Filosofía, Metapolítica, Aforismo, Poesía.

lunes, 11 de abril de 2016

“CONSTITUCIONALISTAS...”

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«Cuando un hombre dice que está construyendo una casa para sí y su posteridad, él no pretende que se entienda que quiere obligar a su descendencia a hacer uso de ella, ni que tiene algún derecho a obligarlos a vivir en ella. Él sólo pretende que se entienda que su esperanza y motivación para construir la casa es que ellos, o por lo menos algunos de ellos, pudieran encontrar satisfacción viviendo en ella.
(…..)
Así fue con los que originalmente adoptaron la Constitución.
(….)
Si hubieran tenido la intención de vincular a su posteridad al contrato, debieron haber dicho que su objetivo era, no “asegurarlos en las bendiciones de la libertad”, sino convertirlos en esclavos; porque si su “posteridad” está vinculada al contrato, no es más que esclava de sus tontos, tiránicos y difuntos abuelos.»

(Lysander Spooner, ´Sin traición`.)

Lysander Spooner (1808-1887)
Jurista, filósofo político
y abolicionista estadounidense.
Esta misma mentira, esta misma artimaña que destripó Spooner en el contexto de la Guerra de Secesión Americana es a la que nos enfrentamos hoy en España, encarnada por los llamados constitucionalistas. La Constitución del 78 está cerrada y (como mucho) cabe alguna que otra “reformilla menor”. Entonces se decidió lo que parecía mejor para todos. Y lo que parecía mejor entonces debe seguir pareciendo, y siéndolo, para siempre ¿¿?? Esto es una impostura y un chantaje intolerable. Yo no voté ninguna constitución. Yo no estoy obligado a acatarla. Pero aunque la hubiera votado, tampoco puede obligarme nadie a mantener mi acuerdo con ella hasta el día en que me muera. Lo que sirvió entonces bien puede no servir ahora. Y está por ver hasta qué punto “sirvió”, porque de esos polvos vienen los presentes lodos, y son unos lodos especialmente densos.

En el fondo este constitucionalismo opera mediante “razonamientos” análogos a los del nacionalismo español: Como la nación española lleva mucho tiempo funcionando como tal, y no le ha ido “mal del todo” (cosa siempre susceptible de cuestionar), es de esperar que lo haga por siempre.

Pues no, señores: Las soberanías colectivas equivalen a tiranía, a convertir nuestras voluntades en esclavas de las voluntades de los muertos (aunque también de nuestros coetáneos, cuando una de esas soberanías se declara frente a nuestros ojos y sin nuestro consentimiento).

Saben todos los que me leen que me opongo por igual a todo nacionalismo. Pero si una mayoría de los catalanes decide embarcarse en una aventura secesionista-nacionalista (en vez de en una secesionista a secas, como preferiría yo), por más que el componente nacionalista pueda hacer esa futura sociedad irrespirable, y que suponga una marcha atrás hacia periodos felizmente superados (cambiando el adoctrinamiento españolista por uno catalanista), aun con todo eso, los catalanes tienen derecho a equivocarse y, si hace falta, a estrellarse. ¿O no estamos de acuerdo en que nadie aprende si no prueba en sus carnes el fracaso, y que nadie escarmienta si no comete sus propios errores y se ve obligado a enmendarlos también por sí mismo? Aunque los españolistas y los constitucionalistas estuvieran en lo cierto y, ya no por el componente nacionalista, sino por el mero hecho de secesionarse, los catalanes estuvieran incurriendo en un fatal error, ¡pues ya se darán cuenta ellos, tarde o temprano, y buscarán el remedio, por la cuenta que les trae! ¿De verdad cree el gobierno de España que puede convencer a los nacionalistas catalanes con argumentos de esta clase? Es de una ingenuidad supina…

Aquí lo que está en juego, al menos para la opinión pública catalana, es el libre consentimiento en formar parte de un proyecto político. Y al no aceptar gran parte de su ciudadanía (por los motivos que sea) seguir formando parte del estado español, están en su pleno derecho. Que yo considere el nacionalismo un grave error no me faculta para cuestionar ese derecho. Seguiré, desde luego, advirtiendo de los males derivados de ideales como el nacionalista, y seguiré criticando el pan-catalanismo, que en vez de favorecer un progresivo secesionismo, lo que plantea es prácticamente la anexión de otros dos territorios, una vez secesionados del estado español. Pero a eso me limitaré, pues el derecho a la libre secesión no debe confundirse ni mezclarse con el contenido que LIBREMENTE le den los distintos pueblos a sus estados recién fundados.
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Los padres de la Constitución española de 1978, sobre los que 
se ha erigido un mito político ya rentabilizado y agotado.

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(Nota aclaratoria: Lo único que me he propuesto tratar aquí es el derecho abstracto a la secesión; por tanto no me he referido a la forma concreta en que ese derecho se está pretendiendo ejercer actualmente por parte de los separatistas catalanes, pues ese asunto merecería un escrito aparte. No obstante, para evitar malos entendidos, aclararé que, si bien los catalanes tienen todo el derecho a decidir cuál es el proyecto político del que desean participar, es bastante más cuestionable su derecho a dilapidar los fondos públicos para sostener y vender al mundo tal proyecto –ni que decir ya para extenderlo a otras comunidades a modo de inversión para preparar la anexión-; como también es cuestionable animar a todo el estado a incumplir caprichosamente las leyes y “hacer las cosas por las bravas”. Es obvio, asimismo, que cuando hablo de mayoría en un caso como éste no puede bastar con una simple sino que conviene exigir una, al menos, de dos tercios.)


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