Filosofía, Metapolítica, Aforismo, Poesía.

miércoles, 5 de agosto de 2015

"EL MIEDO A LA LIBERTAD" (II)

El capitalismo "salvaje"
O de cómo superé el último anatema, y eso me liberó de insalvables conflictos y contradicciones.

Creí que el gran tabú de esta sociedad era la desigualdad de sexos, de culturas, de razas....
Creí luego que lo que más asustaba al biempensante medio era la llamada "cuestión judía"...
También creí que la "última frontera" de lo aceptable era negar el materialismo, cuestionar la infalibilidad de la ciencia y abrazar los mundos del espíritu, lo sobrenatural y lo eterno.
Pero no, todos esos eran tabúes menores; todos eran, al final, más digeribles para el conjunto de nuestros coetáneos que el GRAN TABÚ, EL GRAN MOLOC QUE A TODOS ASUSTA, Y DEL QUE TODOS RECELAN, POCO MÁS O MENOS, POR IGUAL.

.... ¡SÍ! Es en el que todos están pensando: ¡EL CAPITAL! ¡LA CODICIA! ¡LOS EXPLOTADORES DEL TRABAJADOR! ¡LA BANCA! ¡EL PERVERSO... PERVERSO LIBREMERCADO!

Y en este punto, me toca sincerarme con ustedes. Creo que una confesión de las trabas que puse a mi propio razonar antes de reconocer que eran en efecto trabas, más que lícitas críticas, puede ser de utilidad a muchos que se hayan encontrado ante el mismo conflicto, en el fondo, puramente filosófico. 

Es un problema filosófico porque, al final, de lo que hablamos no es de si la restricción al mercado es buena o mala, sino de si es legítimo o ilegítimo el cuestionamiento de las elecciones individuales que acaban traduciéndose en grandes tendencias sociales, siempre que éstas no sean condicionadas o dirigidas por un rey, un señor feudal o un cacique. Es indiferente que nos gusten más o menos estas nuevas costumbres que se han generalizado, pues mientras respondan a la persecución del bienestar de tantos y tantos individuos a lo largo del mundo, nosotros podemos rasgarnos las vestiduras, clamar contra la inmoralidad del beneficio a cualquier precio -que no es "a cualquier precio", primer sesgo erróneo-, ¡nosotros podemos decir misa!, que todos ellos ya han decidido por sí mismos, y no por un capricho, sino porque los resultados obtenidos les han corroborado que habían escogido la senda correcta.

Pues así es. Paradójicamente, aquella apología que resulta ser el anatema de los anatemas es la que compete al sistema de organización económico-social que a todos nosotros, anatemizadores, nos sostiene y nos mantiene con un nivel de vida bastante aceptable (no quepa duda de que mucho más aceptable que si lo cambiáramos de repente por cualquier otro: feudalismo, mutualismo, socialismo, imperialismo.)

Se dirá que no es éste el máximo tabú porque existen muchos más apologistas del libremercado que disidentes del pensamiento progresista o revisionistas de la cuestión judía. Lo cierto es que no. Lo sería si incluimos entre los defensores del capitalismo "salvaje" -connotación maliciosa por excelencia- a aquellos que concurren a elecciones calificándose de "liberales". Pero la verdad es que muchos de ellos, por no decir todos, de "defensores del libremercado" sólo tienen el nombre; pues las políticas que practican cuando han alcanzado el poder únicamente son calificadas de "liberales" por todos aquellos que abjuran del liberalismo, pero jamás por los filósofos y economistas que realmente defienden en coherencia tales ideas. Llamar liberalización del mercado a regalar empresas públicas a sus amigotes en régimen de monopolio u oligopolio, como digo, sólo puede calificarse de favorable al libremercado por quién ni sabe lo que esto es, ni sabe en absoluto lo que defiende la ideología liberal.

