Filosofía, Metapolítica, Aforismo, Poesía.

miércoles, 19 de octubre de 2016

Enemigos del placer .. Enemigos de la espontaneidad .. Enemigos de la realidad.

~~
La nueva izquierda ya nos tiene acostumbrados a sus ocurrencias, a sus magufadas y a sus circos. Cada día nos salen con una nueva idea de bombero, y hace tiempo que nos preguntamos si carecen por completo de sentido del ridículo o si es que están tan encantados de conocerse a sí mismos, y tan arropados por un público incapaz de cuestionar ni una coma de su discurso, que se crecen.. y se crecen.. hasta que finalmente logran coronar todas las cumbres de la vergüenza ajena. 

Creo que el evento que pasamos a comentar a continuación va a ser, en este sentido, una marca difícil de superar. Reproduzco a tal efecto las reflexiones que Beatriz Gimeno, número tres por Podemos en la Comunidad de Madrid, realiza en torno al mismo. 
Espero poder estar en la presentación el día 19 porque estoy trabajando este mismo tema desde el punto de vista no gay, sino feminista y heterosexual. Me interesa mucho el culo masculino como lugar de la vergüenza y como espacio altamente simbólico donde se concentra la pasividad entendida como feminización (degradante) y como lugar de placer inasumible para los hombres heterosexuales. La penetración anal o vaginal tiene importantes significados simbólicos en torno a los cuales se concentra una parte importantísima del discurso sexual patriarcal especialmente en lo que hace referencia a la feminidad/pasividad (impotencia) y masculinidad/actividad (agencia, potencia) Y, sin embargo, el ano es una de las principales zonas erógenas para hombres y mujeres, pero especialmente para los hombres. Estoy convencida, cada vez más, que para que se produzca un verdadero cambio cultural tienen que cambiar también las prácticas sexuales hegemónicas y heteronormativas y que sin ese cambio, que afecta a lo simbólico y a la construcción de las subjetividades, no se producirá un verdadero cambio social que iguale a hombres y mujeres.

Sabía que la Gimeno tenía que andar detrás de esto. Huelga decir que mientras estos “talleres” sean voluntarios, cada cual puede perder (o no) el tiempo como más le plazca y creer en las soplapolleces que le dé la gana. Ahora, no estaría igual de tranquilo si esta sujeta tuviera acceso al BOE. De hecho, en la Comunidad de Madrid ya ha participado de un proceso legislativo que arroja no pocas sombras.

Como ya habré dicho otras veces, estamos ante una nueva especie de puritanismo. Este ya no te dice que todo placer sexual es malo: tan sólo el principal de ellos, o el preferido por la mayoría. La penetración vaginal es expresión del patriarcado, y por tanto hay que combatirla y sustituirla por “otras formas de placer”. Pero lo más llamativo es que no sólo se pretende desalentar las prácticas sexuales más habituales para sustituírlas por otras cualesquiera, sino que también se nos pretende orientar “moralmente” en esa sustitución, promoviendo prácticas concretas como la penetración de la mujer al hombre mediante, claro está, un dildo. 

Nos vemos obligados a analizar esto por partes (nunca mejor dicho). Lo primero que yo percibo es una clara intención revanchista: “hay que hacerle sentir al varón lo que es ser penetrado” … “que aprenda a ser el elemento pasivo y la mujer el activo”. Lo cual, más allá de la bajeza o inmadurez del sentimiento que motiva la idea, me lleva a preguntarme hasta qué punto no implica sacrificar el placer en aras de una impostura ideológica; porque, seamos sinceros, ¿cuántos hombres disfrutan siendo penetrados analmente?; y más importante aún: ¿cuántas mujeres obtienen genuíno placer de una práctica en que, por más que sean ellas protagonistas y parte activa, no están igual de presentes ni activas sus zonas erógenas? 

Repito: para quien guste de esas prácticas y le resulten placenteras, perfecto. Pero la mayoría de la gente disfruta con las “prácticas patriarcales”, y esto es lo que desaprueba y pretende reorientar la señora Gimeno. 

Luego hay una contradicción implícita, y muy llamativa, entre la idea de “deconstruir la masculinidad” mediante el descubrimiento del placer anal y aquella otra de que la orientación sexual de un sujeto no tiene nada que ver con la forma en que obtenga placer, cosa que suscribo, puesto que creer que uno se “vuelve homosexual” o “menos masculino” por disfrutar de ciertas zonas erógenas es propio de un total catetismo en materia sexual.

