“Las denuncias políticas son uno de los medios más potentes para disgregar las filas enemigas, para apartar del adversario a sus aliados fortuitos o temporales y sembrar la hostilidad y desconfianza entre quienes participan en el poder. (…) Esta polifacética agitación política será realizada por un partido que une en un todo indivisible la ofensiva contra el gobierno en nombre del pueblo entero.”
(Lenin, ´Qué hacer`.)Los tres personajes que aparecen arriba pueden suscitarnos más o menos simpatía, pero lo que nadie puede negar es que se trata de individuos que tuvieron un más que razonable éxito en aquello que se propusieron, muy especialmente teniendo en cuenta que su empresa era difícilmente más ambiciosa.
En los párrafos que siguen intentaré mantener este distanciamiento emocional o neutralidad moral, procurando enfocarme exclusivamente en las cuestiones relacionadas con las estrategias políticas, juzgando a las mismas más por su acierto y su efectividad que por sus contenidos u objetivos.
El descubrimiento, llamémosle así, que me llevó a realizar las siguientes reflexiones se lo debo, como tantas otras cosas, al politólogo anarco-reaccionario Miguel Anxo Bastos. Pocas veces una exposición, en forma oral o escrita, me había resultado tan reveladora como esta conferencia suya en torno a la Revolución Francesa. Nada más comenzar elabora una lista de las condiciones que deben cumplirse para que triunfe una revolución. Y adivinen qué: todas ellas se cumplen a rajatabla en España a día de hoy. Todas menos una; él se olvida de mencionar una de las más determinantes: una población mayoritariamente joven; por lo que una revolución a la manera que siempre la entendimos es muy difícil que prenda hoy en España, país ciertamente envejecido, con una pirámide poblacional que ya está cerca de invertirse por completo. En cualquier modo, una revolución a la vieja usanza es casi impensable que pueda materializarse en la Europa del s. XXI, por más que la pirámide poblacional fuese otra.
Sea como fuere, paso ya a resumir esas condiciones que los politólogos especializados en la materia juzgan necesarias:
- Corte repentino en medio de un sostenido crecimiento económico, el cual genera una frustración de las expectativas: las revoluciones no se dan en situaciones de extrema pobreza ni son protagonizadas por las clases más desfavorecidas, sino que nacen de la insatisfacción de las clases medias e incluso altas venidas a menos, y más concretamente de los sectores intelectuales o estudiantiles que comprueban de repente cómo el horizonte en el que se habían acostumbrado a pensar se ha esfumado de un día para otro, de tal modo que una generación entera queda flotando en el "limbo", sumida en la más absoluta incertidumbre.
- Se ve también frenada lo que Vilfredo Pareto llama "circulación de las élites": las pujantes élites políticas y académicas, o que aspiraban a serlo y se creían hasta cierto punto "destinadas" a ello no acaban de realizar sus aspiraciones, lo cual refuerza la animadversión que ya sentían hacia las viejas élites por los motivos que se aclararán en el último punto.
- Las clases gobernantes se han ido volviendo cada vez más ineptas, corruptas e incompetentes, lo cual pone muy fácil que cualquiera que se levante contra ellas encuentre motivos de sobra para ello y además encarne, sin demasiado esfuerzo y hasta sin demasiada habilidad, una alternativa mucho más creíble que la suya.
El mismo Iglesias da aquí algunas de las claves, aunque por boca de El País y centrándolo en la figura de Sánchez y no en la suya. La cita extraída del periódico buque insignia de Prisa aborda ese momento en que “la indignación y la emoción ciega se contrapone exitosamente a la razón y el contraste de los hechos” y alude también a “la demagogia, las medias o falsas verdades y las promesas de imposible cumplimiento”, para finalmente concluir que “España está atravesando su momento populista”. Iglesias está confesando sin decirlo que le ha salido un imitador: Sánchez le ha copiado la estrategia y se ha querido subir al carro de la exitosa empresa populista que él ha comandado. Pero en esta otra intervención ya se mete en harina y describe el momento populista como lo teorizó Laclau. Yo intuyo que el término creado por el politólogo argentino es sinónimo de momento revolucionario, tal como yo lo estoy empleado, y seguiré empleándolo, a lo largo de estas líneas. Pero también podría ser sinónimo de “periodo constituyente”, o del mucho más simple y, como hemos podido ver, más fácilmente popularizable “cambio”.
Se estila mucho tratar de idiotas a los podemitas -y sin duda en sus bases los hay de sobras- pero si hablamos de líderes de partidos, los verdaderos idiotas son todos los demás.
¿Malvados? Probablemente. Estúpidos, en absoluto. Y a continuación vamos a ver mejor por qué.
