Filosofía, Metapolítica, Aforismo, Poesía.

martes, 15 de septiembre de 2015

Reinterpretación de la dialéctica y crítica de la moral.

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«El marxismo obtiene su fuerza de la necesidad psicológica de creer en él.»
(Leszek Kolakowski)
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«El comunismo no es el futuro de la humanidad, sino su muy arcaico pasado.»
(Juan Ramón Rallo)

Éstas son dos citas verdaderamente elocuentes. Pero en referencia a esta última, es importante recordar también que, mientras que en ese arcaico pasado la mentalidad colectivista surgió de modo espontaneo, en tiempos recientes ha sido necesaria la violencia para "persuadir" a la mayoría social de retornar a ella. 
¿Por qué creen, si no, que llevan tanto tiempo extendiendo el mito de que el capitalismo se impuso por la fuerza? Pues por la sencilla razón de que depende de ello su legitimidad para imponer asimismo su modelo (ese que se presume "más justo"). La única forma de tornar lícita una acción violenta y autoritaria sobre la sociedad es presentar la coyuntura actual como fruto de otra acción igualmente violenta y autoritaria. Y como ese fin suele justificar cualquier medio, poco importará si la comparación entre unas y otras imposiciones es visiblemente acomodaticia, o si se tuercen los hechos para hacer pasar por violencia lo que cualquiera con sentido común nunca juzgaría como tal (aunque después sí logren persuadir a muchos de lo contrario mediante la conocida estrategia gramsciana de conquista gradual de la hegemonía ideológica). De este modo, empiezan a difundir conceptos como "violencia estructural", o a calificar de "fascista" toda ley o costumbre que encuentran indeseable ya que, de tal manera, hacen parecer menos grave su intención de combatir la "violencia" con VIOLENCIA y el "fascismo" con FASCISMO.
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Fíjense bien en que, tanto comunistas como social-demócratas, parten de estos dos axiomas:

1- Dar libertad al mercado va a perjudicar a los más pobres y a las pequeñas empresas.
2- Todo argumento procedente de las posturas liberales es una estratagema para favorecer a las grandes empresas y a "los ricos".

Hemos dicho que son axiomas. Por tanto, no cabe discusión sobre ellos. Es así como se explica la forma de operar de todos sus razonamientos. Y así, también, como se cierra toda aquella vía de reflexión que vaya en las direcciones antes señaladas como vetadas. El espectro de razonamientos queda reducido de este modo a todos aquellos que no transiten por las vías prohibidas. Es por eso, pues, que para un anti-capitalista (o "reformador del capitalismo"), en el fondo sólo cuenta desarmar las posturas del adversario como sea, y no, como se esperaría de un amante de la verdad, ajustarse lo más rígidamente a los hechos.

Cuando uno se percata de esto, percibe como nunca la peligrosidad inherente a todo moralismo.

Y no crean que concluyo esto elucubrativamente. Yo mismo, cuando era víctima en mucha mayor medida de ese moralismo en concreto, he observado en mí, y en aquellos con los que empatizaba, que la forma de operar de nuestro razonamiento era esa y no otra. Cada vez que escuchábamos a un anti-capitalista "desmontar" alguna idea defendida por un liberal o un conservador, sentíamos esa "victoria", o dicho en términos más científicos, el mecanismo de recompensa de nuestro cerebro se activaba proporcionándonos una sonrisa de satisfacción y una sensación de bienestar. No partíamos, pues, muchos de nosotros de un corpus de doctrina (quizá sí fuera el caso de los marxistas), sino que valorábamos cada-argumento-en-contra por sí mismo. Valorábamos la inconoclastia antes que cualquier icono o sistema alternativo al que buscábamos destruir; la derrota del oponente más que la defensa de una posición propia.

Creo que ahí es justo donde se DESCUBRE, se revela el motor tras ciertas vías de reflexión, el cual es, antes que racional, moral.

(Es preciso siempre distinguir la moral de la etica: La moral es un sentimiento, un instinto, mientras que la ética es una construcción social, un logro de la civilización, generalmente entendido como un conjunto de reglas cuya relación con los primitivos sentimientos morales puede llegar a ser difusa, si no indirecta. [Hume (*1)])

Probablemente todas esas ideologías, incluido el marxismo, aunque parezca un sistema en sí mismo, son pensamientos a la contra. Y al constituir su motor una negación, se hallan de inicio lastrados para ser una ciencia positiva.
No van detrás de su propia verdad, sino de negar la verdad del oponente. Y aún cuando han llegado a intentar lo primero, ha sido éste un acto derivado de lo segundo.