¿Cómo conciliar, entonces, ambas ideas? Pues de ninguna forma. El discurso de Beatriz Gimeno y los suyos es pura contradicción, pura inconsistencia. Hablando en plata, tienen un cacao en la cabeza de no te menées (por ser generosos y no hablar de otras sustancias de la misma coloración).
¿No estaremos confundiendo el símbolo con lo representado? ¿También deberemos
"problematizar" el acto de masticar por ser un "símbolo de agresividad",
o el de orinar, por ser un símbolo de "marcaje territorial del macho"?
¿De verdad creen que el camino más corto, o más sencillo, o más efectivo para lograr la igualdad entre hombres y mujeres en los distintos ámbitos es modificar sus hábitos sexuales y convertir el que venía siendo un espacio para la desinhibición y la entrega a tu pareja en una clase práctica de moral o política sexual, en un experimento o una representación teatral de dudoso potencial recreativo? 

Este nuevo puritanismo, este nuevo moralismo, este fascismo rosa quiere meternos la política, literalmente, hasta en los lugares más recónditos.
~~




viernes, 7 de octubre de 2016

Pornografía, feminismo y sexualidad. (II)

~~
Lo que se dice en este debate me ha motivado nuevas reflexiones en torno a las muchas cuestiones que se tratan en él, directa o tangencialmente, y ello me ha animado a escribir una segunda parte del texto que publiqué hace unos días.


Quizá sorprenda a algunos que sea Amarna Miller la que mantiene, de entre todos, un discurso más coherente y la que parece tener las ideas más claras. El resto de opinadoras (porque son todas mujeres excepto el moderador) no saben hilar dos frases sin meter por medio las palabras “heteronormatividad”, “patriarcado” y “capitalismo”. Sus argumentaciones no son tales: consisten más que nada en proclamas que aprendieron y que regurgitan como autómatas.

Atiborradas de dogmas, intentan pasar por “modernas” y “desinhibidas” sin poder ocultar el pestazo a moralina que rezuman sus querellas contra el que es para ellas, fuera y dentro de la pornografía, un mundo ciertamente perverso. Siguen viendo en el porno “mainstream” (es decir: mayoritario) una voluntad de modificar o fomentar ciertos deseos en los consumidores. Como tienen esa concepción tan delirante de la economía según la cual las empresas no ofrecen lo que el cliente busca sino que se afanan por orientar sus gustos en un “sentido heteronormativo y patriarcal”, parecen sugerir que si la mayoría de la gente es heterosexual es porque ven porno heterosexual, y no al revés. El mito de la Tabla Rasa hace de nuevo su aparición.. Todo proviene de la culturaLa heterosexualidad se construye..

¿Qué ocurre entonces con el porno homosexual? ¿Son conocedoras de lo importante que es ese sector de la industria o simplemente hablan de la pornografía, como de todo, de lejos y de oídas? ¿El porno homosexual pretende también “homosexualizar” a la gente? … De hecho, si comparáramos el porcentaje que hay de homosexuales entre los hombres con el porcentaje de pornografía homosexual que se hace dentro de esa industria, la heterosexualidad quedaría infra-representada en proporción. Por lo que, según su lógica, podríamos afirmar con igual o mayor convicción que ese “capitalismo neoliberal” persigue la “homo-normativización”.

Además, en qué quedamos: ¿Las empresas buscan el beneficio a cualquier precio o están dispuestas a ganar menos con tal de realizar una supuesta ingeniería social “que fortalezca al sistema”? ¡Por Júpiter! Si “el capitalismo” ha comercializado camisetas del Che y toda la iconografía comunista que se pueda imaginar, ¡qué problema va a tener, aun dando por bueno ese vínculo con el “patriarcado”, en vender todas las clases de pornografía que el público demande! Esta gente tiene la cabeza tan llena de ideología que no queda apenas espacio en ella para que el sentido común y la lógica asomen de tanto en tanto.

