Filosofía, Metapolítica, Aforismo, Poesía.

jueves, 31 de diciembre de 2015

"TODO ES CULTURAL".

«Hay razones convincentes para deducir que el modelo estándar de las ciencias sociales, es decir, el determinismo cultural, es imposible que se haya desarrollado por selección natural sin la apelación a una instancia mágica superior.» (*1)  

Algunos intentan combatir el llamado “marxismo cultural” con ideas teológicas o apelando a “la tradición”. 

¿Vencer a la pseudociencia con religión y moral? No les auguro un gran éxito. La forma de oponerse a la idea en boga de que “todo es cultural” es mediante la psicología evolucionista: Ciencia contra pseudo-ciencia.

¿Por qué afirmo que estas “tesis culturalistas” son pseudo-ciencia? Por una sencilla razón: Cualquiera que se esfuerce un poco en observar las afirmaciones del determinismo cultural situándose por encima de la obsesión igualitaria -por encima del bien y del mal- se percata de que es precisamente esta obsesión la que explica por qué esta ideología con barniz científico tiene en cuenta ciertos factores y ciertos datos mientras obvia sistemáticamente el resto (todos aquellos que pondrían en tela de juicio el axioma de la igualdad y del carácter intrínsecamente “benévolo y justo” del ser humano). No le importa la verdad. Le importa únicamente justificar mediante todas las “pruebas” que encuentre esa patología de su pensamiento: la enfermedad del igualitarismo; un auténtico trastorno obsesivo-compulsivo. Y uno especialmente molesto, por cuanto aquel que lo padece, lejos de conformarse con sufrirlo en silencio, procura contagiarlo por todos los medios al resto, llegando a adoptar las actitudes más beligerantes, y poco menos que a exigir que se expulse de la Humanidad a quienes no compartimos sus especiales manías.


Cabría pensar que las actitudes se tornan más duras cuanto más blando es el pensamiento que las motiva. No parece ser otra cosa, en efecto, lo que le sucede a este igualitarismo ramplón, a esta lógica de la lucha de clases aplicada acríticamente a todas las oposiciones imaginables: hombre y mujer, europeo y africano, cristiano y musulmán, vencedor o derrotado. ¡Fíjense bien en que el derrotado es siempre “bueno” por el mero hecho de serlo, y el vencedor “malo” por el mismo motivo! (sin importar en absoluto aquello que mostraron ser antes y durante aquella batalla de la que uno salió ganador y el otro perdedor). Los musulmanes de Al-Andalus eran “los buenos” porque fueron derrotados y gran parte de ellos expulsados. Pero es propio de quien pretende llevarte a engaño ocultarte la otra cara de la moneda. En este caso, esa otra cara nos revela que, de ser al revés, en efecto los musulmanes no nos hubieran expulsado de sus tierras: nos habrían decapitado y tomado a nuestras mujeres e hijos como esclavos. 

Quizá, por ello, no sea tan fácil repartir las condecoraciones de “víctima” y “verdugo”. Quizá no sea posible dividir a la humanidad en “justos” e “injustos”, y la historia de las civilizaciones y de los grupos humanos no se preste en todos los casos a estas veleidades moralistas, a estos juicios categóricos.


Pero insistiré las veces que haga falta en que el peligro de este pensamiento blando no sería tal si careciese de esa voluntad de imponerse por las buenas, de esa superioridad moral que se arroga. No supondría problema alguno que gran parte de la sociedad sintonizara con esas ideas mientras se nos permitiera a los demás pensar y obrar de modo distinto al igual que se les permite a ellos. Pero no: su objetivo ya casi plenamente alcanzado es educar a las próximas generaciones, aprovechando el momento en que sus cerebros son más dúctiles, para conjurar la posibilidad de que de ellas surjan “mentalidades in-igualitarias” como las que todavía hoy tienen que soportar conviviendo junto a la suya.


Si ellos tienen razón, fabricarán un mundo de paz y armonía tan idílico como el que pintó John Lennon.



.........
Si nosotros tenemos razón, nos conducirán a un infierno de máxima desarmonía, máxima desazón y máxima insatisfacción, a un interminable combate de todos contra todos (el supuesto “estado de naturaleza” de Hobbes, sólo que provocado por el estado en vez de resuelto por él).


