Filosofía, Metapolítica, Aforismo, Poesía.

lunes, 18 de mayo de 2015

"Signos de los tiempos" (2ª parte)


No nos debería sorprender la furia con que saltan muchos de nuestros coetáneos a negar las verdades científicas  y como se lanzan sin paracaídas en los brazos del pensamiento mágico (que por más que ellos pretendan vestirlo de "gnosis" o "ciencia proscrita", no es nada mas, en rigor, que PENSAMIENTO MÁGICO.) Pero yo no les condeno a la hoguera, aunque sí me provocan no pocas sonrisas- e incluso espanto ante su, en ocasiones, arrogante ignorancia- Pero entiendo cual puede haber sido el motor que les ha llevado a comprometerse con un mundo mágico, irracional y conveniente; dado que el mundo gris que les hemos legado, ese mundo que sólo vive de ciencia, economía y política, pudo funcionar e ilusionar a muchos durante un tiempo, pero hace ya unas cuantas décadas que revela sus inmensas carencias, traducidas hoy en abismos. ¿Cuales son estos abismos? Sería ahora difícil colocarlos por orden de magnitud. ¿Es más abismal el hueco que ha dejado el materialismo más extremista en su largo recorrido, o el que se ha originado en nuestra sociabilidad ancestral por la acción del individualismo? ¿Es más terrible la ausencia total de referencias metafísicas, metahistóricas, metahumanas -mitos, ritos, iniciaciones, culto a la tierra, a los antepasados, a los héroes, a las fuerzas de la naturaleza- o lo es la ausencia igualmente absoluta de una cultura de/para la muerte, es decir, de una preparación completa para el trance por el que, esto es seguro, todos vamos a pasar? 

¿O acaso creemos que la angustia de la muerte, que es la principal angustia de nuestra especie, va a desaparecer desentendiéndonos de ella? 
Bien podría ser éste el signo mas claro de la estupidez prometeica del hombre moderno.

No debe sorprender tampoco la desesperación de los que se defienden con uñas y dientes del imparable avance de esta nueva alianza entre progresismo y relativismo -y con él, de la fuerza que tiende finalmente a la equiparación del valor de todas las cosas, y como inevitable consecuencia, a la negacion del mismo.- Pero este "no debe sorprender" no equivale a decir que ésta actitud sea la más madura o la más sensata; en absoluto, ya que la inmensa mayoría de las veces no proviene de un profundo conocimiento sobre las funciones que cumplían esas formas tradicionales que protegen, sino que suele consistir en un miedo atávico a perder las referencias, esto es, EL SUELO BAJO SUS PIES. Es una reacción, por tanto, comprensible pero infantil. Eso sí, no menos que la de aquellos poseídos por una fobia agresiva a todo lo tradicional, a todo lo "desigual" que no revela a primera vista la razón de su exclusividad, a todo lo que porte raíces complejas y profundas. Ambas se tratan de huídas hacia delante, de clavos ardiendo a los que agarrarse. 

En un mundo que se descompone, o como diría Ortega, en "la casa que se había construído nuestro ser histórico y que hoy vemos derrumbarse sobre nosotros", toda reacción no puede ser sino medida desesperada, como la del habitante de un edificio derruído por un terremoto que arriesga su vida por rescatar algunos enseres. Estos enseres serían la tradición (o lo que queda de ella, si es que merece recibir aún tal nombre), serían la libertad del individuo, serían la idea del socialismo o la idea de nación. 
Así que no se sigan engañando, ¡que no hay más cera que la que arde! Y si algunos de ustedes siguen empeñados en agarrarse a esos clavos que también arden por ahora, es su elección; pero sepan que sólo podrán agarrarse a ellos por poco más tiempo, y que cuando llegue la hora de tener que soltarlos ya definitivamente, el trance les resultará mucho más doloroso, por no haberse dedicado durante el último periodo de tránsito a practicar el DESAPEGO DE LAS IDEAS MORIBUNDAS, a reelaborar su lista de prioridades vitales, y a PREPARARSE PARA LA INCERTIDUMBRE, para el albor de un nuevo mundo que estará por construir, y donde ya no contarán con las certezas, con las seguridades, con las referencias con las que hasta ahora contaban (aunque cada vez menos.)

Pero no conviene que de estas premisas se siga la justificación de cualquier camino, por el mero hecho de ser distinto al marcado por aquella cosmovisión de cosmovisiones (modelo civilizatorio) que hoy agoniza. Ya que bien podrían agarrarse a esto los que mencioné al comienzo de estas líneas, y pensar que la negación de la teoría darwinista o la afirmación, en su lugar, de la ya famosa hipótesis de los alienígenas ancestrales, -y con ella, el compromiso con una cosmovisión que no tiene más valor que el literario (en el mejor de los casos)- que todo este delirio pasajero y adolescente, a fin de cuentas, es una salida digna, o incluso un paradigma sostenible con el potencial de vehicular un nuevo modelo existencial, civilizatorio.
Pero  no lo es, primeramente, por tratarse, de nuevo, de UN SÍNTOMA Y NO UN REMEDIO. No lo es tampoco por la endeblez de su edificio argumental, que hasta un mero diletante con ciertas ideas sobre la historia y la ciencia derriba sin el menor esfuerzo. Pero la clave que aquí nos interesa es la primera, dado que intentamos analizar el problema de la crisis de una época, y no las trazas de verdad que puedan encontrarse en las mil y una maneras que adoptan quienes huyen desesperada e inconscientemente de la misma.

