Lo primero que me gustaría poner en duda es que las personas de mentalidad tradicional que vivieron el ascenso de los modos de producción que llamamos "capitalistas" mostraran las reservas que tan vehementemente propagaron los tradicionalistas de épocas posteriores. Mucho me temo que en ésta, como en tantas otras polémicas, fueron los que no conocieron de manera directa estos impresionantes cambios quienes más autorizados se sintieron para arremeter contra ellos. Es propio de nuestra especie, y es casi un mandato de la naturaleza, el rebelarnos contra nuestros mayores y escupir sobre todo lo que ellos pusieron en valor. Va siendo hora, pues, de alcanzar la edad adulta y, tanto desde la izquierda progresista, como desde la derecha conservadora, admitir que, por más vulgar, materialista, y poco elevado que nos resulte el desarrollo del comercio y todo lo que a él va ligado, es mucho más de lo que podemos imaginar lo que le debemos a la expansión de esas normas consensuadas que sirvieron para agilizar vertiginosamente el intercambio de mercancías entre individuos y entre pueblos.

Insisto, pues, en que el capitalismo per se, sin connotaciones subjetivas añadidas a posteriori, no es distinto de la rueda, la imprenta o el pavimentado de las calles, en cuanto técnica, invención, o modo de organización del que no se cuestiona su utilidad y al que no le son aplicables categorías morales.
¿Acaso habrá algún tradicionalista que se oponga al uso de estas mejoras de nuestra civilización?
Ni siquiera los Amish podrían oponerse en coherencia al intercambio libre de mercancías como se oponen a la luz eléctrica y a todas las invenciones técnicas realizadas a partir de cierto año (no recuerdo cual es el que ellos eligieron, ni el motivo de tal elección). Poco importa eso para lo que nos ocupa, puesto que hablamos de una invención abstracta y no mecánica.

Pero también estaría relacionada, por otra parte, con la idea tan confusa y, en ocasiones, tan sesgada que se tiene sobre el mundo tradicional, esto es, sobre el Medievo y la Antigüedad.
A este respecto, será más que interesante retrotraer la mirada hacia la Roma Clásica, y ver el papel que tuvo el comercio y la banca en la grandeza de esa civilización que los más no pueden menos que elogiar y los menos encuentran más que problemas para vilipendiar. (Qué decir ya de los que se califican a sí mismos de tradicionalistas.. ¡Roma es la lux aeterna!)
«Los principios jurídicos universales que regulan el contrato de depósito irregular de dinero ya habían sido descubiertos y analizados por parte de los juristas clásicos romanos, en natural correspondencia con el desarrollo de una significativa economía comercial y financiera, en la que el papel de los banqueros había llegado a ser muy importante. Además, estos principios pasan luego a las compilaciones medievales de distintos países de Europa, y en concreto a las de España, y ello a pesar de la importante regresión que en el ámbito económico y financiero supuso la caída del Imperio Romano y el advenimiento de la Edad Media.»
«La prohibición canónica del interés tuvo el efecto imprevisto de eliminar la claridad doctrinal con que se había construido la figura jurídica del contrato de depósito irregular de dinero en el mundo romano, introduciendo una confusión que fue aprovechada por unos y otros para tratar de dar carta de naturaleza jurídica a la apropiación indebida y a la actividad fraudulenta de los banqueros en los contratos de depósito a la vista, creándose con todo ello una aguda confusión jurídica que no fue de nuevo doctrinalmente aclarada hasta finales del siglo XIX.»
(Jesús Huerta de Soto, ´Dinero, crédito bancario y ciclos económicos`.)

(* La mayoría de la gente da por sentado que las conquistas imperiales engordan como ninguna otra cosa las arcas del Estado. Pero lo cierto es lo contrario. Las colonias suelen constituir a la larga una rémora y, en casos extremos, llegan a causar la ruina de las metrópolis. Como bien nos recuerda Miguel Anxo Bastos, un país hoy tan rico como Suiza jamás tuvo colonias, mientras que otro como Portugal, que las tuvo a cientos y, además, las mantuvo durante más tiempo que ninguna otra potencia europea, acabó convirtiéndose en uno de los países más empobrecidos del continente. Sin olvidar el hecho de que la Gran Bretaña jamás invirtió en sus propias colonias, pues se ve que esos anglos tan pillos ya se conocían la jugada.)
Como conclusión de este primer capítulo me limitaré a lanzar algunas ideas-fuerza que levantaran muchas -y también necesarias- ampollas:
1ª- El capitalismo no es menos parte de la tradición que las técnicas militares, las universidades de mayor renombre, o las jerarquías más básicas que han ido vertebrando las sociedades.
2ª- Sin acumulación de capital e inversión, nuestra civilización no podría sostenerse. Para poder seguir aspirando a las grandes metas intelectuales y espirituales, para tener las "altas miras" de que presumimos hace tanto en Occidente, es necesario tener una base económica fuerte, estable, y que cubra nuestras necesidades básicas (y unas cuantas más). De esto saben bastante quienes advierten el sustrato material que posibilitó la explosión del pensamiento y la ciencia de Atenas respecto a los de, por ejemplo, Esparta (cierto, no hubo filosofía ni ciencia espartana); o asimismo, la de la filosofía alemana, inglesa o francesa del s. XIX frente a la portuguesa, italiana o española. (Aunque es preciso hacer notar que, aparte de la necesaria base material que les permitía ir en busca de "superiores fines", a ésta iba unida una cultura favorable a la libertad de expresión y pensamiento; cosas ambas, no obstante, que para algunos teóricos van íntimamente ligadas.)
3ª- Querer subvertir "el orden capitalista" en nombre de la tradición o del espíritu debe descartarse porque, subvirtiéndolo, nos cargamos igualmente toda tradición y persecución de lo espiritual.
Subvertirlo, queramos o no, implica negarnos esa base material de la que hablamos anteriormente, y por ello, se trata de una idea tan poco sensata como la de quienes quisieron acabar, en su momento con la imprenta, u hoy con internet.
Debemos separar con mayor cuidado, y con mayor propósito constructivo, lo que son TÉCNICAS de lo que son meramente IDEAS.
Las técnicas sólo fenecen cuando los usuarios de las mismas encuentran otras superiores. Las ideas, por el contrario, pueden sobrevivir durante siglos aun estando enormemente erradas, e incluso a pesar de jugar en contra de nuestra conveniencia. (No creo que haga falta recordar todos los ejemplos que hay de esto a lo largo de la historia.)

Las ideas se imponen (con comillas o sin ellas) porque nos resultan cómodas, o cumplen de alguna manera la función de hacernos comprensible el mundo. Y por muy erradas que estén, no cambian a no ser que encontremos otras que nos sean más convenientes, aunque no necesariamente estén más acertadas.
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