Pero no vayamos a dejar fuera de la crónica a Monedero. Otro que pretende jugar a dos bandas: a pro-porno y a anti-porno, a desinhibido, liberado y sin complejos por un lado, mas sin poder frenar por otro su moralismo, sus prejuicios y sus tabúes. El tipo es un trilero en toda regla, y tan siquiera se avergüenza de ello. Analicemos sus dos intervenciones estelares: En la primera se luce poniendo en cuestión que uno pueda hacer lo que quiera con su propio cuerpo “argumentando” que por esa regla de tres una podría “vender a su hijo recién nacido”.. ¡¿Acaso un niño que se acaba de dar a luz es “parte del cuerpo” de la madre y “le pertenece” igual que su brazo o su pierna?! … Ante la negativa de la Miller a aceptar ese “argumento”, Monedero se reafirma defendiendo la “racionalidad” del mismo e intenta arreglarlo reconduciéndolo a la venta de órganos. Pues no señor, tampoco. Un riñón efectivamente pertenece a su dueño pero sigue sin ser comparable a “vender tu cuerpo” en representaciones pornográficas puesto que, por muchas de ellas que uno haga, sigue conservando todos sus miembros y sus órganos en su sitio. Pero vamos a la segunda, que tampoco se queda atrás; pues, ni corto ni perezoso, este señor se lanza a comparar la realidad “capitalista” actual con el paraíso comunista soñado –no con el real, o qué os pensabais-, alegando que, mientras en las sociedades capitalistas muchos quizá se “vean obligados” a dedicarse a la pornografía o a la prostitución, en otro tipo de sociedad con renta básica y todas esas cosas las mismas profesiones "tendrían otra lógica”. Sí, que les pregunten por esa “lógica” a las cubanas, que son a buen seguro, de las mujeres de todos los países, las que menos presionadas se ven para prostituirse. De verdad hace falta ser miserable, o quizá estúpido, o sencillamente torpe, para decir algo así y quedarse tan ancho.

Y qué decir de Beatriz Gimeno. ¡Ay! La Gimeno.. Cuántos momentos de humor surrealista no nos dará esta mujer. Su percepción de la realidad camina entre lo cómico y lo grotesco. La buena señora ni admite ni aprueba que a la mayoría de las mujeres les gusten los hombres y les gusten sus penes, y que además les encante ser penetradas por ellos. Su feminismo dialéctico, como yo lo he bautizado, no es sino una versión moderna del puritanismo más enfermo. Ella viene a proclamar –entre líneas- que la Naturaleza lo hizo mal, que es esencialmente injusto que nos hiciera a unos cóncavos y a otros convexos. ¡Pero qué arbitrariedad es esa! ¿Por qué unos van a tener entrantes y otros salientes! ¡Todos planos! Y si ello nos pone francamente difícil obtener placer de nuestros cuerpos, ¡pues que así sea!: lo importante es que entonces seremos al fin iguales. Es un camino más enrevesado que aparenta ser contrario pero que acaba llegando al mismo sitio, como digo, que el puritanismo religioso: “el placer que sentimos está mal”, “¡es pecado!”; “es obra del demonio!” (léase: el capitalismo, el patriarcado, las “fuerzas oscuras” del mercado.) Así lo muestra su negativa a aceptar los argumentos en pro de los derechos individuales que blande contra ella la Miller. “Lo que a tí te guste no es un argumento”. Pero por lo visto, lo que a la Gimeno no le guste “El porno mainstream no puede gustarle a ninguna feminista”. Es decir, que ella no sólo tiene autoridad para distinguir qué valoraciones constituyen argumentos, sino que, al parecer, también sabe -o dicta- lo que puede gustarle o no a las feministas de todo el Globo, las del pasado, las del presente y las del futuro. Y ya la joya de la corona es su afirmación de que “si todo consistiese en una suma de derechos individuales, no se podría hacer política”. Porque así es: si se respetasen por entero nuestros derechos individuales, ella y los suyos no podrían meter sus narices en nuestras vidas y en lo que nos da placer o nos lo quita. ¿De verdad a nadie le espanta que algunos pretendan mezclar la política con el ámbito de la más estrecha privacidad? ¿No es esa la definición más perfecta de “totalitarismo”?
"Debemos problematizar nuestras prácticas y nuestros deseos".
"Debemos averiguar qué fuerzas oscuras
se esconden tras ellos".
....
 ¡Arrepentíos!
Pero la palabra estrella del debate, en boca de casi todos, es “problematizar”. El término-mantra en cuestión no podría ser más elocuente: convertir en problema lo que no lo es, o que hasta ahora nunca lo había sido. Por supuesto no se atreven a decir a las claras que algunas prácticas las consideran inmorales, y por eso comienzan a hacer funambulismo ético, reconociendo por un lado el derecho de cada mujer a fantasear o practicar lo que le plazca y elucubrando por otro sobre los roles que supuestamente pretende fomentar en nosotros “el heteropatriarcado capitalista”, usando tales elucubraciones carentes por completo de base empírica como pretexto para admitir la necesidad de una suerte de “ingeniería social inversa”. Es la misma lógica del Marxismo-leninismo de siempre: convencernos de que el actual estado de cosas es producto de una imposición para así justificar otra imposición: la de ellos. Elaborar teorías que ni quieren ni pueden probarse -esto es: pseudocientíficas- con el único objeto de volver legítima, y hasta necesaria, una violencia y un autoritarismo análogos a los que ellos han construido en su imaginación y en su propaganda.

