Juan Manuel De Prada, escritor e intelectual representante de la derecha ultra-católica y enemiga ferviente de la democracia y la libertad. |
~
Juan Manuel De Prada no es, en realidad, un tipo que me caiga mal; pero de
algún modo representa mejor que nadie un arquetipo típicamente hispano: el del misionero
en tierra ya cristianizada, el del redentor de los ya redimidos; o, dicho de
otro modo, el que viene a contarnos otra vez lo que ya nos contaron y, por más
que le resulte incomprensible, ya casi nadie quiere oír porque, sencillamente, la
mayoría de nosotros estamos a otra cosa.
Seguí mucho el programa de debate que dirigía y presentaba en Intereconomia, del que no dejé de extraer aportes interesantes; y de vez en
cuando he leído artículos suyos, siempre muy bien escritos y con notables dosis
de ingenio. Pero no lo he escogido como paradigma del ingenio sino de los sesgos ideológicos.
Los que, como él, llevan la cruz de cristo grabada en la
frente, acostumbran a ver el mundo de un modo algo peculiar. Se podría
resumir en una fórmula muy simple: todo lo que procede del cristianismo es
bueno, todo lo que no procede del cristianismo es malo. Pero, dependiendo del
contexto, donde dice “cristianismo” debemos poner “catolicismo”.
Porque si se trata de cargar contra todo lo anti-cristiano,
no hay problema alguno en hacer frente común con ortodoxos y protestantes;
pero, ¡ay!, si ya se trata de abordar las disensiones y peleas entre las distintas facciones
cristianas, la fórmula anterior adopta inequívocamente
la segunda de las formas, y esas dos facciones con las que no tenía problema en
establecer una alianza tácita se convierten repentinamente en algo casi tan "perverso" como el mismo ateísmo.
El tipo es capaz de cualquier villanía con tal de mantenerse
en sus trece. Todavía cae en trampas de pseudo-intelectual que algunos hemos
felizmente superado a mucha más temprana edad, como es la de asumir una cómoda y
cobarde equidistancia frente a socialismo y liberalismo, y pretender vendernos
que, si bien los crímenes cometidos en nombre de uno y otro son de cariz
distinto, moralmente son poco menos que equiparables. Así, llega a acusar a la
democracia liberal de arrebatarnos lo que más temíamos que nos arrebatara el
comunismo; esto es: la familia, la fe, la tradición; o a proclamar, en un claro
momento de enajenación transitoria, que “el liberalismo es mucho peor porque
trajo la minifalda”. Sólo una mente retorcida y alejada por completo de los
valores humanos –sí: humanos y no “divinos”- es capaz de tal bajeza moral: restarle
importancia a los millones de víctimas del Gulag, y sus equivalentes en China o
Vietnam, con tal de convencernos de su enfermizo diagnóstico del mundo moderno,
donde “la minifalda”, el laicismo y la “luciferina libertad” son cosa de mayor
gravedad que toda la barbarie desplegada en nombre de un ideal tan cercano,
mira por dónde, al del cristianismo primitivo.
En otra de sus enajenaciones mentales, dejo a criterio del
lector si transitorias o no, llegó a afirmar con gran convicción que
quienes se manifiestan contra la Iglesia están motivados en el fondo por un “odio
hacia la virginidad de María”. Pero lo que se trasluce en todas esas declaraciones con bastante más claridad que los supuestos sentimientos de los ateos hacia la "madre de dios" es su profundo odio, compartido por correligionarios como García Serrano, al mundo que han alumbrado el Laicismo, la Ilustración, el Protestantismo y la Masonería. (Parafraseando al gran periodista Juan José Chinchetru, "¡menos mal que su religión les prohibe odiar!")
Por otra parte, sus constantes alusiones al aborto son muestra de una bien
conocida obsesión de la derecha religiosa. Una obsesión llamativa por cuanto
pone más énfasis en defender la vida del no nacido que la del nacido, y por
cuanto su ignorancia de la biología le lleva a creer a-científicamente que un
óvulo recién fertilizado es tan “humano” como un feto de siete u ocho meses.
Pero hay que comprenderlos: si no contaran con el pretexto del aborto, su
discurso perdería la mitad de su fuelle.
Por ésto es que se muestra simpatizante del gobierno “identitario”
(en el sentido religioso y nacional) de Vladimir Putin. Y por lo mismo, acude a
Dostoievski como símbolo del mantenimiento de la fe cristiana a toda costa, o a
Tocqueville en sus advertencias sobre el futuro de la democracia. Pero se le
olvida, curiosamente, que Dostoievski opinaba que la Iglesia de Roma era
responsable de la muerte de la conciencia cristiana; o que Tocqueville, si bien
vislumbraba graves peligros en la democracia y el liberalismo, también dejó siempre
claro que no era posible volver atrás y que estos nuevos modelos políticos nos
traerían sin duda grandes ventajas.
En síntesis: Prada lo acomoda todo a su discurso, por más
malabarismos pseudointelectuales que tenga que hacer; y de ese modo, su cosmovisión
permanece como a él le gusta: esclerotizada. Extrae de cada opinión aquello que
le conviene y descarta lo que no le sirve. Todo es instrumental al fin de mantener
su rancia y temerosa concepción de la existencia.
~
Eduardo García Serrano. Escritor y periodista. También representante de ese catolicismo ferviente enemigo de la democracia, pero sobre todo, de la libertad. * |
No hay comentarios:
Publicar un comentario