Filosofía, Metapolítica, Aforismo, Poesía.

lunes, 7 de septiembre de 2015

ARISTOCRACIA, TRADICIÓN Y CAPITALISMO (I)


Cree mucha gente que no se puede ser, bajo ningún concepto, tradicionalista y favorable al libremercado a un tiempo. Mises, Bastos, y especialmente Hayek, hicieron que me empezara a cuestionar ampliamente esto. Pretendo dedicar los siguientes párrafos a desmontar con profusión de argumentos este gravísimo error que llevan arrastrando las ideologías tradicionalistas desde, prácticamente, el momento en que recibieron tal nombre.

Lo primero que me gustaría poner en duda es que las personas de mentalidad tradicional que vivieron el ascenso de los modos de producción que llamamos "capitalistas" mostraran las reservas que tan vehementemente propagaron los tradicionalistas de épocas posteriores. Mucho me temo que en ésta, como en tantas otras polémicas, fueron los que no conocieron de manera directa estos impresionantes cambios quienes más autorizados se sintieron para arremeter contra ellos. Es propio de nuestra especie, y es casi un mandato de la naturaleza, el rebelarnos contra nuestros mayores y escupir sobre todo lo que ellos pusieron en valor. Va siendo hora, pues, de alcanzar la edad adulta y, tanto desde la izquierda progresista, como desde la derecha conservadora, admitir que, por más vulgar, materialista, y poco elevado que nos resulte el desarrollo del comercio y todo lo que a él va ligado, es mucho más de lo que podemos imaginar lo que le debemos a la expansión de esas normas consensuadas que sirvieron para agilizar vertiginosamente el intercambio de mercancías entre individuos y entre pueblos.

Como ya habrán visto en textos anteriores, me gusta comparar el descubrimiento de estos modos de producción e intercambio con la invención de otras técnicas que han hecho mucho más fáciles y satisfactorias nuestras vidas. La analogía que probablemente nos sea más útil a este respecto sea la del alcantarillado. Al igual que los sistemas de alcantarillas que tenemos en nuestras ciudades, las operaciones mercantiles modernas constituyen una realidad que, siéndonos por lo común desagradable, no estamos dispuestos a prescindir de ella. Al igual que esas sucias cloacas que hacen posible que nuestras calles permanezcan limpias, los procesos que en el ámbito mercantil se desarrollan tienen para nosotros un aspecto vil, bajo, vulgar, tal como dijimos antes. Pero si decidiésemos, de la noche a la mañana, prescindir de ellos por esta mera razón, poco a poco volveríamos a una economía de subsistencia y nuestro nivel de vida se vería rebajado en pocas décadas al de las zonas más subdesarrolladas del mundo.

Insisto, pues, en que el capitalismo per se, sin connotaciones subjetivas añadidas a posteriori, no es distinto de la rueda, la imprenta o el pavimentado de las calles, en cuanto técnica, invención, o modo de organización del que no se cuestiona su utilidad y al que no le son aplicables categorías morales. 

¿Acaso habrá algún tradicionalista que se oponga al uso de estas mejoras de nuestra civilización? 

Ni siquiera los Amish podrían oponerse en coherencia al intercambio libre de mercancías como se oponen a la luz eléctrica y a todas las invenciones técnicas realizadas a partir de cierto año (no recuerdo cual es el que ellos eligieron, ni el motivo de tal elección). Poco importa eso para lo que nos ocupa, puesto que hablamos de una invención abstracta y no mecánica.

La incongruencia que denuncio en muchas de las cosmovisiones tradicionales que hoy sobreviven, por tanto, no estaría amparada en otra cosa que en el puro primitivismo, en el miedo y la ignorancia: En la mentalidad primitiva del clan, que no entiende ni asimila el orden extenso e hiper-complejo del mercado. En el miedo que suscita un mundo que cambia a pasos agigantados. Y en la ignorancia acerca de la verdadera función de esas nuevas normas y costumbres adaptadas a la nueva realidad.

Pero también estaría relacionada, por otra parte, con la idea tan confusa y, en ocasiones, tan sesgada que se tiene sobre el mundo tradicional, esto es, sobre el Medievo y la Antigüedad.

A este respecto, será más que interesante retrotraer la mirada hacia la Roma Clásica, y ver el papel que tuvo el comercio y la banca en la grandeza de esa civilización que los más no pueden menos que elogiar y los menos encuentran más que problemas para vilipendiar. (Qué decir ya de los que se califican a sí mismos de tradicionalistas.. ¡Roma es la lux aeterna!)

«Los principios jurídicos universales que regulan el contrato de depósito irregular de dinero ya habían sido descubiertos y analizados por parte de los juristas clásicos romanos, en natural correspondencia con el desarrollo de una significativa economía comercial y financiera, en la que el papel de los banqueros había llegado a ser muy importante. Además, estos principios pasan luego a las compilaciones medievales de distintos países de Europa, y en concreto a las de España, y ello a pesar de la importante regresión que en el ámbito económico y financiero supuso la caída del Imperio Romano y el advenimiento de la Edad Media.»

«La prohibición canónica del interés tuvo el efecto imprevisto de eliminar la claridad doctrinal con que se había construido la figura jurídica del contrato de depósito irregular de dinero en el mundo romano, introduciendo una confusión que fue aprovechada por unos y otros para tratar de dar carta de naturaleza jurídica a la apropiación indebida y a la actividad fraudulenta de los banqueros en los contratos de depósito a la vista, creándose con todo ello una aguda confusión jurídica que no fue de nuevo doctrinalmente aclarada hasta finales del siglo XIX.»