Y no se equivoquen, yo soy el primer crítico del consumismo, del individualismo atomista, del relativismo, de la adoración de cualquiera de los totems modernos, y de la imposición de modelos occidentales disfrazados de "universalidad". Pero de lo que ya no soy enemigo, desde luego, es del capitalismo como tal (sin añadidos convenientes ni connotaciones arbitrarias de las que tanto abundan). Ya que, una vez entendido el concepto desnudo, liberado de todas esas "figuras fantasmales" que le han ido adhiriendo unos y otros, yo también me uno a los que hace tiempo se vienen haciendo las siguientes preguntas:

¿Por qué nos suscita tanta suspicacia, tanta inquietud, un sistema basado en el intercambio y los contratos voluntarios? ¿Por qué le adherimos tantas de esas connotaciones, y tan imaginativas (por momentos, delirantes) cuando todo lo que suponga imposición -y todo lo que no lo sea no es legítimo criticarlo-, por propia definición no puede tener origen en el capitalismo como tal?

La competencia "inhumana". El mercado "sin control".
Este problema ha sido estudiado largamente por intelectuales como Huerta de Soto, Hayek, Von Mises, o Escohotado. Ellos apuntan a varios motivos, a cada cual más curioso. Por un lado, está el hecho de que los modos de organización basados en el ahorro y el intercambio no dejan ver todos los complejos mecanismos con los que funcionan y nunca pueden ser reducidos a fórmulas racionales-matemáticas, con lo que, aquellos empeñados en explicarlo todo mediante la razón pura se desesperan y buscan causas y efectos, responsables y víctimas, al precio que sea. Son justo los intelectuales 
-¡mucho más que los supuestos "explotados"!- quienes especialmente han fomentado esa desconfianza y esos juicios morales sobre "el capital"; y en ello tiene mucho que ver el hecho de dedicarse a las labores que se dedican, pues ven frecuentemente como personas con mucho menos nivel académico o cultural hacen fortunas con actividades "muy poco honorables", tales como una nueva forma de vender utensilios de cocina o de hacer la vida más cómoda al transportista, al fontanero o al conserje de nuestro portal. Pero el intelectual, que sí se dedica a tareas "nobles y de altura", no concibe que él perciba tan pocos ingresos mientras ese "paleto con una ocurrencia" se haya forrado de una sola vez, aunque nunca más vuelva a tener otra idea de valor en su vida. Nuestro entendimiento, además, tampoco acaba de asumir el hecho, aun siendo evidente, de que esa "avaricia y competencia descarnada" es la que posibilita que tengamos el mejor acceso posible a los mejores bienes posibles (aunque nada es tan perfecto. No hay que olvidar las artimañas publicitarias destinadas a hacernos desear infinidad de cosas de las que antes ni teníamos noticia, lo que es el pan de cada día en un "régimen de mercado".) En cualquier caso, habida cuenta de esas "fallas del sistema", ningún otro podría haber logrado que tuviéramos tan buen acceso a tan deseables bienes como lo tenemos hoy día. Sin embargo, todos esos intelectuales, críticos, condenadores, e insatisfechos crónicos únicamente centran su mirada en los presupuestos "egoistas, descarnados e inhumanos" pero nunca en los resultados que dan esos mismos presupuestos, sean más o menos "humanos". Y de la humanidad de los resultados (SUBRAYEN BIEN ESTO) sólo se puede dudar cuando no se contraponen debidamente con los resultados arrojados por el modelo anterior, o con los modelos alternativos y contemporaneos.

Nuestras persistentes e innumerables reservas con un modelo que, indudablemente, nos ha beneficiado mucho más de lo que nos ha perjudicado, y en el que seguimos mal que bien inmersos (aunque le pongamos freno aquí y allá con unas cuantas restricciones) se explica por un choque cognitivo entre nuestra percepción ancestral, incluso evolutiva -que requería circunscribirse al pequeño grupo, al clan, en orden a sobrevivir-, y la percepción que nos exige el mundo moderno, globalizado, donde los presupuestos y los razonamientos que servían para explicar el ORDEN RESTRINGIDO -el del clan o el poblado-, ya no sirven para los ÓRDENES EXTENSOS e hiper-complejizados que hemos desarrollado en los últimos siglos.

