Filosofía, Metapolítica, Aforismo, Poesía.

martes, 9 de junio de 2015

"Evola: Permanecer en pie sobre las ruinas, orientarse en medio del caos" (III)

Cerramos el "ciclo evoliano", es decir, estas aproximaciones por pasos sucesivos -tres en concreto-, con las que hemos querido entresacar aquellas percepciones de Evola que desde aquí juzgamos acertadas, pero sobre todo, dignas de ser "hilo del que tirar" en lo sucesivo. Eso sí, con paciencia y sosiego parejas a la determinación por llegar hasta el fondo; las implicaciones de estas percepciones son demasiado vastas y diversas para digerirlas todas de vez. Lo que conviene, pues, es ir escalando posiciones intelectivas, ir conquistando certezas y recogiendo las pequeñas gemas y diamantes que serán los valores espirituales y filosóficos que hemos sumado a nuestro acervo, consiguiendo, pues, enriquecerlo al final del proceso.

De esto es de lo único que se trata, en esencia, toda reflexión humana llevada a su más alta expresión. Cosa que, aunque nos esté vetada a los que no somos un Nietzsche, un Ortega o un Spinoza, tampoco puede ser un pretexto para cultivar el conformismo intelectual.

Esta última parte de las que son mis primeras aproximaciones a las ideas evolianas (seguro habrá segundas y terceras) me propuse dedicarla toda ella a la cuestión espiritual, pero me he dado cuenta, finalmente, de que hay otras dos temáticas que sería interesante colocar junto a ella; estas serían la nación y la raza. Las abordaremos en primer lugar.

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NACIÓN, ESTADO, E ILUSTRACIÓN.

La nación y el Estado modernos se caracterizan, los dos, por ser procesos que tienden a la homogeneización, a la nivelación de todos los, súbditos primero, ciudadanos después (palabras, nada más que palabras). El mito patriótico es creado, según el mismo Evola, pensando en el "vulgo", en el "pueblo llano", y dirigido, por tanto, a una mentalidad escasamente cultivada; por eso es juzgado por el autor como decadente, disolvente, palabras que ya usamos  cuando nos referimos a las referencias de "lo alto" y de "lo bajo" en la anterior parte.

El estado-nación como lo conocemos hoy no existía antes de los Reyes Católicos, el Despotismo Ilustrado y la Revolución Francesa (referencias que representarían los tres pasos que siguió este invento, perfeccionándose en cada una de ellas.) En el mundo tradicional, uno tenía varias pertenencias: al estamento, al gremio, a la lengua, a la religión, a su condado, a su municipio, a su orden de caballería, a su orden monástica. Nada que ver, por tanto, con la tan preponderante pertenencia a la nación, tal como se dió en los dos pasados siglos -aunque pugnase, en cierto momento, con la clase social, la raza o la religión-. Pero lo que a mi más me interesa resaltar en ello es el sumo empobrecimiento de la sociedad civil que supuso, si lo comparamos con la rica diversidad de formas de poder, de representación, y de identidades grupales que hubo en el Medievo o en la Era Clásica.
En el Estado Moderno sólo somos números, expedientes, grandes sectores muestreados. Igual ricos que pobres, eruditos que sabios populares, todos estamos reducidos POR IGUAL al anonimato, a la estadística, a la ciega burocracia.

Podemos ver con claridad como el mito patriótico y toda clase de nacionalismo se adecúa a ese carácter disolvente que, ya dijimos, es la esencia más nuclear de lo que Evola llama Modernidad (la cual no se corresponde exactamente con la Era Moderna, dado que él coloca el punto de inicio de esta "disolución" en la primera expansión del Cristianismo, si no antes.)

Es, por otro lado, normal que la gran masa se sienta en mayor medida identificada con sus vecinos, sus "compatriotas". Pero no tiene por qué ser el caso de quienes no encajan con el promedio, que pueden sentirse mejor integrados en una comunidad trans-nacional de intereses afines.

De hecho, Evola presiente que en esta fase final de la crisis civilizatoria, será la pertenencia a una causa, a una aspiración común, la que unirá a los individuos cada vez más por encima de su nacionalidad. Intuición que yo creo acertada.


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RAZA, ESPÍRITU, Y CIVILIZACIÓN.

"La sangre, la pureza étnica, son elementos que, incluso en las civilizaciones tradicionales, tienen su valor: valor cuya naturaleza no justifica el empleo, para los hombres, de los criterios en virtud de los cuales el carácter de "pura sangre" decide perentoriamente cualidades de un perro o de un caballo, como han afirmado, o poco más, algunas ideologías racistas modernas."

(Julius Evola, ´Revuelta contra el Mundo Moderno`.)

Aunque aquí, como en otras tantas citas, el autor parece dejar clara su posición frente al racismo biologicista -es decir, aquello que niega, o que cuestiona-, no queda igual de claro qué es lo que afirma. Y esta dificultad aumenta al tornarse la raza, en su pluma, una cuestión más compleja de lo que era el mero hecho biológico, tras la inclusión del alma y el espíritu como naturalezas superpuestas al mismo. 

Algo dijimos ya sobre esto en la primera entrega del ensayo. Las polémicas siguen suscitándose y los propios estudiosos no se ponen de acuerdo sobre la delimitación de la "doctrina racial" evoliana . 

