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«Cuando un hombre dice que está
construyendo una casa para sí y su posteridad, él no pretende que se entienda
que quiere obligar a su descendencia a hacer uso de ella, ni que tiene algún
derecho a obligarlos a vivir en ella. Él sólo pretende que se entienda que su
esperanza y motivación para construir la casa es que ellos, o por lo menos
algunos de ellos, pudieran encontrar satisfacción viviendo en ella.
(…..)
Así fue con los que
originalmente adoptaron la Constitución.
(….)
Si hubieran tenido la intención
de vincular a su posteridad al contrato, debieron haber dicho que su objetivo
era, no “asegurarlos en las bendiciones de la libertad”, sino convertirlos en
esclavos; porque si su “posteridad” está vinculada al contrato, no es más que
esclava de sus tontos, tiránicos y difuntos abuelos. »
(Lysander Spooner, ´Sin
traición`.)
Lysander Spooner (1808-1887) Jurista, filósofo político y abolicionista estadounidense. |
Esta misma mentira, esta
misma artimaña que destripó Spooner en el contexto de la Guerra de Secesión
Americana es a la que nos enfrentamos hoy en España, encarnada por los llamados
constitucionalistas. La Constitución del 78 está cerrada y (como mucho) cabe
alguna que otra “reformilla menor”. Entonces se decidió lo que parecía mejor
para todos. Y lo que parecía mejor entonces debe seguir pareciendo, y siéndolo,
para siempre ¿¿?? Esto es una impostura y un chantaje intolerable. Yo no voté
ninguna constitución. Yo no estoy obligado a acatarla. Pero aunque la hubiera
votado, tampoco puede obligarme nadie a mantener mi acuerdo con ella hasta el
día en que me muera. Lo que sirvió entonces bien puede no servir ahora. Y está
por ver hasta qué punto “sirvió”, porque de esos polvos vienen los presentes
lodos, y son unos lodos especialmente densos.
En el fondo este
constitucionalismo opera mediante “razonamientos” análogos a los del nacionalismo
español: Como la nación española lleva mucho tiempo funcionando como tal, y no
le ha ido “mal del todo” (cosa siempre susceptible de cuestionar), es de
esperar que lo haga por siempre.
Pues no, señores: Las soberanías
colectivas equivalen a tiranía, a convertir nuestras voluntades en esclavas de las
voluntades de los muertos (aunque también de nuestros coetáneos, cuando una de
esas soberanías se declara frente a nuestros ojos y sin nuestro consentimiento).
Saben todos los que me leen que
me opongo por igual a todo nacionalismo. Pero si una mayoría de los catalanes
decide embarcarse en una aventura secesionista-nacionalista (en vez de en una
secesionista a secas, como preferiría yo), por más que el componente
nacionalista pueda hacer esa futura sociedad irrespirable, y que suponga una
marcha atrás hacia periodos felizmente superados (cambiando el adoctrinamiento
españolista por uno catalanista), aun con todo eso, los catalanes tienen
derecho a equivocarse y, si hace falta, a estrellarse. ¿O no estamos de acuerdo
en que nadie aprende si no prueba en sus carnes el fracaso, y que nadie
escarmienta si no comete sus propios errores y se ve obligado a enmendarlos
también por sí mismo? Aunque los españolistas y los constitucionalistas
estuvieran en lo cierto y, ya no por el componente nacionalista, sino por el
mero hecho de secesionarse, los catalanes estuvieran incurriendo en un fatal
error, ¡pues ya se darán cuenta ellos, tarde o temprano, y buscarán el remedio,
por la cuenta que les trae! ¿De verdad cree el gobierno de España que puede convencer
a los nacionalistas catalanes con argumentos de esta clase? Es de una
ingenuidad supina…
Aquí lo que está en juego, al
menos para la opinión pública catalana, es el libre consentimiento en formar
parte de un proyecto político. Y al no aceptar gran parte de su ciudadanía (por
los motivos que sea) seguir formando parte del estado español, están en su
pleno derecho. Que yo considere el nacionalismo un grave error no me faculta
para cuestionar ese derecho. Seguiré, desde luego, advirtiendo de los males
derivados de ideales como el nacionalista, y seguiré criticando el
pan-catalanismo, que en vez de favorecer un progresivo secesionismo, lo que
plantea es prácticamente la anexión de otros dos territorios, una vez
secesionados del estado español. Pero a eso me limitaré, pues el derecho a la
libre secesión no debe confundirse ni mezclarse con el contenido que LIBREMENTE
le den los distintos pueblos a sus estados recién fundados.
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Los padres de la Constitución española de 1978, sobre los que se ha erigido un mito político ya rentabilizado y agotado. * |
(Nota aclaratoria: Lo único que me he propuesto tratar aquí es el derecho abstracto a la secesión; por tanto no me he referido a la forma concreta en que ese derecho se está pretendiendo ejercer actualmente por parte de los separatistas catalanes, pues ese asunto merecería un escrito aparte. No obstante, para evitar malos entendidos, aclararé que, si bien los catalanes tienen todo el derecho a decidir cuál es el proyecto político del que desean participar, es bastante más cuestionable su derecho a dilapidar los fondos públicos para sostener y vender al mundo tal proyecto –ni que decir ya para extenderlo a otras comunidades a modo de inversión para preparar la anexión-; como también es cuestionable animar a todo el estado a incumplir caprichosamente las leyes y “hacer las cosas por las bravas”. Es obvio, asimismo, que cuando hablo de mayoría en un caso como éste no puede bastar con una simple sino que conviene exigir una, al menos, de dos tercios.)
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