En este vídeo la alcaldesa podemita de Madrid, Manuela Carmena, hace una “sincera” y emocionante defensa de los inmigrantes que saltan la valla de Melilla. Dice de ellos que los quiere aquí porque, entre otras cosas, "son los más valientes". Los más valientes no sé, pero desde luego no los más pobres o los más desfavorecidos: eso se le olvida decirlo. Y claro que los quieren, pero hasta que les dejen de ser útiles. Porque lo único que buscan en ellos son aliados, o mejor dicho "sujetos revolucionarios": carne de cañón para ser lanzada contra "el sistema" (el capitalismo, el cristianismo, la "democracia burguesa", y los valores occidentales). Los que todavía creen que los líderes de Podemos defienden a los musulmanes o a los inmigrantes movidos únicamente por la ética y la compasión no son sino sus tontos útiles. Y la Revolución siempre necesita a éstos: a los idiotas útiles, tal como los calificó Lenin.
Porque también fue Lenin quien dijo, y en ésto Hitler sólo le copió, que es preciso que La Revolución cuente siempre con hordas de fanáticos a su servicio.
Quienes luchan en nombre y supuestamente en favor del "Pueblo" deben usar a éste, o a buena parte de él, como carne de cañón o como fichas en un tablero de ajedrez. Deben ser conscientes de la necesidad de contarles mentiras o medias verdades y de mantenerles en la ignorancia respecto a infinidad de cosas, entre ellas los verdaderos objetivos a los que sirven. Deben estar "un paso por delante del Pueblo", como rezaba la célebre máxima de Lenin. Él hacía hincapié en que "sólo uno", pero está por dilucidar cuán largo o amplio puede ser ese único paso.
La lección más cruda es que quien tenga reparos morales a la hora de usar de ese modo a las masas quizá esté abocado a perder en la batalla política. Ojalá no estuviera en lo cierto, pero mucho me temo que no ando nada desencaminado.
Más tarde desarrollaremos esto, pero me interesa empezar a sembrar ya en ustedes, o a sugerirles, quizá persuadirles, de adoptar un “sano” escepticismo moral a la hora de encarar, o meramente observar y juzgar, la batalla política. Entrecomillo “sano” porque en absoluto tiene nada de encomiable salvo de cara al frío y riguroso análisis, en el caso de que seamos sólo observadores, y de cara a desarrollar una estrategia exitosa, en el caso de que seamos actores: de que participemos en el “juego político”.
La contracara del proceso revolucionario: los purgados. La Revolución devora a sus hijos.. De izquierda a derecha: Íñigo Errejón, Nikolái Bujarin y Georges-Jacques Danton. ~~ |
“Lo más llamativo del éxito de Podemos es el modo en que sus simpatizantes aceptan sin la menor reticencia la gigantesca impostura de sus líderes, cada vez más desacomplejados en el transformismo ideológico y menos cuidadosos con su coherencia retórica”. Pero lo aceptan porque necesitan creer que “el bueno”, “el salvador”, “el redentor” es auténtico: no otra ilusión más, porque ya están cansados de promesas incumplidas y demandas insatisfechas. Ha llegado la hora de la catarsis, de la victoria final, tras la larga peregrinación por el desierto de las decepciones (políticas, se entiende, aunque en el fondo también vitales, puesto que es de lo más habitual proyectar en la política todas las esperanzas y querer redimir a través de ella todas las frustraciones, consumar todas las venganzas y en cierta retorcida forma resarcirse de todas las derrotas).
El autor añade que “es necesario que se sientan también muy convencidos de que su identidad recién adoptada iba a gozar en la opinión pública de una acogida complaciente y hasta sumisa. Eso no se consigue sólo mediante el dominio carismático de la propaganda y la política-espectáculo. Hace falta una poderosa intuición de las condiciones en que una sociedad o parte de ella está dispuesta a consumir sin reparos una verborrea oportunista. Podemos ha sido capaz de percibir la necesidad social de autoengaño para levantar un relato de falacias y asentarlo como un estado de ánimo”. Esto es el momento populista. La ventana de oportunidad. La ola que usa el experimentado surfista para propulsarse. Y estos señores, hasta sus más acérrimos enemigos lo reconocen, son unos surfistas de primera. Pero no sólo por talento natural, sino porque se han preparado a conciencia, han sido pacientes, disciplinados, y cuando ha llegado la hora de la verdad han dado el do de pecho. Sí, podrían haberlo hecho todavía mejor, y haber ganado las elecciones generales; pero oigan, las alcaldías de las capitales más importantes de la nación y setenta escaños en el congreso no son moco de pavo, más si tenemos en cuenta el tiempo récord en que han cosechado tamaño éxito.