La teoría de la explotación, una falacia que ha dado pretexto
a todas las revoluciones marxistas. El valor no procede
del trabajo, sino de lo que el público esté dispuesto a pagar.
Si todo el mundo dejara de fumar, ¿qué valor  creen ustedes
que tendrían los cigarrillos, los puros y las pipas?
La solidaridad del clan era exigencia de nuestro modo de vida ancestral. Estos instintos, pues, estas respuestas emocionales que sentimos frente al interés monetario, la competencia y la propiedad privada son completamente naturales -otra cosa es que sean favorables en nuestro actual contexto-. 
La velocidad con la que ha cambiado el mundo nos asusta; y la eficiencia con la que los procesos de mercado se han extendido por ese mismo mundo, haciendo de él algo mucho más complejo, y por ello, difícil de analizar en orden a extraer conclusiones, nos asusta todavía más. 

Porque si a nuestro instinto atávico de clan le cuesta muchísimo adaptarse a estas nuevas realidades, a nuestro instinto moderno racionalista no le resulta menos arduo el aceptar que esa razón que, hasta hace poco, debía ser capaz de explicar prácticamente todo, no se basta para explicar, y sobre todo, PARA JUSTIFICAR -éste es el gran escollo- el orden de mercado. Pero no de modo distinto a como tampoco se basta para explicar y justificar el orden en que se han basado para su construcción los idiomas, las formas culturales y las innovaciones e invenciones de todo tipo. No se pueden reducir a fórmulas matemáticas ni a teoremas como los de la física todas aquellas realidades que evolucionan por la acción de incontables individuos, empleando cada uno sus conocimientos particulares a los que nadie más tiene acceso, y colaborando entre ellos, incluso SIN SABERLO, a dar a luz nuevos modos de inter-relación, de colaboración, de intercambio, de organización espontánea.

En efecto, por más que me costara reconocerlo (es tremendo tabú el del beneficio y la privacidad), no hay realmente un problema de mercadolatría, como creí en su momento. El único problema es la ESTATOLATRÍA. Porque es el Estado la gran abstracción, la verdadera imposición arbitraria que actúa también arbitraria y torpemente. Por el contrario, el mercado no es más que la acción humana libre y espontánea. Y por ello es tan ridículo querer "enmendar sus errores" como lo sería pretender dirigir o planificar centralizadamente la evolución de la lengua, la cultura, el arte o la tecnología.

La gran pregunta entonces es: ¿por qué la creatividad humana suele respetarse, y hasta venerarse, siempre que no sea en el ámbito de la empresarialidad? Porque para más inri, resulta ser ésta una de las clases de creatividad que necesariamente crean consigo oportunidades para otras personas. Visto desde esa perspectiva, no podría ser más contraproducente la actitud que mantenemos tan a menudo frente al empresario.

A ésta pregunta hay que añadir dos razonamientos básicos para completar nuestro replanteamiento del "problema del mercado". Y en ellos, ningún papel tienen los juicios morales, tan sólo la más pura y fría lógica. Tras digerirlos, les advierto que es probable que se abra un nuevo mundo ante sus recelosos ojos. (Los conceptos transforman la realidad. Las metáforas piensan por nosotros.)

El primero es aquel al que hice alusión antes: Todo cuanto suponga imposición es legítimo criticarlo, todo cuanto sea voluntario ya lo es bastante menos. Pero por propia definición, todo lo que no sea voluntario no puede tener origen en el capitalismo como tal, pues éste se basa justamente en contratos entre ciudadanos libres (además de en el ahorro, la inversión, la competencia y el cálculo económico). Por lo tanto, sólo nos quedan dos opciones: o buscamos un nuevo significante para contener lo que clásicamente se aceptó como significado de "capitalismo", o aceptamos que la definición era correcta pero nosotros nos empeñamos en "adornar" el concepto con algunas que otras imaginativas y recelosas connotaciones.

El segundo vendría a plantear también algo muy sencillo: Cuando se piensa que la economia, la riqueza, es una constante, es normal que se llegue a la conclusión de que "la tarta debe repartirse mejor". Por el contrario, si se piensa que la economía, la riqueza, es algo que crece, parecerá lo más lógico el fomentar que siga creciendo. 

Estas tres coordenadas conforman una nueva perspectiva sobre las realidades que tanta sospecha y desconfianza motivan, y quizá ayuden a caminar hacia una cierta objetividad (una completa sería imposible), librándonos al mismo tiempo de unas cuantas subjetividades que, aun sin tener razón de ser, han estado impidiendo que podamos enfocar correctamente los problemas a los que se enfrentan nuestras sociedades modernas.

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