Filosofía, Metapolítica, Aforismo, Poesía.

martes, 30 de junio de 2015

SOBRE MITOS ANTIGUOS Y MODERNOS (II)

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«Dicen que el alma humana es inmortal; que tan pronto desaparece, que es lo que llaman morir, como reaparece; pero que no perece jamás; por esta razón es preciso vivir lo más santamente posible; porque Perséfone, al cabo de nueve años, vuelve a esta vida el alma de aquellos, que la han pagado la deuda de sus antiguas faltas. De estas almas se forman los reyes ilustres y célebres por su poder y los hombres más famosos por su sabiduría; y en los siglos siguientes, ellos son considerados por los mortales como santos héroes. Así, pues, para el alma, siendo inmortal, renaciendo a la vida muchas veces, y habiendo visto todo lo que pasa, tanto en esta como en la otra, no hay nada que ella no haya aprendido. (...) En efecto; todo lo que se llama buscar y aprender no es otra cosa que recordar.»

(´Menón`, Aristocles Platón)



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«Sólo en la sociedad comunista, cuando se haya roto ya definitivamente la resistencia de los capitalistas, cuando hayan desaparecido los capitalistas, cuando no haya clases (es decir, cuando no haya diferencias entre los miembros de la sociedad por su relación hacia los medios sociales de producción), sólo entonces desaparecerá el Estado y podrá hablarse de libertad. Sólo entonces será posible y se hará realidad una democracia verdaderamente completa, una democracia que verdaderamente no implique ninguna restricción.»

(Lenin, ´El Estado y la revolución`.)
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El hombre de nuestro tiempo, igual que los hombres de todos los tiempos, ha requerido proveerse de mitologías en las que reconocerse. 

Pero el más estúpido de todos los hombres (de ahora o de antes) es aquel que siente cierta honra de haber superado a sus torpes ancestros por considerar esa dependencia del mito cosa del pasado. Idiota doctorado honoris causa por toda la idiocracia en pleno, esta especie de Prometeo de juguete campa feliz por el mundo -no con otra felicidad, desde luego, que la del ingenuo, que la del inconsciente.

Cree no tener dioses, pero no sabría cual es su siguiente paso si desapareciese de repente el mito del Estado protector, de la huelga revolucionaria, de la nación histórica, del progreso humano indefinido, o el del mercado-árbitro infalible, ¡la abstracción del grupo o la abstracción del individuo!

En torno a todos ellos, e infinidad más, opera el sujeto de la "era desmitificada".
Ya se envuelva en una u otra mitología (insistimos que en el mercado de ideas se ofrece un surtido capaz de contentar a todos los paladares), pocos o ninguno se salvan, pues, de adoptar una. Incluso quienes nos esforzamos, puede que también prometéicamente, por ser tan librepensadores como nos es posible, y nos peleamos a cada paso por desprendernos de un nuevo ideologema, sesgo, o inercia peligrosa, como quién pugna por despegarse un chicle del zapato; incluso nosotros, digo, somos rehenes eventuales de ésta o aquella mitología que, sin advertirlo, opera subreptíciamente "tras el telón" de nuestros pensamientos.

Y hemos dicho antes que el sujeto de nuestros días no sabría hacia donde dirigir sus pasos, ni los más inmediatos, si le arrebatásemos las mitologías que precisamente guían esos pasos. Entender esto es ya entender mucho -y empezar a hacerlo cambia todo-. Porque uno proyecta sus futuras acciones, y evalúa las pasadas, ateniéndose a un esquema de prioridades abstractas (también concretas, pero estas son a posteriori, y dependientes en último término de las abstractas); ateniéndose, decíamos, guiado por ese hilo que le conduce de un concepto al otro, pero rara vez en otro sentido del marcado por el sistema de valores -de mitologías combinadas, a modo de cóctel axiológico- que acabó de conformarse en un momento dado, alcanzada la que llamamos "madurez intelectual"; y comenzó a partir de entonces su proceso inexorable de calcificación.

De ahí en adelante, en muchos casos el "fresco" de imágenes asociadas a conceptos, y símbolos asociados a emociones, ambas van arraigando y el "santoral" de nuestro altar personal va quedando configurado sin apenas huecos para futuras figuras que puedan mover a concebir nuevas asociaciones de conceptos, de impresiones, de ánimos y predisposiciones. Son estos los casos en los que diríamos que "se ha calcificado" aquel sistema de valores. Sólo unos pocos nuevos matices conseguirán perfilar el fresco -el grabado, el fosil... catedral de hueso, maqueta petrificada- atravesando ocasionalmente los únicos poros que quedaron tras aquella famosa "calcificación". 
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Habría que aludir también, aquí, a los arquetipos del inconsciente colectivo. En la PRIMERA PARTE de este improvisado ensayo contrapusimos mitos modernos y antiguos, e hicimos notar la forma en que, ya el mesianismo, ya el ideal de perfección, de eternidad y de universalidad, resistíeronse a ser enterrados con gran astucia por su parte. Y gracias a que el entendimiento del hombre no estuvo lo suficientemente despierto, consiguieron burlar la criba tan decidida a la que fue sometida la cultura de su época; y lo hicieron asumiendo un disfraz que logró finalmente convencer al ilustrado. Ese disfraz consistió, como hoy sabemos, en cambiar el halo sobre la cabeza por un birrete, las sagradas escrituras por una enciclopedia, y la fe en un ser supremo y un mundo perfecto más allá de éste por la fe en alcanzar aquí, en esta vida, la perfección que convertiese, en un mañana, al hombre en ser supremo.

