Filosofía, Metapolítica, Aforismo, Poesía.

viernes, 15 de mayo de 2015

"Signos de los tiempos" (1ª parte)

[Todas las citas que se reproducen aquí pertenecen a la obra En torno a Galileo de José Ortega y Gasset, valiosísimo texto en el que todavía nos apoyaremos para las reflexiones que seguirán a estas. La cuestión abordada en él no es pequeña: el estudio de las crisis históricas para orientarnos en la actual crisis de la Modernidad, en la cual llevamos instalados ya casi un siglo. Y de la misma manera que ocurre con La rebelión de las masas, nos deja estupefactos hasta qué punto se adelanta a su época el filósofo hispano.]


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EL MIEDO A LA LIBERTAD Y EL AMOR A LA REVOLUCIÓN.

El Hombre Moderno, que tanto ha ensalzado la libertad, es justamente a ésta a lo que más teme. Porque este sujeto de nuestro tiempo, lo que persigue y lo que sacraliza no es sino LA IMAGEN DE LA LIBERTAD, la imagen perfecta e idealística que él tiene en su mente. Mientras la verdadera libertad, la cual implica SIEMPRE indeterminación, provisionalidad e incertidumbre, es la que conforma el horizonte que nuestro ser histórico quiere, por todos los medios, apartar, anular,...¡olvidar!

Así es como nacieron los Utopismos, los Iluminismos, Idealismos y Universalismos... ¡La Revolución, El Progreso, La Nación, El Estado! ¡Los mitos modernos!

«El hombre moderno es en su raíz revolucionario. Y viceversa, mientras el hombre sea revolucionario no es más que hombre moderno, no ha superado la modernidad!» 

El miedo a la libertad es un tema que ya intenté abordar en cierta profundidad. (enlace aquí) Lo cierto es que hay tantas maneras de concebir la libertad como sujetos pensantes (y con pensantes, seguramente no estamos aludiendo a toda la especie humana.) Pero las más extraviadas de ellas probablemente tengan su raíz en aquel mito de la revolución. Porque la libertad sin más, esa que incluye indeterminación, provisionalidad, incertidumbre, entre otros sinsabores, le sabe hueca -le sabe a poco, a casi nada- al hombre moderno y revolucionario. 
El hombre persuadido de la capacidad prometeica encerrada en esa idea llamada "revolución" no se conforma jamás con nada. Puesto que la promesa es tan vasta, y todo lo que alguien imagine que debe hacerse, puede efectivamente hacerse, siempre será poco lo que se ha conseguido comparado con lo que podría conseguirse. Por lo tanto, para el sujeto revolucionario, siempre, cualquier situación, será potencialmente mejorable, y por esto mismo, injusta e indeseable. 
Pareciera que el revolucionario vive en una constante insatisfacción, y que de hecho, es ella la que constituye su razón de ser; la vida no puede ser celebrada mientras sea imperfecta, mientras haya en ella realidades susceptibles de mejora.. Nada hay de que alegrarse mientras queden nuevas cosas por arreglarse.


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DE LA FE EN EL MÁS ALLÁ A LA FE EN EL PROGRESO

«En Descartes, por vez primera, hace el hombre una afirmación radical de la superioridad del presente sobre todo pretérito, del presente como tierra de que emerge el futuro, que crea el futuro. Bascula, pues, el entusiasmo que de gravitar hacia el pasado comienza su ponderación hacia el porvenir. La Edad Moderna ha sido, desde su umbral, futurismo, loca fe en el futuro porque es humanismo, fe en el hombre, y el hombre es el anticipador de sí mismo.» 

¡Todo tiempo por venir es mejor! La fe ciega, ahora, es en el progreso indefinido y en la capacidad del Hombre para transformar el mundo y para transformarse a sí mismo, tanto en su individualidad como en su sociabilidad. La Razón lo puede todo, y mediante ella, estaban muchos convencidos de poder alcanzar el dominio sobre la Naturaleza.. ¡y hasta la felicidad! Se podría construir el Paraíso en la Tierra, puesto que la ciencia y el humanismo se prometían, en un principio, inagotables, infalibles, construcciones arquitectónicas infranqueables, en las que nada ajeno podía penetrar, y nada propio escapar. 

¡Pero vaya si tenían grietas! ¡Vaya si penetraron elementos extraños y escaparon propios! Por lo pronto, la defensa de la razón degeneró en racionalismo y la de la ciencia en cientifismo. La fe ciega en el Más Allá de la que se huía se transmutó en un abrir y cerrar de ojos en fe ciega en la razón y la ciencia. Es evidente que aún éramos adolescentes que, en su arrogancia momentanea, creen haber alcanzado ya toda la madurez y la sabiduría que al Hombre le es dada alcanzar.

El sujeto de nuestro tiempo cree realmente (cada vez menos) que con esa razón y esa ciencia se basta, que los elementos que componen su mundo son suficientes para construirse un porvenir, y está auténticamente convencido de que no echaremos nada en falta.

Pero lo cierto es lo contrario: Echamos cada vez más cosas en falta, nos asolan cada vez más contradicciones, nos desgarran abismos cada vez más insalvables.

