ni el cine ni la pornografía crean ni promueven tendencia alguna; lo único que hacen es ofrecer a los diversos consumidores los diversos productos que demandan. Cualquier otra estrategia sería absurda desde el punto de vista comercial.

De hecho, sería más interesante hacerse la pregunta contraria: si no habrá favorecido la pornografía, en vez de una suerte de hiper-sexualización, una disminución de los actos impulsivos de la más diversa índole, al constituir una vía de escape de esos instintos reprimidos con la que antes no se contaba (o que al menos, no era de tan fácil acceso como hoy). Si hiciésemos un estudio al respecto ponderando el peso de otros factores en una hipotética disminución estadística de violaciones y acosos, complementándolo con un seguimiento en un largo periodo de antiguos criminales sexuales en diverso grado, quizá los resultados que obtendríamos –y digo quizá- nos harían plantearnos la posibilidad de que la pornografía tuviese una función social nada desdeñable. En tal caso podrían considerarse a las actrices porno (más que a los actores, puesto que la mayoría del mercado es masculino, y la mayoría de los varones son heterosexuales) casi unas heroínas, unas benefactoras de la Humanidad.

Y manteniendo el tono serio y jocoso a un tiempo, porque el tema casi parece exigirlo, tampoco podríamos dejar de lado la discusión, acaso la más central o más habitual, en torno a la “cosificación de la mujer”. Lo cierto es que es difícil negar que la mujer sea concebida como “objeto sexual” en estos tipos de representación de fantasías masculinas. Pero es más difícil negar que la cosificación a que se ve sometido el hombre es todavía mayor. Al fin y al cabo, si la mujer se ve reducida a su cuerpo (aunque puede argüirse que su éxito no depende sólo de su apariencia sino casi en la misma medida de su “actuación”), el hombre se ve reducido a una sola parte de su cuerpo. Como dijera Marx del obrero industrial, “se secciona al individuo mismo, se le convierte en un aparato automático adscrito a un trabajo parcial, dando así realidad a aquella desazonadora fábula de Menenio Agrippa, en la que vemos a un hombre convertido en simple fragmento de su propio cuerpo.”

Y no será menos interesante abordar el asunto de los patrones de belleza. Normalmente es a la industria de la moda y la publicidad a quien se acusa principalmente de fomentar estos “estereotipos extremos e irreales”, pero desde luego que también se ha acusado de ello a la pornografía. No vamos a extendernos sobre si estos patrones son impuestos o no, aunque ya habremos dado alguna pista antes al mencionar la Tabla Rasa de Pinker. Lo cierto es que sí hay proporciones, siluetas y simetrías que resultan en general más atractivas, tanto en el caso de los hombres como de las mujeres. Lo que no hay, o al menos no tan claramente, es un nivel concreto de grasa corporal que resulte óptimo en cuanto a atractivo: eso sí depende más de las latitudes y las épocas. Por ello comprobamos como en el Caribe gustan más las mujeres algo rellenitas y en Polinesia los hombres incluso más que rellenitos, a diferencia de como ocurre hoy en Occidente. Sin embargo, es justamente en la pornografía donde menos se aprecia esa “dictadura de la delgadez”, puesto que esta industria, hoy tan diversificada, ofrece todos los productos audiovisuales que el consumidor pueda demandar; y las mujeres rellenitas y con curvas son más demandadas de lo que muchos seguramente creerán.

Pero aquí debemos hacer un alto en el camino y aclarar algo importante: de todo lo anterior no se deriva aquello de que practicar sexo sea “como beberse un vaso de agua”. Si ustedes han leído más textos de este blog seguramente ya sabrán que esa me parece una idea bien ridícula: el sexo no es “inofensivo” ni “inocuo” puesto que tanto en la Naturaleza como en la Civilización comprobamos que ha sido una de las mayores fuentes de conflicto. La “liberación sexual” que con tanta convicción abrazaron los jóvenes en los Setenta (quizá desde un poco antes y hasta un poco después de esa década) fue origen de grandes dramas y grandes frustraciones. Y aquellos jóvenes idealistas convencidos de que los celos y la fidelidad eran una imposición cultural acabaron aprendiendo por las malas que en realidad eran instintos que formaban parte de su naturaleza y que era imposible (al menos para la mayoría) apartarlos sin más de sus conciencias.

¿Esto quiere decir que para todo el mundo resulte igual de problemático y comprometedor el sexo? Obviamente no. Tanto nuestra predisposición genética como el carácter que desarrollamos a lo largo de nuestras vidas hacen que los individuos enfrentemos la sexualidad, igual que muchas otras cosas, de maneras muy diversas. Los hay que son incapaces de dormir con alguien una noche sin enamorarse como colegiales. Los hay que son capaces de compartir lecho con multitud de personas sin llegar a sentir lo más mínimo por ninguna de ellas. Esos son los dos casos extremos: entre medias, nos hallamos seguramente la mayoría.

Entonces, ¿los actores y actrices porno pertenecerían al primer grupo que describimos? Puede que sí y puede que no. Podemos preguntárselo a ellos, uno por uno; y seguramente obtendríamos respuestas bastante variadas. Seguro que no son de los que se enamoran de cualquiera con quien practiquen sexo, porque les incapacitaría para desempeñar su profesión; pero más allá de eso, no podemos estar seguros de cómo afrontan el sexo a nivel personal todos y cada uno de ellos. Podemos suponer, desde luego, que en general predomina el componente lúdico. Aun así, no podemos asegurar que no constituya en algunos casos una experiencia mística o trascendente.

Y es que, puestos a ser iconoclastas, no puedo desaprovechar esta oportunidad de rescatar mi tesis sobre la “metafísica del sexo”. Confieso que la tentación de hacerlo es superior a mis fuerzas.

En el libro de Barba y Montes que antes mencioné se incide en el hecho de que la pornografía, por muy tosca y de mal gusto que nos parezca, es una cosa muy seria en el momento de su realización y su visualización. Luego queda de nuevo relegada al cuarto oscuro que no queremos mostrar a nadie; ni a nosotros mismos. Pero en el momento preciso de ejecutarla o contemplarla, se trata de todo un rito, una ceremonia, quizá un aquelarre: un rito religioso invertido. Por ello podemos hablar de una iniciación, un compromiso, y por supuesto una comunión y un éxtasis religioso; sin comillas, pues..¿en qué otra situación que no sea ver pornografía o practicar sexo estamos más cerca del sentimiento de fundirnos con la eternidad y contemplar el rostro de Dios? ….
*
Al escribir sobre pornografía, uno ya sabe a quién habla: a gente como uno mismo. 
Gente que a veces la consume o la practica, la solicita o la teme, 
la admira, la calibra, la sopesa con precaución o la disfruta. 
(Andrés Barba y Javier Montes)
*
Uno sólo combate los prejuicios que comparte. 
(Simone Weil)

~~


No hay comentarios:

Publicar un comentario