(Jesús Huerta de Soto, ´Dinero, crédito bancario y ciclos económicos`.)


El comercio fue muy importante en Roma, eso ya lo podían sospechar muchos. Lo que probablemente ni imaginara la mayoría es que la banca fuese también una institución de tamaña relevancia en tiempos tan pretéritos y "oscuros". Pero esto nos viene precisamente a aclarar una de las tremendas confusiones a las que hice referencia antes. Pues, aunque bien es cierto que lo que hoy llamamos "capitalismo" no adquirió toda su dimensión en cuanto a los modos de producción hasta la llegada de la Revolución Industrial, sí existían sus reglas básicas desde muchísimos siglos antes; sólo que habitualmente se hallaban dispersas, no reunidas en un corpus unitario como ocurre hoy; y además, su cumplimiento no fue tan extendido y tan generalizado como sí lo fue en el s. XIX y parte del XX. Los romanos, entonces, sirven como ejemplo tan válido como muchos otros para mostrar el camino seguido por toda civilización que ha alcanzado una prosperidad económica y cultural muy por encima de la media de su tiempo. No es la dimensión conquistadora e imperial, por tanto, en la que nos debemos fijar para hallar la relación entre su audaz labor comercial y financiera, por un lado, y su prosperidad económica y cultural, por el otro. De hecho, el Imperio acostumbró a traer la miseria a la otrora próspera Roma*. Ni que decir de cuando el emperador de turno era uno de esos demagogos populistas (sí, aquellos también existían entonces. De nuevo, casi nada nuevo bajo el Sol). La riqueza de Roma se labró sobre todo en la República, y vino principalmente de las clases Patricias, cuya gran parte la integraron prominentes comerciantes (burgueses aristocratizados, quizá dijéramos hoy). Lo que concluimos, entonces, es que muchos de los valores, las reglas y los métodos de cálculo asociados hoy a ese controvertido concepto -capitalismo- son tan parte de la tradición -incluso en el sentido evoliano, me atrevería a decir-, como la misma idea de vicio y virtud, o como todas las costumbres y jurisprudencias que, desde la romana, fueron expandiéndose y transformándose a través de los siglos por el suelo europeo, y más tarde, allende los océanos.


(* La mayoría de la gente da por sentado que las conquistas imperiales engordan como ninguna otra cosa las arcas del Estado. Pero lo cierto es lo contrario. Las colonias suelen constituir a la larga una rémora y, en casos extremos, llegan a causar la ruina de las metrópolis. Como bien nos recuerda Miguel Anxo Bastos, un país hoy tan rico como Suiza jamás tuvo colonias, mientras que otro como Portugal, que las tuvo a cientos y, además, las mantuvo durante más tiempo que ninguna otra potencia europea, acabó convirtiéndose en uno de los países más empobrecidos del continente. Sin olvidar el hecho de que la Gran Bretaña jamás invirtió en sus propias colonias, pues se ve que esos anglos tan pillos ya se conocían la jugada.)

Como conclusión de este primer capítulo me limitaré a lanzar algunas ideas-fuerza que levantaran muchas -y también necesarias- ampollas:

1ª- El capitalismo no es menos parte de la tradición que las técnicas militares, las universidades de mayor renombre, o las jerarquías más básicas que han ido vertebrando las sociedades.

2ª- Sin acumulación de capital e inversión, nuestra civilización no podría sostenerse. Para poder seguir aspirando a las grandes metas intelectuales y espirituales, para tener las "altas miras" de que presumimos hace tanto en Occidente, es necesario tener una base económica fuerte, estable, y que cubra nuestras necesidades básicas (y unas cuantas más). De esto saben bastante quienes advierten el sustrato material que posibilitó la explosión del pensamiento y la ciencia de Atenas respecto a los de, por ejemplo, Esparta (cierto, no hubo filosofía ni ciencia espartana); o asimismo, la de la filosofía alemana, inglesa o francesa del s. XIX frente a la portuguesa, italiana o española. (Aunque es preciso hacer notar que, aparte de la necesaria base material que les permitía ir en busca de "superiores fines", a ésta iba unida una cultura favorable a la libertad de expresión y pensamiento; cosas ambas, no obstante, que para algunos teóricos van íntimamente ligadas.)

3ª- Querer subvertir "el orden capitalista" en nombre de la tradición o del espíritu debe descartarse porque, subvirtiéndolo, nos cargamos igualmente toda tradición y persecución de lo espiritual. 

Subvertirlo, queramos o no, implica negarnos esa base material de la que hablamos anteriormente, y por ello, se trata de una idea tan poco sensata como la de quienes quisieron acabar, en su momento con la imprenta, u hoy con internet. 

Debemos separar con mayor cuidado, y con mayor propósito constructivo, lo que son TÉCNICAS de lo que son meramente IDEAS. 

Las técnicas sólo fenecen cuando los usuarios de las mismas encuentran otras superiores. Las ideas, por el contrario, pueden sobrevivir durante siglos aun estando enormemente erradas, e incluso a pesar de jugar en contra de nuestra conveniencia. (No creo que haga falta recordar todos los ejemplos que hay de esto a lo largo de la historia.)

Las técnicas se "imponen" porque a todos les son probados, con toda claridad, sus beneficios. No caben en este orden dudas al respecto. 
Las ideas se imponen (con comillas o sin ellas) porque nos resultan cómodas, o cumplen de alguna manera la función de hacernos comprensible el mundo. Y por muy erradas que estén, no cambian a no ser que encontremos otras que nos sean más convenientes, aunque no necesariamente estén más acertadas.



No hay comentarios:

Publicar un comentario