Mi conclusión es, por tanto, que aunque las izquierdas entiendan su posición como aquella que coloca a la ética sobre todas las demás consideraciones, lo cierto es que la verdadera postura ética es la asumida históricamente por el liberalismo; mientras que el socialismo y gran parte de lo que entendemos por "izquierda", lo que adopta es una postura moralista; pero de ningún modo ética.

Y no me baso para hacer esta afirmación únicamente en lo que expuse antes. Esto se muestra todavía más claro al contraponer la coherencia de unos al defender las mismas reglas para todos y la misma libertad en todos los ámbitos de la acción humana con la incoherencia de los otros que, sin discutir la justicia de estas normas en principio, sí plantean inacabables excepciones a las mismas basadas en los más diversos motivos, con lo que se hace inevitable que disminuya el respeto por ellas y el rigor exigido en cumplirlas. La ética, entonces, se va erosionando sin freno al tiempo que va siendo sustituída por los sentimientos morales (subjetivos, arbitrarios, volubles) del gobernante iluminado de turno, al que se cree imbuído de un conocimiento especial de la realidad social y de una empatía genuína con "el pueblo".

Una vez se cruza esa línea, aunque sea con la "legitimidad de las urnas", el camino al despotismo se alfombra de rojo y oro, y las libertades y derechos individuales empiezan a a verse en serio peligro.

Porque conviene no dejar de tener nunca presente otra constante histórica: la que muestra como toda estrategia del comunismo y la ultra-izquierda en clave "democrática" tiene el objetivo ya arriba insinuado. A saber: apoyarse en las mayorías electorales para subvertir los principios más básicos de la democracia liberal; lo que se traduce en pasar por encima de los derechos del individuo en nombre del "pueblo", entidad siempre difusa pero cuya mención causa una respuesta emocional positiva; o del "bien común", concepto aún más difuso y  peligroso, en cuanto puede instrumentalizarse para dar pretexto a las acciones más demenciales (sobran ejemplos de ello a lo largo de la historia, especialmente en el pasado siglo).
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Pero si hemos asumido la tarea de destripar el moralismo, al menos en su vertiente socio-política, nos vemos forzados a retomar la revisión de la filosofía nietzschiana que ya iniciamos en un texto anterior. Dado que el asunto que nos ocupa atañe al egoísmo, al dinero y a la clase empresarial, no vendrá mal pararse a reflexionar en torno a ello en el contexto del pensamiento moral de Nietzsche.

Y es que su crítica al mundo burgués nos puede arrastrar a caer en no pocas contradicciones, si nos fijamos bien.

Ésta crítica es acertada en tanto se refiere al "espíritu burgués" materialista, dócil, gris, antiheroico, de su tiempo. Pero nos lleva a error, y como dije, a callejones sin salida, si lo extrapolamos a todo lo que hoy va vinculado a la burguesía histórica (puesto que ya sólo subsiste aquel "espíritu", no así la "casta" como tal). A Nietzsche le ocurre como a tantos tradicionalistas y revolucionarios (cosas que no tienen porque ser antagónicas), que juzga a la "era de la burguesía" por la etapa de la misma que él pudo observar, y circunscrita a un contexto geográfico muy concreto. Al igual que las críticas (quizá también en parte acertadas) que le hacen los católicos "viejos" por juzgar al cristianismo enfocándose sobre todo en su "fase decadente" (de nuevo, dócil y antiheroica), el creador del concepto de "superhombre" no hubiera obtenido la misma impresión de la mentada Clase si la hubiese visto desenvolverse en los albores de la Revolución Industrial, creando casi de la nada, cual semi-dioses prometéicos, toda aquella imaginativa y deslumbrante maquinaria que hizo posible la expansión del bienestar (ese sí lo fue de verdad, y no el que ahora predican) a cada vez más y más sectores de la población.
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Pero no vayan pensar, por lo expuesto antes, que el liberalismo ha estado exento de incurrir en errores de bulto. Su punto de partida es más objetivo y camina en una dirección mucho más deseable, qué duda cabe. Sin embargo, cometió tan imperdonables excesos que acabó, en gran medida, trabajando contra sus propios fines. Esto lo supo ver muy bien un viejo y sabio conservador de allende los mares inspirado por otro viejo y sabio conservador de nuestro continente. Robert Nisbet, alumbrado por Tocqueville, predijo con gran tino el oscuro futuro del individuo "liberado" de las "cadenas de la tradición":

«Así es como el liberalismo puede engendrar el totalitarismo. El gran proyecto liberal de ”emancipación progresiva del individuo respecto de las tiránicas e irracionales sociedades ‘de status’ heredadas del pasado”, tomó el riesgo de hacer a esos individuos anhelar el abrazo de un poder total, mucho más tiránico que el de la iglesia, la clase o la familia. La política de ‘interés propio racional’ promovida por Hobbes y Locke creó un vacío, un anhelo de comunidad, que Rousseau y Marx vinieron presurosos a llenar.»