La última cita del artículo corona y resume estas reflexiones en torno a la estrategia desarrollada por Podemos y a su oportunismo en el mejor de los sentidos. Se describe a sus votantes como “millones de electores decididos a utilizar su voto como la pedrada nihilista con que lapidar a un sistema al que han sentenciado como culpable de sus males. Lo que les seduce no es tanto el flamante camuflaje edulcorado de Iglesias sino su primigenia condición de macho alfa alzado para liderar una impetuosa catarsis”.
Primigenia condición de macho-alpha. Lo borda. Cuando uno está cachondo, no razona demasiado. Y quien dice “cachondo”, dice “enfervorecido”, e incluso “ilusionado” o “esperanzado”. Y tampoco es que haya empleado esa palabra porque sí: la política también tiene una cierta vinculación con el sexo -¿hay algo que no la tenga?-.
Admitámoslo: por más que seas varón y heterosexual, “algo” se activa en ti cuando asistes a un mitin y pones tus esperanzas y tus sueños en manos de un líder carismático. Foucault incluso llegó a hablar del “juego sadomasoquista de la política”. No se trata tan sólo de sentirte plácidamente dominado, que también, sino de intuir además que por medio de esa entrega o sumisión podrás también tú dominar a otros, cosa que moralmente queda disculpada mientras puedas asociar a esos otros con “el mal”, o visualizarlos como “culpables de los males”.
Uno de los autores en que se apoya Bastos, Ted Robert Gurr, se refiere precisamente a “valores de poder”: aquellos que determinan hasta qué punto “un hombre puede influir sobre los actos de otro y evitar que estos intervengan en los suyos”, vinculados estos últimos a “valores interpersonales que todo hombre busca como miembro de una comunidad: el deseo de ocupar una posición social o de pertenecer a un grupo”. Erich Fromm, por su parte, habló en El miedo a la libertad de la confortabilidad psicológica de saber que se va a tener siempre a alguien por encima y a alguien por debajo: que se va a ser siempre subordinado de unos y que otros serán siempre subordinados tuyos. Parece como una recreación del equilibrio en la tribu neolítica, o más atrás, en la manada de chimpancés o de bonobos. Como volver al vientre materno, sólo que en forma extrema, viajando atrás hasta los albores de la especie, si me permiten el abuso de la metáfora o la analogía.
Otro concepto esencial para ahondar en este fenómeno vinculado a la autoestima y la posición social es el de privación relativa. Ted Robert Gurr la define como “una discrepancia perceptible entre la expectativa de valores del hombre y su capacidad para adquirirlos”. Privación relativa es el término empleado para señalar la “tensión causada por una discrepancia entre lo que debe ser y lo que es”. Se trata, en esencia, de que se hayan quebrado muchas expectativas y de que un gran número de jóvenes hayan quedado enormemente defraudados tras aceptar que el futuro que les espera dista mucho del que pensaban (y habían llegado a creer) que les esperaba. ¿Les suena la marca Juventud sin futuro?
La idea de catarsis que aparecía en el texto anteriormente citado también resulta clave: es preciso fabricar, usando otra expresión que se mencionaba en él, un “conflicto a medida”, una representación teatral o un relato épico en que el oponente aparezca como un ser –un ente en este caso: el sistema- ingrato y hostil hasta el límite de suscitar intolerancia, frustración e indignación. Un sujeto deplorable, un “monstruo” con el que no cabe negociación ni transigencia alguna: no hay más alternativa aceptable que su rendición. Un oponente irredimible, pues, ante el que cualquiera que tome como bandera su cabeza en una estaca se convierte de inmediato en “la voz del pueblo”.
Poder instaurar en el imaginario o inconsciente colectivo la idea de ese necesario “cambio” -a la luz de lo anterior, más que necesario: imperioso- y lograr transmitirlo como una categoría unívoca.. eso no es poco. Asociar un concepto tan polisémico y tan subjetivable, es decir, un continente que puede rellenarse de contenidos tan diversos dependiendo de lo que evoque en cada individuo, directamente con su proyecto político.. es en sí una gran victoria. Esto lo han conseguido en gran medida. Pero en ello les ha sucedido todavía con mayor éxito su contra-análogo, su némesis al otro lado del Atlántico, el ya presidente Trump con su lema “Make America great again”, otro tremendo acierto de marketing, al lograr que personas con los valores y expectativas más diversas lo hicieran suyo. ¿Qué significaba o quería significar la frase? Absolutamente nada, pero a la vez absolutamente todo: esa es la magia.