Nos debatimos constantemente entre las ansias de seguridad y de libertad, entre la necesidad de identidad propia y la necesidad de identidad grupal, entre lo material y lo espiritual. Y todas son diatribas que vivimos dolorosamente, dado que consisten, en el fondo, en algo parecido a elegir entre tus extremidades superiores o inferiores. Así vamos catapultándonos, violenta y bastante arbitrariamente, de unas convicciones radicales a otras; hoy puede ser la lucha de clases lo único que consideramos determinante, mañana puede ser el factor racial o religioso la clave última con la que al fin hemos dado (o eso creemos.)


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EL ILUMINISMO Y LOS FALSOS ANTI-MODERNOS.

En los dos últimos siglos, se ha llegado a reclamar que la política, ella sola, logre la ausencia de injusticia y hasta la ausencia de sufrimiento.. Otros le piden a ésta que garantice la supervivencia, y hasta la supremacía, de su cultura o de su nación.

El Hombre de nuestro tiempo ha llegado a exigir que EL ESTADO sea el garante de su libertad, que los gobernantes que ocupan LA CÚPULA del mismo sean quienes aseguren la igualdad de todos, e incluso que éstas dos, igualdad y libertad, vayan indisolublemente unidas. 

Basten estos ejemplos para mostrar las contradicciones en que tal hombre se ha instalado.

Y no se equivoquen, que no es más moderno el que lucha por la igualdad que el que clama contra ella, y tampoco el que aspira a la libertad y el que se mofa de ella. Porque cuando hoy alguien se declara anti-igualitario o anti-libertario, sucede en realidad que propugna otra forma de entender esta igualdad y otra forma de entender esta libertad. Conviene no engañarse a este respecto. Por ejemplo, cuando los nacionalismos más belicosos (incluidos los fascismos) proclaman sus derechos territoriales, e incluso su superioridad, únicamente están reduciendo el ámbito de aplicación de aquellos principios de lo universal a lo local -nacional- Y de ahí que se niegue la igualdad de las fronteras del Estado para fuera, pero se cuide celosamente la homogeneidad de fronteras para dentro, y por ello resulte insoportable el que la nación sea diversa y que formen parte de ella gentes de distintas procedencias etno-culturales.

«La expulsión de judíos y moriscos es una idea típicamente moderna. El moderno cree que puede suprimir realidades y construir el mundo a su gusto en nombre de una idea. En este caso es la idea del Estado, que los Reyes Católicos inician.»

Quizá logren entender mejor esta relación si incidimos, en vez de en la igualdad, en el caracter iluminista que adopta, quiera o no, toda forma política desarrollada en esta era. Por ello suelo insistir en que no es menos iluminista Hitler que Lenin, o Reagan que Jomeini. Siempre se trata de la creencia ciega -o cuando menos, miope- de que se puede "esculpir" al gusto de cada cual la realidad humana (el mundo, la sociedad) por medio de una acción política planificada, racionalizada, y férreamente centralizada. 

Y en lo referente al ideal de libertad, no crean que el canje es muy distinto, porque en vez de colocar el eje de la misma en el individuo, se coloca de nuevo en la Nación; y así, es ésta la que debe "liberarse" de la "tiranía impuesta" por el concierto internacional, o por sus "archi-enemigas", que buscan explotarla y maniatarla.

Fíjense que, según trasladamos el eje de este discurso al individuo, a la clase social, o a la nación, damos lugar a todas las ideologías modernas sin movernos del mismo ideal, el de la "libertad".

El fascismo, el nacional-socialismo, como el comunismo o el liberalismo, son por ello un síntoma, no un remedio. Son signos inequívocos de la crisis de la Modernidad, en cuanto expresiones de la desesperación de una época que agoniza, la cual suele caracterizarse, como en toda crisis histórica anterior, por intentar negar la totalidad de su mundo (el contexto histórico que, quieran o no, habitan) dando un protagonismo sobredimensionado a una pequeña parte de ese mundo (la nación, la raza, la justicia social, la libertad individual.) Una forma de escapar del paradigma dominante agarrándose como a un clavo ardiendo a uno solo de sus componentes. (Como el Hombre del final del Medioevo se agarraba, bien a la palabra literal de las Sagradas Escrituras, bien a la dimensión más humana y cercana de Cristo.)

«Cuanto más absurdo y más extremo sea el extremismo, más probabilidades tiene de imponerse pasajeramente. (...) La situación extrema, al consistir en que el hombre no halla solución en la perspectiva normal, le hace buscar un escape en lo distante, excéntrico, extremo, que antes pareció menos atendido. (...) El extremismo es, por lo pronto, un truco vital de orden inferior. Hemos visto que hoy unos extremizan la idea de justicia social y otros la idea de raza, como un tercero o un cuarto podían afianzarse en cualquier otra cosa con tal que sea arbitraria y poco o nada razonable. Es esencial al extremismo la sinrazón. Querer ser razonables es ya renunciar al extremismo.» 

Nada más que añadir.

..Por el momento.



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