«Si Nisbet enseña una lección, es esta: Ud. no puede oponerse al crecimiento inexorable del poder del Estado con la defensa del solo individualismo y nada más. Ud. debe asumir la defensa del individuo y su comunidad.»

(Ross Douthat, ´Quest for community in the age of Obama`) 

Yo mismo he sugerido en más de una ocasión esta relación de causa y efecto entre el individualismo atomista y la dependencia del estado protector. Hay polémica sobre si fue primero el huevo o la gallina, como siempre ocurre en estos casos. Y no puede negarse que se alcanza en algún momento cierta retroalimentación en que el efecto se torna causa y la causa, efecto. Pero fuera como fuese, parece claro que correspondió a aquellas políticas llevadas a cabo en nombre de la libertad el incentivar en primer lugar el abandono de los viejos lazos y costumbres. Fueron "medidas liberales" las primeras causantes de la inercia que llevó a prescindir cada vez más de los antiguos vínculos -instituciones, todas ellas, que costó muchas generaciones afianzar pero que llevó muy poquito tiempo el destruir-.

Lo que nos lleva a concluir, pues, el proceso histórico descrito es que el liberalismo, sin quererlo, engendró su propia némesis al promover e incluso forzar la disolución de los lazos comunitarios que precisamente hubieran impedido en el futuro (nuestro presente) la dependencia que crea por sí misma hambre de más dependencia. O dicho de otro modo: el poder omnímodo del estado originó un vacío creciente en nuestra sociedad que, llegados a cierto punto de no retorno, ya no podía llenarse con otra cosa que con más poder omnímodo.

Hoy vemos el gran drama: El estado del bienestar colapsa, se muestra cada vez más a las claras su inviabilidad, pero las mayorías no dejan de reclamar más.. ¡y más estado!

Es el síndrome del adicto terminal. Duro es expresarlo así, pero más duras son las consecuencias de disfrazarlo y suavizarlo; y de este modo, postergarlo indefinidamente. Porque esto es lo que hacen por lo general los políticos actuales, que una vez rehenes de su propio régimen clientelar, no están dispuestos a cometer la torpeza de practicar una política responsable de esas que te dan popularidad y reconocimiento en la posteridad pero que te hacen perder las elecciones del mes que viene.

Hemos visto, pues, que el individualismo que promovió la doctrina liberal no supo frenar a tiempo y cruzó la raya entre lo metodológico y lo ideológico [Popper, Mises (*2)] al arremeter contra la tradición, la religión y todo cuerpo intermedio de la sociedad. Esto inevitablemente dejó al individuo más solo frente al Estado; desamparo que engendró con el tiempo una cada vez mayor dependencia del mismo, y derivada de ella, una también creciente necesidad de provisión/protección.

Podría ser ésta una interesante revisión de la célebre teoría de Marx sobre la antítesis que el capitalismo engendra inevitablemente. Sólo que en este caso se trata del sistema liberal, y además, se ha mostrado que sí es evitable. Pero con todo, podemos así cerrar el círculo y aportar una nueva perspectiva sobre las contradicciones de estos dos pensamientos que han marcado nuestra post-modernidad.

De lo anterior podemos deducir, entonces, que el precario equilibrio entre individuo y comunidad se trata de un juego de poleas bien difícil de manejar sin que a uno se le vaya de las manos y acabe, por exceso de celo, creando el caldo de cultivo idoneo para engendrar su antítesis. La tesis aquí no sería por tanto el sistema económico capitalista sino el sistema político liberal. Mientras que la antítesis sería el crecimiento desmesurado y constante del Estado llegando incluso al totalitarismo, lo cual podemos ver claramente que es la negación del modelo liberal (*3). 

Bien, ¿y la síntesis? Eso sí es más difícil aseverarlo. Me gustaría creer que va a consistir en la disolución del estado-nación y el ansiado retorno a las pequeñas comunidades, cantones y ciudades-estado. Pero bien podría manifestarse de modos bien distintos a ese, como por ejemplo volviendo a un modelo no menos clásico que el anterior, como es el del imperio romano, carolingio o napoleónico.

