Filosofía, Metapolítica, Aforismo, Poesía.

martes, 12 de abril de 2016

"Nación: lágrimas y conquista".

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Seguiremos siendo poetas ... hasta que toque ser soldados.
Todo lo que no podamos conquistar a través de las lágrimas,
lo conquistaremos a través de las armas.

(Internacional Nacionalista)

Recién finalizada la 1ª G.M., los nacionalistas alemanes se convirtieron en las plañideras de Occidente.. “¡Traición, traición!” … “Nuestro orgullo ha sido pisoteado”… “¡Alemania reclama justicia!” … Continuaron quejándose y reclamando esto y lo otro (con más o menos razón, no toca ahora dilucidar eso) hasta el momento en que al fin se vieron con fuerzas. Su semblante, a partir de entonces, empezó a tonarse distinto: se guardaron las lágrimas, y sacaron las garras.

¡Y menudas garras! ….

Ésta es la tónica habitual. El nacionalismo bascula entre la ´lógica` del victimismo y la ´lógica` de la agresión. Nunca falla. Cada vez que está en posición de debilidad echa mano de la estrategia victimista. Pero en cuantito empieza a tener algo de fuerza, se lanza sin el más mínimo apuro a la agresión. 

No es otra cosa –salvando las obvias distancias- lo que se ha podido apreciar en el caso catalán (y luego valenciano, y luego balear). De repente parecen haber desaparecido de escena todos los `genuinos´ nacionalistas de estas dos últimas comunidades, entendiendo “genuinos” por “provincianos” o “localistas”. Ahora todos parecen decididos a abrazar la patria grande; y obviamente no me refiero en este caso a España sino a los “paisos catalans”. 

Entendámonos. Yo no digo que no existan vínculos evidentes entre ellos. Es muy cierto que hay infinidad de cosas que los valencianos comparten con los baleares, y ambos con los catalanes*. Nadie lo duda. Pero tampoco puede negarse que hay otras que los distinguen entre sí. ¿Por qué, entonces, esa insistencia en buscar un “pan-catalanismo”? 

(*Así como todos ellos con los españoles y a su vez los españoles con el resto de europeos) 

El problema que subyace aquí, si se fijan, es en cierto modo el opuesto al que nos venden los nacionalistas, pues está en juego la pérdida de parte de la identidad de esos tres territorios en pos de una suerte de homologación –uniformización- catalanista. Pero aún es, si cabe, más preocupante su voluntad expansionista, cosa que nos muestra la lista –hasta ahora pequeña- de territorios aragoneses, franceses, e incluso italianos que reclaman para sí. 

Por ello afirmo sin ningún apuro que hoy por hoy resulta bastante más peligroso el nacionalismo catalán (o vasco) que el español. Por la sencilla razón de que el segundo ha renunciado hace ya mucho a la expansión territorial. De hecho, este conflicto, igual que el de Ceuta y Melilla, nos muestra cómo hoy todo su esfuerzo se concentra en conservar el territorio que aún posee. Como mucho aspira a recuperar El Peñón. Y para de contar.

Pero con el nacionalismo pan-catalanista y pan-vasquista ocurre algo muy distinto: Ni mucho menos se conforman con sus presentes “posesiones”, sino que la lista de sus reclamaciones territoriales nos hace sospechar que, de lograrlas todas, no se parasen ahí. 

Por eso creo que, para tener una visión más amplia del problema, debemos ir más allá de la dicotomía entre nacionalismo periférico y centralista, e incluso del "derecho a decidir". Yo tengo bien claro que una democracia que no reconoce el derecho a la secesión no es más que una cárcel donde se te permite votar al carcelero menos malo. Por ello, no puedo menos que reconocer el derecho de Cataluña o de cualquier otra región a secesionarse (aunque en realidad no les reconozco nada a abstracciones como las nacionalidades, sino únicamente a las personas). Ahora bien, haré depender este apoyo de que la futura República de Cataluña reconozca a los territorios e individuos que la compongan el mismo derecho que ella reclama al estado español. Porque, en caso contrario, lo que estarían haciendo estos señores “independentistas” es ofrecer a mucha gente la esperanza de escapar de la cárcel para encerrarles tras ello en una más pequeña. Y en ese caso, ¿diríamos que sus ciudadanos están ganando o más bien perdiendo? … Eso lo dejo a criterio del lector.
Insisto, por tanto, en que es un error equiparar, al menos en el caso español, el nacionalismo centralista y el periférico. Muchos hemos caído en tal error cuando nos faltaba, quizá, más perspectiva. El nacionalismo español es un gigante viejo y agotado, sin apenas ya fuelle para nada (y así lo muestran los escaños cosechados en cada elección por las “candidaturas patrióticas”). Pero cuidado: el catalán y el vasco son nacionalismos aún jóvenes y lozanos, con muchas ganas de dar guerra –no necesariamente en sentido literal, aunque algo de guerrilla sí se ha practicado desde sus filas-, y la intensidad de su adoctrinamiento, como la operatividad de sus mitos, así lo atestiguan.

Evidentemente, son casos análogos pero muy distantes los de la Alemania de entreguerras y la Cataluña o el País Vasco de hoy. Hasta podrían parecer los segundos torpes caricaturas del primero. No pretendo, pues, vender el horizonte, muy poco probable, de una guerra en el seno del estado español que se extendiera al francés y al italiano. Pero eso no invalida la analogía en sí; que por supuesto es extensible aún a muchos más casos, como el de los Balcanes o el de las ex-repúblicas soviéticas, entre otros.

Con lo anterior he pretendido exponer, grosso modo, el peligro que implica el nacionalismo expansionista. Pero no puedo dejar de hacer ver los males –aunque fuesen menores- que se derivarían del caso contrario; es decir, de que optaran valencianos, baleares y catalanes por identificarse como naciones separadas y, en vez de poner el énfasis en lo que los une, lo pusieran en lo que los separa. Porque en los dos casos se trataría de un intento por forzar artificialmente las "identidades naturales" de todas sus provincias y comarcas hacia un sentido o hacia otro.

No olvidemos que los nacionalismos tuvieron su origen en el Romanticismo. No debe sorprender, por ello, la enorme carga de subjetividad y de capricho que arrastran sus idearios. El nacionalista se caracteriza, entre otras cosas, por no estar jamás conforme con la “realidad nacional” que tiene ante sí. Siempre busca deformarla, bien sea para diferenciarla, bien sea para asemejarla a la del vecino. Busca identidad. Y una identidad es más fuerte en cuanto es más uniforme. El nacionalismo consiste precisamente en eso: en fronteras claramente delimitadas (tanto geográficas como lingüísticas y culturales) sobre las que no quepa ambigüedad alguna. El nacionalista es muy poco amigo de lo espontáneo y lo diverso, ama lo predecible y unívoco; le produce gran inquietud contemplar degradados en los colores, tan sólo goza contemplando colores planos.
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