Pero deben ustedes mojarse, señoras. O defienden la libertad individual o no. No hay terceras vías. Relativizar principios éticos que no podrían ser más claros inspira muy poca confianza. ¿Quieren ustedes dictar cómo deben obtener placer las mujeres o no? Díganlo claramente, y déjense de medias tintas y de vaguedades.

Por su parte, el papel de Amarna Miller en el debate, como dijimos, representa algo así como “la voz de la sensatez”. Los principios que defiende son bien claros, a diferencia de la caterva marxofeminista. Sus reclamaciones son también claras y perfectamente entendibles por cualquiera: la situación de a-legalidad del cine porno en España deja desprotegidos a sus trabajadores ante posibles abusos o malas prácticas –no en el terreno sexual necesariamente, sino también en el laboral-. Ella, que ha trabajado también en la industria de Estados Unidos, ha podido comprobar la ventaja de desarrollar esa profesión –para ella un hobbie- con todas las garantías que ofrece una ley sensata y funcional,  con controles de ETS´s más rigurosos, y donde los contratos están bien especificados y el poder de negociación de todas las partes más equilibrado.

La porn-star madrileña lanza además una pregunta retórica que es un desafío a los prejuicios mal ocultados de las de “el sexo también es política”: ¿Quién puede, de verdad, saber lo que degrada o humilla a una mujer? Exactamente la misma pregunta que lancé yo en la primera parte de estas reflexiones. Apenas se percatan de lo terriblemente arrogante que es pretender adivinar lo que los demás sienten (y sin entrar en el terreno, en el que ellas sí entran de forma mal disimulada, de lo que deberían sentir). Por supuesto que cuando contemplamos en la pantalla una práctica sexual que a nosotros nos desagrada, y que valoramos desde nuestra perspectiva negativamente, proyectamos nuestra vivencia sobre la persona que está representándola y por cualquiera que pudiera representarla en el futuro, y por tanto asumimos instintivamente que ella experimenta, o debiera experimentar lo mismo que nosotros. Pero eso es una trampa psicológica de sobras conocida, y parece mentira que personas hechas y derechas sigan confundiendo su ego con la realidad objetiva. Es como si todavía estuvieran en esa fase de la primera infancia en que el bebé no sabe distinguir lo que forma parte de su cuerpo de lo que es exterior a él.
Cierto escritor español dijo de ´Garganta profunda” que le resultaba un film “inverosimil”.
Quizá por aquel entonces muchos no caían en que en ello consiste justamente su poder de atracción,
en que no pretende mostrarnos la realidad, sino una ensoñación tan irresistible como turbadora.

No obstante, sí hay algo de lo que dice Amarna Miller que es más debatible, y sobre lo que me gustaría hacer una reflexión en cierta profundidad. El deseo expresado por ella de que la pornografía comience a verse como un trabajo más, y que se vaya diluyendo el estigma que acompaña a quienes se dedican a ello es sin duda un deseo legítimo, pero también ingenuo, y nos plantea algunas paradojas bien interesantes. Por un lado ese halo de “prohibido”, “sucio” y “oscuro” es ingrediente fundamental de la atracción que produce en la mayor parte, por no decir todos, de sus consumidores. Ella misma alude, si mal no recuerdo, al componente transgresor del porno. Y en efecto es éste un componente sin el cual esos productos audiovisuales perderían gran parte de su atractivo. Si la pornografía no buscara desafiar los límites y jugar con nuestra idea -siempre cambiante- de “lo perverso”, sencillamente dejaría de ser pornografía y pasaría a convertirse en una aburrida clase de educación sexual.

La realización o representación de fantasías sexuales requiere mantener un difícil equilibrio entre la costumbre y el tabú, entre lo agradable y lo desagradable, entre lo bello y lo grotesco, lo dulce y lo brutal, y esencialmente entre lo falso y lo real.

Como precisamente se trata de una receta que exige ese difícil equilibrio y esa precisión en cuanto a los ingredientes que se usan para elaborarla, en la que no puede haber ni demasiado picante, porque abrasa, ni demasiada realidad, porque repele, ni demasiado fingimiento, porque distancia, no toda la pornografía nos provoca o nos interesa o nos excita a todos por igual. Por ello los autores de ´La ceremonia del porno` nos hacen ver lo mal que entendemos habitualmente en qué consiste esa ceremonia. Creemos que el producto pornográfico es “fácil”, que es fabricado en serie y que no se distingue uno de otro, que con mostrar lo que hay que mostrar basta para lograr el objetivo: la excitación.

Pero nada más lejos de la realidad. Quizá eso bastara cuando hizo su aparición (aunque, como también se nos explica en el libro, ha existido desde siempre en distintas formas). Quiero decir que quizá cualquier cosa sirviera para llamar la atención del que nunca había visto imágenes pornográficas, o meramente eróticas, proyectadas con un cinematógrafo. Pero sin duda si esta persona se hacía aficionada a esas imágenes empezaría a buscar aquellas que más sintonizasen con sus deseos, probablemente los más inconfesables.