En el primer supuesto, la síntesis se manifiesta a modo de explosión y fragmentación extrema; y es de esperar que de esta manera retornen las libertades apartadas en el período de la antítesis, puesto que la vida en las pequeñas comunidades inevitablemente traerá consigo un estilo de vida más sencillo y un ánimo más sosegado que volverá innecesaria esa antigua dependencia retroalimentada por los cazadores de voto clientelar.
En el caso de la segunda hipótesis, percibo el posible proceso como de expansión. Como un gran chicle que se estira, convirtiendo a un conjunto de Estados que caminan hacia el totalitarismo democrático en parte de un proyecto mucho más grande e inclusivo donde, por un lado mengua más la soberanía de los territorios, pero por el otro se relaja la presión gubernamental en ciertos ámbitos debido a la imposibilidad de controlar la sociedad civil hasta tal punto como fue común en la fase de los estados-nación hipertrofiados.
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(*1) La teoría de la moral de David Hume es en extremo elocuente a este respecto. Acudiendo esta vez a sus propias palabras: "Los animales son susceptibles de las mismas relaciones con respecto a los otros de la especie humana, y por lo tanto serían susceptibles de la misma moralidad si la esencia de la moralidad consistiese en estas relaciones. Su carencia de grado suficiente de razón puede impedirles percibir sus deberes y obligaciones morales; pero nunca puede impedir que estos deberes existan, pues deben existir de antemano para ser percibidos. La razón los halla, pero no los produce. (....)  El vicio nos escapa enteramente mientras se le considere como un objeto. No se le puede hallar hasta que se dirige la reflexión hacia el propio pecho y se halla un sentimiento de censura que surge en nosotros con respecto a la acción. Aquí existe un hecho; pero es objeto del sentimiento, no de la razón. Está en nosotros mismos, no en el objeto" (...) "Tener el sentido de la virtud no es más que sentir una satisfacción de un género particular ante la contemplación de un carácter. El sentimiento mismo constituye nuestra alabanza o admiración. No vamos más lejos ni investigamos la causa de la satisfacción. No inferimos que un carácter sea virtuoso porque agrada, sino que sintiendo que agrada de un modo particular sentimos, en efecto, que es virtuoso."


(*2) Para Karl Popper, el individualismo metodológico en el campo de las ciencias sociales se trata de una exigencia para alcanzar cierto rigor científico y para evitar tentaciones como lo que unos cuantos hemos calificado de "tendencia al conspiracionismo". Esta manera de razonar tiene relación, según él, con el historicismo marxista y ha sido característica, como todos sabemos, del argumentario nazi y soviético. En sus propias palabras, "la teoría conspirativa de la sociedad no puede ser cierta pues equivale a sostener que todos los resultados, aún aquellos que a primera vista no parecen obedecer a la intención de nadie, son el resultado voluntario de los actos de gente interesada en producirlos". En el caso de Von Mises prefiero atenerme a sus palabras recogidas en el tratado ´La acción humana`, donde justifica el individualismo metodológico de la siguiente manera: "La praxeología, en principio, se interesa por la actuación del hombre individualizado. Sólo más tarde, al progresar la investigación, enfréntase con la cooperación humana, siendo analizada la actuación social como un caso especial de la más universal categoría de la acción humana como tal. Este individualismo metodológico ha sido atacado duramente por diversas escuelas metafísicas, suponiéndose implica recaer en los errores de la filosofía nominalista. El propio concepto de individuo, asegúrase, constituye vacía abstracción. El hombre aparece siempre como miembro de un conjunto social. Imposible resulta incluso imaginar la existencia de un individuo aislado del resto de la humanidad y desconectado de todo lazo social. El hombre aparece invariablemente miembro de una colectividad. Por tanto, siendo así que el conjunto, lógica y cronológicamente, es anterior a sus miembros o partes integrantes, el examen de la sociedad ha de preceder al del individuo."

(*3) En mi caso, son estos errores históricos de la doctrina liberal y aquellos vicios arrastrados por muchos de sus representantes (como son el economicismo, el atomismo, y cierto racionalismo iluminista) lo que me lleva a renegar de esa etiqueta por más cercano que pueda hallarme de las posturas que suelen defenderse en su nombre. Porque ocurre que gran parte de las mismas pueden igualmente reivindicarse en nombre del anarquismo entendido en sentido amplio y alejado de utopismos, que es como yo prefiero concebirlo, pues de otra manera cae uno en maximalismos poco sensatos y difícilmente constructivos.


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