Filosofía, Metapolítica, Aforismo, Poesía.

lunes, 21 de diciembre de 2015

"Proudhon y Tocqueville: Hacia la libertad. Contra la utopía." (I)


Así abandonamos lo que el Estado antiguo podía tener de bueno, 
sin comprender lo que el Estado actual nos puede ofrecer de útil. 
(Alexis de Tocqueville, ´Sobre la democracia en América`.)

La Constitución española de 1812, como muchas otras constituciones liberales, reconocía únicamente dos sujetos políticos: El estado y el individuo.
De ahí parten muchos de nuestros problemas actuales.

Quienes estamos más cerca del liberalismo y del anarquismo que de otras posiciones ideológicas, pero intentamos asimismo no conformarnos con ninguna respuesta excesivamente simple o idealista frente a algo tan complejo como es la ciencia política, advertimos los errores históricos de ambas doctrinas. “Un liberal es un libertario que aún cree en los Reyes Magos”: esta frase que acuñé con mayor o menor acierto viene a sintetizar las reservas de los llamados post-liberales, o de los libertarios, frente a viejas creencias que hoy a muchos resultan algo “cándidas”. 
Que el estado sea el garante de las libertades, que el individualismo sea la última respuesta social y política, o que se pueda crear una sociedad sana contando con esos dos únicos sujetos –estado e individuo- son muestras de un idealismo que, a pesar de seguir contando con unos cuantos adeptos, se muestra a cada vez más estudiosos como una teoría política insuficiente, como un dietario con severas lagunas.

Pero aún hay otra idea que nos ofrecería una mejor síntesis del problema, desde donde yo lo veo. Tal tesis concebiría el alejamiento por parte de los anarquistas de sus raíces liberales como un síntoma de extravío intelectual, pero no menos que la moderación -domesticación- del liberalismo al alejarse del radicalismo anarquista.

Alexis Henri Charles de Clérel, Vizconde
de Tocqueville (1805-1859) Pensador, jurista, 
político e historiador francés.
De una cosa no nos cabe duda: Para lograr una mayor libertad es preciso tener en cuenta demasiados factores. Y lo que en un principio puede parecer la receta idónea para instaurarla, puede con el paso del tiempo constituir el caldo de cultivo de múltiples tiranías y despotismos. Así lo vieron mentes tan despiertas, tan preclaras, como los franceses Tocqueville y Proudhon, que, a pesar de haber nacido en la tierra del idealismo y el utopismo por excelencia, representaron esa, por fortuna, no tan rara salvedad que ´confirma la regla`. 
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Por eso han resultado siempre, ambos, pensadores tan difíciles de clasificar. 

Por eso a Tocqueville se le ha encuadrado tan a menudo dentro del conservadurismo como del liberalismo, o incluso del aristocratismo. Y por motivos similares, encontramos fragmentos de Proudhon que podría firmar cualquier liberal al lado de otros en sintonía con los socialismos de su época.

Espero poder hallar algunas respuestas (siempre provisorias) en este ensayo que me he propuesto escribir en torno a estas dos figuras; pero no sólo en torno a ellas, sino usándolas como expresión de algo que las trasciende: la convicción sobre las bondades que trae inequívocamente la libertad unida siempre a una desconfianza hacia las “recetas mágicas” y a todo tipo de idealismos alejados de la, por más que nos empeñemos, inmutable naturaleza humana. 
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Porque, sobre esto último, el mismo Proudhon se expresa con total claridad: 
«Los hombres no serán jamás mejores ni peores de lo que los veis y fueron siempre. Desde el momento en que los aguijonea su bien particular, abandonan el bien público; en lo cual, si no los encuentro dignos de gran honor, los encuentro por lo menos dignos de excusa. Vuestra es la culpa si tan pronto les exigís más de lo que os deben, como excitáis su codicia con recompensas que no merecen. El hombre no tiene nada más precioso que él mismo, ni por consiguiente, más ley que su responsabilidad.»
(Pierre Joseph Proudhon, ´Filosofía de la miseria`.) 
Pierre-Joseph Proudhon (1809-1865)
Filósofo político y revolucionario francés

Otra poderosa vacuna contra la utopía. Otro pildorazo de realidad que nos desalienta de seguir persiguiendo “hombres nuevos” y grandes proyectos iluministas de “educar en nuevos valores”. El hombre cambia, sí. Pero no de un día para otro. Ni tampoco han cambiado por igual los hombres de todas las latitudes; y ni siquiera todos los que han ocupado un mismo espacio y un mismo tiempo. El cambio en la condición humana, diríamos con gran cautela que puede existir. Mejor dicho: la lucha contra esa condición eterna se produce; y se fraguan lentos, muy lentos avances de las sociedades en direcciones deseables. Pero mucho me temo que esta condición, esta naturaleza, si tiene algo objetivamente mutable, apenas logramos percibirlo, o estas mutaciones se han producido en un lapso de tiempo tan extenso que escapa a nuestro análisis.