Y es que con ello hemos aterrizado en la, digámoslo así, Piedra Rosetta del fenómeno pornográfico, y puede que también del erótico: los deseos inconfesables, nuestro lado oscuro.

Porque todos tenemos deseos inconfesables. Y las fantasías que probablemente más les espantan a las que ven conspiraciones patriarcales y capitalistas detrás de todo son una vía de escape mediante las que aquél, nuestro lado oscuro, puede salir a la luz aunque sea tímidamente y en un entorno controlado; y de ese modo quizá evitar que acabe explotando en un momento mucho menos apropiado, sin ningún control que lo frene, y en el peor de los casos, causando daño a terceros.
Las prostitutas sagradas eran muchachas jóvenes que mantenían relaciones sexuales 
como parte de rituales religiosos en lugares sagrados y como ofrenda a los dioses. 
Existen varias teorías sobre la aparición de las prostitutas sagradas y de las funciones 
que desempeñaban. Unos dicen que la sexualidad y la espiritualidad estaban tan unidas 
que el sexo se convertía en una ofrenda para los dioses. (Fuente aquí)
Ya lancé en la primera parte de este ensayo una hipótesis sobre la posible, o no, función social de la pornografía. Alguien tan poco sospechoso de relativista o postmoderno como Guillaume Faye compartía esta intuición, y lógicamente la hacía extensible al papel de las prostitutas. En su inclasificable obra ´Arqueofuturismo`, Faye recordaba al hilo cuáles eran algunas de las atribuciones de muchas sacerdotisas en los antiguas religiones paganas, y cómo en aquellas sociedades cumplían también al parecer una función irremplazable. La ventaja es que ahora tenemos acceso a todos los templos del mundo y a todas las sacerdotisas sin movernos de nuestro silla y con un click de ratón.

Así pues, concluyo lanzando una nueva provocación que puede inspirar, al menos desde mi punto de vista, fecundas reflexiones. ¿Serían las actrices porno las nuevas prostitutas sagradas? Creo que hay motivos para creerlo así: el servicio que prestan no es como el mero trabajo sexual que se desempeña en el ámbito privado. En este caso se trata, como ya dijimos, de un rito, o un aquelarre; una ceremonia de concentrada intensidad en que se funde lo íntimo y lo público, en que se transgreden calculadamente las normas y los tabúes, los límites y los pudores… hasta dar con el justo equilibrio entre perturbación y curiosidad, esa receta precisa que a usted en particular le despierta el arrebatamiento que andaba buscando desde siempre, quizá sin saberlo y sin haber oído nunca de él, pero que desde ahora no cambiaría por nada y que, al lado del cual, lo que antes conocía como excitación le resulta un mero simulacro.

Pero no las juzguen ni se juzguen: a las sacerdotisas, a las fantasías que representan, o a ustedes mismos por disfrutarlas. Tan sólo sean conscientes de ellas. No hay cosa, por terrible que parezca, que sea preferible ignorar a conocer. La ignorancia sobre las cosas del mundo puede hacernos infelices, pero nunca tanto como la ignorancia sobre nosotros mismos.

Sí, pudo escribirlo Sócrates. No pretendía reclamar la autoría por esa reflexión.

Pero ésta sí la firmo: Deseen lo que deseen, ocúltenselo a quien quieran menos a ustedes mismos. Conózcanse y acéptense con sus zonas oscuras incluídas. Se sentirán más enteros y más dueños de sí mismos. El conocimiento es poder, y el auto-conocimiento es por tanto una forma de asumir mayor control sobre nuestras decisiones: de hacernos más libres. Y en eso creo que la srta. Amarna Miller puede servir de ejemplo, por mucho que ahora la odien, la juzguen, o elucubren sobre por qué hace lo que hace y piensa lo que piensa. Y con ello me refiero a la gente en general pero también a mí mismo porque, como la mayoría, tengo sentimientos encontrados. Ninguno estamos a salvo de prejuzgar, despreciar o apartar a otras personas cuando sus valores, sus percepciones o sus sentimientos no coinciden con los nuestros.