Así es, entonces, como sobrevivieron el mesianismo, el idealismo, y hasta la escatología cristiana, camuflándose hábilmente (o tórpemente, visto desde hoy); confundiéndose en cualquier caso como pudieron en el paisanaje del nuevo mundo que traían consigo "las luces" de la Ilustración.

Por eso decía que en todo ello habían jugado un papel clave aquellos arquetipos de los que habló Jung. Por más que los ilustrados pareciesen iconoclastas sin freno, lo cierto es que algo desde el inconsciente y desde su propio entorno cultural (judeocristiano, al fin y al cabo) les frenó; de tal modo que pudieran resurgir con nueva apariencia aquellos iconos -precisamente- con los que el ser humano había convivido, en los cuales se había reflejado, y a los que se había remitido en busca de respuestas.

No pudo escapar el hombre ilustrado, pues, de esas referencias en las que había basado el hombre anterior (y el anterior del anterior) todo su mundo. No pudo desprenderse -y para tal medio se autoengañó- de las mitologías esenciales que le anclaban al mundo: Ni de la figura del Mesías que trae la Buena Nueva (testigo que a partir de entonces recogerán los científicos, filósofos, sociólogos y políticos). Ni de la idea de un ser-en-sí-mismo, completo, armonioso y realización de la verdad eterna (que si antes fue un dios lejano, ahora pasaba a contemplarse como potencialidad del propio ser humano). Ni tampoco de la idea de un "reino de dios" al final de los tiempos, donde ya no exista la desdicha, y la divinidad y el hombre se reencuentren para ya no separarse nunca (tal escatología se mantuvo en una concepción lineal y finalista de la historia, y la Parusía adoptó la forma más material de una progresiva consecución de todos los logros y una realización de todas las aspiraciones humanas.)

Las mitologías son, por ello, TODO para nosotros: homo sapiens. Tanto para los antiguos como para los modernos. Quizá se hayan convencido ya los últimos que se resistían a hacerlo. Nos son indispensables estos "mapas sobre el mundo", estos relatos epopéyicos. Fabulaciones necesarias, en cualquier caso, para proveer de dirección y motivo, de asunto y pretexto, de un quehacer, digámoslo así, en esta faena de vivir. Porque si no, con el mero cogito ergo sum no bastaría. Con estar aquí, con una conciencia capaz de preguntarse el porqué, capaz de construir abstracciones, y abstracciones de abstracciones, arrojado en un mar de potencialidades que puede escoger desarrollar, y que dependiendo de cuales elija, desencadenará mundos y humanidades que no serán en absoluto iguales.. no habríamos pasado jamás de una fase de éxtasis o parálisis. Dada nuestra naturaleza, habríamos perecido de pura perplejidad e indecisión, de no haber contado con el mito y las cosmogonías que se construyeron a partir de él, fueran las que fuesen. Y que finalmente nos dieron un quehacer. Quehaceres que abundaron en formas que se propagaron o se secaron, que perduraron o se transformaron, que se sucedieron unas a otras en las eras y en las civilizaciones.
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«Los cultos mistéricos -y sobre todo, entre ellos, el de la diosa Isis- 
brindaban a sus seguidores la certeza de la inmortalidad del alma, lo que constituía 
una novedad absoluta respecto a la oferta de las religiones anteriores. Consecuencia 
impepinable: había que llegar más lejos -Pablo lo comprendió en seguida-si se aspiraba 
a arrebatar parte de esa clientela (si no toda) a los hierofantes de los misterios paganos.
para ello, en principio, sólo existía una fórmula: prometer a los posibles 
catecúmenos no sólo la inmortalidad del alma, sino también la del cuerpo.
Así, como una ramplona cuestión de marketing, pudo surgir la idea de lo que 
andando el tiempo se convertiría en dogma de la resurrección carnal 
de Cristo y de todos los mortales.»

(Fernando Sánchez Dragó, ´La prueba del laberinto`.)



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«Vivir: especializarse en el error. Burlarse de las verdades indubitadas, no hacer caso de lo absoluto, tomar a broma la muerte y transformar lo infinito en azar. Sólo se puede respirar en lo más hondo de la ilusión. El mero hecho de ser es tan grave que, comparado con él, Dios es pura bagatela. 

Armados por los accidentes de la vida, asolaremos las crueles certezas que nos acechan. Cargaremos contra ellas, embestiremos contra las verdades, atacaremos las luces que nos ciegan. Quiero vivir, y por todas partes salta el espíritu contra mí, defensor de las causas del no-ser. ... Así, fiel a sí mismo, blande el hombre la espada en la cruzada de los errores.»

(Emile Ciorán, ´Breviario 
de los vencidos`.)           

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