Educaremos a los niños para que olviden su sexo, su etnia, su cultura y su religión; y les reprenderemos sin fin cada vez que se alejen de la senda marcada; grabaremos LA CULPA en su conciencia vinculándola a actitudes tan naturales (al menos para algunos) como que los niños jueguen con los niños a juegos de niños y que las niñas jueguen con las niñas a juegos de niñas.. o que los hijos de cristianos y ateos occidentales se relacionen más con los que tienen su mismo origen que con los hijos de musulmanes, orientales, o sudamericanos.


Además, se nos dirá que justamente en los niños es donde observamos que “nuestros prejuicios no están fundados”, dado que “los niños siempre tienen menos problema en aceptar en su grupo a miembros de otras culturas” (no se dice también “de otro sexo” habida cuenta de que, casi desde la más tierna infancia, la separación entre sexos se hace más que palpable). Pero esa primera afirmación, que sin duda tiene mucho de cierta, tiene a su vez una explicación que no es la escogida por los defensores del determinismo cultural. El hecho de que los niños tengan menos reservas a conformar grupos multiculturales cuando socializan y que, a medida que crecen, tiendan a reducir, por así decirlo, su nivel de tolerancia, no se debe a que “les hemos inoculado prejuicios sobre otras etnias” sino a que ya forman parte, con mucha mayor conciencia, de su etno-cultura particular, y por tanto, es ese acervo cultural el que les distingue (o les aleja) naturalmente de quienes han crecido con otras referencias.


Mediante la psicología evolucionista, tanto las diferencias en los patrones mentales y emocionales de hombres y mujeres como el instinto arraigado de rechazo al extranjero hallan explicación. Una explicación, a mi juicio, mucho más satisfactoria, mucho más objetiva que la que proporciona el determinismo cultural.
«Nuestros circuitos neurales son el resultado de un proceso evolutivo, han sido diseñados por la selección natural para resolver los problemas a los que nuestros ancestros se han enfrentado a lo largo de nuestra historia. Generación tras generación, durante más de 10 millones de años, la selección natural ha ido lentamente esculpiendo el cerebro humano, favoreciendo aquellos circuitos que permitían resolver de forma apropiada los problemas a los que se enfrentaban nuestros ancestros: encontrar pareja, conseguir alimento, buscar aliados, defenderse de los enemigos, criar a los hijos... Esto supone que, para entender nuestro comportamiento en el presente, hemos de tener en cuenta que está generado por mecanismos de procesado de información que existen porque resolvieron problemas adaptativos en el pasado, es decir, en los ambientes ancestrales en los que los humanos evolucionaron.» (*2)

Partiendo de la paranoia de que “toda norma o costumbre es una herramienta de dominio” y de la obsesión por hallar una “igualdad natural o primigenia” es previsible que se llegue a la conclusión de que las distintas maneras en que hombres y mujeres enfocan la reproducción, la familia, el hogar, la crianza de los niños y el resto de hábitos sociales sean una construcción cultural impuesta por la mentalidad masculina para autolegitimarse. Pero el problema es el siguiente: No podemos hacer depender todo nuestro razonamiento de un axioma que, no sólo no está probado, sino que resulta imposible de probar por cuanto no se trata más que de una elucubración, una teoría que se lanza al aire, tan válida como puedan ser muchas otras que se nos ocurran: Esto es pseudociencia.

Por el contrario, partiendo de hechos probados o apodícticos –necesarios-, la psicología evolucionista nos ofrece un relato infinitamente más congruente: El reparto de roles sociales y familiares entre los dos sexos responde por entero a sus respectivas estrategias reproductivas. La idiosincrasia del óvulo exige de la mujer una extremada selección: se prima la calidad muy por encima de la cantidad. El carácter del espermatozoide imprime en el hombre justo el incentivo opuesto. Esto se acentúa mucho más en nuestra especie debido al tan largo periodo que requieren nuestras crías para alcanzar la madurez. Las hembras de otras especies seguramente se distinguen menos de los machos en este aspecto por cuanto carecen de este problema (y quizá es esta observación la que también se les ha escapado a los deterministas culturales cuando han querido basar sus tesis en esa mayor igualdad entre sexos que puede apreciarse en otros animales). En la siguiente ocasión que abordemos este asunto procuraremos desarrollar los argumentos evolucionistas que explican este largo y complejo proceso que acaba por conformar el también complejo entramado cultural en torno al papel asumido por varones y hembras. No nos es posible ahora por el espacio que exigiría tal relato.