Yo mismo me he visto dividido entre la admiración, la incomprensión y la repulsión al indagar en la figura de Amarna Miller, ojeando su blog y algunas de las entrevistas que ha concedido. Es difícil aun hoy, por más “liberados” que nos creamos, asumir que alguien pueda entender y ejercer con tanta naturalidad el sexo como profesión, negocio y/o espectáculo. Nos gusta consumirlo, pero entraríamos en cólera si nuestra hija se dedicara a ello. ¿Hipocresía? Más bien imperfección congénita humana. De nuevo: no nos culpemos, no nos fustiguemos por no ser lo suficientemente “abiertos” o “modernos”. No todos estamos hechos de la misma pasta. Porque si algo me ha quedado claro es que Amarna Miller está hecha de una pasta muy especial. Ni mejor ni peor. Simplemente distinta al resto de nosotros. Quizá sea una muestra del próximo escalón en la evolución humana: una inteligencia emocional capaz de conciliar algunas de las hasta ahora insalvables contradicciones del homo sapiens. O al contrario: su moralidad innata acusa unas carencias que no serían beneficiosas para la especie. Pero también puede que sólo constituya un rara avis. Ya dije que no tiene por qué ser ni mejor ni peor.
Ishtar, entre los semitas orientales, era equivalente a la Diosa del Cielo sumeria. 
Por su relación con la fecundidad y la maternidad fue considerada diosa del amor, 
tanto en el aspecto familiar como en el sensual y voluptuoso. De ahí el que fuera 
la patrona de la prostitución sagrada, ejercida por hombres y mujeres 
en los templos, de cuyo personal formaban parte. (Fuente aquí)

*
Pero una cosa sí es innegable. Escuchar y leer sus confesiones me excita todavía más que verla en acción. Quizá precisamente porque, mientras la escucho o la leo, sigue presente la acción en mi memoria.

Su transgresión me provoca, me repele, me intriga, me turba, me fascina, me ofende, y me excita sobremanera a un tiempo.

Ecce Homo… .
~~


lunes, 3 de octubre de 2016

Pornografía, feminismo y sexualidad (I)

~
Decía Ernesto Castro que el acoso de algunos feministas a Amarna Miller evidenciaba que se habían perdido el debate que se produjo al respecto en los setenta, y que entonces ya quedó claro que no podía confundirse la visualización o realización de fantasías “machistas”, o cuales fueran, con la implementación de esas mismas actitudes fuera del marco controlado de la representación. Feminismo precisamente significa –o debería significar- que las mujeres escojan libremente lo que les da placer, así como sus profesiones o aficiones, opinemos lo que opinemos de ellas. 
Amarna Miller. Actriz porno española reciéntemente
acosada 
por feministas puritanas en las redes sociales.

No fueron esas sus palabras exactas; he preferido expresarlo con las mías propias. Lo cierto es que yo también me perdí ese debate pero no por ello dejo de suscribir la posición que mantiene el profesor Castro. Supongo que hemos llegado al mismo razonamiento por caminos distintos.

Si comento esta reciente anécdota es porque me ha hecho reflexionar largo y tendido sobre una cuestión que es más interesante y tiene más ramificaciones de lo que habitualmente se piensa. 

Para empezar, “pornografía” no es una categoría en absoluto objetiva. Lo que se considera pornográfico en una sociedad más bien recatada es considerado mero erotismo en otra con menos tabúes respecto al sexo. Recomiendo la lectura de un muy logrado ensayo sobre esto mismo, publicado hace unos años y que fue titulado ´La ceremonia del porno`

La pornografía ha suscitado siempre recelos y hasta abierta indignación en algunos sectores. Como todo. Como la libertad de expresión, como la libertad religiosa, como el ateísmo, el capitalismo o las drogas. Y si algo ha constatado la Historia es que intentar proscribir cualquiera de esas cosas, y tantas otras, no ha servido de nada. En todo caso, para empeorar las mismas circunstancias indeseables (al menos para algunos) que motivaron la cruzada contra ellas en primer lugar.

El feminismo hace tiempo que está dividido entre quienes condenan la pornografía y quienes la toleran (o hasta la ensalzan). Por un lado se nos dice que la mayor parte de esa industria está dedicada a proporcionar al público aquellas “fantasías machistas” de las que hablábamos al comienzo. Por el otro se nos recuerda que nadie impide a los que optan por otro tipo de fantasías el representarlas y comercializarlas. De hecho no es un secreto que existe porno feminista, porno homosexual, porno sadomasoquista, y así un largo etcétera. Todo lo que un cierto número de personas demande le va a ser tarde o temprano ofrecido por alguien: regla básica de la economía. Si resulta que, aun así, sigue habiendo mucho más porno dedicado a hombres heterosexuales que fantasean con dominar a las mujeres y no con ser dominados por ellas es porque, sencillamente, son estos mayoritarios, y por su parte las mujeres son de media menos aficionadas a la pornografía. Ya está. No hay ninguna conspiración del “Patriarcado” ni de la industria del entretenimiento ni del Sursum Corda. Los hombres que fantasean con ser dominados por las mujeres, aunque sean menos, también cuentan con productos pensados para ellos. Si no hay más pornografía de ese estilo es porque se demanda menos.