Tampoco podrán ser, pues, salidas con proyección de futuro, todas aquellas que consistan en intentar revivir épocas pasadas, ya sea volviendo a la religión o a un trasunto del Antiguo Régimen. Lo que está agotado está agotado, y si estamos diciendo que éste régimen actual de cosas lo está, más lo estarán todavía los modelos que lo precedieron y que -no olvidemos- fueron los que condujeron a él.

Habrá que separar muy celosamente los ámbitos de la vida. Éste será, probablemente, el primer imperativo que se nos revelará; y se nos revelará así una vez nos hayamos convencido de que ninguno de estos ámbitos debe imponerse sobre los otros, porque eso significaría perpetuar aún por más tiempo la pugna entre unos y otros aspectos de nuestra realidad histórica, con lo que estaríamos también alargando innecesariamente esta agónica lucha en la que, ustedes ya se darán cuenta, ninguno de nosotros obtendrá ninguna ganancia, sino más bien un paroxismo de su agotamiento. 

La ciencia, pues, deberá convertirse en una secta, (lo cual no le será difícil, si tienen razón quienes afirman que ya lo es, a efectos prácticos, desde hace tiempo); y de ese modo, podrá seguir desarrollando su labor sin que nada ajeno influya en ella -sin que nada invada su terreno-, y sin que ella invada tampoco  terrenos ajenos. Esto es mucho más importante de lo que pueda parecer a primera vista, puesto que gran parte de las quejas hacia la ciencia expresadas en las últimas décadas tienen que ver con su connivencia con la política, la guerra o el control de masas, y por otro lado, con su empeño en aplicar su método a realidades que nada tienen que ver con su ámbito de estudio -el espíritu, el más allá, los símbolos sagrados, la trascendencia, el mundo interior,...

Así mismo, todos los que aún crean que lo único importante es la política y la economía, deberán también conformar un grupo segregado del resto, para que ya no impongan por doquier su iluminista creencia en que se puede "arreglar el mundo" contando con tan pocas herramientas, y que, encima, se han mostrado tan deficientes.
Da igual fascistas que anarquistas, mientras traten de imponer su mundo al de los demás.
¡Todo lo que hasta ahora estaba mezclado deberá ser segregado! Entiéndase, todos LOS CONCEPTOS HEGEMÓNICOS. Los políticos en su feudo, los científicos en el suyo, los intelectuales lo mismo, así como los religiosos, los gnosticos, los nacionalistas, los internacionalistas, los últimos urbanitas, los crecientes neo-ruralistas, y hasta los que "luchan sacrificadamente, ellos solos, por liberar a la humanidad de los reptiles psíquicos."

No estoy dando respuestas, por tanto, a como será -o debería ser- la nueva era histórica que nacerá (lo cual sería, desde luego, de la más estúpida arrogancia por mi parte) sino que estoy, tan sólo, proponiendo las bases -quizá haya otras, incluso complementarias- para que, lo que tenga que ocurrir con esa nueva era de la que poco o nada sabemos, pueda manifestarse sin cortapisas, sin que el constante vocerío y batalla bizantina entre las distintas facciones impida la evolución paralela de diversos modelos de vida. Modelos que puedan desarrollarse independiéntemente de los demás, y que así muestren, en sana competencia, y con el correr de los años y las décadas, cuales de ellos ofrecen alternativas más satisfactorias para cubrir esos huecos -abismos, dijimos- en el alma de aquel hombre tan extraviado que es nuestro contemporáneo.

Esta tesis estaría al final, como ya habrán visto, íntimamente relacionada con la del miedo a la libertad, que hasta donde he conseguido desentrañarla, se resolvería aceptando algo tan simple, y tan difícil hoy, como relativizar al máximo las posiciones que, durante esta gran crisis epocal, hemos defendido con una vehemencia que hoy se nos revela histrionismo -es decir, falsedad, pose, impostura- Algo todavía tan duro de tragar, lo sé, como permitir la libre circulación de las ideas más descabelladas, o más intolerables (pero que nunca son las mismas según quién es el sujeto que tolera.) Para aceptar esto, evidentemente, primero es necesario aceptar que, tal como dijimos al principio que defendía cierta corriente, TODO VALE LO MISMO; con la salvedad de que aquí hablamos, no de valores culturales o morales, sino de modos de concebir estos mismos valores, lo que hemos llamado "ideologías", ya sean políticas, sociales, culturales, o científicas. Y con "todo vale lo mismo" estaríamos, pues, intentando fabricar una tabla rasa donde ya no se jerarquicen estas ideologías -porque toda jerarquización provendrá, necesariamente, de una o varias de éstas-, donde ninguna de ellas, como también dijimos, invada el territorio de las otras, y donde el aumento o la disminución de adeptos a cada una surja exclusivamente de su natural, y nunca cortapisado, desenvolvimiento.
Pero es claro que tal situación sólo podrá darse, plenamente, cuando nos hayamos convencido todos de lo que yo, y unos cuantos más, estamos convencidos ahora (Ortega ya lo estaba hace 90 años): De que todas esas posiciones defendidas con tan histriónica convicción, en efecto VALEN LO MISMO, en cuanto signos, todas ellas, de una desesperación generalizada ante un edifico histórico en el que habitábamos, y que ahora se nos viene abajo sin ofrecer una futura construcción como alternativa.



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