«La cría del Ser Humano necesita muchísimos recursos que en el ambiente primitivo una hembra sola no podía brindar. Por eso los hijos de aquellos machos que ayudaban a sus hembras que heredaron ese comportamiento, son los que perpetuaron esa conducta. A su vez, el que la cría humana necesitara más cuidados era por su infancia prolongada, y eso a su vez, por el aumento de tamaño del cerebro.» (*1) 
«Nuestra experiencia cotidiana nos muestra que hombres y mujeres afrontan la sexualidad de forma muy diferente. Esto tiene sentido desde una perspectiva evolutiva, ya que como ocurre en otras especies animales, las mujeres realizan una mayor inversión parental y tienen un potencial reproductor mucho menor que los hombres. Un hombre puede engendrar muchos más hijos de lo que la monogamia le permite. Por tanto, ha habido un conflicto de intereses que ha llevado a que hombres y mujeres hayan evolucionado hacia estrategias sexuales diferentes.» (*2)

Respecto a los instintos xenófobos ya hemos adelantado algo sobre los motivos que los explican. Por un lado, la historia ha dado lugar a cientos de entes culturales diferenciados; y a través de los siglos, estos entes han tendido a cerrarse en gran medida sobre sí mismos porque sólo los que así lo hicieron (regla básica de la selección natural) sobrevivieron como tales culturas diferenciadas. Por el otro, el rechazo instintivo al extranjero tiene como primer origen la organización del clan (en la que no cabe sino concebir como amigo al miembro del clan y como enemigo al que no lo es); pero luego sigue fortaleciéndose y evolucionando paralelamente a los sucesivos modos de organización social (la ciudad-estado, el reino medieval, el estado-nación). La comunidad siempre debe estar razonablemente delimitada. No cualquiera puede formar parte de ella; no se puede justificar una idea de comunidad donde todo cabe o nada es ajeno; es preciso establecer una frontera, no sólo geográfica, sino también intelectual y moral (de ahí que “La Humanidad” como grupo de pertenencia sea en exceso abstracto y, por tanto, inoperativo más allá de las grandes palabras; y de ahí que la identidad que ha pretendido crear el moderno estado-nación –ni que decir ya la Unión Europea- se halle también peligrosamente cerca de devenir vacua abstracción). Me permito aquí autocitarme, puesto que creo haber resuelto ya esta falsa diatriba que se plantean algunos entre "luchar contra el racismo" o "ampararlo por omisión" cuando en otra ocasión expuse claramente mi posición al respecto: No se puede culpabilizar (o demonizar) a un sujeto o un grupo de ellos por tener reacciones tribales; porque resulta que todos las tenemos, sólo que quizá en otros ámbitos que ahora andan menos vigilados por el tipo particular de moralismo que hoy nos ha tocado sufrir. Pero no es tampoco ético ni constructivo dar aliento a esas reacciones para inflamarlas. Si lo uno es arrogante, lo otro es irresponsable.
«En los enfoques aplicados por los investigadores, el etnocentrismo ha sido evaluado en dos vertientes, según se considere su función social y cultural. El enfoque positivo del etnocentrismo destaca que mantiene la cohesión social y la lealtad a los principios en el grupo. Según autores como Caruana o Luque–Martínez, el etnocentrismo constituye una pauta de referencia para conservar la cultura, la solidaridad, la lealtad, la cooperación, la defensa y la supervivencia del grupo. La visión negativa enfatiza como el etnocentrismo radical puede conducir a actitudes y fenómenos como el nacionalismo violento o el racismo. (...) Jones y Smith sugieren, en un estudio que remarca la distinción entre identidad étnica e identidad cívica nacional, que la primera sigue siendo sólida a pesar de la globalización, las migraciones masivas y el pluralismo cultural.» (*3)
Quede, para finalizar, la recomendación de algunos textos sobre psicología evolucionista (los mismos que hemos citado a lo largo de estos párrafos), y que espero les sirvan para abrir sus horizontes o hallar nuevas respuestas.

(1) Introducción a la psicología evolucionista.

(2) La elección de pareja en humanos.
(3) Etnocentrismo, xenofobia, y migraciones internacionales.
(4) Entrevista a Francisco Capella.

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