Una vez hechas estas aclaraciones, pasemos a analizar el papel de la mujer en el porno dedicado a hombres. Hay infinidad de perspectivas posibles desde las que analizar el asunto, y por más de ellas que resumiéramos aquí, siempre nos quedarían muchísimas cosas por decir que unos u otros considerarían pertinentes. Pero no le veo demasiado sentido a las divagaciones o elucubraciones morales; y tampoco creo que corresponda a nadie dictar los sentimientos y los valores con los que otros deben identificarse, por más “evidentes” que nos parezcan a nosotros. ¿Estoy defendiendo con ello un relativismo ético? No necesariamente. Pero tampoco es este momento de hacer una digresión sobre la moral, pues ello merecería un texto aparte, y bastante más extenso que éste. 

Lo que quiero hacer ver es algo más simple: las personas tenemos diferentes modos de percibir y vivir la sexualidad. ¿Hay unas “sanas” y otras “enfermizas”? Lo único verificable es que solemos considerar “sanas” las nuestras y “enfermizas” las de los demás; y esto tanto si somos puritanos como todo lo contrario. Es difícil por ello dictar desde nuestro sillón si lo que hace una mujer (o un hombre) la degrada, la humilla o la traumatiza porque no estamos dentro de su cabeza para saber realmente como ella (o él) lo percibe y lo experimenta. 

Juez Potter Stewart, quien admitió en la Corte
Suprema no poder definir la pornografía
aunque, y cito, "la reconozco cuando la veo".
*
Todos reconocemos lo que es pornografía
para nosotros, no así lo que es pornografía
para los demás. Especialmente si nos 

movemos en distintos ámbitos culturales.
Y tampoco puede afirmarse, como se ha hecho tantas veces, que las fantasías que se representan en el cine pornográfico fomenten actitudes análogas en la vida cotidiana. Este error, tan común, y que se extiende a la violencia en los videojuegos y en las películas, parte del dogma asumido en los últimos siglos de que los seres humanos venimos al mundo como pizarras en blanco y que todo aquello que nos atrae o nos repele viene dictado por los patrones culturales en que nos hemos criado. Ya hemos citado aquí más veces la tan reveladora, a este respecto, obra de Steven Pinker. No nos extenderemos pues sobre ello. Pero resumiendo: ni los videojuegos ni el cine ni la pornografía crean ni promueven tendencia alguna; lo único que hacen es ofrecer a los diversos consumidores los diversos productos que demandan. Cualquier otra estrategia sería absurda desde el punto de vista comercial.

De hecho, sería más interesante hacerse la pregunta contraria: si no habrá favorecido la pornografía, en vez de una suerte de hiper-sexualización, una disminución de los actos impulsivos de la más diversa índole, al constituir una vía de escape de esos instintos reprimidos con la que antes no se contaba (o que al menos, no era de tan fácil acceso como hoy). Si hiciésemos un estudio al respecto ponderando el peso de otros factores en una hipotética disminución estadística de violaciones y acosos, complementándolo con un seguimiento en un largo periodo de antiguos criminales sexuales en diverso grado, quizá los resultados que obtendríamos –y digo quizá- nos harían plantearnos la posibilidad de que la pornografía tuviese una función social nada desdeñable. En tal caso podrían considerarse a las actrices porno (más que a los actores, puesto que la mayoría del mercado es masculino, y la mayoría de los varones son heterosexuales) casi unas heroínas, unas benefactoras de la Humanidad.

Y manteniendo el tono serio y jocoso a un tiempo, porque el tema casi parece exigirlo, tampoco podríamos dejar de lado la discusión, acaso la más central o más habitual, en torno a la “cosificación de la mujer”. Lo cierto es que es difícil negar que la mujer sea concebida como “objeto sexual” en estos tipos de representación de fantasías masculinas. Pero es más difícil negar que la cosificación a que se ve sometido el hombre es todavía mayor. Al fin y al cabo, si la mujer se ve reducida a su cuerpo (aunque puede argüirse que su éxito no depende sólo de su apariencia sino casi en la misma medida de su “actuación”), el hombre se ve reducido a una sola parte de su cuerpo. Como dijera Marx del obrero industrial, “se secciona al individuo mismo, se le convierte en un aparato automático adscrito a un trabajo parcial, dando así realidad a aquella desazonadora fábula de Menenio Agrippa, en la que vemos a un hombre convertido en simple fragmento de su propio cuerpo.”