Hacer política, desengañémonos, se trata de un asunto sucio. Sucio, feo y hasta podría decirse que inmoral. Pero dado que si tú no lo haces, alguien más lo hará, y probablemente no sea quien defiende tus ideas, y ni siquiera ideas cercanas a las tuyas, no te queda más remedio que arremangarte, meterte en el barro hasta las rodillas, y disputarle en buena o mala lid la victoria al contrario. Lo único que importa es ganar. Y siempre y cuando las leyes no digan otra cosa, ningún medio es demasiado innoble y ningún golpe es demasiado bajo.
Eso es la política, amigos míos. Quien no quiera enterarse, peor para él.
Ya dije al comienzo que iba a adoptar a lo largo de todo este análisis una postura fría y neutra, centrada en las estrategias por la conquista del poder a nivel puramente pragmático. Esto se hace a veces difícil a quienes, como yo, se identifican con una postura más bien liberal y conservadora, pues el mismo concepto "revolución" ya echa para atrás. Y no sin razón. Si puedo decir sin excesivo apuro que yo, de elegir, siempre me sumaré al bando de los reaccionarios (sin entrecomillar: como suena), es porque la mía se trata de una postura hartamente meditada, y hasta donde alcanzo, razonablemente apoyada en evidencias tanto empíricas como racionales.
Dicho esto, los medios para la conquista del poder no son siempre tan distintos para los revolucionarios y para los reaccionarios, más si tenemos en cuenta que estas categorías no acaban de estar del todo bien definidas y delimitadas. Por tanto el momento revolucionario, rupturista o populista; esto es, el momento actual que vivimos en España y en otros cuantos países, no puede ser menos relevante para "nosotros" que para "ellos". Si "los nuestros" no mueven ficha, lo harán "los suyos". No digo que necesariamente lo aprovechemos en nuestro beneficio (que podría ser hasta factible) sino que, cuando menos, nos concienciemos del contexto en que nos movemos, nos familiaricemos con el fenómeno; y quizá así podamos navegar a través de él, orientarnos en medio de la tempestad, y surfear entre el oleaje, volviendo a la metáfora del comienzo
Porque la inercia que más cuesta superar y la zona de confort que más se resiste a abandonar el liberal y el conservador promedio es la demonización o caricatura más o menos grotesca del "enemigo ideológico"; en este caso, y en casi todos los casos, el revolucionario, identificado a menudo con el comunista, algunas veces menos con el anarquista, y casi nunca con el fascista, aunque esto último por influencia del "enemigo" y de su maliciosa propaganda.
¿Ven como siempre volvemos a lo mismo? Si él tiene éxito con esa estrategia de inspiración bolchevique, por todos conocida como agit-prop, quizá en vez de andar haciéndonos las víctimas porque nos difaman y encima la gente les compra sus relatos difamatorios, resultaría más constructivo a la vez que más maduro contraatacar.
Porque algo de contra-propaganda se viene haciendo desde la intelectualidad "de derechas": Hayek, Rothbard, Shapiro o Yiannopoulos en el ámbito angloparlante; Gloria Álvarez, Yael Farache, Axel Kaiser y el propio Bastos en el hispanohablante; pero tampoco basta sólo con la propaganda: falta una estrategia de toma del poder como la de "ellos" (al menos circunscribiéndonos a España). Y eso es lo que, por más que nos desagrade o nos humille -"humillar" y "humildad" tienen una raíz común- tenemos que aprender de Iglesias y de Errejón, y antes que ellos de Lenin y de Robespierre, aunque de estos últimos nos separen no sólo los siglos sino gran parte de los medios que emplearon, los cuales hoy consideramos intolerables e inasumibles de todo punto tanto para esta época como para cualquier otra.
Si uno quiere hacer contra-propaganda, es fácil construir caricaturas del tipo: ´Qué hacer` es un título apropiado viniendo de un niño de papá aburrido de su vida cómoda.. Lenin, Trotsky, Castro, el Che y otros tantos rebeldes de salón criados entre algodones no encontraron otro pasatiempo mejor que agitar todo y a todos a su alrededor hasta lograr poner el mundo patas arriba y, una vez al mando del infernal proceso, pasar a cuchillo a todo aquél que no les siguiera el juego.
Pero aquí viene la parte amarga, la lección que muchos de quienes suscriben lo anterior se resisten a extraer: que no todos los "rebeldes niños de papá" han hecho lo que ellos, o lo que Iglesias, Monedero y Errejón. A eso apuntaba antes, a la necesidad de hacer el esfuerzo de ver más allá, y de analizar fríamente las virtudes de sus estrategias, tanto las de estos últimos como las de Castro, Lenin o Robespierre. Porque, por más que no compartamos los objetivos y muchos de los medios, uno siempre debe aprender del "enemigo" cuando gana.. para emularle en la victoria, aunque no necesariamente en cada uno de los medios que ha usado para consumarla.