Sí hemos logrado, al menos, entresacar una síntesis de su posición en materia de mestizaje: Para Evola, cuando la pureza de la "raza espiritual" decae, poco importa ya la pureza biológica; pero cuando la primera está en su apogéo, apenas pueda dañarla la pérdida de la segunda, esto es, el mestizaje -a no ser que sea masivo-. Y todo lo que sea aplicable a la raza, se aplica igualmente a la civilización creada por ella, ya que se la considera la natural expresión y desenvolvimiento de aquella "materia prima".

Hecha esta síntesis, confieso que yo, más allá del interés que me suscita toda teoría que tenga al ser humano por objeto, no me tomo demasiado en serio las tesis raciales evolianas; máxime cuando me habla de un proceso de involución, prácticamente, del dios al animal. No me interesa, pues, su visión antropológica asumida hasta sus últimas consecuencias; pero sí hallo interés en el mito de la divinidad perdida, precisamente ASUMIDO COMO MITO. 

Al igual que el mito -y quizá realidad- de la Edad de Oro que vendrá tras el Kali-Yuga, son IDEAS-FUERZA con la capacidad de mover potentes sinergias en nuestro ánimo, en nuestra imaginación, en nuestro espíritu, Y EN NUESTRA VOLUNTAD. 
Por eso y no por otra cosa, POR PRAGMATISMO VITALISTA y no por compromiso con ninguna "verdad metafísica", percibo y asumo el valor intrínseco a este relato.

Como conclusión provisional a este apartado, y para  acercarlo a su dimensión más cotidiana, puede venir a colación recordar que, antiguamente, cuando se decía que alguien era "de raza", se hacía referencia sobre todo al carácter. Y a este efecto, el "Mito de la Sangre" jugó un papel, a veces útil, a veces algo equívoco.


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MITO Y RELIGIÓN.

Habida cuenta de la confusión actual provocada por las decenas de sectas, cultos y sincretismos, y de la degradación general de la que participan todos ellos, para Evola queda claro que la orientación espiritual del hombre de hoy no puede venir de ninguna de estas tendencias, la mayoría de las cuales sólo expresan los "signos desesperados de los tiempos" de los que he hablado largamente en otro ensayo que guarda estrecha relación con éste.

Vimos en la primera parte que el existencialismo supuso un callejón sin salida. Y conviene destacar ahora uno de los motivos por lo que esto es así, y que no mencionamos entonces. Los existencialistas arrastraban, quizá sin ser conscientes, un "pecado" del propio cristianismo; a saber: la negación, omisión u olvido de la pre-existencia del alma -o, para ser más rigurosos, del espíritu-. Grave "pecado" cristiano y post-cristiano cuyas consecuencias en toda la metafísica y en el ánimo del hombre de Occidente han sido profundísimas. 

...Y de ahí el "ser arrojado al mundo", de ahí la "insoportable levedad del ser"...

Para ser concisos sobre esto, podemos decir que Evola concluye, a grandes rasgos, lo mismo que ya concluía en una frase que hizo suya el chileno Jodorowsky: "Sólo sé que antes de nacer fui algo, y que después de morir también seré  algo". No nos parece una mala máxima -y ya es más de lo que a ciencia cierta SABE el común de los mortales-.

Sólo a partir de estas certezas esenciales, a modo de asunción de mínimos, es como puede construirse una orientación espiritual lo menos inauténtica posible; alejándose de cualquier iglesia, credo o sincretismo de nuevo cuño, como ya dijimos, y procurándose uno mismo toda doctrina requerida -es decir, indoctrinándose-. Esta "asunción de mínimos" es una vacuna contra el barroquismo desatado, siempre tan engañoso, de esas corrientes pseudo-espirituales de las que, dijimos, queremos resguardarnos. 

Debemos, pues, esculpir nuestra idea del espíritu hasta dejarla en su expresión más desnuda y más sobria. Por ello, al vernos a nosotros en tanto seres trascendentes -en tanto rebasamos el estrecho "Yo terrenal y temporal"-, no debemos ver magnos paraísos esperándonos a nuestra muerte ni fantásticos viajes por planos astrales, sino algo mucho más puro e indubitativo: UNA DIRECCIÓN, UNA MISIÓN, UNA REALIZACIÓN de todo lo que somos en potencia -o quizá sea mejor decir: de todas las potencias que a través nuestro se expresan.-

Evola apunta un método que nos puede encaminar eficazmente hacia esa realización, y ayudarnos a no perder la orientación, la referencia, LA DIRECCIÓN HACIA EL SER. Se trata del cultivo de la perfección en una disciplina muy concreta (artesanal, intelectual, mecánica o manual - en cualquier caso, TÉCNICA.-) Y tal voluntad de perfección nos encamina hacia el Ser, y a la vez nos mantiene en su búsqueda, porque mediante ella vamos acercándonosaun sin quererlo, a LA IDEA PLATÓNICA.
Hay ejemplos riquísimos de esta, llamémosle "filosofía", en todo Oriente, y muy especialmente en China.
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En resumen: sencillez, pureza, voluntad, resolución, consciencia y dirección. Nada más se requiere, y nada más se puede exigir, al individuo que busca orientación cuando todo entorno suyo se derrumba.. ¡Más!, cuando los escombros de esas ruinas se convierten en un mar de meteoritos que el sujeto debe atravesar imperturbable, sin variar un ápice su rumbo.. como Arjuna en el MajáBharata..


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