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«La vida del hombre es una guerra permanente, guerra con la necesidad, guerra con la naturaleza, guerra con sus semejantes, y por consiguiente, guerra consigo mismo. La teoría de una igualdad pacífica fundada en la fraternidad y la abnegación no es más que una falsificación de la doctrina católica, que nos manda renunciar a los bienes y placeres de este mundo; no es más que el principio de la indigencia, el panegírico de la miseria. El hombre puede amar a su semejante hasta morir por él; no le ama hasta el punto de trabajar por él.» 

¿Queda aún alguna duda de a qué llamaba Proudhon “filosofía de la miseria”?

Sí. A muchos sorprenderá que un pensador que se ha asociado siempre a "la izquierda" se refiera al ideal comunista con palabras similares a las que usan hoy para definirlo conservadores y liberales. Pero es que el mutualista veía claro lo que hoy es evidente pero ayer no lo era tanto (aunque quizá no lo sea aún para todos; dado que todavía resisten los últimos creyentes, se entiende que los más fervorosos, o los más desesperados, quizá desamparados.. huérfanos de idearios que les presenten alternativas ilusionantes. De lo cual cabría responsabilizar a la inoperancia de esos otros pensamientos que, con su abandono de la contienda cultural cotidiana, le dieron la victoria al enemigo sin apenas ofrecer batalla.)

Proudhon era muy consciente de que la única manera en que se puede lograr algún “bien común” es primeramente -aunque no sólo- atendiendo cada uno a sus intereses particulares. En eso, nada tenía que oponer a Adam Smith y sus discípulos. Si tenía que oponerles otras cosas, pero a eso ya tendremos tiempo de referirnos en siguientes capítulos. En cualquier caso, sus palabras a este respecto son tan inequívocas como las anteriores:
«¿Cómo sustituir el objeto inmediato de la emulación, que en la industria es el bienestar personal, por ese motivo lejano y casi metafísico que se llama bienestar público, sobre todo, cuando no existe el uno sin el otro, cuando el uno al otro se engendran?» 
 (Pierre Joseph Proudhon, ´Filosofía de la miseria`.)
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Pero ahora atendamos a una cuestión distinta. Parémonos a reflexionar un momento acerca de las distintas formas de gobierno de las que siempre nos han hablado y preguntémonos hasta qué punto son incompatibles, o si pueden incluso darse circunstancias en que unas y otras coexistan.

Esto es algo que gran parte de la ciencia política ha ignorado por completo, cuando no se ha lanzado a apologías un tanto engañosas, partiendo de modelos ideales descritos con muy pocos trazos (pues lo ideal siempre es simple, mientras que lo real es infinitamente complejo, como acertadamente insiste siempre otro amante y estudioso de las libertades, el filósofo español Antonio Escohotado.)
«No pudiendo realizarse en toda la pureza de su ideal ni la monarquía, ni la democracia, ni el comunismo, ni la anarquía, están condenadas a completarse prestándose la una a la otra sus diversos elementos.»
(Pierre Joseph Proudhon, ´El principio federativo`.)

¡No hay ni ha habido formas políticas químicamente puras
Pocas premisas hay más realistas, y pocas que nos bauticen mejor contra la utopía. Porque si partimos de esta convicción (de ahí que hable de “bautismo”), empezamos a juzgar los distintos modelos de gobierno con una mirada mucho más incisiva. Nuestro ojo se vuelve clínico (o cínico, pensarán algunos). Pero no hablamos de descreimiento o misantropía. En absoluto. No debe confundirse la asunción de la complejidad y el polimorfismo de las unidades políticas con un desprecio o una desautorización de las mismas.
Reconocer las cosas tal como son no puede ser sino constructivo, no puede ser sino enriquecedor. Pero antes que todo: útil.
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Como conclusión a este capítulo, retomaremos un caballo de batalla que ya viene siendo habitual en este espacio. No es otro que el de la, para muchos, incuestionable superioridad de los pequeños estados frente a los grandes, al menos desde el punto de vista del ciudadano o súbdito (que viene a ser en éste, como en tantos casos, el contrario al del soberano). Quienes entendemos el ideal secesionista como columna vertebral del principio de libre asociación, y por ende, de la libertad política, apenas dudamos de que es siempre deseable un estado o unidad gubernativa del menor tamaño concebible, ya hablemos de territorio o de población.
«Todas las pasiones fatales a las Repúblicas crecen con la extensión del territorio, en tanto que las virtudes que les sirven de apoyo no se acrecientan siguiendo la misma medida.»
(Alexis de Tocqueville, ´Sobre la democracia en América`.)
Muchas razones hemos dado ya en favor de las unidades políticas mínimas, de la ciudad-estado, de la pequeña comunidad auto-gobernada; pero aún nos reservábamos una de las más poderosas.

