Filosofía, Metapolítica, Aforismo, Poesía.

lunes, 10 de abril de 2017

EL PAPEL DE LA BATALLA DE LAS IDEAS EN LA REFORMA DEL ENTENDIMIENTO.

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Dediqué la última entrada de este blog a ofrecer una visión crítica de la batalla ideológica. En esta ocasión toca presentar la otra cara de la moneda: la forma que personalmente considero más constructiva de encarar este diálogo o confrontación.

La primera pregunta que se harán muchos, incluso quienes ya leyeron aquel otro texto, se referirá a por qué mantengo una posición tan crítica de la batalla cultural en su versión más propiamente "belicista". Y la respuesta es sencilla: porque cuando se trata de vencer a cualquier precio, cualquier medio se torna lícito, y por tanto los "soldados" se permiten mentir, tergiversar y demonizar, o cuando menos, callan cuando ven a sus camaradas hacerlo. Y dado que he observado que esto es la norma, tiendo a pensar que el enfoque de esta batalla como conquista es el más habitual. 

¿Acaso vemos a menudo a un representante de cualquiera de los bandos regañando o enmendando a uno de sus camaradas cuando se pasa de frenada y realiza afirmaciones manifiestamente falsas?

Claramente no. Pero esto se debe a que la mayoría de las veces (por suerte no todas) el objetivo es con-vencer, y no comprender. Porque si bien el primer enfoque lleva a una lucha sin cuartel en que la reforma del entendimiento, el avance en nuestra comprensión de la realidad es en el mejor de los casos algo secundario, el segundo asume esto último como su meta esencial, y es ello lo único que hace de la batalla cultural un proceso, no sólo fértil, sino absolutamente necesario.

La lectura en positivo de la confrontación de ideas consistiría pues en afrontarla, no ya como una obligación de difundir la “verdad revelada”, ni la algo más modesta vocación pedagógica de mostrar los errores intelectuales del contrario (que empieza a ser menos modesta cuando no reconocemos en la misma medida los propios), sino como el deber o la responsabilidad de dar cuenta de tu verdad, de tu particular visión del mundo, que por más ortodoxa que sea, siempre tendrá algo de personal e intransferible: siempre tendrá tu sello, tu impronta. 

Se trataría, así, de asumir la tarea que sólo tú estás capacitado para desarrollar, en cuanto tu perspectiva de las cosas es única (insisto, aun el caso de que sea aparentemente muy ortodoxa o muy trillada). Se trata, en último término, de una cuestión de amor propio; y ya se sabe que en esto, como en todo, conviene no pecar ni por exceso ni por defecto. Podrán imaginar que el exceso en esta materia tiene que ver con aquella actitud evangélica o iluminada. Análogamente, el defecto consistirá en renunciar a la defensa de una manera concreta -y parcial, y sesgada, pero irrepetible- de explicar el mundo; la cual es, cuando menos, tan valiosa como las demás; y la cual aporta, como mínimo, tanta verdad como otras.

No podemos evitar que la gente se identifique con distintas teorías económicas, políticas, sociológicas o antropológicas. Y además es positivo que se desarrollen todas ellas, pues como mapas parciales del mundo que son, cuanto más y mejor lo hagan, más completo resultará un hipotético mapa conjunto resultante de la complementariedad de todos ellos. Siempre van a existir modelos explicativos divergentes, eso es inevitable. Pero a lo que no estamos abocados por necesidad es a que no se comuniquen unos con otros y a que no se enriquezcan mutuamente.

La batalla cultural no debería consistir tanto en demostrar que tus ideas son las mejores cuanto en evitar que cualquier idea se torne hegemónica, derivando en pensamiento único. Por ello no puedo sintonizar del todo con quienes contemplan como objetivo el convertir en hegemónicas las suyas, un simple “quítate tú para ponerme yo”; pues en tal caso volveríamos a encontrarnos en el punto de partida; y, como ya dije, este constituye un horizonte poco halagüeño si lo que nos interesa es prevenir la uniformidad de pensamiento.

Es bueno que siga habiendo siempre conservadores y progresistas, bioligicistas y culturalistas, liberales y socialistas, nacionalistas e internacionalistas (además de todas las posiciones nuevas que vaya alumbrando el nuevo siglo). No debemos temer la peligrosidad inherente en algunas de esas ideas tanto como la polarización en torno a dos únicos bandos; o peor, la asunción de un mismo credo por toda la población. Primero, porque la percepción de esa peligrosidad variará según desde qué lado se juzgue; y segundo, porque no hay mejor vacuna contra los errores ideológicos (constituyan mayor o menor peligro) que la posibilidad de poner contra las cuerdas repetidas veces a los portadores del error, y a través del viejo método socrático, mostrar al menos a parte del público el poco crédito que merecen.

Otra cosa que conviene siempre tener presente, y que no será la primera vez que destaco, es que el diálogo entre posturas más o menos contrapuestas debe entablarse entre pensadores (o divulgadores) y no entre escuelas de pensamiento. Debemos dejar de atacarnos por intermediación de las generalidades siempre confusas con las que identificamos a nuestras “sectas”, y comenzar a enfrentarnos uno a uno, y punto por punto, con los planteamientos singulares de cada individuo singular. Y es que no hay una visión igual a otra, por más que compartan Escuela, Sub-escuela, patio y vecindario.

Muchos ojos siempre verán más que dos. Muchas cabezas siempre pensarán más que una; tanto si comparten un mismo prisma básico como si no. Claro está que la diversidad de prismas garantizará mayor diversidad de perspectivas. Pero, insistiré una vez más, no debe llevarnos a engaño la aparente uniformidad de pensamiento de quienes se adscriben a una misma cosmovisión, pues por más aprioris que compartan, cada uno de ellos podrá hacer apreciaciones y señalar matices que al de al lado se le escapan.

En suma, se trataría de representarnos los ojos y las conciencias que habitan este mundo como millones de mónadas, millones de visiones subjetivas, de perspectivas en cierto grado complementarias; aunque también necesariamente complementarias, justo por ser todas ellas incompletas, sesgadas, erradas en diverso grado, pero por encima de todo irrepetibles.

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