Y no será menos interesante abordar el asunto de los patrones de belleza. Normalmente es a la industria de la moda y la publicidad a quien se acusa principalmente de fomentar estos “estereotipos extremos e irreales”, pero desde luego que también se ha acusado de ello a la pornografía. No vamos a extendernos sobre si estos patrones son impuestos o no, aunque ya habremos dado alguna pista antes al mencionar la Tabla Rasa de Pinker. Lo cierto es que sí hay proporciones, siluetas y simetrías que resultan en general más atractivas, tanto en el caso de los hombres como de las mujeres. Lo que no hay, o al menos no tan claramente, es un nivel concreto de grasa corporal que resulte óptimo en cuanto a atractivo: eso sí depende más de las latitudes y las épocas. Por ello comprobamos como en el Caribe gustan más las mujeres algo rellenitas y en Polinesia los hombres incluso más que rellenitos, a diferencia de como ocurre hoy en Occidente. Sin embargo, es justamente en la pornografía donde menos se aprecia esa “dictadura de la delgadez”, puesto que esta industria, hoy tan diversificada, ofrece todos los productos audiovisuales que el consumidor pueda demandar; y las mujeres rellenitas y con curvas son más demandadas de lo que muchos seguramente creerán.

Pero aquí debemos hacer un alto en el camino y aclarar algo importante: de todo lo anterior no se deriva aquello de que practicar sexo sea “como beberse un vaso de agua”. Si ustedes han leído más textos de este blog seguramente ya sabrán que esa me parece una idea bien ridícula: el sexo no es “inofensivo” ni “inocuo” puesto que tanto en la Naturaleza como en la Civilización comprobamos que ha sido una de las mayores fuentes de conflicto. La “liberación sexual” que con tanta convicción abrazaron los jóvenes en los Setenta (quizá desde un poco antes y hasta un poco después de esa década) fue origen de grandes dramas y grandes frustraciones. Y aquellos jóvenes idealistas convencidos de que los celos y la fidelidad eran una imposición cultural acabaron aprendiendo por las malas que en realidad eran instintos que formaban parte de su naturaleza y que era imposible (al menos para la mayoría) apartarlos sin más de sus conciencias.

¿Esto quiere decir que para todo el mundo resulte igual de problemático y comprometedor el sexo? Obviamente no. Tanto nuestra predisposición genética como el carácter que desarrollamos a lo largo de nuestras vidas hacen que los individuos enfrentemos la sexualidad, igual que muchas otras cosas, de maneras muy diversas. Los hay que son incapaces de dormir con alguien una noche sin enamorarse como colegiales. Los hay que son capaces de compartir lecho con multitud de personas sin llegar a sentir lo más mínimo por ninguna de ellas. Esos son los dos casos extremos: entre medias, nos hallamos seguramente la mayoría.

Entonces, ¿los actores y actrices porno pertenecerían al primer grupo que describimos? Puede que sí y puede que no. Podemos preguntárselo a ellos, uno por uno; y seguramente obtendríamos respuestas bastante variadas. Seguro que no son de los que se enamoran de cualquiera con quien practiquen sexo, porque les incapacitaría para desempeñar su profesión; pero más allá de eso, no podemos estar seguros de cómo afrontan el sexo a nivel personal todos y cada uno de ellos. Podemos suponer, desde luego, que en general predomina el componente lúdico. Aun así, no podemos asegurar que no constituya en algunos casos una experiencia mística o trascendente.

Y es que, puestos a ser iconoclastas, no puedo desaprovechar esta oportunidad de rescatar mi tesis sobre la “metafísica del sexo”. Confieso que la tentación de hacerlo es superior a mis fuerzas.

En el libro de Barba y Montes que antes mencioné se incide en el hecho de que la pornografía, por muy tosca y de mal gusto que nos parezca, es una cosa muy seria en el momento de su realización y su visualización. Luego queda de nuevo relegada al cuarto oscuro que no queremos mostrar a nadie; ni a nosotros mismos. Pero en el momento preciso de ejecutarla o contemplarla, se trata de todo un rito, una ceremonia, quizá un aquelarre: un rito religioso invertido. Por ello podemos hablar de una iniciación, un compromiso, y por supuesto una comunión y un éxtasis religioso; sin comillas, pues..¿en qué otra situación que no sea ver pornografía o practicar sexo estamos más cerca del sentimiento de fundirnos con la eternidad y contemplar el rostro de Dios? ….
*
Al escribir sobre pornografía, uno ya sabe a quién habla: a gente como uno mismo. 
Gente que a veces la consume o la practica, la solicita o la teme, 
la admira, la calibra, la sopesa con precaución o la disfruta. 
(Andrés Barba y Javier Montes)
*
Uno sólo combate los prejuicios que comparte. 
(Simone Weil)

~~