¿Hay asunto que mueva mayor preocupación en las reflexiones políticas de hoy que las situaciones de exclusión social o de extrema (o menos extrema) necesidad?

Pues bien, el modelo de la micro-nación también tiene una respuesta muy satisfactoria que ofrecer ante este problema. O dónde se cree que serán mejor visibilizados, mejor comprendidos, y mejor solucionados los problemas por los que atraviesen aquellas personas que han resultado más desfavorecidas: ¿En una gran unidad política de varios millones de habitantes y varios miles de localidades donde no queda más remedio que reducir los sujetos y los grupos a números, y por tanto, “prestarles asistencia” de modo impersonal, lejano y en gran medida arbitrario? ¿O, por el contrario, en una ciudad pequeña o gran barrio donde las personas sean de carne y hueso; y sus problemas, así como sus periplos vitales, sean del conocimiento cotidiano de todos cuantos allí habitan?
«Un poder central, por ilustrado y sabio que se le imagine, no puede abarcar por sí solo todos los detalles de la vida de un gran pueblo. No lo puede, porque tal trabajo excede las fuerzas humanas. Cuando él quiere, por su solo cuidado, crear y hacer funcionar tantos resortes diversos, se contenta con un resultado muy incompleto, o se agota en inútiles esfuerzos.»
(Alexis de Tocqueville, ´Sobre la democracia en América`.)
La solidaridad sólo es auténtica –y más diré- sólo puede producirse cuando es directa y personal. Aquella abstracción del gran estado redistribuidor sólo puede ser defendida por un iluminado de tres al cuarto o por un demagogo consciente de la trampa aprovechándose de aquellos que no lo son tanto. 

La “solidaridad a través del estado” es una ficción monumental. Una hipocresía que nos une a todos en un sucedáneo prefabricado y homologado de civismo.

Uno no es solidario cuando su "solidaridad" depende de los im-pues-tos. 
Lo es cuando depende de su vo-lun-tad.
Por eso el llamado estado benefactor, redistribuidor, ¡por más nombres que se ponga!.. no fomentará jamás la solidaridad sino el egoísmo. Sólo la responsabilidad cívica ejercida sobre la comunidad en la que uno habita y conoce puede engendrar, incentivar y fortalecer los vínculos solidarios entre vecinos (porque nunca hay verdadera solidaridad, sino limosna, donativo, o “lavado de conciencia”, cuando ésta se ejerce hacia quién no se conoce y con quién no se convive.)

Si quieren ustedes construir sociedades menos egoístas, menos atomizadas, más dignas de habitarse… ¡dejen que gobernantes y gobernados convivan en un mismo espacio reducido de modo que no les quede más remedio que organizarse en comunidad para lo bueno y para lo malo!
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Exponer las ventajas de las unidades gubernativas mínimas, como ven, es un mero ejercicio de racionalidad y sensatez. Nada que ver con utopías irrealizables o voluntarismos prometéicos. De hecho, desde nuestra perspectiva más bien parecen utopías y ocurrencias perentorias muchas de las ideas hoy mayoritariamente aceptadas como “sensatas y cabales”; algunas de las cuales nos hemos ocupado ya de destripar aquí como corresponde.
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«La libertad forma, a decir verdad, la condición natural de las sociedades pequeñas. El gobierno ofrece allí poco cebo a la ambición y los recursos de los particulares son demasiado limitados para que el poder soberano se concentre fácilmente en manos de uno solo. Llegando a darse el caso, no es difícil a los gobernados unirse y (...) derribar al mismo tiempo tiranía y tirano. 
Las pequeñas naciones han sido, pues, en todo tiempo, la cuna de la libertad política. Ha sucedido que la mayor parte de ellas han perdido esa libertad al crecer, lo que hace ver claramente que consistía en la pequeñez del pueblo y no en el pueblo mismo.» 
(Alexis de Tocqueville, ´Sobre la democracia en América`.)
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